Si
alguna vez te has encontrado al aire libre poco antes del alba, habrás
observado que la hora más oscura de la noche es la que precede a la salida del
sol. Las tinieblas se vuelven más oscuras y anónimas. Si nunca hubieras estado
en el mundo ni sabido lo que era el día, jamás podrías imaginar cómo se disipa
la oscuridad, cómo llega el misterio y el color del nuevo día. La luz es
increíblemente generosa, pero a la vez dulce. Si observas cómo llega el alba,
verás cómo la luz seduce a las tinieblas. Los dedos de luz aparecen en el
horizonte; sutil, gradualmente, retiran el manto de oscuridad que cubre el
mundo. Tienes frente a ti el misterio del amanecer, del nuevo día. Emerson
dijo: «Los días son dioses, pero nadie lo sospecha.» Una de las tragedias de la
cultura moderna es que hemos perdido el contacto con estos umbrales primitivos
de la naturaleza.
La urbanización de la vida moderna nos apartó de esta
afinidad fecunda con nuestra madre Tierra. Forjados desde la tierra, somos
almas con forma de arcilla. Debemos latir al unísono con nuestra voz interior
de arcilla, nuestro anhelo. Pero esta voz se ha vuelto inaudible en el mundo
moderno. Al carecer de conciencia de lo que hemos perdido, el dolor de nuestro
exilio espiritual es más intenso por ser en gran medida incomprensible.
Durante
la noche, el mundo descansa. Árboles, montañas, campos y rostros son liberados
de la prisión de la forma y la visibilidad. Al amparo de las tinieblas, cada
cosa se refugia en su propia naturaleza. La oscuridad es la matriz antigua. La
noche es el tiempo de la matriz. Nuestras almas salen a Jugar. La oscuridad
todo lo absuelve; cesa la lucha por la identidad y la impresión. Descansamos
durante la noche. El alba es un momento renovador, prometedor, lleno de
posibilidades. A la luz nueva del amanecer reaparecen bruscamente los
elementos de la naturaleza: piedras, campos, ríos y animales. Así como la
oscuridad trae descanso y liberación, el día significa despertar y renovación.
Seres mediocres y distraídos, olvidamos que tenemos el privilegio de vivir en
un universo maravilloso. Cada día, el alba revela el misterio de este universo.
No existe sorpresa mayor que el alba, que nos despierta a la presencia vasta
de la naturaleza. El color maravillosamente sutil del universo se alza para
envolverlo todo. Así lo expresa William Blake:
«Los
colores son las heridas de la luz». Los colores destacan la perspectiva de
nuestra presencia secreta en el corazón de la naturaleza.
El
círculo celta del arraigo
En
la poesía celta campean el color, la fuerza y la intensidad de la naturaleza. En
sus bellos versos reconoce el viento, las flores, la rompiente de las olas
sobre la tierra. La espiritualidad celta venera la luna y adora la fuerza
vital del sol. Muchos antiguos dioses celtas estaban próximos a las fuentes de
la fertilidad y el arraigo. Por ser un pueblo próximo a la naturaleza, ésta
era una presencia y una compañera. La naturaleza los alimentaba; con ella
sentían su mayor arraigo y afinidad. La poesía natural celta está imbuida de
esta calidez, asombro y sentido del arraigo. Una de las oraciones celtas más
antiguas se titula La coraza de San
Patricio; su nombre más profundo es La
brama del ciervo. No hay división entre la subjetividad y los elementos. A
decir verdad, son las mismas fuerzas elementales las que dan forma y elevación a
la subjetividad:
Amanezco hoy
por la fuerza del cielo, la luz del sol,
el resplandor de la luna,
el esplendor del fuego,
la velocidad del rayo,
la rapidez del viento,
la profundidad del mar,
la estabilidad de la tierra,
la firmeza de la roca.
Amanezco hoy
por la
fuerza secreta de Dios que me guía.
En
el mundo celta reman la inmediatez y el sentido del arraigo. Su mentalidad
veneraba la luz. Su espiritualidad emerge como una nueva constelación para
nuestra época. Estamos solos y perdidos en nuestra transparencia hambrienta.
Necesitamos con urgencia una luz nueva y dulce donde el alma encuentre refugio
y revele su antiguo deseo de arraigo. Necesitamos una luz que haya conservado
su afinidad con las tinieblas, porque somos hijos de las tinieblas y de la luz.
Siempre
estamos viajando de las tinieblas a la luz.
Al principio somos hijos de las
tinieblas. Tu cuerpo y tu cara se formaron en la benévola oscuridad. Viviste
tus primeros nueve meses en las aguas oscuras del vientre de tu madre. Tu
nacimiento fue un viaje de la oscuridad hacia la luz. Durante toda tu vida, tu
mente vive en la oscuridad de tu cuerpo. Cada uno de tus pensamientos es un
instante fugaz, una chispa de luz que proviene de tu oscuridad interior. El
milagro del pensamiento es su presencia en el lado nocturno de tu alma; el
resplandor del pensamiento nace en las tinieblas. Cada día es un viaje. Salimos
de la noche al día.
La creatividad nace en ese umbral primero donde la luz y
las tinieblas se prueban y se bendicen entre sí. Solamente encuentras
equilibrio en la vida cuando aprendes a confiar en el fluir de este ritmo
antiguo. Asimismo, el año es un viaje con el mismo ritmo. Los celtas eran
profundamente conscientes de la naturaleza circular de nuestro viaje. Salimos
de la oscuridad del invierno a la promesa y la efervescencia de la primavera.
En
definitiva, la luz es la madre de la vida. Donde no hay luz, no hay vida. Si el
ángulo del Sol se apartara de la
Tierra , desaparecería la vida humana, animal y vegetal que
conocemos. El hielo cubriría la corteza. La luz es la presencia secreta de lo
divino. Mantiene despierta la vida. Es una presencia nutricia. Despierta el
calor y el color en la naturaleza. El alma despierta y vive en la luz. Nos
ayuda a vislumbrar lo sagrado en lo profundo de nuestro ser. Cuando los seres
humanos empezaron a buscar el significado de la vida, la luz se convirtió en
una de las metáforas más vigorosas para expresar su eternidad y hondura. En la
tradición occidental, como en la celta, se suele comparar el pensamiento con la
luz. Se consideraba que el intelecto, en su luminosidad, era el asiento de lo
divino en nuestro interior.
Cuando
la mente humana empezó a explorar el siguiente gran misterio de la vida, el
del amor, también utilizó la luz como metáfora de su poder y presencia. Cuando
el amor despierta en tu vida, en la noche de tu corazón, es como un alba en tu
interior. Donde había anonimato, hay intimidad; donde había miedo, hay coraje;
donde reinaba la torpeza, juegan la gracia y el donaire; donde había aristas,
ahora eres elegante y estás en sintonía con el ritmo de tu yo. Cuando el amor
despierta en tu vida, es como un renacer, un comienzo nuevo.
El corazón humano nunca termina de nacer
Aunque
el cuerpo humano nace íntegro en un instante, el corazón humano nunca termina de nacer.
Es pando en
cada vivencia de tu vida. Todo cuanto te sucede tiene el potencial de
hacerte más profundo. Hace nacer en ti nuevos territorios del corazón. Patrick
Kavanagh aprehende esta sensación de bendición del suceso: «Ensalza, ensalza,
ensalza/lo que sucedió y lo que es». Uno de los sacramentos más bellos de la
tradición cristiana es el bautismo, que significa ungir el corazón del niño.
El bautismo viene de la tradición judía. Para los judíos, el corazón era el
centro de todas las emociones. Se unge el corazón como órgano principal de la
salud del niño, pero también como lugar donde anidarán sus sentimientos. La
oración pide que el niño que acaba de nacer jamás quede atrapado, apresado o
enredado en las falsas redes interiores del negativismo, el rencor o la
autodestrucción. Con las bendiciones se aspira a que el niño posea fluidez de
sentimientos en su vida, que sus sentimientos fluyan libremente, transporten su
alma hacia el mundo y recojan de éste alegría y paz.
Sobre
el telón de fondo de la infinitud del cosmos y la profundidad hermética de la
naturaleza, el rostro humano resplandece como icono de la intimidad. Es aquí,
en este icono de la presencia humana, donde la divinidad creadora se acerca más
a sí misma. El rostro humano es el icono de la creación. Cada persona posee a
la vez un rostro interior, intuido pero jamás visto. El corazón es el rostro
interior de tu vida. El .viaje humano trata de que este rostro sea bello. Es
aquí donde el amor anida en tu seno. El amor es absolutamente vital para la
vida humana. Porque sólo el amor puede despertar la divinidad en ti. En el amor
creces y vuelves a ti mismo. Cuando aprendes a amar y a permitir que tu yo sea
amado, vuelves a la casa de tu propio espíritu. Estás abrigado y a salvo.
Alcanzas la integridad en la casa de tus anhelos y tu arraigo. Ese crecimiento
y retomo a la casa es el beneficio inesperado del acto de amar a otro. El primer
paso del amor es prestar atención al otro, un acto generoso de negación del
propio yo. Paradójicamente, ésta es la condición que nos permite crecer.
Cuando
despierta el alma, comienza la búsqueda y jamás podrás volver atrás. A partir
de ese momento se enciende en ti un anhelo especial que no permitirá que te
entretengas en las estepas de la autocomplacencia y la realización parcial. La
eternidad te apremia. Eres reacio a permitir que un acomodo o la amenaza de un
peligro te impida bregar para alcanzar la cima de la realización. Cuando se te
abre este camino espiritual, puedes aportar al mundo y a la vida de los demás
una generosidad increíble. A veces es fácil ser generoso hacia fuera, dar
mientras se es tacaño con uno mismo. Si eres generoso para dar, pero tacaño
para recibir, pierdes el equilibrio de tu alma. Debes ser generoso con tu propio
yo para recibir el amor que te rodea. Puedes sufrir la sed desesperante de ser
amado. Puedes buscar durante largos años en lugares desiertos, muy lejos de ti.
Sin embargo, en todo este tiempo, este amor está a centímetros de ti. Está en
el borde de tu alma, pero has sido ciego a su presencia. Debido a una herida,
una puerta del corazón se ha cerrado y eres incapaz de abrirla para recibir el
amor. Debemos estar atentos para ser capaces de recibir. Boris Pasternak dijo:
«Cuando un gran momento llama a la puerta de tu vida, a veces el ruido no es
más fuerte que el latido de tu corazón y es muy fácil pasarlo por alto».
Es
una extraña paradoja que el mundo ame el poder y la propiedad. Puedes ser un
triunfador en este mundo, ser objeto de admiración universal, poseer vastas
propiedades, una hermosa familia, triunfar en el trabajo y tener todo lo que el
mundo puede dar, pero detrás de esa fachada puedes sentirte totalmente perdido
y desdichado. Si tienes todo lo que el mundo puede ofrecerte, pero te falta amor,
eres el más pobre de los pobres. Todo corazón humano tiene sed de amor. Si
en tu corazón no anida la calidez del amor, no tienes nada que celebrar ni que
disfrutar. Aunque seas industrioso, competente, seguro de tí o respetado, no
importa lo que tú mismo o los demás piensen de ti, lo único que realmente
anhelas es amor. No importa dónde estemos, qué o quiénes somos, en qué viaje
estamos embarcados, todos necesitamos el amor.
Aristóteles
dedica varias páginas de su Ética a
reflexionar sobre la amistad. La basa en la idea de la bondad y la belleza.
El amigo es el que desea el bien del otro. La amistad es la gracia que da calor
y dulzura a la vida: «Nadie quiere vivir sin amigos, aunque no le falte nada
más».
El amor es la naturaleza del alma
El
alma necesita amor con tanta urgencia como el cuerpo necesita oxígeno. El alma
alcanza su plenitud en la calidez del amor. Todas las posibilidades de tu
destino humano duermen en tu alma. Existes para cumplir y honrar estas
posibilidades. Cuando el amor entra en tu vida, las dimensiones ignotas de tu
destino despiertan, florecen y crecen. La posibilidad es el corazón secreto del
tiempo. Sobre su superficie exterior, el tiempo es vulnerable a la
transitoriedad. Cada día, triste o bello, se agota y se desvanece. En su
corazón más profundo, el tiempo es transfiguración. Tiene en cuenta la
posibilidad y se asegura de que nada se pierda u olvide. Aquello que parece
desvanecerse en su superficie, en realidad se transfigura y aloja en el
tabernáculo de la memoria. La posibilidad es el corazón secreto de la creatividad.
Martín Heidegger habla de la «prioridad ontológica» de la posibilidad. En el
nivel más profundo del ser, la posibilidad es la madre y a la vez el destino
transfigurado de lo que llamamos hechos y sucesos. Este mundo callado y secreto
de lo eterno es el alma. El amor es la naturaleza del alma. Cuando amamos y
permitimos que se nos ame, habitamos cada vez más el reino de lo eterno. El
miedo se vuelve coraje, el vacío deviene plenitud y la distancia, intimidad.
El
amor es nuestra naturaleza más profunda; consciente o inconscientemente, todos
buscamos el amor. Con frecuencia elegimos caminos falsos para satisfacer esta
sed profunda. La concentración excesiva en nuestro trabajo, logros o búsqueda
espiritual puede alejarnos de la presencia del amor. En la obra del alma,
nuestras falsas urgencias pueden despistarnos por completo. Lejos de ir en
busca del amor, sólo debemos quedamos quietos y esperar que el amor nos
encuentre. Algunas de las palabras más bellas sobre el amor se encuentran en la Biblia. La epístola de
san Pablo a los corintios es hermosísima: «El amor es sufrido, es benigno; el
amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece. Todo lo
sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Y ahora permanecen la fe,
la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor». Otro
versículo de la Biblia
dice: «El amor perfecto aleja el miedo».
Umbra nihili
En
un universo vasto que a veces parece siniestro e indiferente a nosotros,
necesitamos la presencia y el abrigo del amor para transfigurar nuestra
soledad. Esta soledad cósmica es la raíz de nuestra soledad interior. Nuestra
vida, todo lo que hacemos, pensamos y
sentimos está rodeado por la
Nada. De ahí que sea tan fácil atemorizarnos. El Maestro
Eckhart dice que la vida humana se encuentra
bajo la sombra de la Nada ,
sub umbra nihili. Sin embargo, el
amor es la hermana del alma, su lenguaje más profundo y su presencia. En el
amor, a través de su calor y creatividad, el alma nos protege de la desolación
de la Nada. No
podemos llenar nuestro vacío con objetos, posesiones o personas. Debemos
avanzar más profundamente en ese vacío para encontrar debajo de la Nada la llama del amor que
nos aguarda para darnos calor.
Nadie
puede herirte tan profundamente como tu ser amado. Cuando admites al Otro en tu
vida, abres tus defensas. Aun después de años de convivencia, tu afecto y confianza
pueden sufrir una decepción. La vida es peligrosamente imprevisible. La gente
cambia, a veces de manera drástica y repentina. El resentimiento y el rencor
desplazan el arraigo y el afecto. Toda amistad atraviesa en algún momento el
valle negro de la desesperación. Esto pone a prueba tu afecto en todos sus
aspectos. Pierdes la atracción y la magia. El sentimiento mutuo se vuelve
sombrío, la presencia hiere. Si eres capaz de atravesar este tiempo, tu amor
puede emerger purificado, despojado de la falsedad y las carencias. Te llevará
a otro terreno donde el afecto puede volver a crecer. A veces una amistad se
echa a perder y las partes apuntan a sus centros de negativismo recíproco.
Cuando se unen en el punto de carencia, es como si parieran un espectro
dispuesto a devorar el último retazo de afecto entre los dos. Ambos son
despojados de su esencia. Se vuelven impotentes, recíprocamente obsesionados.
Entonces son necesarios la oración profunda, mucha atención y cuidados para
reorientar las almas. El amor puede herirnos profundamente. Debemos tener mucho
cuidado. El filo de la Nada
corta hasta el hueso. Otros quieren amar, entregarse, pero les falta energía.
Llevan en sus corazones los cadáveres de antiguas relaciones, son adictos a
las heridas como confirmación de su identidad. Cuando una amistad se reconoce
como un don, permanecerá abierta a su propio terreno de bendición.
Cuando
amas, abres tu vida a un Otro. Caen todas tus barreras. Tus distancias
protectoras se derrumban. Esa persona recibe permiso absoluto para penetrar en
el templo más profundo de tu espíritu. Tu presencia y tu vida pueden volverse
terreno suyo. Se necesita mucho coraje para permitir semejante acercamiento.
Puesto que el cuerpo habita en el alma, cuando permites semejante proximidad,
dejas que el otro se vuelva parte de ti. En la afinidad sagrada del amor
verdadero, dos almas se vuelven gemelas. El cascarón exterior y el contorno de
la identidad se vuelven porosos. Se runden mutuamente.
El Anam
cara
La
tradición celta posee una hermosa concepción del amor y la amistad. Una de sus
ideas fascinantes es la del amor del alma, que en gaélico antiguo es anam cara, «Anam» significa «alma» en
gaélico, y «cara» es «amistad». De
manera que «anam-cara» en el mundo
celta es el «amigo espiritual». En la iglesia celta primitiva se llamaba anam cara a un maestro, compañero o guía
espiritual. Al principio era un confesor» a quien uno revelaba lo más íntimo y
oculto de su vida. Al anam cara se le
podía revelar el yo interior, la mente y el corazón. Esta amistad era un acto
de reconocimiento y arraigo. Cuando uno tenía un anam cara, esa amistad trascendía las convenciones, la moral y las
categorías. Uno estaba unido de manera antigua y eterna con el amigo
espiritual. Esta concepción celta no imponía al alma limitaciones de espacio ni
tiempo. El alma no conoce jaulas. Es una luz divina que penetra en ti y en tu
otro. Este nexo despertaba y fomentaba una camaradería profunda y especial.
Juan Casiano dice en sus Colaciones
que este vínculo entre amigos es indisoluble: «Esto, digo, es lo que no puede
romper ningún azar, lo que no puede cortar ni destruir ninguna porción de tiempo
o de espacio; ni siquiera la muerte puede dividirlo».
En
la vida todos tienen necesidad de un anam
cara, un «amigo espiritual». En este amor eres comprendido tal como eres,
sin máscaras ni pretensiones. El amor permite que nazca la comprensión, y ésta
es un tesoro invalorable. Allí donde te comprenden está tu casa. La comprensión
nutre la pertenencia y el arraigo. Sentirte comprendido es sentirte libre para
proyectar tu yo sobre la confianza y protección del alma del otro. Pablo Neruda
describe este reconocimiento en un bello verso: «Eres como nadie porque te
amo». Este arte del amor revela la identidad especial y sagrada de la otra
persona. El amor es la única luz que puede leer realmente la firma secreta de la
individualidad y el alma del otro. En el mundo original, sólo el amor es sabio,
sólo él puede descifrar la identidad y el destino.
El
anam cara es un don de Dios. La
amistad es la naturaleza de Dios. La idea cristiana de Dios como Trinidad es
la más sublime expresión de la alteridad y la intimidad, un intercambio eterno
de amistad. Esta perspectiva pone al descubierto el bello cumplimiento del
anhelo de inmortalidad que palpitaba en las palabras de Jesús: «Os llamo
amigos». Jesús, como hijo de Dios, es el primer Otro del universo; es el prisma
de toda diferencia. Es el anam cara
secreto de todos los individuos. Con su amistad penetramos en la tierna
belleza y en los afectos de la
Trinidad. Al abrazar esta amistad eterna nos atrevemos a ser
libres. En toda la espiritualidad celta hay un hermoso motivo trinitario. Esta
breve invocación lo refleja:
Los Tres Sacrosantos mi fortaleza son, que
vengan y rodeen mi casa y mi fogón.
Por
consiguiente, el amor no es sentimental. Por el contrario, es la forma más real
y creativa de la presencia humana. El amor es el umbral donde lo divino y la
presencia humana fluyen y refluyen hacia el otro.
La naturaleza sagrada de la intimidad
Nuestra
cultura está obsesionada por el concepto de relación. Todo el mundo habla de
ello. Es un tema constante en la televisión, el cine y los medios de
información. La tecnología y los medios no unen el mundo. Pretenden crear un
mundo unido por redes electrónicas, pero en realidad sólo ofrecen un mundo
simulado de sombras. Por eso nuestro mundo humano se vuelve más anónimo y
solitario. En un mundo donde el ordenador reemplaza el encuentro entre seres
humanos y la psicología reemplaza a la religión, no es casual que exista
semejante obsesión por las relaciones. Desgraciadamente, el término mismo se ha
convertido en un centro vacío en torno del cual nuestra sed solitaria anda
hurgando en busca de calor y comunión. El lenguaje público de la intimidad es
en gran medida hueco y sus repeticiones incesantes suelen delatar la falta
total de aquélla. La verdadera intimidad es una vivencia sagrada. Jamás exhibe
su confianza y comunión secretas ante el ojo escopófilo de una cultura de neón.
La intimidad verdadera es propia del alma, y el alma es discreta.
Día
dhuit, «Dios sea contigo». El otro responde: Día is Muire dhuit, «Dios y María sean
contigo». Cuando se separan, uno dice: Go gcumhdai
Dia thu, «Que Dios venga en tu ayuda», o Gogcoinne Día thu, «Dios te guarde». El rito del encuentro
comienza y termina con bendiciones. A lo largo de una conversación en gaélico
se reconoce explícitamente la presencia divina en el otro. Este reconocimiento
también está plasmado en antiguos dichos, tales como «la mano del forastero es
la mano de Dios». La llegada del forastero no es casual; trae un don y un
esclarecimiento particulares.
El misterio del acercamiento
Desde
hace años tengo ganas de escribir un cuento sobre un mundo en el cual cada uno
conocería a una sola persona durante toda su vida. Lógicamente, para dibujar
ese mundo, este postulado debería prescindir de consideraciones biológicas.
Uno tendría que guardar años de silencio ante el misterio de la presencia en el
Otro, antes de poder acercarse. En toda su vida uno no encontraría más que un
par de personas a lo sumo. Esta idea adquiere mayor realidad si uno pasa
revista a su vida y distingue los amigos de los conocidos. No son lo mismo. La
amistad es un vínculo más profundo y sagrado. Shakespeare lo dice con una frase
muy bella: «Los amigos que tienes y su atención probada, sujétalos a tu alma
con argollas de acero.» Un amigo es un tesoro increíblemente valioso. Es un
ser amado que despierta tu vida para liberar las posibilidades salvajes que hay
en ti.
Irlanda
es un país de ruinas. Las ruinas no están vacías. Son lugares sagrados que
rebosan de presencias. Un amigo mío, sacerdote en Conamara, pensaba construir
una playa de estacionamiento junto a su iglesia. Cerca había una ruina,
abandonada desde hacía cincuenta o sesenta años. Fue a ver al hombre cuya
familia había vivido allí años antes y le pidió que le cediera las piedras para
los cimientos. El hombre se negó. Cuando el sacerdote preguntó por qué, respondió:
Ceard a dheanfadh anamacha mo mhuinitire
ansin?, es decir, «¿qué sería de las almas de mis antepasados?». Quería
decir que incluso en unas ruinas largamente abandonadas, las almas de quienes
las habían habitado poseían una afinidad y apego particulares al lugar. La vida
y pasión de una persona dejan su impronta en el éter. El amor no permanece
enclaustrado en el corazón, sino que sale a construir tabernáculos secretos en
el paisaje.
Diarmad y Gráinne
Por
toda Irlanda se ven bellas piedras llamadas dólmenes. Se trata de dos enormes
bloques de piedra caliza colocadas paralelamente. Sobre ellas se pone otra a
manera de techo. La tradición celta las llama leaba Dhiarmada agus Gráinne, es decir, «cama de Diarmad y
Gráinne». Dice la leyenda que Gráinne era la compañera de un jefe de los
Fianna, los viejos soldados celtas. Se enamoró de Diarmad, los dos huyeron y
los fianna los persiguieron por todo el país. Los animales les daban refugio, y
personas sabias les daban consejos para eludir a sus perseguidores. Se les dijo
que no debían pasar más de dos noches en un lugar. Pero se decía que donde se
detenían a descansar, Diarmad construía un dolmen para su amada. Las
investigaciones arqueológicas han revelado que eran las tumbas de los jefes. La
leyenda es más interesante y vibrante. Es una bella imagen de la sensación de
impotencia que suele acompañar al amor. Cuando uno se enamora, se desvanecen el
sentido común, la racionalidad y la personalidad seria, discreta y respetable.
Uno vuelve a ser adolescente; hay un fuego nuevo en su vida. Uno está revitalizado. Cuando no hay pasión, el
alma está dormida o ausente. Cuando la pasión despierta, el alma vuelve a ser
Joven y libre, vuelve a danzar. La vieja leyenda celta nos muestra el poder
del amor y la energía de la pasión. Uno de los poemas más elocuentes sobre la
transfiguración de la vida por este anhelo es el Anhelo dichoso de Goethe:
No se lo digáis a nadie, sino tan sólo a los
sabios, que el vulgo siempre propende a la burla y el sarcasmo;
pero al que ansía consumirse en la llama, yo lo
alabo. En el frescor de las noches amorosas, en el trueque plácido de las
caricias, al ver la vela que esplende y el cuarto alumbra tranquila, un extraño
sentimiento más de una vez te acomete. No quisieras seguir preso en la sombra y
las tinieblas, y de una vida más alta un ansia sientes violenta. Para ti no hay
ya distancias: suelto y libre alzas el vuelo hacia la llama, y al fin, igual
que la mariposa, en ella abrasas tu cuerpo. Que mientras en ti cumplido no veas
el «¡Muere y transfórmate!», serás en la oscura tierra no más que un huésped
borroso que vaga entre las tinieblas.
(Trad. de R. Cansinos
Asséns)
El poema expresa la maravillosa fuerza espiritual que es el
centro del anhelo y sugiere la gran vitalidad oculta en él. Cuando uno cede a
la pasión creativa, ésta lo transporta a los umbrales últimos de la
transfiguración y la renovación. Este crecimiento causa dolor, pero es dolor
sagrado. Hubiera sido mucho más trágico evitar cautelosamente estas
profundidades para quedar anclado en la superficie lustrosa de la banalidad.
El amor como
reconocimiento antiguo
La
verdadera amistad o el amor no se fabrican ni conquistan. La amistad siempre
es un acto de reconocimiento. Esta metáfora se puede hundir en la naturaleza
arcillosa del cuerpo humano. Cuando encuentras a la persona que amas, un acto
de reconocimiento antiguo os reúne. Es como si millones de años antes de que la
naturaleza rompiera su silencio, su arcilla y la tuya yacieran juntas. Luego,
en el ciclo de las estaciones, esa arcilla única se dividió y separó. Cada uno
se alzó como formas individuales de arcilla que alojaban su individualidad y
destino. Sin saberlo, vuestras memorias secretas lloraban la ausencia mutua.
Mientras vuestros seres de arcilla deambulaban durante miles de años por el
universo, el anhelo del otro nunca decayó. Esta metáfora permite explicar cómo
se reconocen súbitamente dos almas en el momento de la amistad. Puede ser un encuentro
en la calle, en una fiesta, en una conferencia, una presentación banal, y en
ese momento se produce el rayo del reconocimiento que enciende las brasas de la
afinidad. Se produce un despertar, una sensación de conocimiento antiguo.
Entráis. Habéis regresado a casa por fin.
En
la tradición clásica esto encuentra una expresión maravillosa en el Simposio, mágico diálogo de Platón sobre
la naturaleza del amor. Platón vuelve al mito de que en el principio los
humanos no eran individuos singulares. Cada persona era dos seres en uno.
Luego se separaron; por consiguiente, uno pasa la vida buscando su otra mitad.
Al encontrarse, se descubren por medio de este acto de reconocimiento. En la
amistad se cierra un círculo antiguo. Lo que hay de antiguo entre ambos os
cuidará, abrigará y unirá. Cuando dos personas se enamoran, pasan de la soledad
del exilio a la casa única de su comunión. En las bodas corresponde reconocer
la grada del destino que permitió el encuentro de estas dos personas. Cada una
reconoció en la otra a aquella en la cual su corazón encontraría refugio. El
amor jamás debe ser una carga, porque hay algo más entre ambos que la presencia
mutua.
El círculo de comunión
Para
reflejar esto se necesita una
palabra más vibrante que la tan trillada «relación». Las frases como «se cierra
un círculo antiguo» y «un anhelo antiguo despierta y toma conciencia de sí»
ayudan a revelar el significado profundo y el misterio del encuentro. Expresan
en el lenguaje sacro del alma la unicidad y la intimidad del amor. Cuando dos
personas se aman, se genera una tercera fuerza entre ellas. Una amistad
interrumpida no siempre se restaura con horas interminables de análisis y
consejos. Es necesario modificar el ritmo de los encuentros y reanudar el
contactó con la antigua comunión que los reunió. Esta antigua afinidad os
mantendrá unidos si invocáis su poder y su presencia. Dos personas realmente
despiertas habitan un círculo de
comunión. Han despertado una fuerza más antigua que los envolverá y abrigará.
La
amistad exige que se la alimente. La gente suele dedicar su atención
principalmente a los hechos de la vida, su situación, trabajo y categoría
social. Vuelcan sus mayores energías al hacer. El Maestro Eckhart escribió
bellas palabras sobre esta tentación. Según él, muchas personas se preguntan
dónde deberían estar y qué deberían hacer, cuando en realidad deberían
preocuparse por cómo ser. El amor es el lugar de mayor ternura en tu vida. En
una cultura preocupada por las rigideces y definiciones nítidas, y que por consiguiente le exaspera el misterio, es difícil sustraerse a
la transparencia de la luz falsa para entrar en el tenue resplandor del mundo
del alma. Acaso la luz del alma es como la de Rembrandt, esa luz rojiza,
dorada, que caracteriza su obra. Esta luz crea una sensación de volumen y
sustancia en las figuras sobre las cuales derrama su suave resplandor.
El kaliyana
mitra
La
tradición budista concibe la amistad según la bella idea del kaliyana mitra, el «amigo noble».
Tu kaliyana mitra, lejos de admitir tus
pretensiones, te obligará, con dulzura y mucha firmeza, a afrontar tu ceguera.
Nadie puede ver su vida íntegramente. Así como la retina
del ojo tiene un punto ciego, el alma tiene un lado ciego que no puedes ver. Por eso dependes del ser amado, que ve lo que tú no puedes ver. Tu kaliyana mitra es el complemento benigno
e indispensable de tu visión. Semejante amistad es creativa y crítica; está
dispuesta a recorrer territorios escabrosos y accidentados de contradicción y
sufrimiento.
Uno
de los anhelos más profundos del alma humana es el de ser visto. En el antiguo
mito, Narciso ve su cara reflejada en el agua y queda obsesionado por ella.
Desgraciadamente, no hay espejo en el que puedas ver el reflejo de tu alma. Ni
siquiera puedes verte de cuerpo entero. Si miras detrás de ti, pierdes de vista
el frente. Tu yo jamás te verá íntegramente. Aquel que amas, tu anam cara, tu alma gemela, es el espejo
más fiel de tu alma. La intregridad y la claridad de la amistad verdadera
dibuja el contorno real de tu espíritu. Es hermoso contar con semejante
presencia en tu vida.
El alma como eco divino
Tanto
amor y comunión están a nuestro alcance porque el alma contiene el eco de una
intimidad primordial. Cuando hablan de cosas primordiales, los alemanes emplean
el término ursprungliche Dinge:
«cosas originales». Hay una Ur-Intimitat
in der Seele, es decir, «una intimidad primordial en el alma»; este eco
está en todos. El alma no se inventó a sí misma. Es una presencia del mundo
divino, donde la intimidad no tiene límites ni barreras.
No
puedes amar a otro si no estás empeñado al mismo tiempo en la obra espiritual,
hermosa pero difícil, de aprender a amarte a tí mismo. Cada uno de nosotros
tiene al nivel del alma un manantial enriquecedor de amor. En otras palabras,
no necesitas buscar fuera de ti el significado del amor.
Esto no es egoísmo ni
narcisismo, obsesiones negativas sobre la necesidad de ser amado.
Por el
contrario, es el manantial del amor en el corazón. Por su necesidad de amor,
las personas que llevan una vida solitaria suelen tropezar con este gran
manantial interior. Aprenden a despertar con sus murmullos la profunda fuente interior
de amor. No se trata de obligarte a amarte a ti mismo, sino de ser reservado,
de incitar a ese manantial de amor que constituye tu naturaleza más profunda a
surcar toda tu vida. Cuando esto sucede, la tierra endurecida de tu interior
vuelve a ablandarse.
La falta de amor lo endurece todo. No hay mayor soledad
en el mundo que la del que se ha vuelto duro o frío.
El resentimiento y la
frialdad son la derrota final.
Si
descubres que te has endurecido, uno de los dones que debes otorgarte es el del
manantial interior. Incita a esta fuente interior a que se libere. Remueve el
sarro dentro de ti a fin de que poco a poco, en una bella osmosis esas aguas
nutricias penetren e inunden la arcilla endurecida de tu corazón. Donde antes
había tierra dura, yerma, impermeable, muerta, ahora hay crecimiento, color,
nutrición y vida que fluyen del hermoso manantial del amor. Ésta es una de las
formas más fecundas de transfigurar la negatividad que hay en nosotros.
Se
te envía aquí a aprender a amar y recibir amor. El mayor don que el nuevo amor
trae a tu vida es el despertar del amor oculto en tu interior. Te vuelve
independiente. Ahora puedes acercarte al otro, no por necesidad ni con el
aparato agotador de la proyección, sino por auténtica intimidad, afinidad y comunión.
Es una liberación. El amor debería liberarte. Te liberas de esa necesidad ávida
y abrasadora que te impulsa continuamente a buscar afirmación, respeto y
significación en cosas y personas fuera de ti. Ser santo es hallar la propia
patria, poder descansar en esa casa de comunión y arraigo que llamamos alma.
El manantial de amor interior
Puedes
buscar el amor en lugares remotos y yermos. Es un gran consuelo saber que hay
un manantial de amor dentro de ti. Si confías en que ese manantial existe,
podrás incitarlo a despertar. El siguiente ejercido podría ayudarte a adquirir
conciencia de que eres capaz de hacerlo. Cuando estés a solas o tengas un
intervalo, concéntrate en el manantial en la raíz de tu alma. Imagina ese
caudal nutricio de comunión, sosiego, paz y alegría. Con tu imaginación visual,
siente cómo las aguas refrescantes penetran en la tierra árida de ese lado
desatendido de tu corazón. Es bueno imaginarlo momentos antes de dormir. Así,
durante la noche, serás bañado constantemente por ese caudal fecundo de comunión.
Al despertar, al alba, sentirás tu espíritu bañado de un gozo bello y sereno.
Una de las cosas más valiosas que debes conservar en la
amistad y el amor es tu propia diferencia. Lo que suele suceder dentro de un
círculo de amor es que uno tiende a imitar al otro o a imaginarse recreado a su
semejanza. Si bien esto puede ser indicio de un deseo de entrega total, es a la
vez destructivo y peligroso. Conocí a un anciano en una isla frente a la costa
occidental de Irlanda. Tenía un hobby peculiar. Coleccionaba fotos de parejas
de recién casados. Luego obtenía una foto de la misma pareja diez años después.
Con ésta demostraba cómo un miembro de la pareja empezaba a parecerse al otro.
En las relaciones suele aparecer una fuerza homogeneizante sutil y perniciosa.
Lo irónico es que la atracción entre las personas suele deberse a las
diferencias. Por eso es necesario conservar y alimentarlas.
El amor es también una fuerza
luminosa y nutricia que te libera para que habites plenamente tu diferencia. No
hay que imitarse mutuamente ni mostrarse defensivo o protector en presencia del
otro. El amor debe alentarte y liberarte para que realices plenamente tu
potencial.
Para conservar tu diferencia en el amor, debes darle mucho
espacio a tu alma. Es interesante notar que en hebreo, una de las primeras
palabras que significa salvación también significa espacio. Si naciste en una
granja, sabes que el espacio es vital, sobre todo para sembrar. Si plantas dos
árboles muy juntos, se ahogarán mutuamente. Lo que crece necesita espacio.
Dice Khalil Gibran: «Que haya espacio en vuestra unión.» El espacio permite que
esa diferencia que eres Tú encuentre su propio ritmo y contorno. Yeats habla de
«un pequeño espacio para que lo colme el aliento de la rosa». Una de las bellas
áreas del amor donde el espacio es más hermoso es el acto del amor. El amado es
aquel a quien puedes dar tus sentidos en la plenitud del gozo, sabiendo que
los acogerá con ternura. Puesto que el cuerpo está dentro del alma, ésta lo
baña con su luz, suave y sagrada. Hacer el amor con alguien no debe ser un acto
puramente físico o de liberación mecánica. Debe abarcar la raíz espiritual que
despierta cuando penetras en el alma de otra persona.
El
alma es lo más íntimo de una persona. La conoces antes de conocer su cuerpo.
Cuando alma y cuerpo son uno, penetras en el mundo del otro. Si uno pudiera
corresponder de manera tierna y reverente a la hondura y belleza de ese
encuentro, extendería hasta lo indecible las posibilidades de gozo y éxtasis
del acto de amor. Esto liberaría en ambos el manantial interior del amor más
profundo. Los reuniría externamente con la tercera fuerza de luz, el círculo
antiguo, lo primero que une las dos almas.
La
transfiguración de los sentidos
Los
místicos son los más fiables en el campo del amor sensual. En sus escritos
está implícita una luminosa teología de la sensualidad. Jamás preconizan la
negación de los sentidos, sino su transfiguración. Los místicos reconocen que
existe cierta gravedad o lado tenebroso de eros y que a veces predomina. La
luz del alma puede transfigurar esta tendencia y aportar a ella equilibrio y
aplomo. La belleza de las reflexiones místicas sobre eros nos recuerda que éste
es en última instancia la energía de la creatividad divina. En la
transfiguración de lo sensual, el frenesí de eros y la alegría del alma entran
en lírica armonía.
No soy gorda y maciza como una campana. Labios
para besar, dientes para sonreír, piel lozana y frente lustrosa, tengo ojos
azules y una cabellera espesa que se me enrosca en el cuello; un hombre que
busca esposa tiene aquí un rostro que guardará de por vida; mano, brazo, cuello
y pecho, a cual más apreciado; ¡mira qué cintura! Mis piernas son largas
flexibles como sauces, ligeras y fuertes.
Este larguísimo poema es una celebración impúdica de lo
erótico. No la atraviesa el lenguaje frecuentemente negativo de la moral que
trata de dividir la sexualidad en pura e impura. En todo caso, estos términos
están de más, tratándose de criaturas de arcilla. ¿Cómo puede existir semejante
pureza en una criatura de arcilla? Ésta es siempre una mezcla de luz y
tinieblas. La belleza de eros reside en sus umbrales de pasión donde se
encuentran la luz y las tinieblas en el interior de la persona. Tenemos que
re-imaginar a Dios como la energía del eros transfigurador, fuente de toda
creatividad.
Pablo
Neruda ha escrito algunos de los más bellos versos de amor. Dice: «Te traeré
flores felices de las montañas, campanillas, oscuros avellanos y canastas
rústicas de besos./ Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos».
Es un pensamiento muy hermoso; revela que el amor es el despertar de la primavera en la cara de arcilla del corazón.
Yeats también escribió bellos poemas de amor, versos que dicen: «Pero un hombre
amó tu alma peregrina/y amó los pesares de tu rostro cambiante». Estos poemas
muestran un reconocimiento de las raíces profundas y la presencia en el
amado. El amor te ayuda a ver la naturaleza singular y especial del Otro.
El
don herido
Uno
de los grandes poderes del amor es el equilibrio, que nos ayuda a alcanzar la transfiguración. Cuando dos personas
se unen, un círculo antiguo se cierra en tomo de ellos. Asimismo, no llegan a
la unión con manos vacías, sino repletas de obsequios. Con frecuencia éstos
donde están heridos; entonces despierta la dimensión curativa del amor. Cuando
amas de verdad a otro, lo baña la luz de tu alma. La naturaleza nos enseña que
la luz del sol hace crecer todas las cosas. Si contemplas las flores en un alba
de primavera, verás que están cerradas. Cuando las toca el sol, se abren
confiadas y se entregan a la nueva luz.
Cuando
amas a una persona que está muy herida, una de las peores cosas que puedes
hacer es convertir su dolor en objeto de discusión. En estos casos, una extraña
dinámica despierta en el alma. Se vuelve un hábito, una pauta recurrente. Con
frecuencia conviene reconocer la presencia de la herida, pero alejarse de ella.
Cada vez que tengas la oportunidad,
báñala con la suave luz del alma. Recuerda que existen mentes antiguas de renovación
en el círculo que los une. El destino de tu amor jamás depende solamente de los
recursos frágiles de las subjetividades de ambos. Puedes invocar el poder
curativo de la tercera fuerza luminosa entre ambos; ésta puede aportar perdón,
consuelo y curación en tiempos escabrosos.
Cuando
amas a alguien, es destructivo raspar obsesivamente la arcilla de tu arraigo.
Es conveniente no interferir en tu amor. Dos personas que se aman jamás deben
sentirse obligadas a explicar su amor a un tercero o el porqué de su unión. Su
comunión es un lugar secreta Sus Almas conocen el secreto de su unión; deben
confiar en ella. Si interfieres constantemente en tu conexión con el otro, con
tu amante o tu anam cara, poco a poco
provocas una distancia entre los dos. Thom Gunn ha escrito un bonito epigrama
de dos líneas que se titula Jamesian,
por el nombre de Henry James, el más preciso y sutil de los novelistas. Sus
descripciones constan de finísimos matices e infinitos puntos de vista. Un
análisis tan puntilloso puede volverse obsesivo, hasta el punto de destruir la
presencia lírica del amor.
Su relación consistía
en discutir
si existía.
Si
enfocas constantemente la luz de neón del análisis y la rendición de cuentas
hacia el tejido blando de tu arraigo, éste se volverá reseco y estéril.
Toda
persona debería dar gracias por el amor despertado en su ser. Cuando sientes
amor por la persona amada y el de la persona amada por tí, deberías buscar
ocasiones para ofrecer ese calor como una bendición para los atribulados y
faltos de amor. Envía ese amor al mundo, a los desesperados, a los que padecen
hambre, a los que están encerrados en prisión, en hospitales y en todas las
circunstancias brutales de las vidas desoladas y torturadas. Cuando compartes
esa riqueza de tu amor, éste llega a otros. En él reside la mayor fuerza de la
oración.
En el reino
del amor no hay competencia
La
oración es el acto y la presencia de irradiar la luz de la riqueza de tu amor
hacia otros para curarlos, liberarlos y bendecirlos. Si hay amor en tu vida,
compártelo espiritualmente con los que se ven arrojados al borde mismo de la
vida. La tradición celta sostiene que si proyectas la bondad que hay en ti o si
compartes lo que hay en ti de bueno o feliz, te será devuelto multiplicado por
diez mil. En el reino del amor no existe la competencia; no hay posesividad ni
control. Cuanto más amor entregas, más tendrás. Aquí se recuerda la idea de
Dante, de que el ritmo secreto del universo es el ritmo del amor que mueve las
estrellas y los planetas.
Bendición
de la amistad
Ojalá tengas buenos amigos.
Que aprendas a ser buen amigo de ti
mismo.
Que puedas llegar a ese lugar de tu alma
donde residen un gran amor, calor, afecto y perdón.
Que esto te cambie.
Que transfigure todo lo que hay de
negativo, distante o frío en ti.
Que te transporte a la verdadera pasión,
familia y afinidad de la comunión.
Que atesores a tus amigos.
Que seas bueno con ellos y estés allí
cuando te necesiten; que te den todas las bendiciones, estímulos, verdad y luz
que necesites para el viaje.
Que nunca estés solo.
Que
estés siempre en el nido amable de la comunión con tu anam cara.
JOHN O´DONOHUE
JOHN O´DONOHUE
No hay comentarios:
Publicar un comentario