martes, 21 de mayo de 2019

OBJETIVIDAD METAFISICA



En la medida en que la existencia se realiza a si misma en el plan empírico, todo lo que es, solo existe para ella bajo la forma de la conciencia. Así, lo que es Trascendencia, adopta igualmente, hacia la existencia que está unida al orden empírico, la forma del ser-objetivo. En su filosofía, Karl Jaspers pregunta: ¿qué es la realidad cuando ella habla el lenguaje de la objetividad metafísica? La objetividad metafísica se llama símbolo porque no es la Trascendencia misma sino su lenguaje. Corno lengua, no está comprendida ni entendida aún por la conciencia en general; la clase de len-guaje y la manera con la cual nos llama, son una posibilidad para la existencia. Si el sentido de los símbolos es inexpresable, cómo podemos trasmitirlo y asociarlo a un lenguaje universal? Sin lo universal, di-ce Jaspers mismo, la experiencia que contiene la conciencia del ser, sería —en su obscuridad absoluta— radicalmente excluida de toda comunicación, aun consigo misma. ¿Cómo se puede discurrir de una manera coherente para ex-presar la relación entre la apariencia y el ser, y sostener ese monstruo de la Trascendencia inmanente? 

La Trascendencia inmanente es Inmanencia, pero es inmediatamente desvaneciente, como lo dirá también Jaspers. Ella es Trascendencia, pero llegó a ser, como símbolo-cifra, una lengua del corazón del ser empírico. Trascendencia e Inmanencia fueron consideradas al principio como excluidas la una de la otra. Más bien en éste símbolo —considerado como Trascendencia Inmanente— debe cumplirse para nosotros su dialéctica viviente y presente, en la cual no debe hundirse tampoco la Trascendencia. Toda cosa puede ser un símbolo, una cifra. El mundo de las cifras está abierto y se rebela contra cualquier orden que sea; es su manera de ser equívoco. En el primer ciclo de cifras, el mundo empírico es evidentemente explorado por las ciencias de la naturaleza y del hombre. De ahí la expresión de los filósofos alemanes: “die Chiffren des Daseins” y todos esos desarrollos tienen su ori-gen en la “Naturphilosophie” y la “Geschichtphilosophie” de la tradición romántica e idealista. También Kierkegaard. Por otra parte Nietzsche, quién amó tanto la Naturaleza, propone en su obra: una “Naturmysthik”, en la cual todas las cosas son transfiguradas en belleza. Pero, cuál es esa “Belleza” de la cual habla la filosofía? 

Parece que se debe comprender sobre todo en el sentido que le dieron los Antiguos, y recordar que esa palabra casi siempre está confundida con la idea de que es una cualidad que existe en nosotros, así como el sentimiento que tenemos de la Belleza está confundido con la facultad que hay en nosotros de receptar esa idea. Ocurre lo mismo con la palabra “armonía”, que es empleada para designar las ideas agradables que nacen de la composición de los sonidos, y la expresión “delicadeza de oído” que se usa para designar la facultad que tenemos de gustar ese placer. En realidad, la Belleza y la Armonía constan sobre todo de la idea, de una “Cualidad Primaria”, que se podría decir, que está mucho más en relación con nuestros sentidos físicos. Esas ideas son excitadas por una percepción interna, porque es necesario que el Espíritu tenga esa idea, antes de que nuestras sensaciones puedan definir esas cualidades. De ahí, una definición de la Belleza “Absoluta” y de la Belleza “Comparativa” (o “Relativa”). 

La división de la Belleza proviene de los diversos fundamentos del placer que su sentimiento excita en nosotros, más que de los objetos mismos. Porque la mayor parte de los ejemplos que presentamos de la belleza relativa, contienen también una belleza absoluta; igualmente, gran número de los ejemplos que tienen una relación con la belleza absoluta, poseen una belleza relativa en cierto modo. Pero debemos considerar separadamente los dos manantiales del placer, o sea: la uniformidad del objeto, y la semejanza que tiene con su modelo. Esa Belleza absoluta, es la belleza que percibimos en los objetos sin compararlos con nada exterior que pueda ser considerado como la imagen o la copia. Así es la belleza que percibimos en las obras de la Naturaleza, en las formas artificiales y en las figuras. La Belleza relativa es la que se descubre en los objetos, considera-dos comúnmente como “imitaciones” o “imágenes” de las demás cosas. 

Queda una explicación de la Belleza y de la Armonía tras los caminos místicos y de la cual las definiciones llenas de imágenes deben ser comprendidas más allá de las palabras y aún de las significaciones; es la lengua de los poetas y de los ocultistas, también. En fin, los que guían en el Camino Iniciático deben sobre todo emplear la simbología, y es gracias a las relaciones de las diferentes disciplinas del pensamiento humano, agrupadas en una síntesis, que los investigadores encuentran entonces el principio de la Verdad El Maestro utilizará el simbolismo científico, o el simbolismo religioso o artístico, para ayudar a sus discípulos en el esoterismo que es el fundamentó de esa Gran Enseñanza. Hemos visto ya cómo los astros, los elementos de la física y los atributos diversos de la Naturaleza son considerados a menudo en sus símbolos mismos para definir ciertas cualidades espirituales. Esa “simbólica” se apoya, por otra parte, sobre principios científicos bien establecidos. Así, se encuentran en el orden proporcional de alejamiento del astro central de nuestro sistema cósmico solar: V u 1 c a n o – M e r- c u r i o - V e n u s - (Tierra) - M a r t e - J ú p i t e r - S a t u r n o (Urano - Neptuno - Plutón). 

Esos planetas se comparan a las glándulas endocrinas, como si fuesen grados que se deben escalar para transmutar esas fuerzas comunes en potencias psíquicas; ese trabajo fue el objeto de la investigación alquímica en su Operación de la Obra Magna. Esa transmutación del vil metal (el plomo) en el metal real (el oro), se debe considerar sobre todo como una obra efectuada sobre sí mismo, en el perfeccionamiento del individuo, por una transmutación de las virtudes saturnianas (el plomo) concentradas en el plexus sexual, en cualidades espirituales cuyos elementos son gobernados por la glándula pineal, emblema solar del organismo (el oro). 

En ese orden de ideas, la Kabbalah enseña el retorno a Dios por su mecanismo sefirótico en la transmutación del Malcuth en Kether, así como el sistema Yoga preconiza el ascenso de esa energía vital (Kundalini) a través de los centros nervo-fluídicos (chakras) a partir de Muladhara (centro del sexo, asimilado a Saturno), para llegar a Sahasrara (loto con los mil pétalos que simboliza la cumbre de la cabeza y que es el emblema del Sol). Ese retorno al símbolo del astro central, empezando por la maestría que simboliza dicho astro, el más alejado, marca bien nuestro descenso a la materia, nuestro alejamiento del Principio y 1a necesidad de la reintegración en el Absoluto. 

 Se sabe que esos centros de fuerzas en el hombre, no sólo concuerdan con los planetas (puesto que el organismo es sobre todo un compuesto de sales minerales, un extracto —en un cierto modo— del sistema planetario) sino también con los elementos de la física. Así Saturno, que rige el primer chakra inferior, esta todavía en relación con la “tierra”, elemento sólido, que se debe entender en el sentido de una “tierra elementaria”; el segundo chakra está relacionado con Júpiter y el elemento agua; en el tercer grado tenemos a Manipura Chakra, el cual está bajo la influencia de Marte y del elemento Fuego (el principio ígneo en la idea filosófica, en lo que se refiere como siempre a los elementos esotéricos); el cuarto grado está al nivel del corazón y Venus, naturalmente, es su emblema: este grado será el elemento Aire en acción particular. 

Más allá de esos cuatro elementos físicos (tierra, agua, fuego y aire), que indican el gran principio simbólico inicial del cuaternario, se añaden los elementos extra-físicos: el “AEther”, con Mercurio, para el Viccudha Chakra (emanación de la Tiroides); el “Sutil”, con el penúltimo Chakra (Agna), es la vibración de la pituitaria donde deben concentrarse los rayos de Vulcano; se concede generalmente a la Luna este dominio del “plano mental” a fin de conservar el equilibrio simbólico del luminario nocturno, cerca del astro del día, el Sol, el cual representa la Conciencia Universal en ese último estadio chákrico, que es la residencia de la pineal. He aquí, pues, de esta manera, sobre el CUBO, compuesto de los cuatro elementos naturales y que simboliza la Materia: la PIRAMIDE con los 3 elementos extra-naturales que simbolizan el ESPIRITU. 

Ese CUADRADO y ese TRIANGULO, presentan entonces un largo estudio que se debe acabar; es la escuadra y el compás de las sociedades secretas, cuya ascención a través de los 33 grados franc-masónicos presentará cada vez nuevas significaciones. Los elementos, pues, se presentan así: Tierra - Agua - Fuego -Aire - AEther - Sutil (o Mental) y Absoluto (o Conciencia Universal). Hemos visto ya muchas veces que esos elementos se deben trans-poner, según la investigación, en los diversos estados. Así la “tie-rra” constituye el armazón del organismo como para las estrellas, o es un pántaclo de Magia, o un fetiche de negros, o un amuleto de cristianos; es el elemento sólido, la base, el origen, etc. ... Será así con cada uno de los 7 elementos, los cuales deberán ser comprendidos como principios más elevados que en el sentido común que generalmente es concedido. Solo entonces, se comprenderá todo el alcance de los textos iniciáticos y será más fácil seguir la evolución del adepto que se eleva simbólicamente a través de esos “elementos”.

La afinidad del Alma del Mundo con los retiros en las cuevas, las, Montañas, los sitios donde las fuerzas puras de la naturaleza Virgen no sufrieron ninguna perturbación, era conocida universalmente por los Antiguos. Guillot de Givry hace notar que ello explica la frecuencia de los episodios milagrosos en el seno de esos sitios privilegiados; esa es la razón por la cual el alquimista Maxwell decía que se perdía el tiempo en buscar ese Fluido Universal de Vida en un sitio diferente de las altas montañas. Es con este fin que, según Filón el Judeo (De vita contemplat), los Esenios habían elegido como residencia la cumbre del Monte Moriah para asegurar más perfectamente una comunicación con las comarcas superiores. Es por esta razón también que los actos principales de la vida de Jesús-Cristo (transfiguración, crucifixión, ascención) se cumplieron en la cumbre de un monte: Tabor, Gólgota, o Monte de los Olivos, a fin de encontrarse siempre en el seno del Fluido Universal, el seno también de María. 

Es en la cumbre del monte Sinaí que Moisés recibió la Ley, la Torah. Es en el Himalaya que se refugiaban los Prudentes más gran-des. Fueron siempre las montañas las que recibieron a los pueblos que deseaban conservar su independencia. Los monasterios más reputados siempre están situados en las alturas. David exclama en el Salmo LXXXVII (versículo primero), esotéricamente al comienzo y claramente después: “Fundamenta ejus in montibus sanctis!” Y los pueblos del Norte llamaban al principio femenino: Holda, la Madre de la Vida Escondida, que anda en la cumbre de las montañas... Calímaco, en su himno “Eisten Artemin”, nos presenta a Artemisa, la Diana de los Romanos (que era la traducción étnica del principio virgen) dirigiéndose al Padre de los Dioses y diciendo: “Dame todas las montañas, viviré en las montañas”. 

Después añade que será la gran opitulatrícia que aliviará todos los dolores de las que la invocaran en el parto. Eso establece así una comunicación evidente entre el fluido que reside en las altas montañas y la fase inicial del fenómeno vital, e indica, por consiguiente, que toda generación se cumple por medio de la Gran Generadora, la Virgen. Las Meneas griegas, citadas tan a menudo por Dom Gueranger, hablaron espléndidamente, según el sentido esotérico, cuando llamaban “María” a la montaña de Dios, en la cual antes de todos los siglos el verbo de Dios se complacía en habitar (MONS DEI, in quoante omnia soecula complacuit habitare Verbo Divino). 

Fue en la cadena del Himalaya que, durante el largo y último periodo, se conservó el Misterio de la Gran Prudencia, y el Tibet fue llamado “el techo del mundo”, no solo a causa de su situación geográfica, sino porque fue también el grado supremo en el cual se apoyaba la Verdadera Sapiencia. Esas comarcas magnético-espirituales han sido estudiadas ya en nuestros capítulos precedentes y conocemos también las razones de la transformación de esos centros electrotelúricos, que hacen cambiar una cumbre de la sabiduría por otra y eso se verifica en lo que se refiere al Himalaya: su fuerza se dirige hacia los Andes y es en América del Sur, una vez más, donde los Prudentes van a agruparse. Igualmente en lo que se refiere a los santuarios que se eliminan poco a poco de un Asia que se vulgariza cada día. En cambio, los Sitios Sagrados se organizan cada día más en una América que se espiritualiza. Es en los Andes, en la doble cordillera, donde se conservó durante miles de años la tradición de la Ciencia Antigua que era de inspiración puramente divina. 

Los Mayas, los Quichés, los Aztecas, los Incas, dejaron en esa doble espina dorsal del planeta una huella indeleble de sus conocimien-tos. Es allí donde se conserva y se trasmite fielmente la pura y sublime llama de la devoción, y es de allí que va a florecer la magnífica civilización de la Edad Nueva. De esas alturas van a fluir las Aguas de la Prudencia Eterna para lavar y regenerar las razas decrépitas que se estancan en los pantanos pestilenciales de las honduras. He aquí, ese primer elemento nuevamente buscado por los discípulos de la Luz Verdadera; es la “Tierra”, lo sólido, lo material, tan apropiadamente simbolizado por los Montes a donde van a refugiarse los Adeptos de la Verdad. Es también el Desierto, el cual está mencionado en la vida de numerosos Iniciados como Moisés, Mohamet, o aun Maria Egipciaca, que permaneció 47 años en el desierto de Jordán en una soledad absoluta. San Macario y San Pacomo también se retiraron individualmente en el aislamiento del desierto. El segundo grado de la Iniciación será el del Agua. Esa prueba era bien conocida entre los Antiguos y ciertamente el bautismo de los Cristianos es uno de sus restos. 

Los manantiales, las riberas, el mar, desempeñaron su papel en la materialización simbólica de esa evolución espiritual. El Océano, los Mares, son María, “Maris-Stella”, el Astro de los Mares. 
El Espíritu del Muy Alto descendió sobre María y la cubrió con su sombra. En el Génesis ese mismo Espíritu, Ruah Elohim, habla descansado en el seno de las aguas y es de esa copulación misteriosa que nace el fenómeno de la vida: el Hyle, Latex virginal, elemento de la Pasividad Universal. Los cielos, Shamain, sobre los cuales descansaba el Ruah Elohim, eran compuestos- de “Aleph Shin”: Ignis, el Fuego, el Espíritu, y de Aqua (Mem-Yod-Sameck): Mis, las Aguas. 

Los más antiguos textos cuneiformes caldeos, certifican la existencia de un Principio Primordial: En-Lilla, el Señor de los Dioses o de los AElohimes, y de un principio Secundario: Eá, qué representa las profundidades de las Aguas o el Agua Primordial. Plutarco (de Iside et Osiride, XX) escribe: La Luna posee una Luz generadora que multiplica la humedad dulce y favorable a las generaciones de toda clase (fluido caótico primordial) y las obras de la Luna se parecen a las que son realizadas por la Elocuencia y la Sapiencia. Se había dado a Isis el atributo de la Luna, y a Osiris el del Sol para probar su relación. Puesto que la tuna toma su luz del Sol (como María tomaba su existencia a Dios), se le llamaba también: Selene. Isis significaba también en egipcio: Antigüa. 

Se le daba el nombre de Deméter, significando Madre de Dios. No solo tiene Isis al niño Horus en sus brazos o la Cruz en la mano como la Virgen (el mismo signo zodiacal de VIRGO les es consagrado) sino que también la Luna está debajo de sus pies y él mismo nimbo brilla alrededor de su cabeza. Es también el IACCEUS Jehsú de los misterios de Eleusis, más grande aún lanzándose de los brazos de Deméter, la Diosa Pantea. Siempre fue un pensamiento teogónico admirable presentar a la adoración de los hombres una Madre Celeste, cuyo niño cons-tituye la Esperanza del Mundo: Diana con el creciente. El filósofo Ocellus Lucanus (en “de Universa Natura Pars Physica”, Cap. 1, Text. XII) describiendo la creación, enseñaba que el FUEGO (puro) engendraba el AIRE por un movimiento continuo (aspiración del Spiritus Sancti hacia el Padre, Luz Absoluta). El AIRE engendra el AGUA: el Udor, en griego (María, las Aguas, los mares, la naturaleza naturante, encima de los cuales dominaba el Ruah Elohim). 

En fin, el AGUA engendra la TIERRA (natura naturada, creación cumplida). 
En el “Prometeo Encadenado” de Esquilo, cuando el Dios y Redentor se dirige al principio del primer relato anapéstico a los Dioses, rectores del mundo, él invoca ante todo el Aither Divino: Dios Aither, que designa al Señor Supremo de los mundos. Después llama a los soplos poderosos y rápidos: “takioupteroi pnoai” (los rayos del espíritu divino); finalmente, llama a los manantiales de los ríos: “potamonte pegai” (las Aguas Virginales, primitivas y fecundas), dando así, El, figura crística, en dos versículos, toda la cosmogonía moipiaca, así como el Gran Misterio de María. Philipus Aureolus Bombast Teophrastus Paracelsus (“de Pes-tiltate tract. 1. ξ Cábala) dice que los tres principios, “sal, sulphur et mercurius”, constitutivos de los 2 elementos, solo tuvieron una Madre y esa Madre fue el AGUA de la cual procedieron, pues, cuando el mundo fue creado, el Spiritus Dei fue llevado (vehebatur) sobre los aguas. 

Gracias a la palabra “Fiat”, el Agua fue creada ante todo y es de ella que fueron generadas todas las criaturas del Universo, animadas e inanimadas. Sobre las pilas de bautismo arcaicas se colocaba a menudo la inscripción del Pez nadando en el Agua. Era el “ichtus soter”: El Pez Salvador. De igual modo como el Pez está en el agua en su elemento esencial, y no puede ser separado de ella, también el Cristo reside en el seno de su Madre, de ella misma, que es el agua y se complace siempre en ella. En las esculturas antiguas, el pez, emblema de fecundidad y de generación universal, siempre acompaña a la Luna (principio femenino) a la cual es consagrado. Los astrólogos conocen bien el hecho de que la Luna es exaltada cuan-do está en el signo de Piscis. 

El equinoccio de Verano tiene lugar cuando el Sol termina su curso en el signo de Piscis y el equinoccio de Otoño se verifica cuando ha terminado su recorrido en el signo de Virgo. Se comprende, inmediatamente también, el lazo que siempre une los elementos en acción en el simbolismo. Hemos visto que, si el elemento “Tierra” gobierna el primer Chakra, el elemento “Agua” gobierna el segundo, y por otra parte, que Saturno y Júpiter gobiernan las dos glándulas suprarrenales al mismo tiempo. Lo mismo que los equinoccios marcados por el fin del curso solar en Piscis (signo de Agua) y en Virgo (Signo de la Tierra), reúnen una vez más esos dos elementos; se comprenderá también esa relación de los 3 signos del Zodiaco: Tauro - Virgo - Capricornio, como una Triosofía Terrenal. 

EL símbolo del signo de Tauro se inscribe en una gráfica que representa al Sol coronado de la creciente lunar. Signo Zodiacal por excelencia de los Caldeos, aplicado al Cristo, es en este signo que es colocada ordinariamente cada año la pasión del Salvador (con este propósito los cristianos, sin duda, tomaron el ejemplo del Wesak oriental que se celebra en la Luna llena de Mayo). Jehsú dijo: “Yo soy el Alpha y el Omega” (que es una traducción libre y que sería más bien: “AE - Hóah Aleph v’eth Tav” en hebreo, puesto que Cristo nunca se expresaba en griego!). De todas maneras, la letra “Alpha” significa: principio, doctrina, y era representada generalmente por el toro, como podemos convencernos por el estudio comparado de los alfabetos samarita-nos, hasmoneos y palmiranos (Cl. Didymi Taurinensís, de Promunt. Divini nominis, quat. lit. pág. XCIV y XCIX y también por la inspección de los filateros y de los tefilinos semíticos. 

El es ese “Toro de las comarcas occidentales escondido en la comarca ocultada (Virgo) y del cual emanan todos los Dioses” como dice el papiro de Isi - Oer. El Toro estaba presente en el pe-sebre de Bethleem (cuando se inscribe la Noche Buena, al pasar el Sol delante del signo de Capricornio). Está bien esa reunión de los 3 elementos de los cuales hemos hablado arriba: los signos zodiacales, Taurus, Virgo, Capricornius, en el mismo sentido simbólico que es el pesebre, (el recinto sagrado, la “Thebah”, la reserva universal). Este gran triángulo en el Zodíaco es muy elocuente como sím-bolo del Verbo Divino, con su punta hacia arriba que marca el nacimiento del Salvador en el signo de Capricornio (elemento “Tierra”), con el fin de materializar el poder Espiritual que se encarna. 

 Los astrónomos del siglo XVI afirmaban que el Sol, el cual era una materialización del Verbo por María, en el momento de su creación había brillado por primera vez en el signo de Taurus. Esa unidad de acción entre Cristo y María, explica esas palabras de Porfirio: “El Toro levanta la Luna”. Durante la Conquista Romana, bajo el reinado de Tiberio, en la ciudad de Lutetia (en el sitio de la Iglesia de Nuestra Señora de Paris) se erigió un altar magistral del cual se pueden ver aún los restos en las Termas de Junio. En uno de los fragmentos se encuentra el “Taurus trigaramus”: el Toro Místico de los Druidas y de los Caldeos, aquel mismo toro que se arrodilla en el establo de Bethleem. París significa Bar-Isis o Navío de Isis. 

La palabra Bar tiene el mismo sentido que “recinto”; “receptáculo”. Nicolás de Damasco llama “Baris” a la montaña de Armenia donde situó el Arca de Noé. Bar Isis es la traducción en druídico sabio de la palabra co-mún: Lutetia, que tenía exactamente la misma significación. La raíz “Lo” o “Lu” designa en lengua céltica: abrigo, escondrijo. di-simulo, arco, navío. Lutetia es pues, un sitio defendido por las aguas, es decir, protegido por María. 

Es interesante considerar la significación de París (o Bar-Isis, o Lutetia), adquirir un valor, tanto en el sentido propio (se sabe que la capital francesa se erigió al principio en una isla, en medio del río Sena), como en el sentido filosófico (un Colegio de Iniciados se instaló en aquel sitio magnético). Bar-Isis era pues un poco como la réplica septentrional de la Tebas Egipcia (consagrada también a Isis), cuyo nombre se originaba en la “Thebah” o arca hebraica (centro de las reservas esotéricas) tan apropiadamente simbolizada por las construcción de Noé. Lejos de ser, pues, meramente un navío construido por los hombres, se trata del Navío de la Sapiencia. Esa misma palabra (Thebah) formó el término “sabino”, o mejor dicho aun: “etrusco”, puesto que “Teba” designa un recinto en la cumbre de una montaña (un lugar simbólico, un sitio secreto, un templo o una choza (o logia) en las alturas espirituales, en las cimas de la Verdad, representadas a menudo por una colina,- un pico, un monte, un sitio difícilmente accesible). 

París (el Navío de Isis), casi parece ocultar en una Arca los Arcanos de la Sapiencia “que flota pero no se hunde” (como se puede leer aun en todos los escudos de la ciudad de París). Ese “Fluctuat nec Mergitur” inscrito en una banderola coronada por un navío con 7 pilotos y que es el emblema de la capital francesa, es pues, muy, interesante para una ciudad rodeada de agua (el río Sena), pero que fue también, y sobre todo, una “cuna” para la doctrina Sagrada conservada después en aquel “navío” esotérico, cuyo símbolo está aún por todas partes donde el escudo de París es presentado. 
No es necesario insistir sobre el sentido simbólico los 7 pilotos de esa Thebah Parisina. 

Por otra parte hemos explicado ya el término “Lutetia”, con sus relaciones con el “Lameth” misterioso, aquella letra “L” que se encuentra en Lhasa, la capital del Tibet, y en otras palabras como Latium, Luletia, Lucototia, y en el término hebraico Lukotaim (navíos), así como en el vocablo bíblico “Lemarbé”— que origina tantas discusiones teológicas. En fin, todas las relaciones entre París, Bar-Isis, Lutecia, Arca, Navío, etc., nos hacen meditar mucho y, antes de concluir rápidamente estas nociones esotéricas aun es necesario estudiar las analogías para alcanzar conclusiones filosóficas de interés grandísimo.


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