miércoles, 22 de mayo de 2019

EL EVANGELIO DE LA ACCIÓN INSPIRADA



—¿Podemos reducir esos pensamientos poco comunes y conciliarlos con las necesidades corrientes de la hora en que vivimos? —Preguntarán algunos lectores—. No podemos abandonar el mundo, no podemos dejar nuestras ciudades y retirarnos a meditar en soledad; tenemos que pagar nuestras deudas a Admeto y nuestros pies están encadenados a perpetuidad mientras las pagamos —agregarán— El mundo es áspero y brutal y no da cabida a doctrinas tan vanas y tan vacías como las que usted propone. No podemos alimentarnos de nubes y sobrevivir. Su filosofía es muy conveniente para los que están cómodamente sentados junto a la chimenea, tal vez, ¿pero cómo puede servirnos a nosotros que sudamos y nos las vemos negras en medio de una sociedad materialista? 
Estas preguntas contienen algunos errores frecuentes que se cometen al referirse a la espiritualidad verdadera, y he de contestarlas haciendo por mi parte una pregunta. —¿Han estado alguna vez en medio de uno de esos huracanes tropicales que se mueven con aterradora violencia? Por extraño que parezca, uno descubre que, en el mismo centro del huracán, hay un lugar calmo y perfectamente sereno. Así también el hombre que se conoce a sí mismo logra el equilibrio mental y permanece inconmovible en medio de la febril agitación del mundo. 

Su ser más recóndito permanece en un estado de reposo continuo, sea cual fuere el huracán de la vida que ruge junto a él, en cualquier trabajo al cual esté dedicado y sean cuales fueren los pensamientos que ocupan su intelecto. La verdad espiritual suele ser considerada como prerrogativa de los temperamentos especulativos, perdidos en sus sueños piadosos o filosóficos. Que también pueda ser practicada por los hombres de negocios activos es una consideración que parece dudosa, pero la historia nos ha demostrado que puede suceder frecuentemente. ¿Será posible conciliar la sabiduría del mundo con la sabiduría de las cosas divinas? ¿Por qué no? ¿Por qué el investigador de la vida espiritual no ha de confundirse con el hombre de negocios? 

Conozco a un hombre que tiene una fábrica de productos químicos en una ciudad inglesa del interior, y que intentó hacer esto. La organización de la fábrica, el equipo de laboratorio y de las oficinas, los métodos de publicidad y los productos manufacturados estaban entre los mejores y más modernizados nombres en cada ramo. No había nada, dentro de los límites de lo razonable, que este patrón no hiciera por ellos, y el resultado era que no había nada que ellos no estuvieran dispuestos a hacer por él, también dentro de lo razonable. Todas las noches, antes de acostarse y descansar del ajetreo del día —y ése es su único momento libre— se retira a un lugar tranquilo de su casa y dedica media hora a la quietud mental, encontrando en ella una paz sublime y una fuerza que lo inspira a trabajar nuevamente al día siguiente y que le permite mantener una secreta libertad en medio de las actividades mecanizadas de nuestros tiempos. 

Este hombre ha logrado conciliar la práctica regular que le permite mantener serenidad interior en medio de las distracciones y las turbamultas de la diaria existencia. La sabiduría y la fuerza superiores que él encuentra en el centro divino se manifiestan después en una efectiva acción en sus negocios. El hombre de negocios, al decir que no tiene tiempo para pensar en asunto espirituales porque sus preocupaciones materiales lo absorben completamente, se coloca en una situación lamentable. ¿Cuál es, en suma, el verdadero negocio del hombre? Es justo considerar nuestras necesidades materiales del momento, pero no es justo considerarlas por encima de todo lo demás. Muchos son los occidentales que se han sumergido en sus negocios y casi nunca emergen para enterarse de que en la altura brilla un sol espiritual. 

Miles de pensamientos invaden sus cabezas desde el amanecer hasta la noche; cuando llega ésta, se hallan ya en condiciones de cosechar lo que han sembrado. En medio de este campo de batalla de pensamientos e impulsos: ¿qué queda? Y cuando la salud de estos hombres está en peligro y el médico les obliga a tomar unas largas vacaciones, la esclavitud en la que viven es tal que se llevan consigo sus preocupaciones; ya no pueden apartarlas de sus mentes. El hombre se convierte así en el carretero que lleva un carro cargado de pesados fardos. Es un día penoso pero necesario en la vida de un hombre aquél en que descubre que, a pesar de todos sus afanes, no tiene entre las manos más que algunas hojas secas. En ese memento tal vez empiece a darse cuenta que la verdadera espiritualidad no es ni una ciencia abstracta ni una especulación abstracta ni una especulación abstrusa: es una forma de vida, una visión más profunda del mundo. 

Tal vez sea doloroso llegar a ese día, pero esto puede ser el prólogo a una felicidad duradera. 
Los asuntos prácticos de la vida ya no existen para servirlos, sino para tiranizarlos. “Las cosas han montado al caballo de la humanidad”, dice Emerson, y ello es verdad en el caso de ciertos hombres. La conciencia que podría quedar libre por un rato cada día, a fin de adquirir la joya de la paz espiritual interior, se ve obligada, por la máquina que ellos han construido en torno de sí mismos, a ocuparse de pequeñeces y mezquindades. El hombre, preocupado por mejorar sus máquinas se olvida de mejorarse a sí mismo. Divorciar a la vida de lo espiritual es ponerla en peligro. 
La parte activa del hombre debe alimentarse de los recursos espirituales de su parte más profunda. 
 Debemos equilibrarnos compensando nuestra actividad con la contemplación. El intelecto crítico debe ver a la intuición visionaria como a un amigo, no como a un enemigo; las capacidades comerciales deben colaborar con la imaginación espiritual, y nuestro egoísmo profundo debe hacer frente también a nuestro profundo altruismo. 

De este modo cada uno de nosotros puede convertirse en el exponente de un punto de vista más profundo en nuestra vida superficial. Nuestras vidas deben encontrar el áureo medio. Debemos practicar todos los días el reposo mental sin perder la capacidad de realizar nuestras tareas prácticas. Debemos encontrar un equilibrio justo entre los elementos místicos y materiales de nuestra naturaleza, por diversos e incompatibles que parezcan ser. La persona que siga el sendero secreto que aquí ha sido descrito, encontrará este equilibrio sin dificultad. Porque éste sobrevendrá naturalmente, por sí solo. El monje que hace de la meditación una obsesión, está en libertad de hacerlo; pero nosotros, que tenemos que vivir y trabajar en el mundo, debemos encontrar un término medio. 
La luz que encontramos en nuestra práctica del reposo mental habrá de brillar en nuestros actos cuando nos mezclemos sin temores a la multitud. La acción inspirada puede convertirse en un ejercicio práctico para alcanzar la espiritualidad, tanto como la renuncia a la vida mundanal y el retiro a las soledades monásticas. No todos los hombres espirituales llevan hábito de monje: ¡algunos usan pantalones de franela! Los tiempos cambian, y los hombres cambian con ellos. 

La vida recluida que satisfacía al eremita asqueado de la vida en otros tiempos, ya no satisface al hombre occidental de hoy, que no puede dejar de participar en cierta medida del espíritu de empresa materialista que lo rodea. Si ese hombre es plenamente consciente, tratará de conciliar su espíritu, conociendo su valor real, con el propósito más alto que ha descubierto. Y no perderá de vista sus quehaceres materiales mientras se ocupa de los problemas místicos de la búsqueda de la Verdad. La idea corriente del hombre que sigue un camino espiritual es que es un ser manso y bondadoso, desprovisto de toda utilidad dentro del mecanismo social y de las facultades del razonamiento y del sentido común. Que pueda este hombre encadenar pensamientos con férrea lógica, que pueda abrirse camino entre el personal directivo de una gigantesca empresa moderna, que pueda comandar a un batallón en tiempo de guerra, es una idea que hace sonreír, aunque yo he conocido hombres de este tipo que han hecho estas cosas. Es mirado como un ser inofensivo y un poco absurdo, aunque benigno. “¿Crees que debes portarte como un negro porque amas a Dios? ¿Crees que un comerciante abre una tienda con el propósito de practicar la religión? 

Por qué no examinaste la sartén antes de comprarla?”, así reprendía Ramakrishna, uno de los santos más grandes de la India en el siglo XIX, a un joven discípulo que había ido a comprar una olla de hierro y había descubierto, de regreso, que estaba agujereada. El hombre que sigue el camino de la vida superior no tiene por eso que estar despojado de todo talento humano. Aunque llegue a ser tan humilde y caritativo como San Francisco de Asís, puede ser tan valeroso como Guillermo Tell, tan cerebral como Bernard Shaw, tan preciso como Galileo. Es falso creer que el hecho de extraer su sabiduría de un contacto directo con una fuente profunda le hace perder la capacidad para pensar lógicamente, manejar negocios y hombres y ocupar su lugar en un mundo de actividad. 
Estas cualidades puede ser que sigan existiendo en él, pero ya no podrán esclavizarlo. Inspirar la vida diaria con la fe que tenemos en la divinidad interior, nos permite trabajar mejor, y no peor. Pues uno puede extraer infinita fuerza en ese caso, y una sabiduría más profunda para actuar de acuerdo a ella. 

Sir J. A. Thompson, en un discurso pronunciado recientemente ante la Asociación Británica, declaró que la solución de algunos de los problemas científicos más abstractos se le había presentado cuando había logrado apartar su mente de toda clase de problemas, dejándola en completo reposo durante algún tiempo. Pocas personas saben que Lord Leverhulme, que llegó a crear la organización industrial más poderosa de su clase, podía descansar a voluntad en cualquier momento, y entrar en un estado sereno de ensueño. En medio de sus innumerables tareas, solía hacer uso de este poder. 

Los que creen que la meditación correctamente practicada es nada más que una forma de idealismo sentimental o de especulación abstracta, comenten un grave error. Una meditación como ésta libera gradualmente en el hombre una fuerza anímica de la cual no estaba consciente hasta ese momento, y que puede llegar a ser una gran inspiración en su trabajo. Esta fuerza es la más poderosa, precisamente porque constituye el elemento más interior de su ser. Esta es la verdad, y hombres como Oliverio Cromweil, Abraham Lincoln y el emperador Marco Aurelio, en Occidente, o el príncipe Shivaji, el emperador Akbar y el rey Asoka, en el Oriente, creían en ella, actuaron de acuerdo con olla y triunfaron. El hombre se mueve, desde la mañana a la noche, en una maraña de actividades e intereses que tienen un carácter puramente material. Y esto es natural. El mundo se pone ante él incesantemente, y el tiene que enfrentarlo. Pero lo que el hombre no sabe es que, al recogerse en sí mismo por un breve espacio de tiempo todos los días, al abandonar todos sus intereses y todas sus actividades por un instante elegido deliberadamente, puede obtener así una alta protección y una guía segura para estas mismas actividades. 

El mundo se entrega a una actividad incesante porque no conoce nada mejor. El hombre inspirado también está dentro del mecanismo chirriante del mundo, pero sabe en qué dirección se mueven las ruedas. Porque ha encontrado el Centro en el cual todo es serenidad, todo es poder, todo es sabiduría, y para él la circunferencia de la actividad sigue el Centro por ley natural. Nuestras actividades prácticas nos tienen encerrados en una red prieta: tenemos que liberarnos y sin embargo debemos tratar de no romper esta útil red al mismo tiempo. No es necesario ni sensible que el estudiante esté todo el tiempo con la cabeza en las nubes. Él vive en esta esfera mundana y lo mejor que puede hacer para expresar los principios que ha aprendido es aplicarlos a su existencia mundana. El hombre debe mirar hacia los cielos para obtener la clara visión de la percepción espiritual, pero después debe volver a mirar a la tierra y debe aplicar su percepción espiritual a la manera en que realiza sus tareas mundanas. Debe tratar de mantener un equilibrio en su vida: la vida del espíritu buscada y encontrada todos los días ha de alimentar sus actividades personales, infundiendo sabiduría y poder en las excursiones por sus asuntos mundanos. 

Si el estudiante ha practicado las meditaciones que se describen en las páginas precedentes, si ha tratado constantemente de concentrar sus pensamientos en la búsqueda del ser divino, entonces se volverá poco a poco consciente de la naturaleza espiritual que vive dentro de él, y que hasta entonces ha estado, “cubierta”. Digo “poco a poco” porque la sabiduría no se le presenta un buen día a un hombre. Es un despertar. Esta percepción espiritual se parece a una lámpara que se enciende. Una corriente do espiritualidad se pondrá en movimiento cada vez que se practica el reposo mental o el análisis de sí mismo. El practicante puede ocuparse de sus quehaceres y diversiones del mismo modo que antes. No es necesario que haya en ellos otro cambio que el sugerido por su iluminación interior. Pero todos los cambios posibles deben ser voluntarios, no impuestos por un sistema artificial de disciplina externa. Una vez que se haya establecido el hábito de la meditación matinal, se vuelve muy fácil el llevar a cabo todas las actividades del día dentro de la corriente, pero su trabajo no será descuidado por esto. 

Hasta que llegará el momento en que podrá abandonar sus meditaciones, porque la totalidad de su vida será una sola y larga meditación... ¡y sin embargo, seguirá siendo tan activo como siempre! La vida se enriquecerá si nos beneficiamos en esta antigua sabiduría. Esta sabiduría termina y complementa: no tiene por qué suprimir nada. Generalmente vivimos para fines puramente económicos, pero éstos sólo pueden lograrse debidamente cuando permitimos que algunos impulsos espirituales lleguen hasta ellos. El espíritu debe entrar en cada departamento de la vida de un hombre. Si el hombre lo aparta al pensar en sus asuntos de negocios, si se olvida de él al ocuparse del sexo, si no lo logra expresar cuando entra en contacto con otras personas, entonces se priva de un poder mágico, que le puede proporcionar el éxito más verdadero, la felicidad más grande, y la existencia más armoniosa. Cuando pongamos fin a la imposible división de nuestro? intereses y unifiquemos nuestros deseos dispersos mediante un sublime acto de sacrificio a la Voluntad más Alta, entonces lograremos la paz. 

Pues, cuando llegamos al punto fina de la aceptación total de las solicitaciones del Yo Supremo entonces empezamos a marchar por el camino de nuestro verdadero destino, nuestra verdadera vida. Y no perderemos nada por obedecer a estas solicitaciones. En la vida hay lugar para la ternura del amor y la frialdad de la disciplina ascética, para la algarabía de las multitudes y el reposo de la meditación. Ninguna forma de vida superior debe ser tan espiritual que no permita ensayar algunas variaciones en los temas de los negocios mundanos y el trabajo cotidiano, ni tan refinada que no nos permita tocar las notas del amor y de la pasión humana. Y llegará el momento en que el hombre espiritual empezará a considerar todas las cosas, todo objeto, acontecimiento o persona, como una manifestación de la Divinidad, cuando descubrirá que no existe ninguna misión más elevada que ésta: poner de manifieste su Yo Superior en todo lo que hace y con cualquier persona que entra en contacto. Aceptamos y usemos sabiamente todos los hechos que ha descubierto la ciencia moderna. Vivamos con todas las comodidades y facilidades que el progreso nos ha proporcionado. 

No renunciemos a nada, salvo al uso enloquecido y destructivo que solemos hacer de los adelantos científicos, a la atención excesiva que a menudo les prestamos. Pero vinculemos también esta actividad social externa con una vida más profunda, la vida del pensamiento sereno y la paz interior, y debemos aprender a conservar una paz de espíritu impertérrita en medio de las variadas vicisitudes de la existencia. Quien tiene que vivir y trabajar en medio de la actividad agitada y febril de nuestros días también puede encontrar una manera de alcanzar la calma de las profundidades. 
La manera consiste en introducir un principio espiritualizado dentro de esa actividad febril. 
No es necesario que renuncie a su trabajo y que se aparten de las moradas humanas, basta con que cambien la actitud que tenían en relación a su trabajo. 

Lo que antes se hacía por razones egoístas de interés ahora ha de hacerse con la idea de servir a la humanidad. Esto es la espiritualidad práctica. Y siempre podrán estas personas encontrar una media hora en la cual, todos los días, habrán de meditar en algunas ideas nobles y elevadas y ponerlas en el altar de sus mentes, como un tributo silencioso a la Primera Causa. Este es el único evangelio que puede utilizar el Occidente práctico —el evangelio de la acción inspirada— si ha de alcanzar una civilización más elevada. Si hay un mensaje que todo el mundo está esperando, es el mensaje para el Oriente y el Occidente, el evangelio de la acción inspirada. Y entonces podremos hacer frente a los problemas mundiales de la pobreza, la guerra, la enfermedad y la ignorancia con nuevos bríos y con más posibilidades de triunfar; pero nunca debemos olvidarnos de rendir un homenaje diario a esa divinidad que otorga la paz, que ennoblece nuestras almas, y que habita en el corazón de los hombres. 

Paul Brunton

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