jueves, 18 de abril de 2019

El Ramayana - PARTE III (FINAL)



Ahora Ravana recordó a su hermano Kumbhakarna  («Oreja de Vasija»).

 Él podía dormir, ya fuera seis, ocho, o diez meses de una vez, y se despertaría sólo para llenarse de comida, y luego dormirse otra vez. Pero era el luchador más fuerte y el mejor de los rakshasas en la batalla, y cuando Ravana envió una multitud para despertarlo ya había dormido nueve meses. 
Lo encontraron durmiendo en una cueva; tendido como una montaña, borracho de sueño e inmenso como el infierno, su maloliente respiración se difundía delante de él, oliendo a sangre y grasa. 
Los rakshasas prepararon para él montones de ciervos y búfalos, humeante arroz y jarras de sangre, montañas de comida apiladas tan altas como Meru; entonces se dispusieron a despertarlo. 
Ellos soplaron trompas y gritaron y batieron tambores, de modo que los mismos pájaros del cielo cayeron muertos de miedo; pero Oreja de Vasija dormía aún más profundamente y los rakshasas casi no podían soportar el tomado de su respiración. Entonces ciñeron sus vestidos lo más ajustadamente posible, diez mil de ellos gritaron juntos, y lo golpearon con troncos de madera y tocaron mil tambores a un mismo tiempo. 

Entonces creció su enojo y se pusieron a trabajar más seriamente; algunos golpearon sus orejas, otros vaciaron mil jarras de agua en ellas, algunos lo hirieron con lanzas y mazas y algunos condujeron sobre él mil elefantes. Con esto al fin despertó, bostezó y bostezó otra vez, de tal forma que una verdadera tormenta estaba preparándose, y las punzadas del hambre le asaltaron y miró a su alrededor en busca de comida. Entonces contempló el banquete y comió y bebió ansiosamente; y cuando los rakshasas pensaron que estaba lleno, se pusieron alrededor de él y le reverenciaron y le informaron de todo lo que había sucedido, pidiéndole ayuda. Entonces, ya medio dormido otra vez, se levantó y se jactó de que regalaría a los rakshasas un abundante banquete de carne y sangre de mono: «y yo mismo tragaré la sangre de Rama y Lakshmana», dijo. 

Entonces Oreja de Vasija se bañó y, yendo hasta su hermano, le hizo cobrar ánimos. 
Bebió dos mil frascas de vino y marchó como una montaña en movimiento, vestido con malla dorada, a atacar a los monos. Los monos huyeron aterrorizados, pero Oreja de Vasija corría y los cogía, devorándolos a boca llena, de modo que la sangre y la grasa goteaban de su boca. Entonces Rama, con Hanuman y Angada y otros valientes monos, cayeron sobre él como nubes alrededor de una montaña, y Oreja de Vasija, medio dormido todavía, comenzó a animarse y a pelear más seriamente. Hanuman, desde el cielo, lanzó picos de montaña sobre él; pero él tragó veinte y treinta monos de un bocado, y mataba a cientos en cada golpe, e hirió a Hanuman, y se sacudía con furia de un sitio a otro. 

Oreja de Vasija, muerto 

Oreja de Vasija lanzó un segundo mortífero dardo sobre Hanuman, pero éste lo paró y lo rompió con sus manos, y todos los monos gritaban, de modo que el rakshasa resultó amedrentado y se escapó. Pero en esto que Oreja de Vasija lanzó un pico de montaña que abatió a Sugriva hasta hacerle caer, y lo alzó y lo llevó lejos. Los monos se esparcieron y su rey fue hecho prisionero. Pero Sugriva se levantó y se volvió sobre Oreja de Vasija, lo hirió y consiguió escapar; la batalla se reinició y Lakshmana luchó contra el rakshasa. Entonces Rama reanudó la batalla, hirió a su enemigo con muchos dardos, y le quitó un brazo, y éste al caer destruyó cien monos. Entonces con un segundo dardo cortó el otro brazo y con dos discos de afilados bordes cortó las piernas del demonio; con un dardo de Indra le quitó la cabeza, y cayó como una gran colina al mar, y los dioses y los héroes se alegraron. 

El éxito rakshasa 

Entonces Ravana se sintió abatido; pero el príncipe Indrajit se acercó a su padre y prometió matar a Rama y Lakshmana ese día, y salió airado. Pero primero ofreció libaciones al Fuego y sacrificó una cabra; y el brillante y sin humos dios Fuego, con su centelleante lengua, se levantó para coger la ofrenda, y le ofreció un arma de Brahma a Indrajit, y bendijo su arco y carro con hechizos. Armado con ese arma, Indrajit mató incontables multitudes de monos y derrumbó a Sugriva y Angada y Jambavan y Nila y otros jefes, pero permaneció invisible. Entonces Rama, viéndolo así asmado e inasible, aconsejó aparentar estar vencidos. E Indrajit regresó victorioso a Lanka. 

Hanuman va en busca de hierbas curativas 

Entonces Vibhishana y Hanuman exploraron el campo, viendo miles de muertos y heridos, una horrible y triste vista; llegaron junto al rey de los osos, Jambavan, y le preguntaron si todavía vivía. Él les contestó débilmente, reconociendo la voz de Vibhishana, y preguntó si Hanuman estaba vivo; entonces Hanuman se inclinó ante Jambavan y cogió sus pies. Jambavan se alegró y, a pesar de sus heridas, habló al hijo del Viento: «Haz esta labor por esta multitud de monos y osos, porque sólo vos podéis salvarlos. Vos saltaréis sobre el mar y alcanzaréis el Himalaya, rey de montañas, y traeréis de allí las cuatro hierbas que crecen sobre él y dan la vida, y volveréis con ellas para curar a las multitudes de monos.» Entonces Hanuman rugió y saltó; y pasó a través del mar sobre las colinas y bosques y ríos y ciudades hasta que llegó al Himalaya y divisó sus ermitas. Recorrió la montaña, pero las hierbas estaban escondidas; y enojado e impaciente, Hanuman arrancó la montaña y saltó con ella dentro del aire y volvió a Lanka, aclamado por toda la multitud. Y los monos muertos y heridos se levantaron, como descansados después de un sueño, curados por el sabor de cuatro hierbas medicinales. Pero los rakshasas muertos habían sido lanzados al mar. 

Entonces Hanuman llevó otra vez el pico de montaña hasta el Himalaya y volvió a Lanka. 
Ahora Sugriva, viendo que pocos rakshasas vivían para defender la ciudad, asaltó las puertas y una multitud de monos soportando ardientes hierros entró y quemó e hizo estragos en ella. La segunda noche había llegado, y la ciudad ardiendo brillaba en la oscuridad, como una montaña en llamas con fuego en sus bosques. Pero Ravana envió una multitud contra los monos una y otra vez. 
Primero Kumbha y Nikumbha encabezaron a los rakshasas, y fueron muertos en mortífera batalla; entonces Maharaksha, hijo de Khara, a su vez fue muerto, e Indrajit salió otra vez. El luchó invisible, como siempre, e hirió seriamente a Rama y Lakshmana. Entonces Indrajit se retiró y volvió otra vez, conduciendo un carro con una ilusoria y mágica figura de Sita, y condujo hacia arriba y hacia abajo por el campo, cogiéndola a ella por el pelo y golpeándola, y la derribó a la vista de todas las multitudes de monos. Hanuman, creyendo en el falso espectáculo, paró la batalla y llevó la noticia a Rama, y Rama se derrumbó, como un árbol cortado por las raíces. Pero mientras ellos se lamentaban, Indrajit fue al altar en Nikhumbila a hacer sacrificios al dios del Fuego. 

El hijo de Ravana es muerto 

Mientras tanto Vibhishana llegó a Rama y lo encontró abrumado por la pena, y Lakshmana le dijo que Sita había sido matada por Indrajit. Pero Vibhishana adivinó que esto había sido una representación ilusoria, con menores posibilidades de ser real que de que se vacíe el océano. «Es un ardid», dijo, «para retrasar al ejército de monos hasta que Indrajit haya completado su sacrificio al Fuego y conseguido el deseo de ser invencible en la batalla. Entonces no os apenéis, pero daros prisa para prevenir los resultados de sus ofrendas, ya que los mismos dioses estarán en peligro cuando las termine.» Entonces Rama se levantó, y con Lakshmana y Vibhishana persiguieron al hijo de Ravana; y ellos se adelantaron a él y le alcanzaron antes de llegar a Nikhumbila, montado sobre un ardiente carro. Entonces ocurrió la peor y la más encarnizada de las batallas aún ocurridas: Lakshmana aguantó lo más recio del combate y se dijo que los ancestros de los dioses, los pájaros y serpientes protegieron a Lakshmana de los mortíferos dardos. Y éste fue al final el modo en que Indrajit murió: Lakshmana cogió un dardo de Indra, y haciendo un acto de verdad, el rogó a la deidad que allí vivía: «Si Rama es correcto y veraz, el primero de todos los hombres en heroísmo, entonces matad al hijo de Ravana», y llevando la rápida y certera flecha a su oreja, la soltó y partió el cuello del rakshasa, de modo que la cabeza y el cuerpo cayeron al suelo, y todos los rakshasas, viendo a su líder muerto, huyeron. Ante esto todos los monos se alegraron, dado que ningún héroe rakshasa permanecía vivo, salvo el mismo Ravana. 

Entonces Rama dio la bienvenida al herido Lakshmana con gran cariño, y ordenó a Sushena que administrara medicinas a él y a los monos heridos; y el jefe mono acercó una droga potente a la nariz de Lakshmana, oliéndola, la aparente ida de su vida se detuvo, y se curó. Ravana se apenó amargamente por su hijo. «Los mundos triples, y esta tierra con sus bosques, parecen estar vacíos», gritó, «dado que tú, mi héroe, que eras quien debía hacer realizar mis ntos funerarios y no yo los tuyos, te has ido a la morada de Yama», y ardió de rabia y pena. Entonces tomó la decisión de matar a Sita en venganza, pero su buen consejero Suparshwa lo detuvo, diciendo: «Vos no debéis matar a una mujer; cuando Rama esté muerto vos la poseeréis.» Todo Lanka resonaba con las lamentaciones de las rakshasis por los rakshasas muertos en batalla, y Ravana se sentó furioso, tramando medios para conquistar a Rama: rechinó sus dientes y mordió sus labios y rió, y fue con Gran Vientre y Ojos Bizcos y Gran Ijada al campo de batalla, seguido por el último ejército de demonios, y jactándose: «Haré que llegue el fin de Rama y Lakshmana hoy.» 

La furia de Ravana 

No bien los monos se ponían delante de él, eran destruidos como moscas en el fuego; pero Sugriva se enredó en una lucha cuerpo a cuerpo con Ojos Bizcos y terminó con él; y con ello los dos ejércitos se enfrentaron otra vez, y hubo una mortífera matanza en ambos bandos, y cada ejército retrocedió como una charca en el verano. Luego Gran Vientre fue muerto por Sugriva, y Angada provocó la muerte de Gran Ijada, de modo que los monos rugían por el triunfo. Pero ahora Ravana avanzó al ataque, trayendo un arma de Brahma, y dispersó a los monos a derecha e izquierda. Él no pasó hasta que llegó ante los hijos de Dasharatha. Rama estaba a un lado, con sus grandes ojos como pétalos de loto, con su poder de largo alcance, inconquistable, sosteniendo un arco tan inmenso que parecía estar pintado en el cielo. Rama puso flechas al arco y tensó la cuerda, de modo que mil rakshasas murieron de terror cuando le escucharon tañir; y entonces comenzó una mortífera batalla entre los héroes. Aquellas flechas penetraron al rey de Lanka corno serpientes de cinco cabezas, y cayeron siseando al suelo; pero Ravana alzó una temeraria arma asura e hizo caer sobre Rama una lluvia de flechas con caras de león y tigre, y algunas con bocas abiertas como lobos. 

Rama contestó a esto con dardos con cara de sol y estrellas, corno meteoros o rayos, destruyendo los dardos de Ravana. Entonces Ravana peleó con otras armas celestiales, y levantó una fecha de Rudra, irresistible y ardiente, con ocho ruidosas campanas colgando, y la arrojó a Vibhishana; pero Lakshmana se puso delante salvando a Vibhishana de la muerte. Rama, viendo el arma caer sobre Lakshmana, rezó: «¡La paz sea con Lakshmana! Frustraos y dejad partir la energía.» Pero el dardo encendido pegó a Lakshmana en el pecho y le hizo caer, no pudiendo ningún mono quitar el dardo de su cuerpo. Rama se inclinó y lo sacó y lo rompió en dos, y entonces, aunque inmensamente apenado por Lakshmana y enojado por su dolor, Rama llamó a Hanuman y Sugriva, diciendo: «Ahora es el momento indicado. Hoy debo cumplir un acto del cual todos, hombres y dioses y todo el mundo, contarán tanto tiempo como la tierra soporte una criatura viviente. Hoy mi tristeza tendrá un fin y todo por lo que he trabajado ocurrirá.» 

Entonces Rama se concentró en la batalla, pero Hanuman fue otra vez al Himalaya y trajo el monte de hierbas de la salud para Lakshmana, y Sushena cogió la planta que da la vida e hizo a Lakshmana sentir su sabor, de manera que él se levantó entero y saludable; Lakshmnana abrazó a su hermano y le impulsó a cumplir su promesa ese mismo día. Sakra envió del cielo su carro y auriga, llamado Matali, para ayudar al hijo de Dasharatha en su lucha, y Rama fue hasta él y le saludó; montando sobre él, pareció alumbrar al mundo entero con su esplendor. Pero Ravana disparó un arma rakshasa y sus dorados dardos, con feroces caras vomitando llamas, se descargaban sobre Rama desde todos los sitios y se convertían en serpientes venenosas. Pero Rama cogió un arma de Garuda y lanzó una escuadrilla de doradas flechas, que cambiaban a pájaros según su voluntad, que devoraron todos los dardos-serpiente del rakshasa. Entonces los dioses de todas las armas se acercaron a Rama, y con este auspicioso presagio y otros felices signos Rama comenzó a acosar a Ravana seriamente, y lo hirió, de modo que su auriga, viendo que parecía a punto de morir, se largó del campo de batalla. 

Entonces el sagrado Agastya llegó hasta allí con los dioses para ser testigos de la derrota de Ravana, se acercó a Rama y le dio instrucciones: «Rama, Rama, poderoso héroe, mi niño, escucha el secreto eterno, el Corazón del Sol, con lo cual podrás vencer a cualquier enemigo. ¡Adora al Sol, señor del mundo, en quien vive el espíritu de todos los dioses! ¡Salva! ¡Salva! ¡Oh señor de los mil rayos! ¡Salvas a Aditya! ¡Tú que despiertas a los lotos! ¡Tú que eres fuente de vida y muerte, destructor de toda oscuridad, luz del alma, que despiertas con todos dormidos y vives en cada corazón! Tú eres los dioses y cada sacrificio y las frutas de éstos. Adora con este himno al señor del universo y conquistarás a Ravana hoy.» 

Ravana es muerto 

Entonces Rama entonó un himno al Sol y se purificó a sí mismo con sorbos de agua, y estaba alegre, y se volvió para enfrentarse a Ravana, dado que los rakshasas habían regresado a él y estaban ansiosos por luchar. Cada uno como un león ardiente peleó con el otro; Rama cortó con sus flechas mortíferas cabeza tras cabeza al de los Diez Cuellos, pe ro nuevas cabezas siempre salían en el sitio de las cortadas, y la muerte de Ravana no parecía de ninguna manera más cercana que antes —las flechas que habían muerto a Mancha y Khara y Vali no podían llevarse la vida del rey de Lanka—. Entonces Rama cogió el arma de Brahma dada a él por Agastya: el Viento estaba en sus alas, el Sol y Fuego en su cabeza, en su cuerpo el peso de Meru y Mandara. Bendiciendo ese dardo con mantras védicas, Rama lo puso en su arco y lo soltó, y voló a su punto indicado penetrando en el pecho de Ravana y, bañado de sangre, volvió y entró en el carcaj de Rama humildemente. Así fue muerto el señor de los rakshasas, y los dioses hicieron llover flores sobre el carro de Rama y cantaron himnos de agradecimiento, porque su deseado fin estaba ahora cumplido — aquel fin para el cual Vishnu había cogido la forma humana—. El cielo estaba en paz, el aire se puso más claro y brillante, y el sol brilló sin nubes sobre el campo de batalla. 

Ravana es llorado 

Pero Vibhishana se lamentó por su hermano amargamente, y Rama le consoló diciéndole: «Un héroe muerto en batalla no debe ser llorado. El éxito en la batalla no es para siempre: ¿porqué te apenas si aun el que hizo huir al mismo Indra caerá al final? Sería mejor que hicieras los ritos funerarios. Consuélate, también, con esto: con muerte se termina nuestra enemistad, y Ravana me es tan querido como tú.» Entonces salieron de Lanka una multitud de rakshasas llorando, buscando a su señor y gimiendo amargamente, y Mandodari, reina de Ravana, hizo este lamento: «Oh tú, poderoso, hermano más joven de Vaisravana, quien podía enfrentarse a ti. Habías amedrentado a dioses y rishis. ¡No había nacido el hombre que, luchando a pie, podía vencerte! Pero tu muerte ha sucedido por Sita, y yo soy una viuda. Tú no hiciste caso a mis palabras, ni pensaste cuántas bellas damas tú tenías además de ella. ¡Ay de mí! ¡Qué hermoso eras y qué amable sonrisa: ahora estás bañado en sangre y atravesado con flechas! Ya no dormirás en una cama de oro; ahora yaces en el polvo. ¿Por qué te vas y me dejas sola? ¿Por qué no me das la bienvenida?» Pero las otras esposas de Ravana la consolaron y la levantaron diciéndole: «La vida es incierta para todos y las cosas cambian.» Mientras tanto Vibhishana preparó la pira funeraria, y Ravana fue llevado al suelo de quema y quemado con todos los ritos y honores debidos a los héroes. Las esposas de Ravana volvieron a Lanka, y los dioses regresaron a su propio sitio. Entonces Lakshmana, cogiendo agua traída del océano por Sugriva en una jan-a dorada, untó a Vibhishana como señor de la ciudad de Lanka y rey de los rakshasas, y con ello los monos y los rakshasas se alegraron. 

Sita es traída a Rama 

Pero ahora Rama llamó a Hanuman y envió a buscar a Sita y a informarle de todo lo que había sucedido; la encontró todavía junto al árbol Asoka, vigilada por rakshasis. Hanuman se pasó ante ella humildemente y le contó la historia, y ella le dio un mensaje: «Yo deseo ver a mi señor.» Entonces el mono radiante fue hasta Rama y le dio el mensaje de Sita. Rama lloró ante esto y se sumergió en pensamientos, y con un fuerte suspiro dijo a Vibhishana: «Trae a Sita aquí pronto, bañada y apropiadamente adornada con pasta de sándalo y joyas.» Él se dirigió a ella y le dio la orden; ella hubiera ido hasta él sin bañar. «Pero vos debéis actuar según las palabras de vuestro señor», dijo. «Entonces así será», ella respondió, y cuando estuvo lista, portadores apropiados la llevaron sobre un palanquín hasta Rama. Rama, viéndola luego de haber estado tanto tiempo prisionera de Ravana, dominado por la angustia, sintió al mismo tiempo furia, felicidad y pena. «Oh señor de los rakshasas, oh amable rey», dijo a Vibhishana, «trae a Sita junto a mí.» 

Entonces Vibhishana apartó a la multitud de monos, osos y rakshasas, y los acompañantes con cañas y tambores animaron a la multitud reunida. Pero Rama les ordenó que desistieran, y ordenó que Sita debía dejar el palanquín y llegar a él a pie, diciendo a Vibhishana: «Tú deberías calmar en lugar de ostigar a este nuestro propio pueblo. No existe pecado cuando una mujer es llevada en tiempos de guerra o peligro, o se marcha por una autoelección9[3], o al casarse. Sita está ahora en peligro y no puede ser un error verla, y más aún yo estoy aquí para protegerla.» Vibhishana, deprimido ante esta reprimenda, trajo a Sita humildemente hasta Rama; y ella permaneció avergonzada, escondiendo su interior en su forma exterior, viendo la cara de Rama maravillada, con alegría y amor. 

Cuando él la miró su pena se desvaneció, y brilló radiante como la luna. Pero Rama, viéndola parada humildemente junto a él, no podía contener su habla y gritó: «¡Oh tú la amable! Yo he sometido a tu enemigo y limpiado una mancha sobre mi honor. Los esfuerzos de Hanuman, al cruzar las profundidades y llegando hasta Lanka; de Sugriva, con su ejército y su consejo, y de Vibhishana han dado su fruto y yo he cumplido mi promesa, por mi propio poder llevando a cabo el deber de un hombre.» Entonces Sita miró a Rama apenada, como un ciervo, con los ojos llenos de lágrimas; y Rama, feliz de verla tan cerca, pero también pensando en la opinión de otros hombres allí presentes acerca de su honor, se dividió a sí mismo en dos y exclamó: «Yo he limpiado el insulto a nuestra familia y a mí mismo», dijo, «pero vos estáis manchada por vivir con otro distinto de mí. ¿Qué hombre de alto grado recibe devuelta a una esposa que ha vivido largo tiempo en la casa de otro? Ravana te ha tenido en su regazo y te ha mirado con ojos lujuriosos. 

Yo he vengado su malvada acción, pero no estoy suje to a ti. Oh tú la amable, estoy forzado por un sentido del honor a renunciar a ti, dado que ¿cómo te iba a pasar por alto Ravana, tan hermosa y tan delicada como tú eres, cuando te tenía sometida a su voluntad? Elige el hogar que quieras, ya sea con Lakshmana, o Bharata, o Sugriva, o con Vibhishana.» Entonces Sita, oyendo de Rama ese discurso cruel, aunque mal expresaba lo que él deseaba en realidad, tembló como una parra que se balancea, y lloró con grandes lágrimas, y ella se sintió avergonzada delante de la gran multitud. Pero se limpió las lágrimas de su cara y le contestó: «Ah, ¿por qué dices palabras tan rudas y crueles? ¡Viendo las maneras de otras mujeres, tú no confiarías en ninguna! Pero, oh tú poderoso héroe, yo soy el propio y suficiente testigo de mi pureza. No fue con mi consentimiento que otro haya tocado mi persona. Mi cuerpo no estaba en mi poder pero mi corazón, que se encuentra bajo mi propio dominio, ha estado sólo contigo. Oh tú mi señor y fuente de honor, nuestro cariño ha crecido por vivir juntos durante largo tiempo; y ahora, si tú no reconoces mi fidelidad, estaré destruida para siempre. Oh rey, ¿por qué no renunciaste a mí cuando vino Hanuman a yerme? 

Entonces hubiera renunciado a la vida, y tú no hubieses necesitado pasar por toda esta labor, ni poner esa carga sobre tus amigos. Tú estás enojado; como un hombre común tú no ves en mí otra cosa que femineidad. Yo soy conocida como hija de Janaka, pero, en realidad, yo nací de la Tierra; tú no conoces mi verdadera identidad.» Entonces Sita se volvió hacia Lakshmana, y dijo con culposas palabras: «Oh hijo de Sumitra, constrúyeme una pira funeraria; allí dentro estará mi único refugio. Yo no viviré marcada con un estigma no merecido.» Lakshmana, lleno de pena y enojo, se volvió’ hacia Rama, y en obediencia a su gesto preparó la pira funeraria. 

Las ordalías de Sita 

Entonces Sita, haciendo un círculo alrededor de Rama, con la vista baja, se aproximó al fuego; con las manos unidas se detuvo y oró: «En vista de que mi corazón nunca se ha apartado de Rama, protegedme vos, oh fuego, testigo de todos los hombres; dado que Rama me rechaza como impura, cuando en realidad estoy inmaculada, sed vos mi refugio.» Entonces Sita se acercó al fuego y penetró en las llamas, de modo que todos los reunidos, tanto jóvenes como viejos, fueron sobrecogidos por la pena y el ruido de los supremos gemidos y lamentaciones se alzó en todos los lugares. Rama se mantuvo inmóvil y ensimismado, pero los dioses bajaron a Lanka en sus carros radiantes y, uniendo sus manos, rogaron a Rama retractarse: «Vos que protegéis los mundos, ¿por qué renunciáis a la hija de Janaka, dejándola elegir la muerte por el fuego? ¿Cómo puede ser que vos no supierais lo que hacíais? Vos erais al principio, y seréis al final, antes que nada los dioses, vos mismo el gran señor y creador. ¿Por qué tratáis a Sita de la misma forma que a una persona común?», dijeron. 

A ellos Rama respondió: «Me conozco a mí mismo sólo como hombre, Rama, el hijo de Dasharatha; ahora decidme gran señor quién soy y de dónde vengo.» Entonces Brahma contestó: «¡Escuchad, vos cuya virtud descansa en la verdad! Oh señor, vos sois NaRavana, con el disco y la maza; vos sois el verraco de un solo colmillo; vos estáis más allá del presente, el pasado y el futuro; vuestro es el arco del tiempo; vos sois la creación y la destrucción; vos sois el verdugo de los enemigos, vos el perdón y control de las pasiones, vos sois el refugio de todos los dioses y ermitaños; vos estáis presente en todos las criaturas, en vacas y brahmanes, en cada punto cardinal, en el cielo y el río y los picos de las montañas; y mil miembros, mil ojos, mil cabezas son vuestras; yo soy vuestro corazón, vuestra lengua Sarasvati; el cierre de vuestros ojos es la noche, su apertura el día: Sita es Lakshmi, y vos Vishnu y Krishna. Y, oh Rama, ahora Ravana está muerto, ascended al cielo, vuestro trabajo está cumplido. Nada faltará a aquellos cuyos corazones están en vos, no fallarán quienes canten vuestra disposición.» Entonces el fuego, oyendo esas felices palabras, se alzó con Sita sobre su regazo, radiante como el sol de una mañana, con joyas doradas y cabello negro y rizado, y la devolvió a Rama, diciendo: «Oh Rama, aquí está vuestra Sita, a quien ninguna mancha a tocado. Ni con palabras ni con pensamientos ni miradas se ha apartado Sita de vos. Aunque tentada de todas formas, ella no pensó en Ravana aun en su más íntimo corazón. 

Dado que ella está inmaculada, cogedla otra vez.» Rama se mantuvo en silencio por un instante, con los ojos brillantes sopesó el discurso de Agni; entonces contestó: «Dado que esta belleza vivió mucho tiempo en la casa de Ravana, ella requería reivindicación ante el pueblo reunido. Si la hubiese acogido sin reprobación, la gente hubiese dicho que Rama, hijo del rey Dasharatha, fue movido por el deseo, y no por una ley social. Sé bien que el corazón de Sita sólo está conmigo, y que su propia virtud fue su único refugio de los asaltos de Ravana; ella es mía como los rayos solares son del Sol. Yo no puedo renunciar más a ella, pero me place obedecer vuestras felices palabras.» Así el glorioso hijo de Dasharatha recuperó a su joven esposa y su corazón estaba feliz. 

Las visiones de los dioses 

Pero ahora Shiva cogió la palabra, y señaló a Rama a su padre Dasharatha apostado sobre un brillante carro entre los dioses, y Rama y Lakshmana se inclinaron ante él; y él, viendo a su más querido hijo, cogió a Rama sobre su regazo, y dijo: «Aun en el cielo entre los dioses no soy feliz, faltando tú. Aún hoy recuerdo las palabras de Kaikeyi, y tú debe s redimir mi promesa y liberarme de toda deuda. Ahora he oído que eres la misma encarnación del macho por el alcance de la muerte de Ravana. ¡Kaushalya estará contenta de verte volver victorioso! ¡Benditos sean los que te verán instituido como señor de Ayodhya! El período del exilio ha concluido. ¡Ahora gobernad con vuestros hermanos en Ayodhya y tened una larga vida!» Entonces Rama pidió a su padre: «Perdonad vos ahora a Kaikeyi, y retirad la maldición temeraria con que habéis renuciado a ella y a su hijo.» 

Entonces Dasharatha dijo: «Que así sea», y a Lakshmana: «Puedan el bien, la verdad y el honor ocurrirte a ti, y alcanzarás un lugar privilegiado en el cielo. Sirve a Rama, a quien los dioses adoran con manos unidas.» Y a Sita le dijo: «No debes sentirte resentida por haber Rama renunciado a ti; lo hizo por tu bien. ¡Ahora has alcanzado una gloria difícil de ser conseguida por una mujer! Tú conocías bien el deber de una esposa. No es necesario para mí contarte que tu marido es tu mismo dios.» Entonces Dasharatha en su carro volvió al cielo de Indra. Indra, de pie ante Rama, con sus manos unidas se dirigió a él, diciendo: «Oh Rama, primero de los hombres, no puede ser en vano que hemos venido hasta vos. Pedid el deseo que es más querido a vos.» Entonces Rama habló, encantado: «Oh señor del cielo y el más destacado de los elocuentes, aseguradme esto: Que todos los monos muertos en la batalla retornarán a la vida y verán otra vez a sus esposas y niños. 

Devolved esos osos y monos que lucharon por mí y trabajaron duramente y no temieron a la muerte. Y dejad que haya flores y frutas y raíces para ellos, y ríos de aguas claras, aun fuera de estación, adondequiera que ellos vayan.» E Indra le aseguró el gran deseo, de modo que una multitud de monos se levantó preguntando como quien recién se despierta: «¿Qué ha sucedido?» Entonces los dioses una vez más se dirigieron a Rama, diciéndole: «Retomad a Ayodhya, conduciendo a los monos en su camino, Consolad a Sita, buscad a vuestro hermano Bharata y, estando instituido como rey, conferid buena fortuna a cada ciudadano.» Con esto los dioses se marcharon y el feliz ejército hizo su acampada. 

El regreso de Rama 

Cuando amaneció, Rama, cogiendo el carro Pushpaka, que le había dado Vibhishana, estuvo listo para partir. El carro se movía por sus propios medios y era muy grande y estaba pintado bellamente; tenía dos pisos, con ventanas, banderas, banderines y muchas habitaciones, y hacía un sonido melódico al cruzar a través del viaje por el aire. Entonces dijo Vibhishana: «¿Qué más puedo hacer?» Rama contestó: «Satisface a estos osos y monos que han realizado mi labor con diversas joyas y riquezas; entonces ellos partirán a sus hogares. Y gobierna con justicia, autocontrol y compasión, y sé recolector justo de rentas, y todos te seguirán.» Entonces Vibhishana distribuyó riquezas entre toda la multitud, y Rama se despidió de todos los monos y osos, y de Vihhishana; pero ellos gritaron: «Nosotros queremos ir contigo a Ayodhya.» Entonces Rama los invitó con alegría, y Sugriva y Vibhishana y toda la multitud montó sobre el poderoso carro: el carro se levantó al cielo, llevado por gansos dorados, y se fue navegando, mientras que monos, osos y rakshasas descansaban. Pero cuando pasó junto a la ciudad de Kishkindha, la capital de Sugriva, Sita rogó a Rama llevar con ellos hasta Ayodhya a Tara, la esposa de Sugriva, y las esposas de otros jefes monos; detuvo el carro mientras Sugriva trajo a Tara y a las esposas de los otros monos. 

Y ellos montaron y partieron hacia Ayodhya. Ellos pasaron a través de Chitrakuta, Jamna y el Ganges donde éste se divide en tres, y al final divisaron Ayodhya, y se inclinaron ante ella; y todos los osos y monos y Vibhishana se levantaron deleitados al verla, brillando bella como Amaravati, la capital de la Indra. Era el quinto día después de catorce años de exilio cuando Rama saludó al ermitaño Bharadwaja, y por él supo que Bharata esperaba su retomo, llevando una vida de ermitaño y honrando sus sandalias. Y Bharadwaja le otorgó un deseo: que los árboles a lo la rgo del camino hacia Ayodhya tendrían flores y fruta al pasar ellos, aun fuera de estación. Y así fue que por tres leguas, desde la ermita de Bharadwaja a la puerta de Ayodhya, los árboles tenían flores y frutos, y los monos creían estas en el mismo cielo. Pero 1-lanuman fue enviado por delante para traer noticias de Ayodhya y Bharata, y se fue rápidamente, con forma humana. 

Llegó hasta Bharata, quien estaba en su ermita ataviado como un yogui, delgado y rendido, pero radiante como un poderoso sabio y gobernando la tierra como virrey de las sandalias. Entonces Hanuman le relató todo lo que había sucedido a Rama desde que los hermanos se separaron en Chitrakuta, y el corazón de Bharata se llenó de alegría, y dio órdenes para preparar la ciudad y de adorar a todos los dioses con música y flores, y a toda la gente avisó que se acercara para dar la bienvenida a Rama. Se regaron las calles y se izaron las banderas, y toda la ciudad se llenó de ruido de caballería, carros y elefantes. Entonces llegó Rama, y Bharata le veneró, bañó sus pies y humildemente le saludó; pero Rama lo levantó y lo abrazó. 

Entonces Bharata se inclinó ante Sita, dio la bienvenida a Lakshmana y abrazó a los jefes monos, nombrando a Sugriva «nuestro quinto hermano», y elogió a Vibhishana. Rama fue adonde estaba su madre y humildemente tocó sus pies y saludó a los sacerdotes. Luego Bharata trajo las sandalias y las colocó a los pies de Rama, y con las manos unidas dijo: «Todo esto, tu reino, que me has confiado, te lo devuelvo: ¡mira, tu riqueza de tesoros, palacio y ejército se han multiplicado por diez!» Entonces, poniendo a su hermano sobres sus rodillas, Rama viajó hasta la ermita de Bharata, y, descendiendo allí, Rama habló al buen carro: «Regresad a Vaishravan. Os permito marcharos.» Este carro autodirigido había sido cogido por Ravana de su hermano mayor, pero ahora ante las palabras de Rama retornó al dios de la Riqueza. 

Rama es coronado con Sita 

Entonces Bharata devolvió el reino a su hermano, diciendo: «Deja que el mundo te vea hoy coronado, como el sol radiante del mediodía. Nadie salvo tú puedes soportas la pesada carga de un imperio como el nuestro. No vivas más en sitios solitarios, en cambio duerme y despierta con el sonido de la música y el tintinear de los brazaletes de los tobillos de las damas. Gobierna a la gente tanto como dure el Sol y tan lejos como se extienda la tierra.» Y Rama dijo: «Que así sea.» Entonces vinieron barberos habilidosos, y Rama y Lakshmana se bañaron y se les cortó sus enmarañadas mechas y fueron vestidos con ropas brillantes; y las reinas de Dasharata atendieron a Sita y la cubrieron con espléndidas joyas, mientras Kaushalya vestía a las esposas de los monos, y los sacerdotes daban órdenes pasa la coronación. Entonces Rama montó en un carro conducido por Bharata, mientras Satrugna sujetaba un paraguas y Vibhishana otro. Sugriva montaba sobre un elefante, y los otros monos siguieron montados sobre elefantes hasta un número de nueve mil, y con música y sonido de conchas el señor de los hombres ingresó en su propia ciudad. A Hanumann, Jambavann, Vegadarshi y Rishabha les fueron entregadas cuatro jarras doradas para buscar agua pura de los cuatro océanos, y ellos se fueron por el cielo y trajeron el agua santa de los más lejanos límites del océano: Norte y Sur y Este y Oeste. Entonces Vashishtha, estableciendo a Rama y a Sita sobre sus tronos dorados, roció al primero de los hombres y lo consagró como rey de Ayodhya. 

Entonces los dioses se alegraron, los grandharvas cantaron y los apsaras bailaron; la tierra estaba llena de cosechas, los árboles tenían frutos y flores, y todos los hombres estaban contentos y alegres. Y Rama otorgó a los brahmanes regalos de oro y ornamentos, y vacas y caballos; a Angada le dio una cadena de oro con joyas como las que llevan los dioses, y a Sita un collar de perlas sin igual y otras joyas y espléndidos trajes. Pero ella, cogiendo las perlas con sus manos, miró a su señor y luego a Hanuman, recordando su bondadoso servicio; y Rama, leyendo su deseo, se lo permitió, y entregó el collar a Hanuman. Y el hijo del dios Viento, ejemplo de energía, fama, capacidad, humildad y coraje, llevando este collar, brillaba como una montaña iluminada por la Luna y aborregadas nubes. Y Rama entregó los debidos regalos de joyas y riquezas a cada uno de los demás héroes. Entonces Sugriva, Hanuman y Jambavan, con toda la multitud, volvieron a sus hogares, y Vibhishana hacia Lanka. Rama gobernó Ayodhya, y en su reino durante ese tiempo los hombres vivieron hasta mil años, y cayeron las lluvias debidas, los vientos fueron siempre favorables, no hubo dolor por enfermedades o por bestias salvajes o por invasiones, sino que todos los hombres estaban contentos y felices. 

Rama reina 

Entonces cuando Rama ocupó el trono, todos los grandes ermitaños vinieron a visitar a quien había recuperado su reino. Ellos llegaron del Este, del Oeste y del Norte y Sur, conducidos por Agastya, y Rama les reverenció y reservó para ellos espléndidos asientos de hierba de sacrificios y piel de ciervo bordada con oro. Entonces los sabios rezaron por la fortuna de Rama, especialmente y sobre todo debido a que éste había matado al hijo de Ravana, más poderoso que Ravana mismo, y salvado a hombres y dioses del peligro. Entonces Rama preguntó a los sabios acerca de la antigua historia de Ravana y su hijo, y ellos le relataron la historia entera del origen de los rakshasas: cómo ellos habían llegado a Lanka; cómo Ravana, Kumbhakarna y Vibhishana habían conseguido cada uno un deseo del gran señor; qué malvadas acciones habían sido hechas por Ravana, y cómo los dioses habían encargado a Vishnu adquirir forma humana para alcanzar su muerte. 

Asimismo contaron el origen de las acciones de los monos Vali, Sugriva y Hanuman. «Y, oh Rama», dijeron, «en la época dorada el demonio buscó luchar contigo; porque aquellos que los dioses destruyen van al cielo de los dioses hasta que nacen otra vez sobre la tierra; aquellos que Vishnu mata van al cielo de Vishnu, de modo que su misma cólera es una bendición. Y fue por ello que Ravana robó a Sita y tú adquiriste forma humana para su destrucción. Oh grandioso, sabes que eres NaRavana: lo recuerdas. Eres el eterno Vishnu, y Sita es Lakshmi.» Rama mismo y todo el pueblo reunido —los hermanos de Rama, los jefes monos, los rakshasas bajo Vibhishana, los reyes vasallos, y los brahmanes, kshatriyas, vaishyas y shudras de Ayodhya— se maravillaron con las palabras de los grandes sabios: Agastya se despidió de Rama y se marchó, y cayó la noche. 

Hanuman es recompensado 

Los monos vivieron en Ayodhya más de un mes, festejando con miel y carnes bien preparadas y frutas y raíces, aunque les pareció sólo un momento, por su devoción hacia Rama. Entonces llegó el momento en que debieron marcharse a su propia ciudad, y Rama los abrazó a todos con afecto y les dio excelentes regalos. Pero Hanuman se inclinó ante él y pidió un deseo: que él fuera siempre devoto sólo a Rama y que pudiera vivir sobre la tierra tanto como la historia de las acciones de Rama fuera contada entre los hombres; y Rama se lo otorgó, y cogió de su propio cuello una cadena con joyas y se la puso a Hanuman. tino por uno los monos vinieron y tocaron los pies de Rama, y entonces se marcharon; pero ellos lloraron de pena por dejarlo. 

El segundo sufrimiento de Sita 

Entonces Rama gobernó Ayodhya durante diez mil años, y llegó el momento en que Sita había concebido. Rama le preguntó si ella tenía algún deseo, y respondió que deseaba visitar las ermitas de los sabios junto al Ganges, y Rama dijo: «Que así sea», y la visita fue fijada para la mañana. La misma noche sucedió que Rama estaba conversando con sus consejeros y amigos, y les preguntó: «¿Qué dicen los ciudadanos y los hombres de este país a cerca de Sita y mis hermanos y Kaikeyi?» Y uno contestó que ellos frecuentemente hablaban de la gran victoria de Rama sobre Ravana. Pero Rama presionó para obtener informes más concretos, y un consejero respondió: «La gente realmente habla de vuestras grande acciones y vuestra alianza con los osos, los monos y rakshasas: pero ellos murmuran a cerca de que vos habéis traído a Sita, a pesar de que ella fue tocada por Ravana y vivió largo tiempo en su ciudad de Lanka. 

A pesar de todo eso, dicen, todavía la reconocéis; ahora nosotros, también, pasaremos por alto las malas conductas de nuestras esposas, dado que los súbditos siempre siguen las costumbres de sus reyes. Así, oh rey, son las conversaciones.» Entonces el corazón de Rama se abatió y despidió a los consejeros, mandando llamas a sus hermanos, y ellos vinieron y se pararon junto a él con las manos unidas y tocaron sus pies. Pero ellos vieron que él estaba con el corazón apesadumbrado y que sus ojos estaban llenos de lágrimas; esperaron ansiosos a que hablara. Entonces Rama les contó lo que le habían dicho. «Estoy deprimido por estas calumnias», dijo, «dado que yo soy de una familia ilustre, y Sita no es de nacimiento menos noble. Y Sita, para probar su inocencia, se sometió a ordalías por el fuego ante todos vosotros, y el Fuego y el Viento y todos los dioses la declararon inmaculada. Mi corazón sabe que ella es inocente. Pero la censura del pueblo me ha destrozado: la mala fama es enfermedad para uno como yo, y es preferible la muerte a esta desgracia. 

Por ello, Lakshmana, no hagas preguntas; en cambio llévate a Sita contigo mañana a la ermita de Valmiki junto al Ganges, como cumpliendo el deseo que ella manifestó hoy; y por mi vida y mis armas, no busquéis hacerme cambiar de idea, yo os consideraré mis enemigos.» Y los ojos de Rama se llenaron de lágrimas y se fue a su propio cuarto suspirando como un elefante herido. La siguiente mañana Lakshamana trajo un buen carro y se dirigió a Sita, diciendo: «Rama me ha ordenado que te lleve a las ermitas junto al Ganges de acuerdo con tu voluntad.» Entonces, Sita, llevando costosos regalos, montó en el carro ansiosamente. Al segundo día llegaron a la orilla del Ganges, cuya agua se lleva todo pecado; pero Lakshmana pasó y lloró desesperadamente. Entonces Sita le preguntó por qué lloraba. «¿Debido», dijo ella, «a que hace dos días que no ves a Rama? Él es más querido a mí que la misma vida, pero no estoy tan triste como tú. Llévame a través del río pasa visitar a los ermitaños que están allí y regalarles mis regalos, y entonces regresaremos: realmente, yo estoy ansiosa por ver a mi señor otra vez, cuyos ojos son como pétalos de loto, el pecho de león, el mejor de los hombres.» Entonces Lakshmana envió por barqueros, y cruzaron el río. 

Cuando estaban al otro lado, Lakshmana se pasó junto a Sita con las manos juntas y le pidió que le perdonara y no le juzgara culpable, diciendo: «Esto es un asunto demasiado doloroso para las palabras, de modo que te contaré abiertamente que Rama ahora renuncia a ti, puesto que los ciudadanos han hablado en contra tuya; él me ha ordenado que te deje aquí, como en satisfacción de tu propio deseo. Pero no te apenes, dado que yo bien sé que tú eres inocente, y tú podrás vivir con Valmiki, el amigo de nuestro padre. ¡Recuerda siempre a Rama y sirve a los dioses, así podrás ser bendecida!» Entonces Sita se desvaneció; pero volvió en sí y protestó amargamente: «¡Ay de mí! Debo haber pecado mucho en una vida pasada para ser así separada de mi señor, aun siendo inocente. Oh Lakshmana, antiguamente no me resultaba miserable vivir en el bosque, dado que yo podía ser sirviente de Rama. Pero ¿cómo puedo vivir allí sola ahora? Y ¿qué respuesta puedo dar a aquellos que me preguntan qué pecado he cometido para ser desterrada así? Preferiría ser ahogada en estas aguas, pero yo no podría traer la destrucción a la raza de mi señor. 

Haz lo que Rama te ha ordenado, pero llévale este mensaje mío: “Tú sabes, oh Rama, que yo estoy inmaculada y soy inmensamente devota a ti. Entiendo que es por evitar la mala fama que renuncias a mí, y es mi deber servirte incluso en esto. Un marido es el dios de una esposa, su amigo y su guru. Yo no sufro por lo que me acontece, sino porque la gente ha hablado con maldad de mí.” Ve y di estas cosas a Rama.» Entonces Lakshmana cruzó otra vez el río y fue a Ayodhya; pero Sita fue de aquí para allá sin refugio y comenzó a llorar en voz alta. Entonces la encontraron los hijos de Valmiki, y Valmiki fue hasta la vera del río y la consoló, y la llevó a la ermita y la entregó a las esposas de los ermitaños para que la abrigaran con cariño. Lakshmana encontró a su hermano sumergido en gran pena con sus ojos llenos de lágrimas; él también estaba apenado, y tocó sus pies y se pasó con las manos unidas, diciéndole: «Oh señor, he hecho todo lo que me has ordenado y he dejado esa incomparable señora en la ermita de Valmiki. No deberías apenaste, dado que tal es el trabajo del tiempo, que a su paso los sabios no se lamentan. 

Donde hay crecimiento hay caída; donde hay prosperidad hay también ruina; donde hay nacimiento debe haber también muerte. Por ello, el apego a la esposa, o hijos, o amigos, o riquezas es equivocado, dado que finalmente la separación es segura. No deberías dar lugar a tu pena delante del pueblo, si no ellos te culparán otra vez». Entonces Rama se calmó y agradeció las palabras y amor de Lakshmana; le mandó a buscar a los sacerdotes y consejeros quienes esperaban, y se ocupó así mismo otra vez con los deberes del Estado. Pero nadie había venido ese día por ningún asunto, dado que en los tiempos de Rama no había pobreza ni enfermedad y nadie buscaba desagravios. Pero al marcharse Lakshmana vio un perro que esperaba junto a la puerta y ladraba, y le preguntó cuál era su asunto. El perro contestó: «Yo quisiera contárselo directamente a Rama, que es el refugio de todas las criaturas, y proclama “No temáis nada” a todas ellas.» Entonces Lakshmana volvió hasta Rama y le informó, y Rama mandó llevas el perro hasta él. Pero el perro no quería entrar, diciendo: «Nosotros somos los peor nacidos y no podemos entrar en las casas de los dioses o reyes o brahmanes.» Entonces Lakshmana llevó su mensaje a Rama; pero él otra vez le envió en busca del perro y le dio permiso para entrar, a quien esperaba en la puerta. 

La justicia de Rama 

El perro entró y se sentó frente a Rama, y rogó su verdad y pidió su perdón; Rama preguntó: «¿Qué puedo hacer por vos? ¡Habla d sin miedo!» Entonces el perro relató cómo un cierto brahmán mendigo había golpeado sin causa, y Rama mandó a buscar al brahmán, y éste vino y preguntó qué quería Rama de él. Entonces Rama razonó con él, diciendo: «Oh doblemente nacido, vos habéis herido a este perro, quien no os había herido. Mira, el enojo es la peor de las pasiones, es como una afilada daga y roba toda virtud. Mayor es la maldad que puede ser traída por falta de autocontrol que por la espada, o una serpiente, o un enemigo implacable.» El brahmán contestó: «Yo había estado buscando almas y estaba cansado y enojado, y este perro no se iba, aunque yo se lo pedía. Pero, oh rey, soy culpable de error, y vos deberíais castigarme, y así podré escapar del temor al infierno.» Rama consideró cuál podía ser un castigo adecuado; pero el perro solicitó: «Nombrad a este brahmán cabeza de familia.» Entonces Rama le honró y le hizo marchar montado sobre un elefante; ante esto los consejeros estaban asombrados. A ellos Rama les dijo: «Vosotros no entendéis este asunto; el perro en cambio sí sabe lo que significa.» Entonces el perro dirigido por Rama explicó: «Yo fui una vez cabeza de familia, y serví a dioses y brahmanes, alimentaba a los sirvientes antes de tomar mi comida, yo era amable y benevolente y aun así he caído en este estado lamentable. Oh rey, este brahmán es cruel e impaciente por naturaleza, y entonces él fallará en sus deberes de cabeza de familia y caerá en el infierno.» 

Entonces Rama reflexionó acerca de las palabras del perro, pero éste se marchó y se recogió a sí mismo en penitencia en Benarés. En otra oportunidad vino un brahmán a las puertas del palacio sosteniendo el cuerpo muerto de su hijo, y gimiendo: «Oh mi hijo, tú no tenias sino catorce años de edad, y yo no sé qué pecado he cometido por el cual te has muerto; nunca he mentido, o herido a un animal, o hecho algún otro pecado. Debe ser por alguna otra razón que te has ido al reino de Yama. Realmente, debe ser que el rey ha pecado, si no esas cosas no podrían suceder. Por ello, oh rey, dadle a él otra vez la vida; o, si no, ¡ni esposa y yo moriremos aquí a tus puertas, como aquellos que no tienen rey.» Entonces Rama reunió un consejo de ocho jefes brahmanes, y Narada cogió la palabra y explicó a Rama cuál había sido la causa de la muerte prematura del niño. Le numeró cuatro épocas. «Y ahora, oh rey, la época Kali ha comenzado ya, dado que un shudra ha comenzado a practicar penitencias en el reino, y por esta causa el niño ha muerto. 

Desentrañad este asunto y señalad esas malas acciones, de modo que la virtud de vuestros súbditos pueda aumentar y este niño pueda ser restituido a la vida.» Entonces Rama ordenó preservar el cuerpo del niño en aceite dulce, pensó en el carro autoconducido Pushpaka y éste supo de sus pensamientos y vino directamente hacia él. Entonces Rama montó en el carro y buscó en cada punto cardinal; pero no encontró pecado en el Oeste ni en el Norte, y el Este estaba claro como el cristal. Sólo en el Sur, junto a una charca sagrada, encontró a un yogui haciendo el pino practicando la más severa de las disciplinas, y Rama le preguntó: «Oh vos bendito y devoto, ¿quién eres tú, cuál tu color y qué buscas conseguir, el cielo o alguna otra cosa?» Y el yogui contestó: «Oh gran Rama, yo soy de los shudras, y es por el cielo que hago esta penitencia.» Entonces Rama sacó la espada y cortó la cabeza del yogui, y los dioses hicieron llover flores y agradecieron la acción; pero el yogui shudra alcanzó la morada de los celestiales. Ahora Rama pidió a los dioses: «Si estáis conformes conmigo, restituid la vida al hijo del brahmán y así cumpliréis mi promesa.» Ellos lo aseguraron y Rama volvió a Ayodhya. Mientras tanto Sita, viviendo en la ermita de Valmíki, dio a luz a dos hijos, y ellos se llamaron Kusha y Lava; crecieron en la ermita del bosque y Valmiki les enseñó sabiduría, y él hizo este libro del Ramayana en shiokas y les dio habilidad para la recitación. 

Los hijos de Rama 

En esos días Rama preparaba un sacrificio de caballo, dejando en libertad a un caballo azabache con marcas de suerte para que pudiera deambular a donde quisiera, y Lakshmana lo siguió. Entonces él invitó a todos los osos y los monos, y a Vibhishana y a reyes extranjeros, y a los rishis y otros ermitaños de cerca y lejos, a estas presentes en la ceremonia final. Y durante el año en que el caballo deambuló regaló incalculables riquezas; sin embargo, los tesoros de Rama no fueron disminuidos de forma alguna. ¡Nunca antes hubo un Ashwamedha así en el mundo! Kusha y Lava fueron con Valmiki a la ceremonia, y Valmiki les dijo que recitaran el Ramayana en todas partes, y si alguno les preguntaba, que se presentaran a sí mismos como discípulos de Valmiki. Así fueron ellos por ahí, cantando las acciones de Rama; Rama oyó hablar de ellos, y convocó una gran asamblea de brahmanes y todo tipo de gramáticos, artistas y músicos, y delante de ellos cantaron los niños ermitaños. Sus canciones eran maravillosas y deliciosas, y nadie se cansaba de oírlas; en cambio, todos devoraban a los niños con los ojos y murmuraban: «¡Son tan parecidos a Rama como una burbuja se parece a otra!» Cuando Rama les fue a entregar las riquezas, ellos le dijeron: «Vivimos en el bosque, ¿de qué nos serviría el dinero?» Y cuando él les preguntó quién había compuesto esa canción, ellos contestaron: «Valmiki, que es nuestro maestro. Y, oh rey, si la historia de vuestras proezas os deleita, escuchadla toda durante el ocio.» Entonces Rama escuchó la historia día tras día, y por ella supo que Kusha y Lava eran hijos de Sita. Entonces Rama mencionó el nombre de Sita frente a la asamblea, y envió un mensajero para preguntar a los ermitaños si ellos garantizarían su fidelidad y preguntarle a ella misma si quería dar prueba de su inocencia otra vez. «Pregúntale», dijo, «si ella juraría delante de la gente para asegurar su propia pureza y la mía.» 

Los ermitaños enviaron el mensaje de que ella iría, y Rama se alegró de ello, asignando el día siguiente para tomar el juramento. Cuando el momento acordado había llegado, y todos estuvieron sentados en la asamblea, inmóviles como montañas, Valmiki se adelantó y Sita le siguió con la mirada baja, las manos unidas y lágrimas que le caían por el rostro, y se alzó un grito de bienvenida y un murmullo en la asamblea cuando ellos vieron a Sita siguiendo a Valmiki así, como los vedas seguían a Brahma. Entonces Valmiki habló frente a la gente y dijo a Rama: «Oh hijo de Dasharatha, aunque Sita es pura y sigue la senda de la rectitud, tú renunciaste a ella junto a mi ermita debido a la censura de la gente. Permite ahora que ella dé testimonio de su pureza. Y, oh Rama, yo mismo, que persigo la verdad, os digo que estos niños mellizos son vuestros hijos. 

También juro delante de ti que si algún pecado se encontrara en Sita yo renunciaré al fruto de todas las austeridades que he practicado por muchos miles de años. » Entonces Rama, viendo a Sita de pie frente a la asamblea como una diosa, con las manos unidas, replicó: «Oh gran hombre, tú eres cada virtud, y tus palabras me convencen de la pureza de Sita. Yo reconozco a estos hermanos Kusha y Lava como mis hijos. Pero Sita debe dar testimonio ella misma, por el bien de aquellos que han venido hasta aquí a ser testigos de su confesión.» 

Sita es llevada de vuelta por la Tierra 

Entonces allí soplaba un dulce, fresco, fragante aire, un divino céfiro tal como solía soplar sólo en la época dorada, y el pueblo estaba asombrado de que este aire soplara también en la segunda época. Pero Sita, con la mirada baja y sus palmas juntas, dijo: «Yo no he pensado nunca en nadie que no sea Rama ni siquiera en mi corazón: como esto es verdad, la diosa de la tierra puede ser mi protección. Yo he orado siempre con la mente y el cuerpo y las palabras por el bienestar de Rama, y por esto yo pido a Vasundhara que me reciba.» Entonces un trono celestial surgió desde adentro de la tierra, originado en la cabeza de poderosas nagas10[4] y cubierto de brillantes joyas; y la Tierra estiró sus brazos hacia afuera y dio la bienvenida a Sita y la estableció en el trono, y el trono se hundió otra vez. Ante ello los dioses gritaron pidiendo por Sita, y todos los seres de la tierra y el cielo se llenaron de asombro y expectativa, dado que un único lugar y en un solo momento se tragara todo el universo de una vez. Pero Rama se sentó golpeado y apenado con la cabeza colgando, y sobrecogido por la pena y el enojo por la desaparición de Sita delante de sus ojos, y hubiese destruido a la misma Tierra para que ella le devolviese a Sita. Pero Brahma dijo: «Oh Rama de firmes votos, no deberías apenarte; mejor recuerda que tu cabeza es esencialmente divina y piensa en ti como siendo Vishnu. Sita no tiene pecado y es pura, y por su virtud ella se ha ido a la morada de las nagas; pero tú estarás con ella en el cielo. Escucha ahora el final de la historia de Valmiki, y tú sabrás tu futura historia», y con esto Brahma y los dioses volvieron a su propio sitio, y Rama fijó la mañana para oír el Uttara Kanda. 

Los últimos días de Rama 

Pero ahora Rama tenía el corazón apesadumbrado, y el mundo entero parecía vacío sin Sita, por lo que no podía tener paz. Dio a los monos, a los reyes y a los ermitaños regalos, y les hizo retomar a sus propios hogares; hizo una imagen dorada de Sita para compartir con ella el desarrollo de los ritos sagrados, y mil años pasaron, mientras todos las cosas prosperaban en el reino de Ayodhya. Entonces Kaushalya y Kaikeyi murieron, y se unieron al rey Dasharatha en el cielo. Bharata reinó en Kekaya, y Satrughna fue rey de Madhu, mientras que los hijos de Lakshmana fundaron reinos propios. Con el tiempo vino al palacio de Rama el poderoso yogui Tiempo, y Rama le honró. Se nombró a sí mismo Tiempo, procreado por Narayana en Maya, y le recordó a Rama toda su propia bondad y todo lo que él había alcanzado en el cielo y en la tierra. «Oh señor del Mundo», dijo, «tú has nacido en la tierra para la destrucción del rakshasa de los Diez Cuellos y te has comprometido a vivir en la tierra por once mil años. Ahora culmina ese período y el gran señor me ha enviado para deciros: ¿Reinarás aún más tiempo sobre los hombres o regresarás al señorío de los dioses?» Entonces Rama rezó al yogui y dijo que él estaba en lo cierto, y si por él fuera volvería a su propio sitio. 

Pero Lakshmana se había marchado ya de su casa e ido a las orillas del Sarayu a practicar grandes austeridades, y allí los dioses hicieron llover flores sobre él, e Indra lo levantó de la tierra y lo regresó a su propia ciudad, de modo que todos los dioses, viendo la cuarta parte de Vishnu regresando a ellos, se alegraron y comenzaron a adorarlo. Entonces Rama seguiría la misma senda, y buscó a su hermano Bharata para ser rey de Ayodhya, pero él se negó y dijo que establecería a los hijos del rey, Kusha y Lava, en Kosala norte y sur; Rama lo concedió y ellos fueron instituidos en el trono y gobernaron sobre las nuevas ciudades de Kushavati y Sravanti; pero Ayodhya se vaciaría del todo de gente, dado que el pueblo en su totalidad seguiría a Rama cuando él se marchara. Noticias de estos asuntos llegaron a Satrughna también, y él estableció a sus dos hijos en el trono de Mathura y se apresuró a regresar adonde se encontraba Rama. Oyendo que Rama se marchaba, los monos, nacidos de los dioses, fueron a Ayodhya a verlo, y Sugriva dijo: «Yo he establecido a Angada sobre el trono de Kishkindha y te seguiré. » Entonces Rama consintió el deseo de todos los monos de seguirle, pero a Hanuman le dijo: «Ya se ha determinado que tú vivirás para siempre: sé feliz en la tierra tanto como la historia sobre mí perdure.» A Jambavan y a algunos otros Rama concedió vida hasta el fm de la época de Kali, y a otros osos y monos les dio libertad para seguirle. 

A Vibhishana le dio buenos consejos acerca de cómo gobernar y le dijo que siempre adorara a Jagannatha, señor del mundo. Al día siguiente Vashishtha preparó todos los ritos debidos a aquellos que se marchan al otro mundo, y todos los hombres que siguieron a Rama y los brahmanes partieron para Sarayu. Hasta allí se dirigieron Bharata, Lakshmana y Satrughna y sus esposas, y los consejeros y sirvientes, y toda la gente de Ayodhya, con las bestias y pájaros y la menor cosa que respiraba, y los osos y rakshasas y monos siguieron a Rama con los corazones felices. Cuando llegaron a Sarayu, Brahma, el gran señor, llegó hasta allí con el pueblo divino y cien mil carros divinos, y el viento del cielo sopló y llovieron flores desde el cielo sobre la tierra. 

Entonces Brahma dijo a Rama: «¡Ay de mí, oh Vishnu! Entra, con tus hermanos, otra vez de cualquier forma que tú quieras, sé el refugio de todas las criaturas, y más allá del ámbito del pensamiento o las palabras, desconocido por cualquiera, sálvate Maya.» Entonces Vishnu entró al cielo en su propia forma, con sus hermanos, y todos los dioses se inclinaron ante él y se alegraron. Entonces dijo Vishnu al gran señor: «Os concierne encontrar el sitio apropiado a toda esta gente que me ha seguido por amor, renunciando a sí mismos por mi bien.» Entonces Brahma designó sitios en los cielos para todos aquellos que habían seguido a Rama, y los osos y los monos asumieron sus formas divinas, siguiendo la forma de aquellos que los habían procreado. Entonces todos los seres allí reunidos entraron en las aguas del Sarayu, alcanzando el estado divino, y Brahma y los dioses regresaron a su propia morada. 

Así termina el Ramayana, venerado por Brahma y hecho por Valmiki. Aquel que no tenga hijos conseguirá un hijo aun leyendo un verso del estado de las cosas de Rama. Todo pecado se limpia en aquellos que lo leen o lo oyen leer. Aquel que recita el Ramayana tendrá ricos regalos de vacas y oro. Vivirá mucho tiempo el que lea el Ramayana, y será honrado, con sus hijos y nietos, en este mundo y en el cielo. 

SISTER NIVEDITA & ANANDA K. COOMARASWAMY ______________________________________________ 

9[3] Swayanvara, elección de un esposo de una reunión de pretendientes; ver también la historia de Nala y Damayanti, página 263. 
10[4] Nagas, lit. serpientes —seres de naturaleza semihumana, semiserpiente, que habitan las aguas y el mundo subterráneo.

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