El estudiante que ha completado la tercera etapa de la meditación, descrita en el precedente capítulo, revela por ello que es capaz de poner las manos a la obra con enérgica paciencia y esfuerzo persistente. Ha iniciado una obra que exige algunas de las mejores condiciones morales del hombre, y algunos de sus poderes mentales menos usados. Su esfuerzo es sin duda plausible, porque tiene que realizarlo a solas, en la intimidad de su habitación, y no cuenta con el estímulo colectivo que las aulas ofrecen a los alumnos que no estudian precisamente cuestiones atinentes al ser interior.
El tipo de recogimiento que se expone en estas páginas es el que mejor se presta para la meditación solitaria. Si el iniciado tuviera la suerte de tener un contacto directo con un Adepto que pudiera demostrarle en sí mismo los efectos de la realización determinada que está buscando, es probable que la ímproba labor de la meditación interrogativa le sería perdonada, pues un Maestro enciende intencionalmente, por mero contacto personal, el fuego de la experiencia espiritual en quienes combinan la aspiración de lograr sus propósitos con su fe en él; de tal modo que un Maestro puede hacer más por un discípulo bien dotado en pocos minutos que muchos meses de solitario sondeo.
Pero un Adepto verdadero es extremadamente difícil encontrar en el mundo moderno —aunque no faltan los imitadores—, de tal modo que estas páginas han sido escritas para dar ayuda al practicante que sólo cuenta con sus propios esfuerzos.
Si el iniciado lee estas páginas con atención concentrada, con interés cordial y con un deseo genuino de llegar a la verdad, desechando si fuera necesario los prejuicios personales, si asimila el contenido de este libro, de tal modo que el simple hecho de leerlo le proporciona una experiencia interior, entonces podrá ir muy lejos y recibirá un atractivo premio espiritual por los trabajos que se ha tomado.
Si estas páginas son leídas como corresponde, con profunda atención y hondo sentimiento, despertarán en el lector fuerzas secretas que están latentes en el ser del hombre, y la solí lectura proporcionará al estudiante una auténtica experiencia espiritual. Porque no sólo indica el camino que lleva al divino yo, sino que puede capacitar al estudiante sincero a emprender la marcha por ese camino.
A la conclusión de la tercera etapa se pone también fin al período preparatorio .del itinerario interior del discípulo.
Hasta este momento ha practicado incesantemente, pero sin muchos resultados tangibles; de ahora en adelante entrará por una nueva ruta y obtendrá nuevas experiencias que lo recompensarán simplemente por cada minuto de esfuerzo empleado, y que le darán un primer contacto con el grandioso objetivo que habrá de alcanzar finalmente. Todas las dudas desaparecerán poco a poco, toda incertidumbre será gradualmente abandonada por quien ha encontrado el verdadero sendero para llegar al propio conocimiento del yo. Hasta ahora hemos realizado un sondeo de las regiones misteriosas del “yo”; penetramos hasta cierto punto con ayuda de la facultad de pensamiento, pero no podemos llegar a la Ciencia sutil de este “yo” únicamente por este medio. Ahora podemos darnos cuenta de cómo el hombre se estrella contra las barreras del misterio tan pronto como empieza a pensar en profundidad real. Adonde no llega el pensamiento, algo debe ayudarnos y conducirnos hasta allá. El pensamiento racional nos proporciona un espléndido instrumento para comprender el mundo y la vida hasta cierto punto, pero es un error suponer que es el único instrumento con el cual contamos.
Este nuevo elemento es la intuición, la comprensión inmediata. Cuando el pensamiento nos falta, podemos encontrar, mediante una búsqueda prudente y delicada, el estado intuitivo en el cual hallamos una guía.
La intuición está a nuestro alcance, dentro de nosotros, y todos podemos descubrirla.
Este es el significado de la frase de Jesús: “Busca y encontrarás”. Muy pocos se toman el trabajo de buscar en su interior y por tal razón son muy pocos los que encuentran.
¿Cómo se despierta la intuición?
Cuando el razonamiento, el intelecto pensante deja de actuar y cesa en su actividad, la intuición tiene campo libre para manifestarse. Cuando las ondas del pensamiento cesan de ondular sobre la superficie del espíritu, este último se convierte en algo semejante a un estanque transparente en el cual el sol de la intuición puede reflejarse sin molestias ni deformaciones.
Por lo tanto, es necesario hallar algunos medios para reducir la constante agitación del intelecto.
Esto puede realizarse mediante un doble proceso. El primero consiste en realizar un esfuerzo para canalizar el pensamiento y dirigirlo por un determinado camino, por ejemplo: concentrarlo sobre una idea abstracta y elevada. Si se ha practicado fielmente y a conciencia el ejercicio de la meditación, o se ha contemplado con espíritu elevado una obra de arte, querrá decir que esta parte del proceso se ha realizado hasta cierto punto y que tendremos el beneficio de algunos minutos de intuición.
El segundo proceso entraña el control de la respiración. La razón es que allí existe una profunda conexión entre el pensamiento y la respiración. El ritmo de los movimientos respiratorios corresponde en una forma notable al ritmo de los pensamientos. El hecho de respirar parece muy simple, y es extraño que pueda tener algún efecto sobre la actividad mental; pero las investigaciones y experimentos prueba irrefutablemente este hecho.
La mayoría de las personas subestiman el valor de la respiración, pero los antiguos jesuitas en Occidente y los Yoguis en la India tuvieron una mejor idea sobre el particular, porque incluían los ejercicios de la respiración en sus prácticas diarias. Aquellos que no han estudiado el tema no pueden darse cuenta cuan sorprendentes cambios se producen en la mente y en el cuerpo gracias al simple método de cambiar el ritmo respiratorio.
Un niño sabe que un rápido soplo sobre una taza de leche caliente la enfriará, y que el mismo aliento, soplado sobre las manos frías, las calentará. Pero todavía no sabemos que el ejercicio respiratorio también puede utilizarse para combatir las enfermedades del cuerpo, para soportar los efectos del frío y del calor extremos, para cambiar el tenor de nuestros pensamientos. Obsérvese que cuando estamos excitados la respiración es jadeante; pero cuando estamos sumidos en profundos pensamientos, respiramos lenta y serenamente. Obsérvese a un hombre cuando respira en forma entrecortada y se comprobará que sus nervios están igualmente agitados. ¿No encuentra esto la estrecha relación existente entre la respiración y la mente?
La respiración es normalmente una inconsciente función de vida. Cualquier intento de cambiarla hará de ella una función consciente. De este modo, el que quiera tener poder sobre su actividad mental, habrá de reservar unos determinados momentos, durante los cuales cambiará deliberadamente e! ritmo respiratorio. Si tales períodos son utilizados en la manera que lo describimos, siguiendo cuidadosamente las simples instrucciones que siguen, el resultante efecto sobre sus pensamientos será muy marcado. Pero es importante que tales instrucciones no sean retaceadas o cambiadas de ninguna manera.
Llegados a este punto debemos dar una advertencia contra la indiscriminada práctica de los ejercicios respiratorios preconizados por los yoguis. Con un guía que nos enseña y nos protege, el sendero del control yoga de la respiración puede ser más seguro, pero sin él, resultará uno de gran peligro. Como un adepto yogui hindú me dijo en cierta ocasión en que estábamos sentados a la sombra de unos árboles, es verdad que:
“Los antiguos maestros que conocían los diferentes efectos de los diversos modos de respirar, nos decían que a través del control de la respiración nos podemos volver tan poderosos como los dioses; pero que también era posible perder la razón, o adquirir enfermedades incurables y aun perder la vida. En consecuencia, es necesario comprender que, donde los resultados son tan grandes, los peligros no lo pueden ser menos.
En nuestro sistema tenemos ejercicios para distintos fines, y si algunos de ellos son casi inofensivos, otros erróneamente practicados pueden tener funestos resultados.”
El ejercicio de respiración que ofrezco aquí, sin embargo, es absolutamente seguro y puede practicarse sin temor. Es el único ejercicio de yoga que se puede practicar impunemente sin la vigilancia de un maestro, y es tan simple que nadie puede dejar de hacerlo correctamente. Pero las personas que sufren de enfermedades cardíacas o de circulación no deben practicar nunca un ejercicio respiratorio, de cualquier clase que sea.
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El ejercicio consiste en disminuir el ritmo de la respiración hasta un punto que esté por debajo del ritmo normal.
El punto preciso no puede especificarse, porque varía según las distintas personas, de acuerdo con la diferente capacidad pulmonar y los distintos grados de sensibilidad nerviosa. La mayor parte de las personas de buena salud tienen aproximadamente quince respiraciones por minuto. De todos modos, el ritmo no debe volverse muy lento en forma repentina. Siempre es preferible introducir tales cambios gradualmente y no con violencia.
Empiécese por exhalar muy lentamente, luego inhálese con lentitud, para entonces contener el aliento por unos momentos; sígase con el ejercicio de nuevo. Practíquese con suma atención y con los ojos cerrados. Es importante concentrar todo nuestro interés en el acto de respirar, hasta el punto que parezca que sólo vivimos para ello.
Los principiantes deberán practicar este ejercicio por unos cinco minutos, no más.
Los que estén más adelantados podrán, de acuerdo con sus progresos, extenderse a diez, quince y hasta veinte minutos. Nunca deberá sobrepasarse este límite.
Sólo debe hacerse un esfuerzo lento, regular y quieto; no debe haber ninguna tensión y no debe realizarse ninguna aspiración brusca, que destruiría el efecto buscado; el estado de reposo de los músculos debe ser completo.
Cuando el ritmo respiratorio sea tan suave que una pluma colocada delante de las narices no llegaría a moverse, podrá considerarse un signo de buen resultado.
Pero si se experimenta la más ligera molestia o de repente se tiene necesidad de tragar aire, es menester detenerse inmediatamente, pues el ejercicio se practica en forma indebida. Respírese por los dos agujeros de la nariz; un principiante europeo que practique la respiración alternada está arriesgando su salud y su equilibrio mental. Debe renunciarse a ello. Una dilatación de los pulmones es el peligro menos grave a que se expone. Tales ejercicios respiratorios artificiosos y poco naturales se practican por lo general a fin de poder obtener facultades psíquicas supranormales; nada tienen en común con el control natural de la respiración, que aquí se recomienda como un medio de aquietar la agitada fiebre del pensamiento y volver a la respiración tan apacible como la de un niño que descansa en el seno materno.
Este ejercicio se basa sobre el simple hecho de que la respiración es un vínculo entre el espíritu y el cuerpo, ya que abastece al cerebro de sangre arterial.
Disminuir el número de respiraciones equivale a rebajar el abastecimiento de sangre que se envía al cerebro y. por lo tanto, a retardar el ciclo de los pensamientos. “La respiración es el caballo y el espíritu el jinete”, dicen los tibetanos. De este modo la tensión y la relajación del cerebro, el surgimiento y la desaparición de las ideas, están en una peculiar armonía con el ciclo de la respiración y puede sometérselo a control.
El efecto que este ejercicio produce en el estudiante, que llega a tener conciencia del descenso rítmico de su respiración, es una agradable sensación de reposo, una tranquilización de la constante vibración del pensamiento, una mancha de aceite sobre la superficie tumultuosa del océano de la vida y un estado mental más cercano a la abstracción.
La intensa concentración de la atención le hará olvidar de todo lo que no sea el acto de respirar, de tal modo que sentirá que se ha convertido en un “ser respiratorio”, por decirlo así Enteramente absorbido por el nuevo ritmo respiratorio, suprimido todo pensamiento que no sea la pura observación de este proceso, se transforma momentáneamente en una persona más sutil y más sensible.
Este estado no se logra de inmediato, sobreviene después de semanas de práctica regular.
El poder que tiene sobre el espíritu este único ejercicio puede ser difícilmente apreciado por quienes no lo han practicado nunca. Devuelve a la máquina humana un equilibrio armonioso.
Puede transformar a un corazón angustiado en un corazón que está en paz con el universo.
Hace algunos años un periodista muy conocido fue ascendido inesperadamente al puesto de director de un célebre periódico dominical en Londres. El hombre era escocés y naturalmente ambicioso, así que decidió portarse bien en su nuevo empleo. No escatimó esfuerzos y se puso a trabajar como un negro para triunfar en su cometido. Trabajaba tan intensamente y asumía tantas responsabilidades que llegó el momento en que la naturaleza le presentó cuentas. El periodista se agotó y debieron sacarlo de su oficina muy enfermo, en estado de completa postración nerviosa.
Durante varios meses estuvo en un sanatorio a la orilla del mar, reponiendo lentamente su cuerpo y sus nervios gastados A partir del día en que se le enseñó a realizar el ejerció respiratorio, su convalescencia se aceleró francamente y pudo volver a su oficina convertido no sólo en un hombre sano sino también en un nuevo hombre. Toda su concepción del mundo había cambiado por la práctica de este sencillo ejercicio. A partir de ese momento fue capaz de ver más profundamente los problemas de la vida, comprender el propósito espiritual que se oculta detrás de los acontecimientos y sentir la divina armonía por debajo de todas las disonancias de nuestra vida moderna.
Este ejercicio puede hacerse igualmente en otros momentos del día y con otros fines.
Si en un determinado momento se está a punto de perder el control de uno mismo bajo los efectos de alguna emoción o pasión violentas, acúdase en seguida a este ejercicio respiratorio hasta que el peligro haya pasado.
En estas circunstancias su eficacia es muy notable.
Cuando se trata del examen de sí mismo, sin embargo, sólo debe practicarse el ejercicio respiratorio inmediatamente después de la meditación.
Al llegar al fin de esta meditación, el practicante se encontrará en una especie de callejón sin salida, y creerá estar frente a una pared mental. Después de haber interrogado a su cuerpo, a sus sentimientos y a su intelecto, no habrá encontrado en ninguno de ellos ese “yo” huidizo que está buscando.
Se verá frente a la nada, porque ¿qué queda de un hombre cuando se han eliminado estos tres elementos?
Al llegar a este punto termina su meditación, acabando con la exploración de su mente y con estas introspecciones sesudas, y pasa en seguida al ejercicio respiratorio que acaba de describirse.
Cuando ha logrado su propósito, el practicante empezará a entrar en un estado mental en el cual los pensamientos están tranquilos como serpientes encantadas. Entonces adquirirá un poco de serenidad de espíritu que es uno de los principales objetivos del yoga indio, pero la obtendrá sin tener que ,-soportar la tensión, la lucha y los riesgos implícitos en los ejercicios respiratorios del yoga, ejercicios que personas poco sabias han propagado sin discernimiento en los países occidentales.
Paul Brunton
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