sábado, 25 de mayo de 2019

EL LIBRO DE LA SABIDURÍA CELTA - EL TRABAJO COMO POÉTICA DEL DESARROLLO




El ojo humano adora el movimiento y está atento a la me­nor señal. 
Conoce momentos de júbilo frente al mar cuan­do sube la marea, cuando las olas repiten su danza sobre la playa. Ama el movimiento de la luz, el de la luz estival de­trás de una nube que flota sobre un prado. El ojo sigue las hojas arrastradas y los árboles mecidos por el viento. 
El movi­miento siempre atrae a los humanos. Cuando eras niño, querías gatear, luego andar y de adulto sientes el deseo cons­tante de avanzar hacia la independencia y la libertad.
Todo lo que vive está en movimiento. Esto se llama de­sarrollo o crecimiento. 

Su forma más emocionante no es la meramente física, sino la del crecimiento interior del alma y la vida. Es aquí donde el anhelo sagrado dentro del cora­zón pone la vida en movimiento. El deseo más profundo del corazón es que este movimiento no sea interrumpido o entrecortado, sino que desarrolle suficiente continuidad para convertirse en ritmo de la propia vida.

El corazón del tiempo es el cambio y el crecimiento. Cada vivencia que despierta en ti enriquece tu alma y pro­fundiza tu memoria. La persona es nómada, viajando de umbral en umbral hacia experiencias distintas. En cada vi­vencia nueva se despliega una nueva dimensión del alma. No es casual que desde tiempos antiguos se dé por sentado que el ser humano es un vagabundo. Estos viajeros reco­rrían territorios extraños e ignotos. Pero como dijo Stanislavsky, el director teatral y pensador ruso, «el viaje más lar­go y emocionante es hacia el interior de uno mismo».

El alma humana contiene bellas potencialidades de crecimiento. 
Para comprenderlo, podemos concebir la mente como una torre con muchas ventanas. Desgraciada­mente, muchas personas permanecen atrapadas delante de una sola ventana. Uno crece cuando se aleja de esa ventana y pasea por la torre interior del alma para volverse hacia las otras ventanas. A través de ellas aparecen nuevas pers­pectivas de potencialidad, presencia y creatividad. Con fre­cuencia la satisfacción, la rutina y la ceguera le impiden a uno percibir su vida. Mucho depende del marco de la vi­sión, es decir, la ventana a través de la cual se mira.

Crecer es cambiar


En la poética del crecimiento es importante estudiar cómo la potencialidad y el cambio nos acompañan siempre y nos permiten acceder a nuevas profundidades interiores. 
Su movimiento interior continuo nos hace conscientes de la eternidad oculta detrás de la fachada exterior de nuestra vida. En lo más profundo de cada vida, por intelectual o ruti­naria que parezca desde el exterior, sucede algo eterno. Ésta es la secreta conspiración del cambio y la potencialidad con el crecimiento. John Henry Newman lo resumió en una bella frase: «Crecer es cambiar y ser perfecto es haber cambiado con frecuencia». 
Por eso el cambio, lejos de amenazarnos, puede acercar nuestra vida a la perfección. 
La perfección no es una consumación fría. Tampoco significa evitar ries­gos y peligros para conservar el alma pura y la conciencia despejada. Cuando eres fiel al riesgo y a la ambivalencia del crecimiento, comprometes tu vida. El alma ama el riesgo, que es la puerta por donde puede entrar el desarrollo. Dijo Holderlin:
Nah ist und schwer zu fassen der Gott.
Wo aher Gefahr ist, wachst
das Rettende auch.

"Cercano y difícil es entender al Dios. Allí donde hay peligro, crece también la redención." 

La perfección es la consumación de la vida plenamente vivida y habitada.
La potencialidad y el cambio se vuelven crecimiento durante esa forma de tiempo que llamamos día. Habita­mos los días. Este ritmo da forma a nuestra vida. Tu vida adquiere la forma de cada nuevo día que te es dado vivir. El poeta polaco Tadeusz Rózewicz describe la dificultad para escribir buenos poemas. El escritor escribe sin parar, pero la cosecha es mínima. Sin embargo, «es más fácil escribir un libro que vivir un día plenamente», dice Rózewicz. Cada día es precioso porque en esencia es el microcosmos de tu vida entera. Te ofrece posibilidades y promesas jamás vistas. 

Asumir con honor la plena potencialidad de la vida es asumir dignamente la potencialidad del nuevo día. Cada uno es distinto. Dice Dios en el Apocalipsis: «He aquí que estoy haciendo la creación de nuevo; el mundo del pasado se ha ido». El nuevo día profundiza lo que ya sucedió y presenta lo que es sorprendente, imprevisible y creativo. Aun­que quieras cambiar tu vida, hagas terapia o adquieras una religión, la nueva visión será pura cháchara hasta que la in­corpores a la práctica del día.


La veneración celta del día

La espiritualidad celta tenía una aguda conciencia de la im­portancia de cada día y de su carácter sagrado. Los celtas ja­más iniciaban el día con una perspectiva rutinaria y embrutecedora; cada día era un comienzo. Una bella oración lo expresa así:

Dios me bendiga para el nuevo día
no concedido hasta hoy,
para bendecir mi presencia me has dado el triunfo,
oh Dios. Bendice mi ojo,
que mi ojo bendiga todo lo que ve,
bendeciré a mi vecino,
que mi vecino me bendiga,
que Dios me dé corazón limpio,
no me pierda de vista tu ojo
bendice a mis hijos y a mi esposa
y bendice mis medios y mi ganado.


El celta vivía en plena naturaleza. Es fácil tener concien­cia creativa del día cuando se vive en presencia de esa gran divinidad llamada Naturaleza. Para los celtas, la naturaleza no era materia, sino una presencia luminosa y sobrenatu­ral plena de profundidad, potencialidad y belleza.

Un bello poema antiguo, La brama del ciervo, invoca el día:


Me levanto hoy
por la fuerza de Dios que me dirige,
el poder de Dios que me sostiene,
la sabiduría de Dios que me guía,
el ojo de Dios que me mira,
el oído de Dios que me oye,
las palabras de Dios que me hablan,
la mano de Dios que me cuida,
el camino de Dios que aparece ante mí,
los escudos de Dios que me protegen,
las huestes de Dios que me salvan
de las trampas de los demonios,
de las tentaciones de los vicios,
de todo el que me desee el mal.
lejos y cerca, solo y entre la multitud.

El concepto del día como lugar sagrado es una maravi­llosa perspectiva para la creatividad. Tu vida adquiere la forma de los días que habitas. Los días nos penetran. La­mentablemente, en la vida moderna el día suele ser una jaula donde la persona pierde su juventud, energía y fuerza. Se lo experimenta como una jaula precisamente porque transcurre en el lugar de trabajo. Muchos de nuestros días y buena parte de nuestro tiempo transcurren en trabajos que están por fuera de los campos de la creatividad y el sen­timiento. 

El lugar de trabajo suele ser complejo y penoso. La mayoría de nosotros trabajamos para otro y perdemos mucha energía. Una de las definiciones de la energía es la capacidad de trabajar. Después de pasar los días en la jaula nos sentimos cansados, agotados. En la ciudad, los atascos matutinos retrasan a las personas que acaban de terminar la noche y están soñolientas y nerviosas y se sienten impo­tentes. La presión y el estrés ya les ha estropeado el día. Al atardecer están cansadas por la larga jornada de trabajo.

 Cuando llegan a su casa no les queda energía para explorar o vivificar su corazón.
A primera vista es muy difícil reunir el mundo del tra­bajo y el del alma. La mayoría trabaja para sobrevivir. Ne­cesitamos ganar dinero; no tenemos alternativa. En cam­bio, los desempleados se sienten frustrados y denigrados, y sufren una merma de su dignidad. Sin embargo, los que trabajamos con frecuencia nos sentimos atrapados en una jaula de previsibilidad y rutina. Todos los días son iguales. 

El alma anhela expresarse

La persona humana tiene un anhelo profundo de poder expresarse. Uno de los caminos más bellos para que el alma se haga presente es el pensamiento, donde toma forma su vivacidad interior. En cierto modo, nada en el mundo es más veloz que el pensamiento. Puede volar por todas par­tes y estar con cualquier persona. Nuestros sentimientos también vuelan velozmente; pero aunque son muy valio­sos para nuestra identidad, tanto ellos como los pensa­mientos permanecen en gran medida invisibles. Para sen­tirnos reales, debemos dar expresión a ese mundo interior invisible. Toda vida necesita expresarse. Cuando realiza­mos una acción, lo invisible de nuestro interior adquiere forma y encuentra expresión. Por eso, nuestro trabajo de­bería ser un lugar donde el alma pueda tener la posibilidad de hacerse presente y visible. Esa reserva desconocida, pre­ciosa y fecunda que hay en nuestro interior podría salir y adquirir forma visible. Nuestra naturaleza siente un an­helo profundo por esa posibilidad de expresión que llama­mos trabajo.

Me crié en una granja. Éramos pobres y todos trabajá­bamos. Agradezco que me enseñaran a trabajar. Desde entonces encuentro satisfacción en el trabajo cotidiano. Me siento frustrado cuando se pierde un día y por la noche tengo la sensación de que muchas de sus potencialidades fueron desaprovechadas. En el campo, el trabajo tiene efectos claros y visibles. Cuando recoges patatas, observas el resultado; el huerto da sus frutos enterrados. Cuando al­zas un muro en un campo, introduces una nueva presencia en el paisaje. Cuando vas a la ciénaga a recoger turba, por la noche ves que el grogaín de turba ha crecido y está lista para secarse. El trabajo agrícola da una gran satisfacción. Es agota­dor, pero uno ve los frutos. Cuando dejé el campo, entré en el mundo del pensamiento, la literatura y la poesía. Este trabajo se realiza en el reino invisible. Quien trabaja en el territorio de la mente no ve nada. En ocasiones vislumbra leves ondas producidas por su esfuerzo. Se necesita mucha paciencia y confianza en uno mismo para intuir la cose­cha invisible en el territorio de la mente. Es necesario en­trenar al ojo interior para que penetre en los reinos invisibles donde los pensamientos pueden crecer y los sentimientos echar raíces.


El trabajo suele hundirnos en el anonimato. Sólo se nos exige que aportemos nuestra energía. Habitamos el lugar del trabajo y a la tarde, cuando nos vamos, se olvidan de  nosotros. Tenemos la sensación de que nuestro aporte, aunque necesario y exigido, es puramente funcional y, en realidad, poco apreciado. 
El trabajo debería ser todo lo contrario: una arena llena de potencialidades donde uno pueda expresarse.

Pisreoga

Para muchas personas, el lugar de trabajo es frustrante, ya que no permite ni el desarrollo ni la creatividad. En la ma­yoría de los casos es un lugar anónimo controlado por la funcionalidad y las imágenes. El trabajo exige tanto esfuer­zo que el trabajador siempre es vulnerable. En la antigua tradición celta se podía aprovechar la negatividad para volver a la naturaleza contra el trabajador. Cuando una perso­na detestaba a otra o quería causarle un daño, solía destruir su cosecha. Éste es el mundo de pisreoga. Si uno sentía celos de su vecino, plantaba huevos en su huerta de patatas. Al llegar la cosecha, el dueño de la huerta encontraba que sus patatas estaban podridas. El deseo dañino se materializa­ba por medio de un rito de invocación negativa y el símbo­lo de un huevo. Esto era lo que despojaba a la tierra de su poder y fecundidad.

En la tradición celta, el primero de mayo era una fecha peligrosa, en la cual había que cuidar el pozo de agua de los espíritus negativos o dañinos que trataban de destruir, en­venenar o dañar. Un ejemplo de esa negatividad es la si­guiente historia que contaba mi tío acerca de una aldea ve­cina. Una mañana de mayo, cuando andaba por el campo con sus animales, un pastor se cruzó con una mujer desco­nocida que arrastraba una cuerda. 

La saludó con la bendi­ción dia dhuit, pero ella dejó la cuerda y se alejó sin res­ponder. 
Era una buena cuerda. El pastor la enrolló, la llevó a su casa y la arrojó al fondo de un barril, en un cobertizo donde quedó olvidada. Cuando llegó el tiempo de la cose­cha, los vecinos lo ayudaban a cargar el heno en el carro y alguien le preguntó si tenía una cuerda para atar el últi­mo fardo. El hombre respondió: Nil aon rópa agam ach rópa an t-sean caillach, es decir, «no tengo otra cuerda que la de la vieja bruja». Fue al cobertizo a buscarla y al llegar vio que el barril estaba lleno de mantequilla. La vieja no era una transeúnte inocente: había robado la crema y la fuer­za de la tierra aquella mañana de mayo. Al soltar la vieja la cuerda, el poder permaneció en ella y la crema de la tierra llenó el barril. Esta historia revela cómo se puede perder la cosecha y el fruto del trabajo en el umbral peligroso de la mañana de mayo.

La presencia como textura del alma

En el lugar de trabajo moderno esa atmósfera puede ser muy dañina. Cuando hablamos de un individuo, hablamos de su presencia, que es la forma en que se manifiesta su indivi­dualidad frente a otros. La presencia es la textura del alma de esa persona. Esta presencia referida a un grupo de per­sonas se denomina ambiente o carácter distintivo. El de un lugar de trabajo es una presencia grupal muy sutil. Es difícil describir o analizarlo, pero uno siente inmediatamente su poder y sus efectos. Cuando ese carácter es positivo, pue­den suceder cosas maravillosas. Uno acude al trabajo con alegría porque el ambiente sale a su encuentro y está con­tento. Es benigno, acogedor y creativo. Pero si el carácter distintivo del lugar de trabajo es negativo y destructivo, al levantarse por la mañana la gente se siente mal ante la sola idea de ir a trabajar. Es triste que mucha gente deba pasar buena parte de su breve tránsito por el mundo en un lugar de trabajo donde impera un ambiente negativo y des­tructivo. El lugar puede ser muy hostil; con frecuencia es un ambiente de poder. Uno trabaja para personas que tienen poder para despedirlo, criticarlo, abusar de uno, com­prometer su dignidad. No es un ambiente acogedor. La gente tiene poder sobre nosotros porque le entregamos nuestro poder.

Te invito a hacer el siguiente ejercicio: pregúntate qué imagen proyectan aquellos que tienen poder sobre ti. Una amiga mía trabaja en una escuela cuyo director es un hom­bre inseguro, débil y defensivo. Usa su poder de manera muy negativa. Recientemente, en una reunión previa al inicio del año lectivo, regañó a todo el personal. Al día si­guiente, mi amiga se cruzó con este hombre que paseaba por el centro de la ciudad con su esposa. Advirtió con estupor que fuera del contexto de su poder parecía totalmente insigni­ficante. Su sorpresa se debía a que en su función de director de la escuela proyectaba un gran poder sobre ella.

A veces permitimos que la gente ejerza un poder des­tructivo sobre nosotros simplemente porque no la interro­gamos. Cuando la falsedad se disfraza de poder, ninguna fuerza puede desenmascararlo tan rápidamente como una pregunta. Todos conocemos la historia del manto del em­perador. El emperador desfiló por la ciudad envuelto en su manto nuevo, pero en realidad estaba desnudo. Todos aplaudían y elogiaban su hermoso manto, hasta que una niña exclamó que el emperador estaba desnudo. Una pala­bra verdadera tiene un poder total. Dice el Nuevo Testamen­to: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». 
Esta máxima es apropiada para todas las situaciones. Preguntas hechas con tacto, sin agresividad, que permitan buscarla verdad tal como la concibes, impedirán que una persona se apropie de todo el poder en una situación. Así se evitará que muchas personas complejas y sumisas queden reduci­das a una función exterior controlada.

Debilidad y poder

Con frecuencia las personas que ejercen el poder no son tan fuertes como quieren aparentar. Muchas personas que anhelan desesperadamente el poder son débiles. Buscan posiciones de poder para compensar su propia fragilidad y vulnerabilidad. Una persona débil que ejerce el poder jamás será generosa porque ve en las preguntas o en las po­sibilidades alternativas amenazas a su supremacía y domi­nación. Si quieres enfrentarte creativamente a esa persona, debes hacerlo con mucho tacto y de manera indirecta. Es la única manera de llevar la palabra de la verdad al corazón de un poderoso que está asustado.

Como lugar de poder, el trabajo también puede ser un lugar de control. Éste es dañino porque reduce la propia independencia y autonomía. Frente a una figura autorita­ria, uno regresa a la infancia. Debido a nuestra relación no transfigurada con nuestros padres, a veces transformamos las figuras autoritarias en gigantes. Entre poder y autoridad hay una diferencia crucial. Cuando adquieres conciencia de la integridad de tu poder interior, te conviertes en tu pro­pia autoridad. Es decir, eres el autor de tus ideas y acciones. El mundo funciona por medio de estructuras de poder. Por consiguiente, es deseable que las personas de gran sensibi­lidad, imaginación y comprensión estén dispuestas a asu­mir las funciones del poder. Una persona carismática en una posición de poder puede constituirse en agente de cam­bios positivos de gran alcance.

Cuando te controlan, no te tratan como sujeto sino como objeto. Las personas que ejercen el poder suelen tener un instinto sobrenatural para utilizar el sistema en tu contra. Conozco a un hombre que se hizo millonario en el negocio de la ropa. Pagaba a sus obreras salarios muy bajos. Cada tanto advertía que se acumulaban las tensiones. Un día elevó el volumen de la radio a niveles insoportables. Las empleadas se quejaron. La agresividad empezó a acu­mularse y una delegación fue a pedirle que bajara el volu­men. Se negó. Amenazaron con declararse en huelga. El hombre mantuvo el volumen elevado. Cuando estaban a punto de abandonar el trabajo, bajó el volumen. Con esta estrategia, les permitió creer que ellas tenían el poder. Vol­vieron al trabajo con la sensación de haber obtenido una vic­toria sobre el patrón, aunque éste había provocado el con­flicto. Esto sucedió hace cuarenta años. En el lugar de trabajo moderno, donde existen los sindicatos y los derechos del trabajador, la patronal no recurre a maniobras tan grose­ras. Sin embargo, aún hoy se explota a la gente. 

Los patro­nos aplican estrategias más sutiles de control y alienación.
En el lugar de trabajo suele imperar una gran competitividad. A veces los patronos incitan a los trabajadores a com­petir entre ellos. Por consiguiente, uno está en pugna con sus colegas por la productividad. Ve en ellos una amenaza. Donde la productividad es Dios, el individuo queda re­ducido a una función. Sería hermoso si el lugar de trabajo fuera un lugar de inspiración donde se pudiera aplicar la propia creatividad al trabajo. Los dones particulares de cada uno serían bien recibidos y los aportes saltarían a la vista. Cada uno tiene un don particular. La vida es mejor cuando uno puede desarrollarlo y expresarlo en el trabajo. Así uno es libre para recibir inspiración de los demás.

Puesto que cada uno posee un don singular con respecto al trabajo, no es necesario que los trabajadores compitan entre sí. Con ello, el lugar de trabajo acoge las energías, los ritmos y los dones del alma. No hay motivos para que cada lugar de trabajo no empiece a desarrollar esa clase de creatividad.

El trabajo no debe beneficiar solamente a los patronos y los trabajadores, sino a éstos y la comunidad. Se deberían crear estructuras para que los trabajadores puedan partici­par de las ganancias. La entrada de la imaginación y el des­pertar del alma exigen que se conciba el trabajo como un aporte a la creatividad y el mejoramiento de la comunidad en general. Una firma o empresa que obtiene grandes ga­nancias debe asistir y mantener a los 'pobres y los margina­dos. Debe tomar como prioridad la creación de condiciones de trabajo óptimas. Además, debe admitir las preguntas honestas, por molestas que sean. Cuando el trabajo crea productos que ponen en peligro a las personas y la natura­leza, es necesario criticarlo y cambiarlo.

En el mundo del trabajo negativo, donde te controlan, donde se impone el poder y te reducen al papel de mero funcionario, todo se rige por la ética de la competencia. En el mundo del trabajo creativo, donde se emplean tus dones, no hay competencia. El alma transfigura la necesidad de aquélla. Por el contrario, en el mundo de la cantidad reina la competencia: si yo tengo menos, tú tienes más. En el mun­do del alma, cuanto más tienes, más tienen todos. El ritmo del alma es la sorpresa del enriquecimiento sin límites.



La trampa del falso arraigo

Esta nueva concepción del lugar de trabajo ayudaría a sa­tisfacer una de las necesidades cruciales de todo individuo: ser parte de algo. Todos queremos ser parte de algo. Que­remos pertenecer a un grupo, una familia y en especial al lugar donde trabajamos. Esto liberaría una creatividad colosal en el lugar de trabajo. Imagina qué hermoso sería si pudieras mostrarte en el trabajo tal como eres, expresar tu naturaleza, dones e imaginación. No necesitarías aislar tu casa ni tu vida privada de tu mundo laboral. Ambos se compenetrarían de manera creativa y recíprocamente enriquecedora. En cambio, son excesivas las personas que pertenecen al sistema porque las obligan y las dirigen.

Las personas suelen ser muy irreflexivas en su forma de participar. Pertenecen de manera ingenua a los sistemas en que participan. El día que las despiden sin más ni más, o el sistema se derrumba, o un rival es ascendido, quedan deshechas, heridas y humilladas. En casi todas las empresas o lugares de trabajo hay individuos desilusionados. Llega­ron con toda su energía e ingenuidad, pero los arrincona­ron, los decepcionaron, los redujeron a la categoría de fun­cionarios. Exigieron y usaron sus energías, pero jamás interesaron sus almas.

La clave del asunto es que jamás debes entregarte ple­namente a algo exterior a ti mismo. 
Es muy importante en­contrar un equilibrio en tu entrega. Jamás te entregues to­talmente a una causa o sistema. Mucha gente necesita pertenecer a un sistema exterior porque teme pertenecer a su propia vida. Si tu alma despierta, entonces te percatas de que ella es la patria de tu verdadera comunión. La co­munión es pariente del anhelo, que a su vez es un instinto precioso del alma. Tu comunión debe ser acorde con tu dig­nidad. Debes pertenecer ante todo a tu propia interioridad. Si estás en comunión con ella, en consonancia con tu propio ritmo y conectado con tu fuente profunda, tus lazos exteriores son reducidos, relativos o inexistentes. Podrás erguirte sobre tu propio terreno, el de tu alma, donde no eres inquilino y estás en tu propia casa. Nadie puede alejar­te, excluirte o desterrarte de tu interioridad. Ése es tu te­soro. Como dice el Nuevo Testamento: Donde esté tu teso­ro, allí estará también tu corazón.

Trabajo e imaginación

Uno de los aspectos alentadores del trabajo moderno, so­bre todo en el mundo empresarial, es el reconocimiento creciente de la imaginación como fuerza vital y esencial. Esto no se debe a que los empresarios amen la imagina­ción. Han aprendido a apreciarla por otras razones, a sa­ber, que los mercados son tornadizos y los cambios son tan veloces que las viejas pautas de control del trabajo han de­jado de ser productivas. Se empieza a reconocer que el sis­tema lineal repetitivo de control del trabajo y el trabajador ya no es rentable. Por consiguiente, el alma es bienveni­da en el lugar de trabajo. Lo es porque la imaginación re­side en ella.

La imaginación es la fuerza creadora en el individuo.
Siempre supera nuevos umbrales y libera posibilidades de conocimiento y creatividad que la mente lineal, controladora, externa ni siquiera llega a vislumbrar. La imaginación trabaja en el umbral que separa la luz de las tinieblas, lo visible de lo invisible, la búsqueda de la pregunta, la posibi­lidad del hecho. Es una gran amiga de la posibilidad. Des­pierta y viva, la imaginación jamás se vuelve rígida ni cerrada, sino que permanece abierta y te incita a nuevos umbrales de potencialidad y creatividad.

Mientras preparaba mi doctorado en Alemania, tuve la suerte de compartir alojamiento con un gran filósofo hindú de la ciencia que ha escrito libros asombrosos sobre el desarrollo del conocimiento científico. Como este hom­bre había dirigido la tesis de muchos doctorandos, le pedí un consejo para mis investigaciones hegelianas. Me dijo que la mayoría de los investigadores tratan de elaborar al­guna conclusión o llegar a una verificación que nadie pue­da criticar ni refutar. Todos lo hacen, no hay novedad en ello. Yo debía adoptar un enfoque distinto, dijo. Si tratara de descubrir unas cuantas preguntas que a nadie se le había ocurrido formular, descubriría algo verdaderamente origi­nal e importante. Este consejo era una invitación a ir en pos de lo nuevo, una inspiración para enfocar una situación determinada de un modo completamente distinto.

En el trabajo se vuelca mucho esfuerzo, pero es raro que alguien trate de aportar su imaginación. Generalmente se permite que predomine una rutina insípida. Hasta las críticas de los trabajadores se vuelven previsibles y rutina­rias. A veces un trabajador nuevo aporta una forma distin­ta de pensar y preguntar. Súbitamente, una situación es­tancada adquiere nueva vida y animación. Se despiertan potencialidades que dormían bajo la superficie de la vieja rutina. Las personas adquieren iniciativa e interés; el pro­yecto se ve insuflado de nueva energía. Una persona capaz de enfocar el lugar de trabajo con las potencialidades de la imaginación en lugar del análisis lineal previsible y rutina­rio, es capaz de darle nueva vida e inspirar a todos los parti­cipantes. Por eso el poeta o artista del alma es una presen­cia tan importante en el mundo contemporáneo. Puede devolverle una lozanía que había perdido al abrir puertas y ventanas en lo que hasta entonces habían sido muros im­penetrables. Con este enfoque, la creatividad y la esponta­neidad se convierten en factores que insuflan energías al lugar de trabajo.


Espontaneidad y bloqueo

En un lugar administrado de manera rutinaria y forzada, nada nuevo puede suceder. Es imposible forzar el alma. En Alemania, mi conciencia se intensificó y se volvió implaca­blemente activa. Como consecuencia de ello, empecé a su­frir de insomnio. Quien realiza un trabajo físico durante el día puede sobrevivir con pocas horas de sueño. En cambio, cuando se realiza un trabajo intelectual preciso y exigente es necesario dormir mucho. 
El insomnio se volvió un pro­blema grave. Por la mañana, después de una hora de traba­jo me sentía cansado e incapaz de seguir. Detestaba tener que ir a la cama y todas las noches me esforzaba por dor­mir. Intenté distintos métodos. Recuerdo que una noche, cuando me sentía más agotado que nunca, me dije: acéptalo, jamás volverás a dormir bien. No volverás a conocer una noche de descanso total. Padecerás este problema has­ta el fin de tu vida. 
Lo más extraño es que cinco minutos después de reconocer esto, quedé profundamente dormido. Durante las noches siguientes volví gradualmente a mis horas de sueño normales. Lo que me había impedido dor­mir era el intento deliberado de dormir. En cuanto me des­pojé de este deseo, el sueño volvió de manera natural.

Cuando se lleva deliberadamente la voluntad y el inte­lecto al lugar de trabajo, la rutina insulsa se arraiga más que nunca. Cuando se da rienda suelta a esa luz del alma que es la imaginación, el trabajo se convierte en un lugar distinto. Nadie debe ser indiferente a su trabajo ni al lugar donde lo ejecuta. Es muy importante que cada uno lo analice cuida­dosamente. Debe determinar si el trabajo que hace es una verdadera expresión de su identidad, su dignidad y sus do­nes. Si no, tal vez deba tomar algunas decisiones penosas. 
Si vendes tu alma, te dan a cambio una vida de desdichas.

La respetabilidad y la seguridad son trampas sutiles en el trayecto de la vida. 
Los que se sienten atraídos por los ex­tremos suelen acercarse más a la renovación y el descubri­miento de su yo. Los que quedan atrapados en el insulso término medio de la respetabilidad están perdidos sin sa­berlo. Esto puede ser una trampa para los adictos a los ne­gocios. Muchos empresarios utilizan una sola parte de su intelecto: la parte estratégica, táctica y mecánica, día tras días. Aplican esta rutina mental a todo, incluso a su vida interior. Poderosos en el escenario del trabajo, fuera de éste tienen aspecto melancólico, desconcertado. No se puede reprimir impunemente la presencia del alma. 
El pecado contra el alma siempre tiene un coste altísimo. 

El trabajo puede constituir una seducción para pecar profundamen­te contra tu alma irrefrenable y creativa. Puede apoderarse de toda tu identidad. Una de las obras literarias más turba­doras del siglo XX delata el destino surrealista de un funcio­nario absolutamente meticuloso y fiel. Se trata de La meta­morfosis de Kafka, con su sobrecogedora frase inicial: «Al despertar cierta mañana, después de un intranquilo sueño, el comerciante Gregorio Samsa comprobó que se había transformado en un monstruoso insecto». Nada retrata mejor al sistema y el funcionario que el diestro anonimato, el surrealismo de los detalles y el humor negro de Kafka.

La función puede ser sofocante


Si activas solamente tu voluntad y tu intelecto, el trabajo podría convertirse en tu identidad. Así lo resume un epita­fio bastante gracioso grabado en una lápida en algún lugar de Londres: «Aquí yace Jeremy Brown quien nació hombre y murió almacenero». Suele suceder que la identidad, esa salvaje mezcla interior de alma y color de espíritu, queda reducida a lo laboral. Esas personas son prisioneras de sus funciones. Limitan y reducen su vida. Les seduce la prácti­ca de la ausencia del yo. Se alejan de su propia vida. Poste­riormente se ven forzadas a penetrar en zonas ocultas en la periferia del corazón. Por más que uno busque a la perso­na, sólo logra conocer al funcionario. Ejercitar solamente el aspecto exterior lineal del intelecto puede ser muy peli­groso. El mundo empresarial y laboral empieza a reconocer la necesidad de la turbulencia, la anarquía y las posibilidades de desarrollo que aporta el mundo imprevisible de la imagi­nación. Éstas son esenciales para la pasión y la fuerza en la vida de la persona. Si sólo ejercitas tu lado exterior y permane­ces en la superficie mecánica, acabas por agotarte aunque no te des cuenta. Con los años empiezas a desesperarte.

Sísifo

Cuando el cansancio adquiere peso, destruye la protección natural del alma. Esto recuerda el mito de Sísifo, quien por su pecado fue condenado a subir una gran piedra hasta la cima de una montaña. Cada vez que estaba a punto de lle­gar a su meta, la piedra escapaba de sus manos y rodaba hasta el pie de la montaña. Si Sísifo fuera libre de abando­nar el castigo, tendría paz. Está condenado a la futilidad, a hacer eternamente el mismo trabajo sin poder concluirlo. Tiene que empujar la piedra cuesta arriba, consciente de que nunca llegará a la cima. En el mundo laboral y empre­sarial, cualquiera que permanece en la superficie de su fun­ción y ejercita solamente la parte lineal de su intelecto es un Sísifo. Corre un gran peligro de sufrir una crisis. Esta suele ser el intento desesperado del alma de atravesar la facha­da exhausta de la función impuesta. La superficie lineal del mundo del trabajo no puede acoger la profundidad del alma. Quien sigue la rutina queda atrapado detrás de una sola ventana de la mente. No puede volverse al balcón del alma y disfrutar de los distintos paisajes a través de las ventanas de la sorpresa y la potencialidad.

La rapidez es otro factor de gran estrés en el trabajo. El filósofo Jean Baudrillard habla de la velocidad exponencial de la vida moderna. Cuando las cosas se desplazan a veloci­dad excesiva, nada puede estabilizarse, echar raíces o cre­cer. Hay una hermosa historia sobre un explorador de África. Estaba desesperado por salir de la selva. Tres o cua­tro africanos cargaban su equipaje. Avanzaron a toda velo­cidad durante unos tres días. Al cabo del tercer día los afri­canos se sentaron y se negaron a seguir. El explorador los instó a ponerse en marcha, explicó que estaba obligado a lle­gar a su destino en un plazo determinado. Persistieron en su negativa. Atónito, después de muchos ruegos consiguió que uno le explicara el motivo. 

El nativo dijo: «Hemos co­rrido demasiado hasta aquí; debemos dar tiempo a nues­tros espíritus para que nos alcancen». Muchas personas que están secretamente hartas de su trabajo jamás se to­man el tiempo para que sus espíritus puedan alcanzarlas. Hay que darse tiempo, olvidar todos los compromisos: es un ejercicio de reflexión sencillo pero vital. Deja que la pre­sencia descuidada de tu alma vuelva a conocerte y a pasear contigo otra vez. Puede ser un reencuentro hermoso con tu misterio olvidado.
La imaginación celta expresa otra idea, otra experien­cia del tiempo. El reconocimiento de la presencia y la cele­bración de la naturaleza eran posibles porque el tiempo era una ventana abierta a la eternidad. Jamás se reducía el tiempo a los hechos consumados. El tiempo era tiempo de maravillarse. Es uno de los rasgos encantadores de la vida en Irlanda. La gente tiene tiempo. A diferencia de otras re­giones del mundo occidental, la gente habita un ritmo más flexible y abierto. La ideología de la rapidez y la encienda clínica no ha echado raíces aquí; todavía.

El salmón del conocimiento

Es sorprendente constatar que suele haber una gran para­doja en la conducta del alma. Suele suceder que en el mundo laboral una persona con visión analítica lineal queda mar­ginada de la cosecha y los frutos del trabajo. La imaginación posee un ritmo de visión que jamás ve de manera lineal. El ojo de la imaginación sigue el ritmo del círculo. Si tu visión está restringida a un propósito lineal, podrías pasar por alto el destino secreto que puede depararte cierta actividad. Una hermosa leyenda celta habla de Fionn y el salmón de la sabiduría. Fionn quería ser poeta, lo cual en la Irlanda celta era una vocación sagrada. El poeta resumía en su per­sona el poder sobrenatural, el poder del druida y el poder de la creatividad. Tenía acceso a misterios que no eran pa­trimonio del común de los mortales.

Había un salmón en el río Slane, en el condado de Meath. Quien lo pescara y comiera sería el mayor poeta de Irlanda y además recibiría el don de la clarividencia. Un hombre llamado Fionn el Vidente había perseguido al sal­món durante siete años. El joven Fionn MacCumhaill acu­dió a él para aprender el oficio de poeta. Un día Fionn el Vi­dente volvió con el salmón del conocimiento. Encendió una hoguera y puso el salmón en un asador. Había que darle vueltas con mucho cuidado, sin quemarlo; en caso contrario, se perdería el don. 

Al cabo de un rato, la leña empezó a consumirse. Fionn el Vidente no tenía a nadie a quien enviar en busca de leña. En ese momento llegó del bosque su protegido Fionn y le encomendó que cuidara del pescado. El joven Fionn MacCumhaill era un soñador y se distrajo. Bruscamente miró el salmón y vio que en su carne había aparecido una ampolla. Pensó con terror que Fionn el Vidente se pondría furioso con él por echar a per­der el salmón. Quiso reventar la ampolla con el pulgar, pero se quemó. Se llevó el pulgar a la boca para aliviar el dolor. Un poco de grasa del salmón se había adherido a la yema de su dedo, y en cuanto la saboreó recibió la sabidu­ría, el don de la clarividencia y la vocación de poeta. 
El viejo Fionn volvió con la leña, y en cuanto vio los ojos del joven comprendió lo que había sucedido. Decepcionado, vio que el don que había buscado tan tenazmente se había aparta­do de él en el último momento para entregarse a un joven inocente que jamás había soñado con él.

Esta historia demuestra que la mente lineal puede per­der el don a pesar de su sinceridad y tesón. La imaginación, que es leal a la posibilidad, suele seguir un camino curvo en lugar de recto. El premio al riesgo es una cosecha de creati­vidad, belleza y espíritu.
 A veces una persona tiene dificultades en su trabajo, no porque éste no sea el adecuado para ella, sino porque su visión es imperfecta y defectuosa. Esa persona suele carecer de foco. 
Ha permitido que la tierna presencia de su expe­riencia se dividiera. 
No concibe el trabajo como expresión e imaginación, sino solamente como trampa y resistencia.

La imagen falsa puede paralizar

La percepción es crucial para la comprensión. Qué ves y cómo lo ves determinan cómo serás. Tu percepción o vi­sión de la realidad es la lente a través de la cual verás las co­sas. 
Tu percepción determinará la conducta de las cosas para ti y hacia ti. Tendemos a ver en la dificultad una per­turbación. Paradójicamente, la dificultad puede ser una gran amiga de la creatividad. Me fascinan estos versos de Paul Valéry: Une difficulté est une lumiére/une difficulté insurmontable est un soleil. «Una dificultad es una luz; una di­ficultad insuperable es un sol.» Es una forma completa­mente distinta de pensar en lo incómodo, lo irregular, lo difícil. De lo más profundo de nuestro ser sale un impulso terrible hacia la perfección. Queremos adecuar todo a un mismo molde. No nos gustan las formas imprevistas. Al co­menzar a re-imaginar el lugar de trabajo, uno de los aspec­tos esenciales es fomentar la capacidad de aceptar lo difícil y penoso. Con frecuencia lo difícil y penoso no es el trabajo en sí, sino nuestra imagen de él.

Durante una etapa de mis estudios en Alemania, ad­quirí una aguda conciencia de la imposibilidad de mi ob­jetivo. Estudiaba la Fenomenología del espíritu de Hegel; quien lo conozca sabe que es un texto mágico, pero difícil de comprender. Mi conciencia de la dificultad del proyecto empezó a reflejarse en mi actitud hacia el trabajo. Empecé a caer en un estado de parálisis y en poco tiempo tuve que dejar de trabajar. Los alemanes expresan este bloqueo con la acertada expresión Ich stehe mir im Weg, «yo solo me cie­rro el camino». Me dirigía a mi mesa casi corriendo, convencido de que atravesaría la barrera, pero no podía con­centrarme. Me obsesionaba la idea de que era un trabajo imposible. Cada día sin falta lo acometía, pero estaba total­mente bloqueado.

Un día fui a dar un largo paseo por el bosque en las afueras de Tubinga. En medio del bosque se me ocurrió sú­bitamente que el problema que me bloqueaba no era Hegel, sino la imagen que me hacía de mi trabajo. Volví inmedia­tamente a casa, me senté y anoté en una hoja la imagen que había construido. Así reconocí su fuerza. Una vez que tuve claridad sobre esto, pude distanciar la imagen del trabajo en sí. Al cabo de unos días la imagen se desvaneció y pude recuperar el ritmo de trabajo.

Algunas personas tienen grandes dificultades en su trabajo aunque éste sea una auténtica expresión de su na­turaleza, dones y potencial. La dificultad no está en el tra­bajo, sino en la imagen que tienen de él. Ésta no es una mera superficie; se convierte en una lente a través de la cual vemos la cosa. Somos responsables en parte por la cons­trucción de nuestras imágenes y totalmente responsables por la manera como las usamos. Reconocer que la imagen no es la persona o la cosa es una liberación.

El rey y el regalo del mendigo

Una cosa difícil o inesperada puede ser un gran don. Con frecuencia recibimos un regalo disimulado. Hay un her­moso cuento sobre un joven que fue coronado rey. Sus súbditos lo amaban desde antes y se mostraron jubilosos con su coronación. Le hicieron muchos regalos. Después de la coronación, se celebró una cena en palacio. Llamaron a la puerta. 
Los sirvientes que fueron a abrirla se encontra­ron con un viejo andrajoso, un mendigo, que quería ver al rey. Trataron de disuadirlo, pero el rey salió a hablar con él. El viejo lo elogió, dijo que todo el reino estaba contento de tenerlo como rey y le entregó como regalo un melón. El rey detestaba los melones, pero para ser amable con el anciano aceptó el regalo, le dio las gracias y el hombre partió con­tento. 

El rey entró y dijo a los sirvientes que arrojaran el melón al jardín trasero. La semana siguiente, a la misma hora, llamaron a la puerta. El rey acudió, el viejo se deshizo en elogios y le entregó otro melón. Una vez más, el rey aceptó el melón, despidió al anciano y arrojó la fruta al jar­dín. Esto se repitió durante varias semanas. El rey era de­masiado bueno para decepcionar al anciano o menospre­ciar su generosidad. Una noche, cuando el anciano estaba por entregar el melón, un monito saltó del portal del pala­cio y arrojó la fruta al suelo. El fruto se hizo pedazos y de su interior brotó una cascada de diamantes. El rey corrió al jardín trasero. Todos los melones se habían derretido en torno de un montículo de piedras preciosas. La moraleja del cuento es que en situaciones difíciles o problemáticas, a veces la dificultad reside en la cubierta exterior, mientras que en el interior brilla la luz de una hermosa joya. Es pru­dente acoger lo que parece difícil o penoso.

Mi padre era un albañil muy hábil. Yo solía mirarlo mientras levantaba paredes. 
A veces elegía una piedra completamente redonda. Las piedras redondas son inúti­les porque no encajan en la estructura de una pared. Sin embargo, mi padre la transformaba con unos golpes de martillo. Un objeto informe e inútil se adaptaba a la pared como si lo hubieran hecho especialmente para ello. Me fas­cina también la idea de Miguel Ángel: en cada piedra, por torpe, pesada o informe que sea, hay una forma secreta que quiere salir/
Los maravillosos esclavos que esculpió para la tumba de Julio II ilustran este concepto. 
Las figuras huma­nas tratan de erguirse, pero de cintura para abajo están atrapadas en la piedra informe. Es una imagen increíble de liberación detenida. Con frecuencia, en los proyectos labo­rales difíciles, hay una forma secreta que quiere emerger. Si te concentras en liberar la posibilidad oculta en tu proyec­to, hallarás una satisfacción que te sorprenderá. 
El Maestro Eckhart habla con bellas palabras sobre cuál debe ser la ac­titud hacia lo que uno hace. Si uno trabaja con ojo creativo y benigno, creará belleza.

El trabajo hecho de corazón crea belleza

Si lo piensas bien, el mundo de tu acción y tu actividad es un gran tesoro. Lo que haces debe ser digno de ti; propio de tu atención, dignidad y autoestima. Si puedes amar lo que haces, crearás belleza. Tal vez al principio no ames tu tra­bajo, pero la faceta más profunda de tu alma puede ayu­darte a llevar la luz del amor a lo que haces. Entonces lo ha­rás de manera creativa y transformadora.

En Japón cuentan una hermosa historia sobre un monje zen. El emperador tenía un ánfora magnífica, anti­gua y de diseño bello y muy complejo. Un día alguien la dejó caer y el ánfora se rompió en miles de fragmentos. Convocaron al mejor alfarero del país, quien intentó reu­nir los fragmentos, pero fracasó. El emperador lo hizo de­capitar y llamó a otro alfarero, quien también fracasó. Esto continuó durante semanas, hasta que no quedaba un artis­ta en todo el país, salvo un anciano monje zen que vivía en una cueva en la montaña con un joven aprendiz. Éste fue a palacio, recogió los fragmentos y los llevó a la cueva. El monje trabajó durante varias semanas y finalmente apare­ció el ánfora. El aprendiz la contempló, sobrecogido por su belleza. Los dos la llevaron a palacio, donde el emperador y los cortesanos los recibieron con grandes muestras de pla­cer. El anciano monje zen recibió una recompensa genero­sa y volvió con su aprendiz a la cueva. Un día, cuando bus­caba un objeto perdido, el aprendiz encontró los fragmentos del ánfora. Corrió a su maestro: «Mira los fragmentos, no es verdad que los reunieras. ¿Cómo pudiste hacer un ánfo­ra tan bella como la que se rompió?». El maestro respon­dió: «Si haces tu trabajo con amor en tu corazón, siempre podrás crear algo bello».

Bendición

Que la luz de tu alma te guíe.
Que la luz de tu alma bendiga tu trabajo con el amor secreto y el
calor de tu corazón.
Que veas en lo que haces la belleza de tu alma. 
Que la santidad de tu trabajo lleve salud, luz y renovación a los
que trabajan contigo y a los que ven y reciben tu trabajo. 
Que tu trabajo nunca te canse.
Que libere en ti manantiales de renovación, inspiración
y animación.
Que estés presente en lo que haces. 
Que nunca te pierdas en ausencias insulsas. 
Que el día nunca te pese. 
Que el alba te encuentre despierto y atento,
esperando el nuevo día
con sueños, posibilidades y promesas. 
Que la noche te encuentre en estado de gracia y realizado. 
Que comiences la noche bendecido, abrigado y protegido. 
Que tu alma te serene, consuele y renueve.

JOHN O´DONOHUE



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