sábado, 13 de abril de 2019

El Ramayana - PARTE II



Rama, Sita y Lakshmana van al exilio Conduciendo rápido durante dos días, Rama alcanzó el límite de Koshala, y volviéndose hacia Ayodhya se despidió de la tierra y la gente. «Oh mejor de las ciudades», dijo, «te lo digo a ti y a las deidades que te protegen y viven contigo: volviendo del bosque, que será mi hogar, con mi deuda saldada, te veré otra vez a ti, a mi padre y a mi madre.» Entonces ellos dejaron Koshala, llena de riquezas y ganado y brahmanes, y pasaron a través de otras tierras alegres hasta que llegaron al bendito Ganga, claro como el cristal, frecuentado por todo tipo de criaturas, sitio predilecto de dioses y ángeles, sin pecado e inalterado. Allí Guha, rey de Nishadha, les saludó y aumentó a sus caballos y los vigiló toda la noche, y cuando el canto del negro cuco sonó y el grito del pavo real se escuchó en la madrugada él mandó buscar una gran barca. Entonces Rama pidió fécula, y él y Lakshmana peinaron sus cabellos en enmarañadas mechas, como lo llevan los ermitaños que viven en el bosque. Rama dijo adiós a Guha, y ordenó a Sumantra el auriga volver a Ayodhya, aunque éste pidió continuar más lejos. 

Entonces cuando ellos cruzaban, Sita pidió a Ganga un retomo seguro luego de catorce años, prometiendo adorar a esa reina-río con muchas ofrendas. Esa noche ellos durmieron bajo un gran árbol en la orilla opuesta y comieron carne de verraco muerto por Rama y Lakshmana, y aquellos dos hermanos prometieron proteger a Sita y a ellos mismos, ya sea en soledad como entre los hombres. Lakshmana debería caminar delante, luego Sita y Rama al final. También hablaron de Ayodhya, y Rama, temiendo al corazón malvado de Kaikeyi, quiso que Lakshmana volviese para cuidar de Kaushalya, y habló en contra de Kaikeyi y culpó en parte a su padre, dominado por el deseo de una mujer. Pero Lakshmana consoló a su hermano de modo que éste dejó de llorar. «Tú no deberías sufrir», dijo, «sufriendo por ti Sita y yo, oh Rama, no puedo vivir sin ti como el pez no puede vivir fuera del agua; sin ti yo no deseo ver a mi padre, ni a Satrughna, ni a Sumitra, ni al cielo mismo.» 

Entonces Rama se sintió aliviado, y durmió con Sita bajo un gomero mientras Lakshmana vigilaba. Al día siguiente llegaron al sitio sagrado en que el Ganga se junta con el Jamna en Prayag; allí llegaron a la ermita de Bharadwaja, guiados por la espiral de humo de su fuego de sacrificios, y allí ellos fueron huéspedes bienvenidos. Bharadwaja les aconsejó buscar la montaña de Chitrakuta, a diez leguas desde Prayag. «Allí hay una apropiada morada para vosotros», dijo, «embellecida con muchos árboles, donde resuenan los gritos de los pavos reales y merodean grandes elefantes. 

Allí hay manadas de elefantes y ciervos. Vosotros recorreréis los bosques con Sita, y os deleitaréis en ríos, praderas, cuevas y cascadas, con el canto de los cucos y el balido de los ciervos, y con las agradables frutas y raíces.» Entonces les explicó cómo llegar allí, cruzando el Jamna y pasando el gran gomero Shyama, el Dusky, y de allí en adelante por hermosos caminos de arena a través de los bosques de Jamna. Así Rama, Sita y Lakshmana se marcharon de Bharadwaja y cruzaron el Jamna en una balsa, y llegaron al Shyama. Inmediatamente al llegar allí, Sita rezó a Jamna, prometiendo muchas ofrendas de ganado y vino por el retorno seguro de Rama. Sita también rezó a Shyama, saludándolo con las manos unidas: «Oh gran árbol, me inclino ante ti. Podrán las promesas de mi señor ser todas cumplidas, y nosotros ver otra vez a Kaushalya y Sumitra.» Entonces mientras ellos siguieron a lo largo del sendero del bosque, Sita, viendo árboles y flores desconocidas, hizo a Rama muchas preguntas, acerca de sus nombres y virtudes, y Lakshmana le trajo flores y frutas para alegrarla; y el murmullo de los arroyos, y los aullidos de las grullas y pavos reales, y la visión de los elefantes y monos la deleitaron. 

Al segundo día llegaron a la montaña Chitrakuta, donde estaba la ermita de Valmiki. 
Saludados por ese rishi, Rama le contó todo lo que había sucedido. Luego Lakshmana buscó diversas clases de madera, y aquellos hermanos construyeron una agradable casa con puertas y techada con hojas. Entonces Lakshmana mató un ciervo y lo cocinó, y Rama hizo ofrendas rituales a las divinidades de ese mismo sitio, y luego de la comunión con las deidades entró en la bien forjada casa con Sita y Lakshmana, y se regocijaron con corazones felices y dejaron de lamentarse por Ayodhya. 

La pena y la muerte de Dasharatha 

Mientras tanto Ayodhya era un sitio de tristeza y lamento, sin consuelo pasa reyes y gentes. 
En el quinto día de exilio de Rama, justo cuando Kaushalya por un momento cedió a su pena y reprochó a su señor, vino a la mente de Dasharatha un recuerdo de un pecado cometido en una vida pasada por medio de una flecha-que-encontró-su-blanco-por-sonido, pecado que ahora le había traído el fruto del exilio y muerte. Recordando este pecado, le contó a Kaushalya esa misma noche cómo había sido cometido: «Yo era entonces un arquero tan habilidoso como para ganarme un nombre, ya que, apuntando sólo por el sonido, podía acertar el blanco. 

Tú, oh señora, eras soltera, y yo un joven príncipe. Fue cuando la primera lluvia cayó luego de días de calor ardiente; las ranas y los pavos reales cantaban, los árboles eran sacudidos por el viento y la lluvia, y las colinas estaban escondidas por fuertes lluvias. En tan placentero día fui a cazar al río Sarayu, y allí oí un sonido como el del llenado de una tinaja o el rugir de un elefante. Entonces disparé una flecha en la dirección del sonido, dado que estaba oscuro, de modo que nada podía ser visto. Escuché gemidos y gritos, y encontré un ermitaño junto a la orilla perforado por mi flecha; él me habló de su tierra de origen y me mandó a que buscara a sus envejecidos padres en la ermita cerca de allí, luego murió y yo lo lamenté. Entonces busqué a su padre y madre, quienes estaban preocupados por su tardanza y les confesé mi acto; y el rishi, quien por su maldición podría haberme dejado carbonizado, me perdonó la vida porque yo libremente le conté lo que había sucedido. 

Pero cuando la pira funeraria estuvo liste, y aquellos mayores, llamados por una visión de su hijo, quemaron sus cuerpos con el suyo sobre la pira, me castigaron ambos con una pena menor: que al final yo encontraría mi muerte sufriendo por un hijo. ¿Sabíais, amable señora, que el fruto de buenas o malas acciones lo recoge quien las hace? ¡Infantil es todo aquel que ejecuta acciones sin pensar en sus consecuencias! ¡ El que tela una arboleda de mangos y riega otros árboles puede esperar de éstos la fruta cuando contempla su flor; pero cuando la estación de fructificación venga él se lamentará! Así ocurre ahora conmigo: muero de pena por el exilio de Rama. 

Yo os veo malamente, mis sentidos no son más agudos; yo soy como una lámpara que tiene poca llama por quedarle poco aceite. ¡Oh Rama, oh Kaushalya, oh infeliz Sumitra, oh cruel Kaikeyi! »
 Así lamentándose, el rajá Dashasatha murió. Al día siguiente cuando esta noticia se esparció fuera, Ayodhya se sumergió en un gran pesar, dado que en un país sin rey todo va mal, las lluvias no caen, no hay alegría ni prosperidad ni seguridad, un reino sin un rey es como un río sin agua, un bosque sin hierba, una manada de ganado sin pastor; un rey es el padre y madre, y guía el bienestar de todos los hombres y criaturas. Considerando esto, los oficiales del palacio y sacerdotes de la familia tomaron la decisión, encabezados por Vashishtha, de enviar embajadores a Bharata, con el mensaje de que debía venir en seguida por un asunto que no podía ser demorado; pero esos mensajeros no debían decirle nada del exilio de Rama o de la muerte del rey. 

Conducidos en carros con buenos caballos, esos mensajeros, yendo muy rápidamente, llegaron en una tarde a la rica ciudad de Girivraja, en Kekaya, donde Bharata estaba alojado con su tío materno. 
Esa misma noche Bharata soñó muchos malos sueños y no podía consolarse. «O yo o Rama o Lakshmana o el rey están a punto de morir», dijo. Entonces los mensajeros entraron y fueron bien recibidos. Bharata preguntó si su padre y madres y hermanos se encontraban bien, y le aseguraron que así era. Entonces los embajadores entregaron su mensaje, y Bharata lo contó a su tío y a su abuelo, y se marchó a Ayodhya. Ellos le entregaron muchos regalos, como paños de lana y pieles de ciervo, y elefantes y perros y veloces caballos; pero él, lleno de ansiedad debido a sus sueños y al viaje precipitado de los mensajeros, disfrutó poco los regalos, y llevando consigo a Satrughna partió rápidamente a Ayodhya. El hijo de Kaikeyi divisó la mejor de las ciudades al amanecer del séptimo día. Viendo que todo estaba oscuro y silencioso en ese lugar de tristeza, y contemplando muchas desfavorables y malas visiones, Bharata entró en el palacio real con el corazón apesadumbrado. 
No viendo a su padre en su cuarto, buscó a su madre Kaikeyi y tocó sus pies. 

Ella, encantada, se levantó de su asiento dorado y le preguntó acerca de su bienestar y de su viaje. Dicho esto, él preguntó por el rey. «¿Dónde está ese señor de hombres», dijo, «porque yo quisiera tocar sus pies? Él está muy a menudo aquí contigo, pero su habitación y sillón están vacíos. 
¿Está, entonces, con Kaushalya?» Entonces Kaikeyi, ciega de codicia de gloria y juzgando como deseable para Bharate lo que él realmente consideraba malvado, le contestó: «Tu padre se ha ido por el camino de todo lo que vive.» Entonces Bharata se lamentó larga y amargamente, y fmalmente dijo: «Felices son Rama y aquellos que estaban presentes cuando mi señor aún vivía y pudieron llevar a cabo sus ritos funerarios. Ahora, ¿dónde está Rama, que es mi padre, hermano y amigo? Yo soy su sirviente; tomaré refugio a sus pies. Infórmale que yo estoy aquí. 

Y cuéntame cómo murió mi padre y cuáles fueron sus últimas palabras.» Entonces Kaikeyi le contó cómo había muerto su padre, y éstas fueron sus últimas palabras, dijo: «Benditos sean los que verán a Rama y al fuerte Lakshmana volviendo aquí con Sita.» Entonces Bharata percibió otra desgracia, y preguntó a su madre si el hijo de Kaushalya y Sita y Lakshmana se habían marchado. «Rama se ha ido con Sita y Lakshmana, vistiendo ropas de ermitaños, a los bosques de Dandaka», respondió ella, y le contó la historia entera de sus deseos, esperando que él se alegrara. 

Pero él se enojó amargamente, y culpó a Kaikeyi como asesina de Dasharatha: «Como un carbón ardiente, nacido para la destrucción de la raza, ha sido quien a mi padre involucró contra su voluntad. ¡Tú sabrías poco de mi amor por Rama! Sólo por amor a Rama, quien te llama madre, no renunciaré a ti. Sabe que este reino es un peso demasiado grande para mí, y aun cuando no lo fuera yo no lo recibiría. Ahora debo traer a Rama del bosque y servirle a él. Pero tú sufrirás miseria en este mundo y en el próximo. ¡Todo lo que tú mereces es morir quemada, o en el exilio, o con una cuerda alrededor del cuello! » Entonces llegó Kaushalya y Vashishtha y saludaron a Bharata, y guiado por ese hábil sabio, Bharata llevó a cabo todos los ritos funerarios de su padre, y con sus madres caminó alrededor de la pila ardiente en el sentido del sol, y luego de diez días de duelo recogieron las cenizas. Entonces, como él aún estaba apenado inmensamente, Vashishtha le consoló, con discursos del nacimiento y la muerte de los seres y los pares7[1] que ocurren a todas las criaturas. 

Así consolados, aquellos jefes entre los hombres pudieron andar otra vez con sus cabezas altas, como la bandera de Indra brillando manchada de sol y lluvia. La regencia de Bharata Catorce días después los ministros pidieron a Bharata que tomara su asiento en el trono, pero él se negó y dio órdenes de preparar una expedición para ir en busca de Rama. Cuando todo estuvo listo montó en un carro y partió; con él fueron otros seis mil carros, y mil elefantes, y cien mil miembros de la caballería, y hombres de rango, y ciudadanos, como mercaderes y comerciantes, alfareros y tejedores y forjadores de armaduras, orfebres y lavanderos y actores, y además los muy instruidos y bien respetados brahmanes. Pasando a través del reino de Guha, la multitud fue recibida por él, y otra vez por Bharadwaja en Prayag. Unas palabras habló Bharadwaja a Bharata: «No deberíais culpar a Kaikeyi», dijo. «Este exilio de rey es por el bien de los hombres y los dioses y asuras y ermitaños.» 

Desde Prayag la poderosa multitud siguió hasta Chitrakute, y llegó a la ermita de Rama. 
Entonces Bharata avanzó solo, y cayó a los pies de su hermano. Éste era el modo en que se encontraba Rama: sentado en su casa techada con hojas, lleno de mechas enmarañadas y vestido con una piel negra de ciervo; estaba como una llama y protegido por un león, poderosamente armado, y con ojos de loto; señor de ese mundo pareciendo un brahmán de vida eterna; y a su lado estaban Lakshmana y Sita. Entonces Bharata lloró al ver así a su hermano, quien estaba acostumbrado a la condición real. Pero Rama lo levantó del suelo y besó su cabeza y le preguntó por Dasharatha y por su propio bienestar. Entonces Bharata relató todo lo que había ocurrido, y rogó a Rama que retornara a Ayodhya y gobernara; pero Rama no iría. «¿Cómo podría yo, encomendado por mi padre y mi madre a vivir en el bosque, hacer otra cosa? 

Tú deberás gobernar, de acuerdo con su voluntad; tú no deberías contradecir a Kaikeyi, porque la obediencia es el deber tanto de hijos y esposas y discípulos, y no es el deseo de una madre menos obligatorio que el de un padre.» Entonces Bharata contestó: «Si el reino es mío, tengo el derecho de conferírtelo a ti. ¿Lo aceptarás?» Pero Rama no lo consintió, ni fue convencido por ningún argumento, ni de Bharata, ni de su madre, ni de Vashishtha, ni de cualquier otro de esa multitud. Entonces Bharata pidió a Rama sus doradas sandalias, e, inclinándose hacia ellas, juró así: «Durante estos catorce años yo viviré como un ermitaño fuera de las murallas de Ayodhya, traspasando a tus sandalias la tarea de gobernar. Si entonces no vuelves, yo moriré por el fuego.» A este plan Rama consintió, y, abrazando a Bharata y Satrughna, dijo: «Así será.» Y añadió una cosa: «No abrigues resentimiento hacia Kaikeyi, en cambio sé amable con ella; tanto yo como Sita te lo rogamos.» Entonces Bharata caminó alrededor de Rama en dirección del Sol, y colocando las sandalias sobre un elefante las llevó de vuelta a Ayodhya, seguido por toda la multitud de hombres. 

Allí instaló las sandalias sobre el trono, y, viviendo en retiro, llevó adelante el gobierno como su ministro. Ahora, por dos razones, Rama no viviría más en Chitrakuta: primero, en vista de que multitudes de rakshasas, aborreciéndolo, molestaban a los ermitaños de ese sitio, y, segundo, porque las multitudes de Ayodhya habían pisoteado y ensuciado el sitio, y, además, le recordaba demasiado claramente la tristeza de su hermano y de los ciudadanos y las madres reinas. Él fue, por ello, con Sita y Lakshmana hacia Dandaka, y penetraron en aquel espeso bosque como el Sol que se esconde en una masa de nubes. La vida en el bosque Rama y Sita y Lakshmana deambulaban por el bosque, siendo huéspedes bienvenidos en cada ermita. 

Los grandes sabios que vivían en las ermitas también protestaban contra los endiablados exploradores de la noche y suplicaban la protección de Rama contra ellos, la cual él prometió generosamente; y cuando la amable Sita un día sugirió que ellos deberían deponer sus armas, abandonando las reglas de los caballeros por las de los santos, y cesar la hostilidad aun contra los rakshasas —«La misma posesión de armas cambia la mente de quienes las llevan», ella dijo.—, Rama contestó que eso no podría ser, ya que él estaba comprometido por las obligaciones de los caballeros y por promesa personal. Entonces Rama vivió en el bosque diez años, permaneciendo un mes, una estación o un año en una u otra ermita. Una vez un feroz rakshasa llamado Viradha cogió a Sita y se la hubiese llevado, pero Rama y Lakshmana con gran trabajo lo mataron. Otra vez encontraron un poderoso buitre; pero éste era un amigo, y se presentó a sí mismo como un Jatayu y un amigo del padre de Rama. Jatayu prometió a Rama su ayuda, y cuidar de Sita cuando Rama y Lakshmana se marcharan juntos afuera. Al final de todo, Rama y Sita y Lakshmana llegaron a Panchavati, donde se extendía un buen césped junto al río Godaveri, cuyas riberas estaban cubiertas de árboles florecientes. 

Las aguas estaban colmadas de aves, multitud de ciervos vivían en los bosques, los graznidos de los pavos reales sonaban y las colinas estaban cubiertas de buenos árboles, flores y hierbas. 
Allí Lakshmana construyó una espaciosa casa de bambú, bien techada con hojas y con un suelo bien alisado. Hasta allí también llegó Jatayu; y Rama, Sita y Lakshmana se sentían satisfechos como dioses en el cielo. Una vez cuando Rama estaba sentado con Sita, hablando a Lakshmana, llegó a Panchavati una temeraria y repugnante rakshasi, hermana de Ravana, y cuando vio a Rama inmediatamente lo deseó. Se llamaba Surpanakha. Rechazada por Rama, ella intentó convertirse en la esposa de Lakshmana, y rechazada por él, ella regresó a Rama y quiso matar a Sita. 

Entonces Lakshmana cogió su espada y le cortó la nariz y orejas, y ella se fue volando y sangrando hasta que encontró a su hermano Khara, hermano menor de Ravana. Su enojo ante la desgracia de ella no tuvo límites, y envió catorce rakshasas a matar a esos hermanos y Sita, y traer su sangre para ser bebida por Surpanakha. Pero Rama mató a todas esas malas criaturas con sus flechas. 
Entonces Khara se puso realmente furioso de enojo, y partió él mismo con catorce mil rakshasas, cada uno capaz de cambian su forma, horribles, orgullosos como leones, de bocas grandes, valientes, que se deleitaban con la crueldad. Mientras esta multitud avanzaba hubo muchos malos augurios; pero Khara, como en realidad estaba destinado a morir, no sería apartado de lo que consideraba un pequeño asunto: matar a tres seres humanos. 

Rama, viendo la multitud que se acercaba, envió a Lakshmana con Sita a una cueva secreta, y se puso su armadura de malla, dado que él lucharía solo, y todos los dioses y espfritus del aire y criaturas del cielo vinieron a contemplar la batalla. Los rakshasas vinieron sobre él como un mar, o pesadas nubes, y sus armas llovieron sobre Rama, de tal forma que los dioses del bosque huyeron temerosos del lugar. Pero Rama no tenía miedo, y asedió a los rakshasas con sus delgados y penetrantes astiles, por lo que ellos huyeron hacia la protección de Khara. Éste fortaleció sus ánimos, y entonces volvieron, descargando una lluvia de árboles arrancados y cantos rodados. Fue en vano; dado que Rama, solo y peleando a pie, mató a todos los terribles catorce mil rakshasas y se enfrentó cara a cara con el mismo Khara. La suya fue una pavorosa batalla, como la que puede ocurrir entre un león y un elefante; el aire estaba oscuro por las flechas que volaban. 

Finalmente una flecha ardiente descargada por Rama consumió al demonio. 
Entonces los dioses, bien agradecidos, hicieron caer flores sobre Rama y volvieron al lugar de donde habían venido. 
Y Sita y Lakshmana vinieron desde la cueva. 

La cólera de Ravana 

Pero la noticia de la destrucción de los rakshasas fue llevada a Ravana, y quien trajo la noticia aconsejó a Ravana vencer a Rama secuestrando a Sita. Ravana aprobó el plan y buscó al astuto Maricha para llevar adelante sus fines. Pero Maricha aconsejó a Ravana parar su impulso de intentar lo que era imposible, y Ravana, siendo persuadido esa vez, volvió a su casa en Lanka. Veinte brazos y diez cabezas tenía Ravana; se sentaba sobre su dorado trono cual fuego en llamas alimentado con ofrendas en un sacrificio. Estaba marcado con cicatrices de las mucha heridas recibidas en batallas con los dioses; este poderoso y cruel rakshasa tenía apariencia magnífica. Su voluntad era destruir los sacrificios de los brahmanes y poseer las esposas de los otros — no dejar que fueran muertas por dioses, espíritus o pájaros o serpientes—. 

Entonces Surpanakha fue hasta su hermano y le mostró sus heridas, y le habló de Rama y Sita, y le echó en cara que no actuara como un rey al no vengar la masacre de sus súbditos y su hermano; entonces le presionó para que se llevara a Sita y la hiciera su esposa. Entonces él cogió su carro y se marchó junto al mar a un gran bosque para consultar a Mancha, quien vivía allí en una ermita practicando autocontrol. Mancha aconsejó a Ravana no entremeterse con Rama. «Tú serás rechazado fácilmente», dijo. «Si Rama alguna vez se enoja, no dejará un solo rakshasa vivo, o levantará su mano para destruir la ciudad de Lanka.» Pero Ravana, que estaba destinado a morir, se jactó de que Rama sería una presa fácil. Culpó a Mancha de malas intenciones hacia él y le amenazó con la muerte. Entonces Mancha de puro miedo accedió, aun cuando no esperaba otra cosa que la muerte cuando se enfrentara a Rama otra vez. Entonces Ravana se sintió satisfecho y, llevando a Mancha en su carro, partió a la ermita de Rama, explicando cómo mediante una trampa sería raptada Sita. 

El ciervo dorado Mancha, obedeciendo a Ravana, adquirió la forma de un ciervo dorado y vagó por el bosque cercano a la cueva de Rama: sus cuernos eran como joyas gemelas, su cara era manchada y las orejas como dos flores de loto azules, sus costados blancos como los pétalos de una flor, sus pezuñas tan negras como las que más, sus ancas esbeltas, su cola levantada de todos los colores del arco iris. ¡Esta forma de ciervo fue la adoptada por él! Su lomo estaba estrellado de oro y plata, y merodeaba por las praderas del bosque buscando ser visto por Sita. Y cuando ella lo vio se quedó asombrada y encantada, y llamó a Rama y a Lakshmana, y suplicó a Rama que cogiera o matara al ciervo para ella, impulsándole a la caza. 

Rama también fue fascinado por el espléndido ciervo, y no tomó en cuenta las advertencias de Lakshmana de que podría ser un rakshasa disfrazado. «Con más razón, entonces, debo matarlo», dijo Rama, «pero cuida tú a Sita, quédate aquí con el buen Jatayu. Volveré en un momento, trayendo la piel del ciervo conmigo.» Ya esfumándose, ya viniendo cerca, el mágico ciervo condujo a Rama muy lejos, hasta que éste se fatigó y se dejó caer al suelo junto a un umbrío árbol; entonces apareció otra vez, rodeado de otros ciervos, y desapareció brincando. Pero Rama tensó su arco y soltó una flecha que atravesó su pecho, de forma que saltó alto en el aire y cayó gimiendo sobre la tierra. 

Entonces Mancha, al borde de la muerte, tomó su propia forma y, recordando la orden de Ravana, pensó cómo llevar a Sita lejos de Lakshmana, y la llamó con la voz de Rama: «¡Ah, Sita! ¡Ah, Lakshmana!» Ante ese grito Rama se sobresaltó con un miedo pavoroso, y regresó apresuradamente a Panchavati, dejando muerto a Mancha. En ese momento Sita oyó el grito y animó a Lakshmana a ir en ayuda de Rama; y tuvo que regañarle con amargas palabras, dado que éste se negaba a ir, sabiendo que Rama era imbatible y recordando además que había prometido cuidar a Sita de cualquier peligro. Pero ella le llamó monstruo malvado, y dijo que a él no le importaba nada de Rama, por el contrario que la deseaba a ella misma; él no pudo soportar esas palabras y, aunque presagiara un mal, se sintió forzado a ir a buscan a Rama. Así él se inclinó ante ella y se marchó, pero volviéndose frecuentemente para echan un vistazo a Sita, temiendo por su seguridad. 

Sita es robada Ahora 

Ravana adquirió la forma de un yogui deambulante; llevando una vara y un tazón de mendigo, llegó hasta Sita, que se encontraba sola esperando el regreso de Rama. El bosque lo conocía: los mismos árboles se mantuvieron quietos, el viento se calmó y el Godaveri fluyó más lentamente por temor. Pero él llegó junto a Sita, miró fijamente hacia ella, y se llenó de malos anhelos; se dirigió a ella, ponderando su belleza, y le dijo que dejara el peligroso bosque y fuera con él a vivir en palacios y jardines. Pero ella, pensando que él era un brahmán y su huésped, le dio comida y agua, y le respondió que ella era la esposa de Rama; le contó la historia de su vida, preguntándole a él por su nombre y familia. Entonces él dijo ser Ravana y le pidió a ella que fuera su esposa, y le ofreció palacios, sirvientes y jardines. Pero ante esto ella se enojó desmesuradamente, y le contestó: «Soy la sirviente de Rama, león entre los hombres, inmóvil como una montaña, enorme como el inmenso océano, radiante como Indra. ¿Sacaríais vos los dientes de la boca un león o nadaríais a través del mar con una pesada piedra sobre tu cuello? ¿Me admirarías como al Sol o a la Luna? Rama se parece poco a vos, sois en realidad tan diferente como lo es un león de un chacal, un elefante de un gato, el océano del pequeño arroyo o el oro del hierro. 

Podríais llevaros a la esposa de Inra; pero si me llevarais a mí, la esposa de Rama, vuestra muerte es segura, y yo también seguramente moriré.» Y ella tembló con miedo, como un banano es sacudido por el viento. Pero los ojos amarillos de Ravana se pusieron rojos de ira y su casa sosegada cambió, y tomó su propia horrible forma, de diez cabezas y de veinte brazos; cogió aquella tierna cosa por el cabello, los brazos y las piernas, saltó dentro de su carro tirado por asnos y se levantó hacia el cielo. Pero ella gritó fuertemente a Lakshmana y a Rama. «¡Oh tú bosque y floridos árboles», gritó, «y tú Godaveri, y deidades del bosque, y ciervos, y pájaros, yo os suplico le digáis a mi señor que Ravana me ha robado! » Entonces ella vio al gran buitre Jatayu sobre un árbol, y le rogó ayuda; él se despertó del sueño y, viendo a Ravana y a Sita, habló tiernas palabras al rakshasa, aconsejándole que abandonara esa actitud. Jatayu le advirtió que Rama seguramente vengaría el mal con la muerte, «y mientras yo viva vos no llevaréis a la virtuosa Sita, porque yo lucharé contra vos y os arrojaré de vuestro carro». 

Entonces Ravana, con ojos enojados, saltó sobre Jatayu, y hubo una mortífera batalla en el cielo; muchas armas llovieron sobre Jatayu, mientras el rey de los pájaros hirió a Ravana con pico y garras. Tantas flechas atravesaron a Jatayu que parecía un pájaro mitad escondido en un nido; pero quebró con sus pies dos ascos de los de Ravana, y destruyó el carro que viajaba por el cielo, de modo que Ravana cayó al suelo, con Sita sobre su regazo. Pero Jatayu para entonces estaba fatigado y Ravana saltó sobre él, y con una daga cortó sus alas, de forma que éste cayó y estuvo casi a punto de morir. Sita saltó hacia su amigo y lo cogió entre sus brazos, pero él yacía sin conocimiento y silencioso como un fuego extinguido. Entonces Ravana la cogió otra vez y siguió su camino a través del cielo. En contraste con el cuerpo del rakshasa, ella brillaba como rayos dorados entre cargadas nubes o una tela de oro sobre un elefante cebelino. 

Toda la Naturaleza se lamentaba por ella: las flores de loto se marchitaron, el Sol se puso oscuro, las montañas lloraron con cascadas y levantaron sus cimas como brazos, las deidades de los bosques estaban aterradas, el joven ciervo derramaba lágrimas y todas las criaturas se lamentaban. Pero Brahma, viendo que se llevaban a Sita, se alegró, y dijo: «Nuestro trabajo está cumplido ahora», previendo la muerte de Ravana. Los ermitaños estaban contentos y tristes al mismo tiempo: tristes por Sita, pero alegres de que Ravana moriría. Mientras atravesaban el cielo de esa forma, Sita vio cinco grandes monos en la cima de una montaña, y, sin ser vista por Ravana, les lanzó sus joyas y su velo dorado como una señal pasa Rama. Pero Ravana dejó atrás los bosques y las montañas y cruzó el mar y llegó a su gran ciudad de Lanka 8[2] —y la colocó en una habitación interior, sola y bien atendida y vigilada—. Fueron enviados espías para vigilar a Rama. 

Entonces Ravana volvió y mostró a Sita todo su palacio y tesoro y jardines, y le pidió que fuera su esposa, cortejándola cada día; pero ella escondió su cara y sollozó sin pronuncias palabra. Y cuando él insistió otra vez ella cogió una brizna de hierba y la colocó entre Ravana y ella, y vaticinó su muerte a manos de Rama y la ruina de todos los rakshasas, rechazándole totalmente. Entonces él cambió de súplicas a amenazas y, llamando a horribles rakshasas, la dejó a su cargo y con la orden de quebrar su espíritu ya fuera con violencia o con tentación, Había allí una tierna Sita como un barco hundiéndose, o un ciervo entre una jauría de perros. 

La cólera de Rama Ahora 

Rama, volviendo de la caza de Maricha, estaba apesadumbrado; encontrando a Lakshmana, le culpó por dejar a Sita. 
Los chacales aullaban y los pájaros gritaban a su rápido regreso. Cuando llegaron a la ermita los pies de Rama le fallaban, y un temblor sacudió su cuerpo, dado que Sita no estaba allí. 

Ellos merodearon las arboledas floridas y las orillas del río con flores de loto abiertas, y buscaron en las cuevas de las montañas, y preguntaron al río y a los árboles y a todos los animales dónde estaba Sita. Entonces Rama juzgó que los rakshasas se la habían comido, en venganza de Khara. Pero a continuación ellos llegaron a donde Jatayu y Ravana habían luchado, y vieron las armas rotas y el carro y el suelo pisoteado, y Rama se enfureció contra todos los vivientes y dijo que destruiría los mismos cielo y tierra, a no ser que los dioses le devolvieran a Sita. Entonces encontraron al moribundo Jatayu, y Rama estuvo a punto de matarlo pensando que era un rakshasa que había comido a Sita. Pero Jatayu habló débilmente y relató a Rama todo lo que había sucedido, de modo que Rama, tirando su arco, abrazó al amistoso pájaro y se lamentó por su muerte, y Jatayu habló de Ravana y consoló a Rama asegurándole que lo vencería y recobraría a Sita. 

Pero con esto este espíritu desapareció, su cabeza y cuerpo se hundieron en el suelo y Rama lloró sobre su amigo: «¡Ah Lakshmana!», dijo. «Este majestuoso pájaro vivió aquí feliz durante muchos años y ahora ha muerto por mí: ha dado su vida intentando salvar a Sita. Mira, entre los animales de todo tipo hay héroes, aun entre los pájaros. Estoy más triste por este buitre que ha dado su vida por mí que aun por la pérdida de Sita.» Entonces Lakshmana trajo madera y fuego, y quemaron a Jatayu allí con todos los derechos y ofrendas debidos a un hombre de doble nacimiento, y hablaron a los mantras para su pronta llegada a la morada de los radiantes dioses, y aquel rey de los buitres, muerto en batalla por una buena causa y bendecido por Rama, alcanzó una gloriosa condición. 

Entonces Rama y Lakshmana partieron pasa buscar a Sita a lo largo y a lo ancho; no pasó mucho tiempo hasta que encontraron un horrible rakshasa, y no fue asunto liviano para ellos vencerlo en la batalla. Pero él, herido de muerte, se alegró, dado que había sido castigado con esa forma por un ermitaño hasta el día en que Rama lo matara y lo liberara. Rama y Lakshmana lo quemaron en una gran pira, y él se alzó desde ella y, montando en un carro celestial, habló a Rama, aconsejándole buscar la ayuda del gran mono Sugriva y los cuatro otros monos que vivían en la montaña Rishyamukha. «No despreciéis a ese mono real», dijo, «porque es poderoso, humilde, bravo, experto y grácil, bueno en cambiar de forma y bien informado acerca de las guaridas de cada rakshasa. 
Haced alianzas con él, haciendo un juramento de amistad frente al fuego como testigo, y con esta ayuda vosotros vais seguramente a recuperar a Sita.» Entonces él partió, despidiéndose e indicándole el camino a Rishyamukha, y ellos, pasando junto a la ermita de Matanga, llegaron a esa boscosa montaña, guarida de muchos pájaros, junto al lago Pampa. 

La alianza de Rama con Sugriva 

No pasó mucho tiempo hasta que Rama y Lakshmana, alcanzaron la montaña de Rishyamukha, donde moraba Sugriva. Ahora Sugriva vivía en el exilio, después de haber sido forzado a dejar su casa y robada su esposa por su cruel hermano Vali; y cuando él vio a los dos héroes de grandes ojos llevando armas, juzgó que habían sido enviados por Vali para matarlo. Entonces huyó, y envió a Hanuman disfrazado de ermitaño para hablar con los caballeros y enterarse de sus propósitos. Entonces Lakshmana le contó todo lo que había sucedido, y que Rama ahora buscaba la ayuda de Sugnva. Entonces Hanuman, considerando que Sugriva también necesitaba un experto pasa recuperar a su esposa y reino, llevó a los caballeros hasta Sugriva, y allí Rama y el jefe mono mantuvieron una conversación. Hanuman hizo fuego con dos palos de madera y, girando alrededor de él en dirección al Sol, Rama y Sugriva se juraron amistad, y cada uno se comprometió a ayudas al otro. Se miraron el uno al otro absortos, y ninguno tuvo la sensación de ver al otro. 

Entonces Sugriva contó su historia y rogó a Rama su ayuda, y éste se comprometió a vencer al hermano del jefe mono, y Sugriva a cambio se comprometió a recuperas a Sita. Le contó a Rama cómo él la había visto cuando era llevada por Ravana, y cómo ella había dejado caer sus joyas y velo, y enseñó estas señales a Rama y Lakshmana. Rama los conocía, pero Lakshmana dijo: «Yo no reconozco estos brazaletes o pendientes, pero conozco bien los brazaletes de los tobillos, dado que yo no acostumbraba levantar la viste de sus pies.» Ahora, dice la historia, Rama viajó con Sugriva a la ciudad de Vali, sometieron Vali y establecieron a Sugriva en el trono. Entonces los cuatro meses de la estación de lluvia pasaron y, cuando los cielos se volvieron azules y las inundaciones disminuyeron, Sugriva ordenó a sus mariscales congregas una multitud de monos. 

Ellos vinieron del Himalaya y Vindhya y Kailas, del Este y del Oeste, de lejos y cerca, de cuevas y bosques, a miles y millones, y cada multitud era capitaneada por un líder veterano. Todos los monos del mundo se reunieron allí, y se presentaron ante Sugriva con manos unidas. Entonces Sugriva los ofreció a Rama para su servicio, y los hubiese puesto bajo su mando. Pero Rama pensó que era mejor que Sugriva diera todas las órdenes, dado que él entendía mejor cómo mandar a esa multitud, y estaba bien in formado del asunto a realizas. 

La búsqueda de Sita 

Hasta ese momento ni Rama ni Lakshmana ni Sugriva sabían más de Ravana que su nombre; tampoco sabían dónde vivía ni dónde tenía a Sita escondida. Sugriva por tanto envió toda la multitud guiada por jefes pasa buscar en las cuatro direcciones durante un mes, tan lejos como el más lejano límite de todas las tierras donde vivían los hombres o los demonios. Pero él confiaba en Hanuman tanto como en todo el resto de la multitud junta, dado que hijo del dios-viento tenía la energía de su padre y la velocidad, vehemencia y capacidad de acceder a cualquier lugar de la tierra o el cielo, y era valiente y político, y de juicio agudo y bien dotado para conducirse adecuadamente en el espacio y en el tiempo. Y cuanto más Sugriva confiaba en Hanuman, éste tenía aún más confianza en su propio poder. Rama también confió en Hanuman y le dio su anillo de sello para mostrárselo a Sita cuando la descubriera. Entonces Hanuman se inclinó ante los pies de Rama, y partió con la multitud reservada para buscar en el cuarto Sur, mientras que Rama se mantuvo un mes con Sugriva esperando su retorno. Luego de un mes la multitud volvió de buscar en el Norte, Este y Oeste, apenados y desanimados por no haber encontrado a Sita. 

Pero la multitud del Sur buscó en todos los bosques y cuevas y lugares escondidos, hasta que al final llegaron a un vasto océano, el hogar de Varuna, sin límites, sonoro, cubierto de temerarias olas. 
Un mes había pasado y Sita no había sido encontrada; por tanto los monos se sentaron decepcionados, mirando sobre el mas y esperando su fin, dado que no se atrevían a volver a Sugriva. Pero allí, en una cueva vecina, vivía un caballeroso y muy anciano buitre llamado Sampati, y él, oyendo a los monos hablas de su hermano Jatayu, se acercó solicitando noticias de él. Los monos le contaron todo el asunto, y Sampati contestó que él había visto a Sita cuando era llevada por Ravana y que éste moraba en Lanka, unas cien leguas a través del mar. «Id vosotros allí», dijo, «y vengad el rapto de Sita y la muerte de mi hermano. 

Tengo el don del presagio y ahora yo percibo que Ravana y Sita están allí en Lanka.» 

Sita es encontrada en Lanka 

Entonces los monos recobraron esperanzas, pero cuando marchando llegaron hasta la orilla y se sentaron junto al agitado mar volvieron a abatirse, y se reunieron en consejo bastante apesadumbrados. Entonces un mono dijo que él podría atravesar más de veinte leguas, y otro cincuenta, y otro ochenta, y otro noventa; y Angada, hijo de Vali, podría cruzar más de cien, pero su capacidad sería inútil para el retorno. Entonces Jambavan, un mono noble, se dirigió a Hanuman, y recordó el nacimiento y origen de éste: cómo el dios-viento lo había procreado y su madre Anjana lo había traído al mundo en las montañas, y cómo, cuando era aún un niño creyendo que el Sol era una fruta que crecía en el cielo, saltó fácilmente tres mil leguas hacia él; cómo Indra le había echado un trueno a él, rompiendo su mandíbula; cómo el dios -viento, enojado, comenzó a romper los cielos y tierras, hasta que Brahma lo pacificó y le otorgó el deseo de que su hijo sería invulnerable, e Indra le otorgó el deseo de elegir su propia muerte. «Probad, heroico mono, vuestras capacidades ahora y atravesad el océano», dijo, «dado que nosotros os consideramos un experto y vos superáis todas las cosas en movimiento y vehemencia.» 

Entonces Hanuman se puso de pie, y la multitud de monos se alegró. Hinchándose de orgullo y poder, se jactaba de la acción que iba a llevar a cabo. Entonces subió apresuradamente la montaña Mahendra, sacudiéndola en su cólera y atemorizando a cada bestia que vivía en sus bosques y cuevas. Con la intención de acometer una difícil tarea, donde ningún amigo podía ayudarle y ningún enemigo le estorbaba, Hanuman se puso de pie con la cabeza alta como un toro, y rogó al Sol, al viento de la montaña, al mismo Creador y a todos los seres vivos; puso su corazón en el trabajo a realizan. Se agrandó y se mantuvo erguido como un fuego, y con el cabello erizado rugió como un trueno, blandiendo su cola; así reunió energía en su mente y cuerpo. «Yo descubriré a Sita o traeré a Ravana encadenado», pensó, y con ello saltó hacia arriba de modo que a su paso los mismos árboles fueron arrastrados hacia adelante con ímpetu y cayeron luego hacia atrás. Se lanzó al aire como una montaña, sus centellantes ojos como fuegos en el bosque, su cola levantada como la bandera de Sakra. Así Hanuman hizo su camino a través del océano. 

Ni siquiera pasó a descansar cuando del amigable océano se alzó la montaña Mainaka, bien arbolada y llena de frutos y raíces, sino que, alzándose, atravesó el aire como el mismo Garuda. Luego una severa rakshasi llamada Sinhikha se alzó desde el agua, lo cogió por su sombra y casi lo devora; pero él se sacudió dentro de su boca y, volviéndose inmensamente grande, estalló y escapó dejándola muerta y destrozada. Entonces él divisó la coste lejana, y pensando que su forma engrandecida no era adecuada pasa su misión secreta, recuperó su forma y tamaño natural, y así se posó sobre la costa de Lanka, no estando siquiera un poco fatigado. Desde la cima de la montaña Hanuman contempló la ciudad de Lanka, obra de Vishvakarman, rodeada con un muro dorado y llena de construcciones altas como montañas que se alzaban hasta las nubes. Imnpacientemente esperó la puesta del sol; entonces, encogiéndose hasta el tamaño de un gato, penetró en la ciudad por la noche, sin ser visto por los guardias. Ahora Lanka le parecía a él una mujer, teniendo por traje al mar, por joyas corrales de vacas y establos, por pechos las torres sobre sus murallas; y al entrar a ella, ésta se le enfrentó de una forma terrible y obstruyó su camino. 

Entonces Hanuman la apartó, aunque con cuidado, ya que era una mujer, y ella cedió y le permitió llevar a cabo su tarea. Hanuman inició su camino hacia el palacio de Ravana, que estaba ubicado como una torre en la cima de la montaña, rodeado por una muralla y un foso. 
Para entonces la Luna estaba llena y alta, navegando como un cisne a través del mas, y Hanuman divisó los moradores del palacio, algunos bebiendo, otros comprometidos en amorosos entretenimientos, algunos tristes y otros contentos, algunos bebiendo, otros comiendo, algunos haciendo música y otros durmiendo. Muchas bellas y jóvenes esposas yacían en los brazos de sus manidos, pero no podía encontrar a Sita, la de la incomparable virtud; por ello este elocuente mono se deprimió y se descorazonó. 

Entonces saltó de patio en patio, visitando todas los cuartos de todos los más destacados rakshasas, hasta que al fmal llegó al apartamento del mismo Ravana, una verdadera mina de oro y joyas, resplandeciendo en luz plateada. Él buscó a Sita en todas partes, sin dejar ni un rincón inexplorado: doradas escaleras, carruajes pintados, ventanas de cristal y cámaras secretes cerradas con piedras preciosas; veía todo esto pero no a Sita. Olía el olor de la carne y la bebida, y a sus narices también llegaba el Aire, que todo lo penetra, y éste le dijo: «Entrad donde Ravana yace.» Siguiendo al Aire, llegó al dormitorio de Ravana. Allí descansaba el señor de los rakshasas sobre una gloriosa cama, dormido y respirando profundamente; su estructura era grande, cubierta con espléndidas joyas, como una nube en una puesta de sol carmesí atravesada por rayos de luz; sus grandes manos caían sobre la blanca tela como terribles serpientes de cinco cabezas; cuatro grandes lámparas sobre pilares alumbraban su cama. 

A su alrededor reposaban sus esposas, bellas como la Luna, cubiertas de gloriosas joyas y guirnaldas que nunca se marchitan. Algunas, fatigadas por el placer, dormían donde se habían sentado; una apretaba su laúd como una amorosa joven abraza a su amante; otra muy hermosa, hábil para la danza, hacía gestos gráciles incluso mientras dormía; otras se abrazaban unas a las otras. Allí también estaba Mandodari, la reina de Ravana, sobrepasando a todas las otras en su esplendor y su ternura, y Hanuman pensó que ella debía ser Sita, y la idea le animó tanto que movió sus brazos y sacudió su cola y cantó y bailó y subió a los pilares dorados y saltó hacia abajo otra vez, dado que su naturaleza de mono le impulsaba a moverse. Pero la reflexión le enseñó su error, y se dijo: «Sin Rama, Sita no comería ni bebería, ni dormiría o adornaría su persona, ni estaría en compañía de otro que no fuera él; éste es alguna otra.» Entonces Hanuman siguió deambulando por el palacio, buscando en vano en distintas estancias. 

Vio a muchas hermosas damas pero no a Sita y suponía que habría sido muerta o comida por los rakshasas. Entonces salió del palacio y se sentó un momento con gran desaliento en la muralla de la ciudad. «Si vuelvo sin encontrar a Sita», reflexionó, «mi labor habrá sido en vano. ¿Y qué dirá Sugriva, y los hijos de Dasharatha y la multitud de monos? ¡Seguramente Rama y Lakshmana morirán de tristeza, y tras ellos Bharata, y entonces Satrughna, las reinas madres y Sugriva, amigo de Rama, también morirán, y las reinas monas, y Angada, y toda la raza de los monos! Los nobles monos no volverán a reunirse en los bosques y montañas o en lugares secretos, ni a complacerse con juegos, sino que un fuerte gemido se hará sentir cuando yo vuelva, y ellos tragarán veneno, o se colgarán a sí mismos y saltarán desde altas montañas. 

Por ello no debo volver sin éxito; mejor sería que dejara de comer y me muriera. No sería justo que todos esos nobles monos murieran por mi culpa. Permaneceré aquí y buscaré en Lanka una y otra vez; debo examinan aún ese bosque de Asoka más allá de las montañas.» Entonces Hanuman se postró ante Rama y Sita, ante Shiva, ante Indra y ante la Muerte, ante el Viento, la Luna y el Fuego y ante Sugriva, y suplicándoles ensimismado recorrió los bosques de Asoka con su imaginación y encontró a Sita. Entonces saltó de la muralla como una flecha de arco y entró en el bosque con forma corporal. El bosque era un lugar de placer y deleite, lleno de árboles en flor y animales felices; pero Hanuman lo destrozó y rompió los árboles. 

Un hermoso árbol Asoka estaba aislado, entre pabellones y jardines, rodeado por dorados adoquinados y muros plateados. Hanuman saltó sobre este árbol y miró alrededor, pensando que Sita, si estaba en el bosque, vendría a ese precioso sitio. Vio un palacio de mármol, con escaleras de coral y suelos de brillante oro, y allí había alguien apresado, débil y delgado como si estuviera ayunando, suspirando por grandes pesases, vestido con ropas sucias y vigilado por horribles rakshasis, como un ciervo entre perros o una llama brillando oscurecida por el humo. Entonces Hanuman consideró que debería ser Sita, porque ella era justa e inmaculada, como una luna cubierta por nubes, y llevaba las joyas que Rama le describiera. 

Hanuman lloró de alegría y pensó en Rama y Lakshmana. Pero ahora, mientras él aún estaba escondido en el árbol, Ravana se había despertado, y ese gran señor rakshasa venía seguido de una gran fila de mujeres al bosque de Asoka. Ellas seguían a su heroico marido como rayos siguiendo a una nube, y Hanuman oyó el sonido de los tintineantes brazaletes de sus tobillos a su paso por la dorada acera. Hanuman habla a Sita Ravana se acercó a Sita, y cuando ella lo vio tembló como un banano sacudido por el viento; escondió su cara y sollozó. Entonces él la cortejó de todas las formas posibles, tentándola con riquezas, poder y comodidades; pero ella lo rechazó totalmente y presagió su muerte en manos de Rama. Pero Ravana le dio dos meses de tiempo, después de los cuales si ella no cedía sería torturada y matada, y, dejándola con las horribles guardias raskshasi con órdenes de quebrar su voluntad, Ravana volvió con sus esposas a sus apartamentos. Entonces Sita, escurriéndose de las horribles demonios, que la amenazaban con muerte y tortura e insultaban a Rama, se deslizó hasta el pie del árbol Asoka donde Hanuman estaba escondido. 

Hanuman pensó que era necesario que él hablase con Sita; pero temía asustarla o atraer la atención de las guardianes y provocas su propia destrucción, dado que si bien él sólo podía matas a la multitud rakshasa, luego no podría, si se fatigaba, cruzas de nuevo el océano. Entonces se quedó escondido entre las ramas del árbol y recitó las virtudes y hazañas de Rama, hablando en tono amable, hasta que Sita lo escuchó. Ella mantuvo el aliento con miedo y miró hacia arriba del árbol, y vio al mono; él era elocuente y humilde, y sus ojos brillaban como el fuego dorado. Entonces bajó del árbol y con el rostro encendido y ataviado humildemente, juntando sus palmas, habló a Sita. Entonces ella le dijo que era Sita y le pidió noticias de Rama, y Hanuman le contó todo lo que había sucedido y le habló de Rama y Lakshmana, de manera que ella estaba casi tan contente como si hubiese visto al mismo Rama. 

Pero Hanuman se acercó un poco más y Sita se asustó mucho, pensando que él era Ravana disfrazado. Tuvo que darle muchas explicaciones hasta que la persuadió de que era un amigo de Rama; pero al fmal, cuando ella vio el anillo con sello (personal de Rama) le pareció que ya se encontraba libre, y ella se alegró y entristeció al mismo tiempo —se alegró sabiendo que Rama estaba vivo y bien, y se entristeció por su pena. Entonces Hanuman sugirió que podría llevas a Sita sobre sus espaldas a través del mar hasta Rama. Ella agradeció su voluntad, pero no iría con él, dado que creía que podría caer al mar, especialmente silos rakshasas les seguían, y porque ella no quería voluntariamente tocar ninguna persona que no fuera Rama, ya que ella deseaba que la gloria de su rescate y la destrucción de los rakshasas fuera de Rama. «Pero trae a Rama rápidamente hasta aquí», rogó. Entonces Hanuman alabó su sabiduría y modestia, y le pidió una señal pasa Rama; y ella le contó una aventura con un cuervo, sólo conocida por ella misma y Rama, que había ocurrido largo tiempo atrás en Chitrakuta, y le dio a él una joya de su cabello, y envió un mensaje a Rama y Lakshmana, rogando a ellos que la rescataran. Hanuman cogió la joya e, inclinándose ante Sita, se preparó para partir. 

Entonces Sita le dio otro mensaje para Rama, por el cual él sabría con seguridad que Hanuman la había encontrado. «Dile: “Un día el lunar de mi frente se borró y tú lo pintaste con tierra roja —tú deberías recordar esto—. Oh Rama, ven pronto, ya que diez meses han pasado desde que te vi, y no duraré más de otro mes.” Que la buena fortuna te acompañe, heroico mono», dijo ella. Hanuman incendia Lanka Pero Hanuman no estaba satisfecho con encontrar a Sita; corrió por la arboleda de Asoka, rompió los árboles y arrasó los pabellones, como el mismo Viento. 

Las rakshasis enviaron mensajes a Ravana pidiendo ayuda, y éste, oyendo que un poderoso mono estaba destruyendo a sus sirvientes, envió al temible Jambumali, asco en mano, a matar a Hanuman en el acto; y, en efecto, él lo hirió con una afilada flecha cuando estaba sentado sobre el techo de un templo, pero Hanuman arrojó un rayo hacia él y lo aniquiló totalmente. Entonces una multitud de heroicos rakshasas, encabezadas por el príncipe Aksha, procedieron en contra de Hanuman, pero ellos encontraron la muerte; luego Indrajit fue enviado en su contra, y una espantosa batalla ocurrió, en la que los mismos dioses fueron sorprendidos. 

Él envió un millón de astiles contra el mono, pero éste, atravesando el cielo, escapó de todos ellos; Indrajit se detuvo y, concentrándose en sus pensamientos, reflexionó sobre el verdadero carácter de Hanuman, y con visión espiritual percibió que él no sería muerto por un arma. Entonces tramó una forma de atarlo y soltó una flecha de Brahma contra él. De esa forma Hanuman fue atado y reconoció al lazo como indestructible, y cayó a tierra; pero pensó que sería bueno para él conversar con Ravana, y por ello no luchó, sino que dejó que los rakshasas lo capturaran. Pero éstos, viendo que estaba inmóvil, lo ataron más estrechamente, mientras gemían lastimosamente, con cuerdas y corteza. Pero esta atadura fue el medio por el cual fue liberado, porque el poder de atar del arma de Brahma es destruido si otra atadura se añade a él. Pero el poderoso mono no dio muestras de que las ataduras se hubieran soltado, y los feroces rakshasas, gritando unos a otros: «¿Quién es? ¿Qué quiere?» y «¡Matadlo! ¡Quemadlo! ¡Comedlo! », lo arrastraron hasta Ravana. Interrogado por el ministro de Ravana, Hanuman contestó que él era realmente un mono, venido a Lanka como enviado de Rama para cumplir sus órdenes de ver a Ravana; y él contó la historia de Rama hasta entonces, dando a Ravana un sano consejo: salvar su vida devolviendo a Sita. Ravana estaba furioso y habría matado a Hanuman; pero los consejeros le recordaron que el castigo de muerte no podía ser merecidamente aplicado a uno que se presenta como mensajero. Entonces Ravana buscó un castigo adecuado y pensó en encender la cola de Hanuman. 

Así pues los rakshasas ataron la cola del mono con algodón empapado en aceite y la pusieron en llamas. Pero el heroico mono ideó un plan secreto; él soportó que los rakshasas lo arrastraran alrededor de Lanka, ya que de esa forma podría conocer mejor sus caminos y fuerzas. Entonces llegó hasta Sita la noticia de que el mono con el que ella había conversado sería arrastrado por las calles, siendo proclamado un espía, y que su cola estaba ardiendo. Ante esto ella se lamentó, y rogando al Fuego, dijo: «Como yo he sido fiel a mi señor, sed vos frío para Hanuman.» 
El fuego ardió en respuesta a su ruego, y en ese mismo momento el señor de Hanuman sopló frescor entre la llama y Hanuman. Percibiendo que el fuego aún ardía, pero que su cola estaba fría como el hielo, Hanuman pensó que era por el bien de Rama y Sita y de su señor que el calor se había helado; rompió sus ataduras y dio un salto hacia el cielo, tan alto como una montaña, y corrió por acá y por allá en Lanka, quemando palacios y todos sus tesoros. Y cuando hubo quemado la mitad de Lanka hasta el suelo y sacrificado muchos rakshasas, Hanuman apagó su cola en el mar. 

Hanuman regresa a Rama 

Entonces de repente se arrepintió de su imprudente acción, dado que pensó que Sita podía haber muerto en el fuego. «Es una mala cuestión haber quemado Lanka», reflexionó; «si Sita ha perdido su vida he fallado en todo mi trabajo, y sería mejor morir que volver en vano a Rama». Pero otra vez él pensó: «Puede ser que esta dama haya sido salvada por su propia virtud; el fuego que no me ha quemado a mí seguramente nunca puede haber herido a esa noble señora.» Con ello se apresuró a llegar al árbol Asoka y la encontró sentada allí; la saludó, ella lo vio, y una vez más hablaron de Rama, y Hanuman presagió que éste rescataría a Sita rápidamente y mataría a los rakshasas. Entopces Hanuman saltó hacia arriba como una montaña alada y viajó a través del mas, ya claramente visto, ya escondido por las nubes, hasta que llegó a Mahendra, ostentando su cola y rugiendo como el viento en una cueva poderosa. Y toda la multitud de monos se alegró terriblemente al verlo y oírlo, sabiendo que él habría encontrado a Sita; ellos bailaron, corrieron de cumbre en cumbre, y movieron las ramas de los árboles y sus blancas y limpias telas, y trajeron frutas y raíces pasa que Hanuman comiese. Entonces Hanuman relató a Angada y Jambavan todo lo que había hecho, mientras que la multitud de monos se sentaba alrededor de los tres allí en la cima de Mahendra. 

Cuando todo había sido dicho, Angada se volvió hacia la multitud de monos y dijo: «Oh nobles monos, nuestro trabajo está cumplido, y el momento ha llegado en que debemos regresar a Sugriva sin demora.» Ellos le contestaron: «Vamos ya.» Entonces Angada saltó al aire, seguido por todos los monos, oscureciendo el cielo como si fueran nubes y rugiendo como el viento; volviendo rápidamente hasta Sugriva, Angada habló primero a Rama, el del corazón apesadumbrado, y le dio noticias de Sita y agradeció el trabajo de Hanuman. Entonces Rama habló a Hanuman y le hizo muchas preguntes acerca del bienestar de Sita, la de la esbelta cintura. Hanuman le contó todo y le dio el mensaje de ella, no olvidando el mensaje acerca del cuervo y el del lunar pintado en la frente, y enseñó a Rama la joya del cabello de Sita confiada a él como séñal. 

Rama lloró al ver aquella joya: era triste pasa él observarla y no ver a Sita misma; pero se alegró al saber que Sita vivía y que Hanuman la había encontrado. Entonces Rama agradeció a Hanuman como al mejor de los sirvientes, ya que había hecho más aún de lo que se pretendía de él, dado que un buen sirviente hace lo que se le encomienda y no más, y un mal sirviente es aquel que hace menos de lo que sus señores le ordenan. «Hanuman», dijo, «ha hecho este trabajo y más, y estoy apenado de no poder hacerle ningún servicio en agradecimiento. Pero el afecto lo dice todo», y con esto Rama abrazó como a un hermano al ponderado y de gran corazón Hanuman. Luego Sugriva habló y emitió órdenes para una marcha de todos las multitudes hacia el lejano Sur pasa sitiar Lanka, mientras que Hanuman le relataba a Rama todo lo que había visto del poder y las fortificaciones de la ciudad, diciendo: «Pensad en la ciudad como ya tomada, dado que yo solo provoqué su ruina, y será una cuestión fácil para una multitud como ésta destruirla completamente.» 

Ahora el ejército de monos tomó su camino, encabezado por Sugriva y Rama; y los monos brincaban de alegría y saltaban jubilosamente y jugaban unos con los otros. Con ellos iban muchos osos amigos gobernados por Jambavan, cuidando la retaguardia. Pasando muchas montañas y deliciosos bosques, el ejército llegó fmalmente a Mahendra y observó el mar delante de ellos; entonces marcharon hasta la misma orilla, junto a las rocas bañadas por las olas, e hicieron su acampada. Cubrieron toda la costa, como un segundo mar junto a las revueltas olas. Entonces Rama reunió un consejo para concebir la forma de cruzas el océano, y se colocó una guardia, dándose órdenes de que nadie debería apartarse, pues él temía la magia de los rakshasas. Vibhishana deserta de los rakshasas 

Mientras tanto Ravana en Lanka reunió otro consejo, dado que «La victoria proviene de tener consejos», como decían los sabios. «Vos sabéis cómo el mono Hanuman acosó a Lanka, y ahora Rama ha llegado a la costa del océano con multitudes de osos y monos, y él va a secar el mar o tender un puente sobre él y nos asediará. ¿Consideráis vos los medios de protección de la ciudad y el ejército?», así habló Ravana a sus consejeros. Y sus generales le aconsejaron confiar la batalla a su hijo, el príncipe Indrajit, mientras otros, como Prahasta, Nikumbha y Vajrahanu, se jactaron de que ellos solos se tragarían al ejército mono. Pero Vibhishana, hermano menor de Ravana, aconsejó otro rumbo. «La fuerza», dijo, «debe ser utilizada cuando han fallado otros medios: conciliación, regalos y sembrar disenso. Más aún, la fuerza sólo se aprovecha contra aquellos que son débiles o que desagradan a los dioses. ¿Qué sino la muerte puede resultar de un conflicto con Rama, controlado, despierto y fuerte con el poder de todos los dioses? ¿Quién alguna vez pensó que Hanuman podría haber hecho tanto? 

De esto vosotros deberíais estas advertidos y devolver a Sita a su señor, para salvaros a vosotros mismos y a nosotros.» Y jugando un papel arriesgado, siguió a su hermano a su propia habitación y lo saludó, y habló aún más por su bienestar. «Desde el día en que Sita vino», dijo, «los augurios han sido malos: el humo siempre apaga el fuego, en la s cocinas se encuentran serpientes, la leche se seca, bestias salvajes aúllan alrededor del palacio. Devolved a Sita, de lo contrario todos nosotros sufriremos por vuestro pecado.» Pero Ravana despidió a su hermano con enojo, y se jactó de que mantendría a Sita como suya, aun cuando todos los dioses lucharan contra él. 

La razón por la cual Ravana nunca hasta ahora había utilizado la fuerza contra Sita era que Brahma, una vez cuando Ravana había maltratado a una dama celestial, lanzó contra él la siguiente maldición: que si alguna vez volvía a hacer lo mismo contra sus víctimas, su cabeza se partiría en cien pedazos. Y por entonces Ravana estaba delgado, desgastado y fatigado, como un caballo con el que se ha hecho un largo viaje, y deseaba alcanzar la muerte de Rama y hacer suya a Sita. Entonces volvió a pedir consejo a sus generales acerca de la guerra, pero otra vez Vibhishana se opuso a él, hasta que Ravana le insultó con enojo como a un cobarde y un traidor. 

Entonces Vibhishana consideró que había llegado el momento en que no podía sufrir más esos insultos y, alzándose en el aire con sus cuatro seguidores personales, le dijo a Ravana que él había hablado por su bien, «pero tú rechazaste consejo, como un hombre al borde de la muerte rechaza medicinas». Diciendo esto cruzó el mar por el cielo y llegó adonde se encontraba la multitud de monos, y anunció que venía a aliarse con Rama. La mayoría de los líderes monos querían matarlo, porque se fiaban poco de un rakshasa, aun cuando él no estuviese disfrazado como un espía; pero Rama habló en su defensa y se comprometió, en pago por su asistencia en la guerra, a establecerlo en el trono de Lanka cuando Ravana hubiese sido muerto. 

El puente de Adán 

Entonces Hanuman y Sugriva se reunieron con Vibhishana para decidir cómo cruzar el océano, y éste consideró que Rama debería buscar la ayuda y amistad del Océano para construir un puente. Se estuvo de acuerdo en esto, y Rama, esparciendo una cama de hierba de sacrificio, se tumbo sobre ella, mirando hacia el Este, con manos suplicantes hacia el mar, decidiendo: «O el océano cede o yo moriré.» Así Rama yació tres días, en silencio, concentrado, siguiendo las normas, absorto en el océano; pero Océano no respondió. Entonces Rama se enojó, se alzó y cogió su asco, y hubiera secado el mas y dejado a Varuna sin hogar; y soltó temerarias flechas hacia él, que ardieron y atravesaron las aguas, despertando poderosas tormentas, angustiando a los nagas y los makaras del mar, de forma que los dioses ermitaños que frecuentaban el cielo gritaron: «¡Ay de mí!» y «¡Suficiente!». Pero Océano no hacía su aparición, y Rama, amenazándole, puso en su asco una flecha bendecida con un hechizo de Brahma y la lanzó. Entonces cielo y tierra se oscurecieron, y las montañas temblaron, y resplandecieron rayos, y todas las criaturas tuvieron miedo, y las poderosas profundidades sufrieron violentos movimientos. 

El Océano mismo se alzó desde el centro del mar como el sol del Meru. Lleno de joyas y coronas, cubierto con piedras preciosas y seguido por nobles ríos como el Ganga, Sindhu y otros. Llegó hasta Rama con las palmas unidas y le habló cortésmente: «Oh Rama», le dijo, «vos sabéis que cada elemento tiene sus propias cualidades inherentes. La mía es ser profundo y difícil de cruzas. Ni siquiera por amor o temor puedo parar el eterno movimiento de las aguas. Pero vos deberíais pasar sobre mí por medio de un puente, y yo lo soportaré y lo sostendré firmemente.» Entonces Rama estuvo agradecido, pero la flecha de Brahma esperaba encontrar su blanco y no podía ser frenada. 

Rama preguntó a Océano: «¿Dónde dejaré que ella golpee?» Océano respondió: «Hay un sitio hacia el norte de mi dominio poblado de malvados; déjala caer allí.» Entonces Rama dejó volar la flecha encendida, y el agua del mar hacia el norte se secó y quemó, y allí el mar se convirtió en un desierto. Pero Rama bendijo al desierto y lo hizo fructífero. Océano dijo a Rama: «Oh amable persona, hay un mono aquí llamado Nala, él es el hijo de Vishvakarrna y tiene la habilidad de su señor. 

Él está lleno de energía y construirá el puente a través de mí, y yo lo soportaré.» Entonces el Océano se hundió otra vez bajo las aguas. Pero Nala dijo a Rama: «El Océano ha dicho la verdad: sólo porque vos no me lo habéis pedido yo he ocultado mi poder hasta ahora. » Ahora todos los monos, siguiendo las órdenes de Nala, recogieron árboles y rocas y las trajeron del bosque hasta la costa, y las colocaron en el mar. Algunos acarreaban troncos, otros usaban la vara de medir, otros taladraban piedras; enorme era el tumulto y ruido de peñascos y rocas cuando los tiraban dentro del mar. 

El primer día se hicieron catorce leguas, y en el quinto día el puente estuvo terminado, ancho, elegante y firme, como una raya del pelo en la cabeza del Océano. Entonces la multitud de monos pasó por encima, Rama y Lakshmana montados sobre Sugriva y Angada. Algunos monos fueron a lo largo del puente suspendido sobre el mar, otros se zambullían en el mar y otros cruzaron a través del aire; el ruido de ellos ahogaba al ruido de las olas del océano. Lanka, asediada Los presagios de guerra fueron temerarios: la tierra se sacudió, las nubes hicieron llover sangre, un ardiente círculo cayó del Sol. Pero los monos rugían desafiando a los rakshasas, prediciendo así su destrucción. Entonces Rama divisó la torre de Lanka, construida por Vishvakarma, elevándose hasta atravesar los cielos, hecha, al parecer, más de ideas que de materia, colgando en el cielo como un banco de nubes de blanca nieve. 

Rama se sintió abatido al pensar que Sita estaba prisionera allí; pero ordenó a la multitud de osos y monos establecer el sitio de Lanka. Mientras tanto los espías de Ravana, enviados con forma de monos para recoger noticias, trajeron detalles desde allí a Lanka, y, advirtiéndole del poder invencible de Rama, aconsejaron que Sita fuera entregada; pero Ravana estaba enfurecido y forzó a salir a los espías desacreditándoles y envió a otros en su lugar, pero siempre con el mismo resultado. No había ninguna opción salvo dar batalla o entregar a la esposa de Rama ; pero Ravana consultó primero a Sita con la intención de someterla a su voluntad. 

Le dijo que la multitud de monos había sido dispersada y Rama muerto; una rakshasi entró trayendo la imagen de la cabeza de Rama y su arco, viéndolo Sita, que se apenó y lloró fuertemente con muchas lamentaciones, y rogó a Ravana que la matara junto a la cabeza de Rama. Pero entró un mensajero del general rakshasa llamando a Ravana a la batalla y él se dirigió al campo de batalla; cuando se marchó, la cabeza y arco inmediatamente se desvanecieron, y Sita supo entonces que ellos habían sido falsificaciones y vanas ilusiones. Rama, herido Ahora los cuatro seguidores rakshasas de Vibhishana habían espiado sobre Lanka y conocían la disposición de las fuerzas de Ravana; consecuentemente, Rama sitió las cuatro puertas de Lanka estableciendo al mono Nila en la puerta oriental, en que montaba guardia el general rakshasa Prahasta; Angada en la puerta occidental, vigilada por Mahaparshwa; Hanuman en la puerta, austral vigilada por el príncipe Indrajit, y él mismo se hizo cargo de la puerta norte, vigilada por Ravana. Entonces Rama envió a Angada como mensajero hasta Ravana, desafiándole a la batalla; pero Ravana, olvidando el respeto debido a un mensajero, intentó matarlo, y Angada saltó y rompió el techo del palacio y volvió a Rama. 

Entonces los monos avanzaron ordenadamente y enmarañándose en las paredes, inundando el foso y provocando terror en los corazones de los rakshasas; grupos de escaladores treparon las murallas y azotaron la s puertas con árboles y piedras gritando: «¡Victoria para Rama y para Sugriva!» Los rakshasas salieron furiosos y se unieron en una batalla contra los monos, y el aire estaba lleno de ruidos de batalla, y una confusión terrible surgió entre amigos y enemigos, hombres y bestias, y la tierra estaba cubierta de carne y húmeda con destrucción humana. Así hasta el atardecer siguió una furiosa batalla; pero los rakshasas esperaron a la noche, y ansiosamente deseaban la puesta del sol, dado que la noche es el momento de mayor poder de los rakshasas. 

Así cayó la noche y los demonios deambulaban, devorando monos a miles. Entonces los del grupo de Rama recobraron el ánimo y durante algún tiempo predominaron, e Indrajit fue obligado a retroceder. Pero él, recurriendo a su magia, se volvió invisible, y lanzó una lluvia de mortíferas flechas sobre Rama y Lakshmana; luchando en forma aviesa, él los ató fuertemente, y ellos cayeron sin remedio al suelo, cubiertos de miles de heridas. Sugriva, Hanuman, Vibhishana y todos los líderes de los monos se detuvieron alrededor de esos héroes heridos con lágrimas en sus ojos; pero Indrajit, sin ser visto por nadie a no ser por su tío Vibhishana, se alegró, y luego dejó volar muchas flechas que hirieron a Hanuman y Nila y Jambavan. Entonces Indrajit volvió a Lanka como vencedor y su padre le dio la bienvenida; por un momento la lucha cesó. Ahora Vibhishana concentró a los atemorizados monos y reconfortó a Sugriva, diciendo: «Éste no es momento para dar lugar a la pena. 

Rama no está muriendo. Reunid a las fuerzas y animarlas con nueva esperanza.» Pero los monos eran presa del miedo, y si una caña se movía ellos crían que era un rakshasa. Y Ravana mientras tanto, llevando a Sita en su carro, le enseñó a Rama y Lakshmana caídos en el campo, sin sentido y atravesados con muchas flechas, heridos y sobre el polvo; ella juzgó que estarían muertos y gimió —pero Ravana la regresó a Lanka. Mientas tanto Rama volvió en sí y, viendo a Lakshmana que parecía muerto, se lamentó enormemente, y alabando lo que los monos habían hecho, aunque sin triunfar, les dejó decidir libremente ir adonde les placiera del otro lado del puente y buscar sus casas. Vibhishana también había perdido el gusto por la batalla o deseo por el trono de Lanka. Pero Sugriva les animó y les dio nuevo coraje, y el jefe mono Sushena habló de una hierba mágica que crece junto al océano Milky, que puede restablecer a los muertos a la vida, «y dejad al hijo del dios Viento ir allí a buscarla», dijo. 

La llegada de Garuda 

Pero mientras hablaba un tormentoso viento se levantó, sacudiendo al mar y a las mismas montañas, y de repente los monos divisaron a Garuda navegando a través del aire como un fuego enardecido. Al acercarse Garuda, las flechas cayeron de los héroes heridos como serpientes asustadas escapando, y cuando él se inclinó para saludar y tocó sus caras con sus manos, los hijos de Dasharatha se curaron, y recobraron su fuerza inicial y resplandor. Entonces Rama le preguntó a Garuda quién era, y él le contestó: «Soy un amigo vuestro, vuestra vida que deambula externamente a vos, Garuda, y he venido para ayudaros, oyendo que vos habíais sido atacado por los mágicos dardos de Indrajit. Ahora vos deberíais tener cuidado con la forma en que los rakshasas pelean con astucia y magia, y vos nunca deberíais fiaros de ellos en el campo. Yo tomo mi camino: vos no deberíais preguntaros cómo creció la amistad entre nosotros; vos vais a saberlo luego de acabada la batalla. Seguramente mataréis a Ravana y ganaréis a Sita.»

 Con esto Garuda, abrazando a Rama y Lakshmana, y abrazando también a los jefes monos, se elevó en el cielo y se marchó navegando sobre el viento. Entonces los jefes monos, viendo a Rama y Lakshmana restablecidos en vida y poder, empezaron a rugir y a mover sus colas; se tocaron tambores y, cogiendo árboles, cientos y miles de monos avanzaron otra vez sobre las puertas de Lanka. Por su parte, los moradores de la noche se presentaron bajo las órdenes de Dhumraksha («Ojo gris»), y hubo un mortífero comienzo. Los monos los desgarraban y hacían pedazos peleando con árboles y piedras, y los rakshasas los mataban y herían con flechas y los partían con hachas y los golpeaban con sus mazas. Entonces, viendo el fuerte acoso que sufrían los monos, Hanuman, cogiendo una pesada roca, avanzó sobre Dhumraksha y, proyectándola hacia su carro, lo destruyó convirtiéndolo en polvo; entonces Hanuman volvió a arremeter armado con un pico de montaña se abalanzó sobre Dhumraksha otra vez. Pero el rakshasa bajó su maza sobre la cabeza de Hanuman y le hizo una llaga; entonces Hanuman, despreocupado de la herida, soltó la cima de montaña sobre Dhumraksha y la estrelló contra el suelo como una colina caída. Viendo a su líder herido, los rakshasas se retiraron. 

Penosa lucha La paz fue corta, ya que Ravana envió otro líder rakshasa, el mortífero Diente de Tormenta; Angada lo encontró al conducir una la multitud de monos, y atravesó a cinco o nueve rakshasas con cada dardo, y entabló un duelo, hasta que al final rompió el cuello del demonio y lo dejó en el suelo. Entonces Ravana envió a Akampana («Inconquistable»), y éste fue muerto por Hanuman, con toda su multitud. Ravana estaba algo conmovido y se sintió enfermo, pero envió a Prahasta («Mano Larga»), su más destacado general, y éste recogió otra multitud y salió furioso sobre un carro espléndido por la puerta oriental, acompañado por sus consejeros Matahombres, Garganta Ruidosa y Alto. Este encuentro fue la muerte de muchos cientos de rakshasas y monos, y el momento de muchos actos de heroísmo. Prahasta desde su radiante carro enviaba miles de dardos veloces que mataban monos, y un verdadero río de sangre fluyó entre las multitudes adversarias. 

Entonces Nila, hijo de Agni, blandiendo un árbol desenterrado, embistió a Prahasta, pero éste hirió al mono con una lluvia de flechas. Al final su asco se rompió en pedazos en el conflicto, y la pareja luchó mano a mano, con uñas y dientes. Entonces Prahasta atizó a Nila un fuerte golpe con su maza, y Nila arrojó un gran árbol al pecho de Prahasta, pero éste lo evitó levemente y embestió a Níla. Entonces Nila lanzó un poderoso peñasco al rakshasa, aplastando su cabeza, de manera que cayó muerto. La multitud rakshasa retrocedió como agua fluyendo por un dique roto, y desaparecieron y entraron en Lanka, afligidos por la pena y el miedo. 

Ravana se hinchó de cólera al enterarse de la muerte de Prahasta, y su corazón se hundió, pero se jactó de que destruiría a Rama y Lakshmana él mismo con mil dardos, y montó en su radiante carro y condujo una multitud de rakshasas contra los monos; parecía el mismo destructor, acompañado de espíritus y monstruos devoradores de carne con ojos ardientes. Vientre Grande, Duende y Destructor de Hombres y Tres Cabezas, luchadores con picos de montañas y mazas ardientes, fueron con Ravana. Pero él, cuando ellos estaban cara a casa con los asediadores, dio permiso a la multitud pasa tomar su descanso y avanzó para luchas solo. Entonces primero Sugriva arrojó un pico de montaña hacia él, pero Ravana lo partió con sus dardos dorados, de manera que cayó al suelo, y lanzó un veloz y ardiente dardo al rey mono, que lo tiró al suelo gimiendo de dolor. Entonces otros jefes monos juntos corrieron hacia Ravana, pero éste los destruyó de la misma forma; entonces ellos gritaron pidiendo ayuda a Rama. 

Lakshmana rezaba por la batalla, Rama se lo admitió y él tomó el campo; pero ya Hanuman estaba presionando fuertemente a Ravana, de forma que éste gritó: «Bien hecho mono: vosotros sois un enemigo con quien yo puedo regocijarme.» Con esto dio al hijo del dios Viento un fuerte golpe de modo que éste se estremeció y cayó, y Ravana se dirigió a luchar con Nila. Pero el hijo del dios Fuego, ardiendo con enojo, saltó sobre el carro de Ravana y se esparció de un punto a otro como el fuego; y el corazón de Ravana se hundió, pero cogió un dardo mortífero y apuntó a Nila, y lo hirió casi al punto de matarlo. Pero entonces Lakshmana reanudó la batalla, y lluvias de flechas fueron soltadas sobre cada héroe, de modo que ambos fueron seriamente heridos; un dardo encendido golpeó e hizo caer al hermano de Rama. Entonces Rama lo cogió; pero él, que podía levantar el Himalaya, no podía alzar a Lakshmana del suelo, dado que recordaba que él era una parte del mismo Vishnu, y se mantuvo inmóvil. Entonces Hanuman volvió y dio al rey rakshasa un golpe tremendo que le hizo caer, inconsciente y sangrando, sobre la plataforma de su carro; y Hanuman levantó fácilmente a Lakshmana y lo llevó hacia donde se encontraba Rama. 

No pasó mucho tiempo antes de que Ravana y Lakshmana volvieran en sí, y Rama, montado sobre las espaldas de Hanuman, se enredó en una temeraria batalla con el rey de Lanka. Rama destruyó su carro, hirió a Ravana con rayos, cortó su corona con un feroz disco y lo golpeó con una flecha, de manera que se debilitó y se desmayó; entonces, perdonando su vida, lo envió de vuelta a Lanka, diciendo: «Vos habéis cumplido actos de heroísmo y os veo débil; retiraros a Lanka ahora, ya que vos sentiréis mi poder en otra batalla.» Entonces el generoso Rama salvó a su enemigo, y todos los dioses y la tierra y el mar, y criaturas de la tierra, se alegraron al ver al rey rakshasa deprimido. Continua...

SISTER NIVEDITA 
ANANDA K. COOMARASWAMY


 _________________________________________________________________________________ 7[1] «Los pares», esto es los pares de opuestos, placer, pena, etc., inseparables de la vida.
8[2] Lanka, de acuerdo con la visión actual, Ceylán.

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