jueves, 18 de abril de 2019

MORAL SEXUAL, ONANISMO Y CELIBATO




No podemos tratar aquí extensamente, aunque algo más agre­garemos, del problema del celibato religioso, que nos llevaría a di­latadas disquisiciones sobre la represión del instinto y los comple­jos freudianas con todas sus funestas consecuencias. Para nosotros, las hogueras de la Inquisición fueron, en gran parte, el resultado de complejos psicopáticos colectivos consecuentes a la represión sexual. A la mayor parte hay que recordarles la frase de San Pablo: "Y si no tienen don de continencia, cásense; que mejor es casarse que quemarse" ("Primera epístola a los Corintios"). Y, por supues­to, mucho mejor que quemar a los demás. 

Ricardo Wagner en su maravillosa tetralogía del "Anillo del Nibelungo" establece la apa­rición de la magia negra como consecuencia de la renuncia al amor sexual de los que aun no están preparados para ella: Cuando pone en boca de Alberico aquella frase tremebunda de, "yo renuncio al amor", a la que han de seguir la fulminante "maldición" y la forja del fatídico anillo de la magia. La castidad es bellísima, y no en­cierra, generalmente, peligros fisiológicos, pero hay pocos seres humanos preparados para ella; pero no debe, por consiguiente, conver­tirse en sistema, ni a la Naturaleza le conviene.

Como este asunto se halla perfecta y suficientemente estudia­do por todos los autores de la escuela de Freud, hacernos punto fi­nal, después de habernos limitado a exponer la tesis. 
La "Reforma" de Lutero, fue su mejor justificación.

                            MORAL SEXUAL, ONANISMO Y CELIBATO
(A modo de crítica a propósito de ciertas afirmaciones sobre este problema).

Partimos de un hecho claro y preciso: Que estamos conformes con la condenación moral del onanismo. Pero disentimos de ciertas argumentaciones, definiciones y detalles con los cuales se ha queri­do fulminar tal aberración.

Un autor basa el contenido de su obra (según afirma en la pág. 38) en la definición que dice: "El onanismo es todo procedi­miento que tiene por objeto evitar la concepción". Con lo cual no estamos conformes, porque entonces habría que llamar "onanismo" a la castidad y al celibato, cuando tratan de evitar la concepción. Para que la definición antes dicha fuera exacta y pudiera ser­vir como base de meditación, habría que exponerla así: "Onanis­mo es todo procedimiento que tenga por objeto evitar la concepción, dada la realización del acto sexual, normal o anormalmente y ha­biendo existido, eyaculación de licor masculino". (Si no existe eya­culación espermática, no puede tener lugar el acto onánico).

El hecho condenable de inutilizar intencionalmente la función sexual consumada, no debe basarse en el caso de Onán ni en el castigo que le inflingiera Dios.

Onán no practicó su aberración sexual por vicio ni torcida in­tención, sino par una especie de dignidad fisiológica que le impedía tener hijos con su cuñada (viuda de su hermano) sin quererla ni de­searla, y para no dar a sus hijos una situación falsa con respecto a su paternidad. El tener hijos con la cuñada, sin quererla ni desear­la (y solamente porque era costumbre o ley entre los judíos) no es mandamiento de la ley de Dios en ninguna religión del planeta; y por eso no se justifica la ira divina de Jehová matando a Onán por negarse a ello. Con todos los respetos al libro sagrado, el redactor del cap. 38 del "Génesis" (que probablemente no ha sido Moisés sino un sacerdote del tiempo de Jerobán II) parécenos habernos pintado un Jehová hecho a imagen y semejanza de los hombres.

Bajo un punto de vista altamente espiritual, es defendible la posición de Onán negándose a tener hijos que no se le iban a acre­ditar a él sino a su hermano Her, ya fallecido. Lo que no es defen­dible es el procedimiento de que se valió. (Aunque dada la "ira" de Jehová, que al fin era un Dios, hemos de suponer la ira peor y mal contenida de los hombres, que muy bien pudieran haber coacciona­do y hasta amenazado de muerte a Onán si no cumplía con la ley o costumbre judía).

"En un acto onánico -dice un autor- no se elimina a un ser solamente, sino a todos los que en el futuro proviniesen de él, es de­cir, se corta la vida a una generación futura y a tantas ramificaciones que de él descendieran; por lo cual en este caso el pecado es múlti­ple y colectivo". (Esta afirmación se presta a muchas objeciones): La "honesta continencia permitida en el matrimonio" y que se estima como no contraria a la moral y a la espiritualidad, ¿no corta también la vida de todas cuantas generaciones pudieran surgir de los óvulos y de los espermatozoides viables de la pareja humana? Bajo el mismo punto de vista de la inutilización de los gérme­nes de generaciones "futuribles", el celibato podría considerarse co­mo un acto contra natura, por el cual se trata de anular íntegramen­te la disposición del ser al acto generador, y que desoye el conse­jo de Cristo de "Creced y multiplicaos" (consejo que solamente ex­presa fines fisiológicos).

En otro orden de argumentaciones, no pueden llamarse "zán­ganos" a los onanistas que (según un autor) "se negaron a prose­guir en la lucha fecundadora. . . ", porque a esto también niéganse los monjes y cenobitas, como lo hizo Jesucristo. Un padre que ha te­nido tres hijos y luego se ha hecho onanista, para no tener más, ha dado más a la especie que un hombre célibe, y ha sabido cumplir con el precepto de "creced y multiplicaos". Hemos de suponer que Dios sabe valorar todo esto mejor que los hombres.

Preséntanos también un autor el problema de la "intervención del elemento divino" en el cuerpo del feto que va a nacer, conside­rando que ese elemento divino o "alma", quedaría defraudado si "después de la conjunción" se interrumpe el desarrollo subsiguien­te del proceso generativo. Habría que preguntarse antes, si este es­crúpulo se refiere a la conjunción del hombre y de la mujer, o a la conjunción del óvulo y del espermatozoide (que no es lo mismo). Porque, no siendo fecunda la mujer durante 18 días del mes (como enseña la ley de Ogíno), ¿quedaríase defraudado el elemento divi­no en las cópulas --que hay que considerar legítimas- realizadas durante esos dieciocho días? La dificultad que encierra la solu­ción de este problema, nos obliga a ser cautos y prudentes filóso­fos, antes de admitir la acción divina, creadora del alma humana, dependiendo de la iniciativa sexual, más o menos oportuna, de una pareja humana. 

Creemos que Dios no puede rebajarse a esperar que un hombre y una mujer cohabiten juntos en los días oportunos de cada mes, sino que las almas (como decía Platón) preexisten de algún modo, salidas de la potencia objetiva del Creador. No nos podemos figurar a Dios ocupado en crear un alma, a tiempo fijo, según el capricho amatorio de cada pareja humana, para que lue­go, en muchos casos, y por consecuencia de que la mujer hace uso de un medio anticoncepcional, tenga Dios que considerarse defrau­dado y confesar que se ha equivocado, debiendo guardar aquella alma para otra pareja que no tenga hábitos onanistas.

Y si el alma humana es creada o infundida por Dios después que se ha realizado la conjunción entre el óvulo y el espermatozoi­de (cosa que estaría más dentro de la lógica universal), lo que po­dría tener categoría criminal sería el aborto provocado. Pero sobre esto no hay datos filosóficos indiscutibles, y mucho menos pruebas científicas. Hay quien admite la intervención del elemento divino en el momento mismo de la concepción (conjugación de las células sexuales); otros que demoran dicha intervención hasta los 27 días o más después de la concepción, y otros que no admiten la interven­ción del alma individual hasta el momento mismo del nacimiento.

En todo caso, admitiendo la preexistencia del alma (como quie­re Platón y opinaron algunos de los primeros padres de la Iglesia) esta siempre puede sentirse atraída magnéticamente, o por afinidad psicológica, hacia un feto ya en formación, sin tener que exponerse a una equivocación que 1a obligue a revolotear hacia una nueva pa­reja humana en condiciones procreadoras.

Dice un autor que los onanistas, "no viviendo para reproducir­se, tampoco viven para la humanidad". Pero esto no constituye una exacta deducción, porque entonces cabría argüir que los sacerdotes, frailes y monjas, no viviendo para reproducirse tampoco viven pa­ra la humanidad. Cosa a todas luces inexacta, porque aparte los ca­sos de egoísmo extremado en los que solamente se piensa en salvar la propia alma, hay muchos sacerdotes y monjes que son útiles a la humanidad, exactamente igual que muchos onanistas. La utilidad que se presta a la Humanidad no estriba solamente en reproducirse a más y mejor. Decía Pitágoras que vale más una. , familia poco nu­merosa pero selecta, que una familia dilatada pero burda.

Por otra parte (y comentando una consideración de un autor), cualquier polígamo, adúltero y fornicario que tenga hijos, debe ser más apreciado que un onanista o un hombre estéril, porque son más útiles a la humanidad que estos últimos. La prueba es que Dios per­mite el nacimiento de esos hijos fuera de la ley moral creada por los hombres. Y esto es lógico, porque Dios no se rige por la moral convencional de los hombres. (El alma maravillosa de Leonardo de Vinci, fue puesta en un cuerpo que no se engendró en el seno de la esposa de su padre, sino en el vientre de una campesina de quien su padre se enamoró. Dios se complació en poner el alma quizás más talentosa de la historia de la humanidad, en un cuerpo que fue fru­to de la fornicación. Pero que seguramente era más apto para ser­vir de instrumento a dicha alma que los cuerpos nacidos dentro de la moral al uso, bajo la firma del juez y del sacerdote. Todo esto está claro para el que tiene ojos para ver.

Es curioso el dato que da un autor. (Manuel Blanco, pág. 65 de "Onanismo y Cristianismo") de que la cantidad de onanistas que hay en la Iglesia protestante es la misma que en la Iglesia católica. De todos modos, esto prueba cuan poca fuerza tiene hoy el espíritu colectivo para hacer cumplir sus preceptos a las masas. Agrega refiriéndose a los onanistas: "Eludir la máxima de creced y multiplicaos, para cumplir la otra máxima de "Id por el mundo y predicad el evangelio a toda criatura", es estar en oposi­ción a las dos. Pero pensarnos que este argumento es aplicable tam­bién a todos los que practican el celibato voluntario.

Resumiendo: Para algunos autores, el ideal de moralidad sexual, estriba en reproducirse a más y mejor dentro del matrimonio eclesiástico, por encima de toda consideración en cuanto a las con­diciones ambientales en que ha de desarrollarse la prole. Pero de­ben tener en cuenta que, en los dos ovarios de la mujer hay unos 500 óvulos y en cada eyaculación de licor masculino hay varios mi­llones de espermatozoides, porque la Naturaleza es pródiga en po­tencialidades aunque económica en manifestaciones. Se desperdi­cian a todas horas la mayor parte de las semillas vegetales y ani­males, de las que solamente una ínfima parte fructifica; de lo cual podemos deducir que, en materia de reproducción, Dios ha estable­cido una ley en cuanto a finalidad pero no en cuanto a cantidad ab­soluta.

Es rechazable el "onanismo" por cuanto se viola la ley de fi­nalidad procreadora, convirtiendo en finalidad el placer sexual. Pe­ro igualmente rechazable es el "celibato voluntario" que parece desoír el precepto divino de "Creced y multiplicaos". Y siempre se­rá cierto que, una pareja que haya tenido un solo hijo, será más be­nemérita a los ojos de Dios, que los individuos que no tuvieron nin­guno, porque hemos de suponer que a Dios lo que le interesa para el desarrollo de su plan universal es que se cumpla la finalidad de sus leyes, pero no que se eluda esta finalidad con nombres conven­cionales puestos por los hombres, sean "onanismo", "celibato" o "eunuquismo".

Conviene aún agregar otra consideración sobre el problema de conciencia que puede presentarse como consecuencia del acto gene­rador consumado.

¿Puede considerarse más espiritual (o sea más de acuerdo con la voluntad divina) el dar hijos al mundo, por imperativo de finali­dad sexual, cuando se sabe que los expone uno al sufrimiento y a la miseria, que evitarlas para no exponerles a una vida de penuria o de enfermedad? La solución en uno ú otro sentido es discutible y opina­ble; y el resultado espiritual depende en último término de la inten­ción con que se haga.

¿Puede considerarse corno pecado la realización del acto sexual dentro del matrimonio, cuando se sabe que por defecto o enfermedad del hombre o de la mujer, no se pueden tener hijos? Se sabe que no se puede cumplir con la finalidad, y en este caso la ley de Dios sería buscar de tener hijos con otra persona fecunda, fuera del matrimo­nio. Pero aunque esto último está dentro de las leyes divinas que ri­gen el plano material, lo primero está dentro de las leyes espirituales que permiten el mantenimiento de los lazos sentimentales que elevan el alma y predisponen al espíritu de sacrificio, cultivando, mediante la convivencia íntima, el amor de las almas y la virtud de la fideli­dad.

Todo esto nos hace ver la utilidad de no dogmatizar, y de tra­tar de buscar siempre la solución menos mala a los problemas, cuan­do no se encuentre la solución buena. Siempre al tenor de la máxi­ma socrática de que "Todo lo que se hace con razón es moral".

En nombre del espíritu no se pueden dejar de cumplir las le­yes divinas, porque lo más espiritual es lo que está más de acuerdo con la ordenación universal. Sin embargo, parece ser que el criterio de muchos que se tienen por espiritualistas es el de "crezcamos to­dos y que se reproduzcan los demás"; lo cual es más cómodo y nos recuerda aquella humorística frase del fraile que llamaba a voces a sus compañeros diciéndoles: "Ha dicho el padre prior que bajemos al huerto y que trabajéis, y que luego comamos".

Dr Eduardo Alfonso













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