Mientras los Pandavas vivían con su madre disfrazados de brahmanes en el pueblo de
Ekachakra, vinieron dos fieles amigos de su vida pasada silenciosamente a visitarlos. Y por uno de
ellos los príncipes supieron que Drupada, rey de los Panchalas, había anunciado el swayamvara
de su hermosa hija Draupadi. Unas pocas palabras más fueron dichas acerca del extraordinario
encanto y dotes de la princesa de los Panchalas, y a la tarde, cuando su visitante se había
marchado, Kunti notó que sus hijos se habían vuelto callados y apáticos. Entonces, adivinando la
causa de su cambio de humor mejor de lo que ellos mismos podrían haberlo hecho, dijo, con
amable tacto, que ella estaba cansada de Ekachakra y le agradaría reiniciar sus vagabundeos, si
sus hijos quisieran, en el país de los Panchalas.
Al día siguiente todos se despidieron de su anfitrión, el brahmán de Ekachakra, y partieron
para Kampilya, la capital de Dmpada.
Y mientras marchaban se encontraron con un cierto
brahmán que llevaba el mismo camino, quien les contó acerca de la gran elección de pretendiente
que se iba realizar para la princesa del reino y del obsequio real que se daría a los sabios que se
acercaran en esa ocasión. Y los príncipes, haciendo como si oyeran estas cosas por primera vez,
se unieron a su grupo y anunciaron su intención de presenciar el swayamvara. Cuando llegaron a
la ciudad la recorrieron por un tiempo como visitantes y terminaron cogiendo sus habitaciones en
el cuarto de húespedes de un cierto alfarero.
Sucedía que, desde la incursión de Drona y sus discípulos, Drupada había abrigado el secreto
deseo de que su hija Draupadi pudiera casarse con Arjuna. Pero nunca había mencionado este
deseo a nadie. Más aún, sin tener conocimiento de la notoria muerte y pensando secretamente en
él, hizo hacer un rígido arco e hizo suspender un anillo a una considerable altura, anunciando que el
que pudiera encordar el arco y disparar una flecha a través del anillo tendría a la princesa por
esposa. Con estas palabras proclamó el swayamvara, y los reyes, príncipes y grandes sabios
comenzaron a surgir de todos sitios. Incluso Duryodhana fue con su amigo Karna.
Y a todos
Drupada los recibió con igual hospitalidad. Mientras tanto, los Pandavas estaban viviendo como
mendigos en la casa del alfarero, y nadie en la ciudad los reconoció.
Las festividades inherentes de la boda real comenzaron y día tras día crecía el entusiasmo,
hasta que después de dieciséis días, cuando todo estaba en su apogeo, el gran momento llegó.
Entonces la princesa Draupadi, vestida y adornada con joyas, entró en el recinto, sujetando un
plato dorado sobre el cual había una guirnalda de flores. Al entrar, toda la música fue detenida y
los brahmanes reales encendieron el fuego de sacrificio. Cuando todo estaba en silencio,
Dhrishtadyumna, su hermano gemelo, caminó hacia adelante junto a la princesa y dijo en una voz
tan grave y rica como la del mismo trueno: «¡Oh vosotros monarcas que estáis reunidos hoy aquí,
contemplad el arco, y allá está el anillo! ¡El que pueda disparar cinco flechas a través del anillo —
habiendo nacido bello y con fuerte personalidad— obtendrá hoy a mi hermana por esposa!»
Entonces volviéndose hacia la princesa, nombró a todos los reyes que eran candidatos a su
mano y le dijo que aquel que acertara el blanco debía ser el escogido por ella. Y primero dijo el
nombre de Duryodhana, y Karna fue mencionado, pero nadie dijo los nombres de los Pandavas,
quienes, irreconocibles para todos, estaban presentes entre la multitud como brahmanes.
La contienda
Cuando Dhrishtadyumna terminó de decir sus nombres, los reyes y príncipes se levantaron de
un salto, cada uno ansioso por ser el primero en encordar el arco. Y al saltar a la arena y
agruparse juntos en el punto de prueba, alguien dijo que se veía a los mismos dioses en sus divinos
carros confundiéndose en el concurso. Uno detrás de otro, con sus corazones latiendo
fuertemente, bajo la mi-rada de Drupada y del mundo entero, cubiertos de gloria, los candidatos se
acercaban al lugar de tiro. Y algunos con los labios hinchados y los músculos en tensión trabajaron
mucho para encordar el arco, y uno detrás de otro, con las coronas aflojadas y las guirnaldas
quitadas, tuvieron que desistir sin éxito, cayendo al suelo por la resistencia del arma.
Entonces
Kama, viendo la mortificación de sus amigos y ansioso por mostrar la gloria de la caballerosidad,
se adelantó al sitio donde estaba el arco. Y viéndolo, cinco supuestos brahmanes que estaban
entre los espectadores respiraron hondo y dieron a la princesa por perdida, porque no tenían duda
de que Kama podía encordar el arco de Drupada.
Pero cuando los ojos de la princesa se posaron sobre el héroe ella exclamó con un frío tono de
desdén: «¡Yo no desposaré al hijo de un cochero!» Y oyéndola, Kama sonrió un tanto
amargamente, miró hacia el Sol y dejó a un lado el arco, que ya había curvado hasta formar un
círculo.
Pero cuando el último de los monarcas estaba haciendo su intento y su consecuente fracaso
estaba siendo comentado acaloradamente por los espectadores, Arjuna, con su manta de piel de
ciervo, sus mechones enmarañados y su sagrado cordón, se salió de entre la multitud de
brahmanes que estaban sentados como espectadores alrededor de la arena y se adelantó en
dirección al estrado de tiro. Fuertes murmullos, algunos de aprobación, otros de desaprobación, se
alzaron desde los brahmanes a derecha e izquierda de él. Dado que, viéndolo como a uno de ellos,
interpretaron mayormente su actitud como una inquietud infantil que traería desgracia sobre todos
ellos. Sólo unos pocos, notando su clase y porte, tuvieron el coraje de gritar: «¡Bien, bien! ¡Haz el
intento! »
Pero mientras sus amigos hablaban, Arjuna llegó hasta el arco y se paró ante él como una
montaña. Luego, inclinando su cabeza en oración, caminó lentamente a su alrededor. Entonces en
un abrir y cerrar de ojos lo encordó, y entonces disparó cinco flechas en rápida sucesión a través
del anillo, derribando el blanco que había sido colocado a gran altura.
La algarabía que sucedió pareció venir de los cielos más que del anfiteatro. Los brahmanes se
levantaron excitados agitando sus pañuelos. Llovían flores desde el cielo en todas direcciones. Y
los bardos estallaron en alabanzas al héroe que había ganado. Desde los asientos reales sobre la
palestra el rey Drupada sonrió en aprobación al joven brahmán que había acertado el blanco, y la
princesa Draupadi alzó sus ojos a Arjuna y así expresó silenciosamente que ella lo cogía a él como
su señor.
Pero cuando el alboroto estaba en su apogeo Yudhishthira, con los gemelos Nakula y
Sahadeva, temiendo ser reconocidos si permanecían todos juntos en un sitio, se levantaron y
dejaron la reunión, dejando a Arjuna y Bhima solos. En menos tiempo en que se esparcen las
nubes por el cielo, el ánimo de la reunión pareció cambiar.
Arjuna había sido vestido por Draupadi con ropas blancas y la guirnalda de matrimonio, y la
aprobación del héroe por Drupada era evidente a todos los observadores.
Viendo esto, los reyes y
príncipes que habían fracasado se llenaron rápidamente de cólera. Ellos habían sido rebajados a la
nada. Habían sido invitados para ser insultados. Habían sido abiertamente rechazados con
desprecio y, en cambio, un brahmán había sido elegido por encima de sus cabezas. Cogiendo sus
mazas, los enojados contendientes se precipitaron juntos sobre Drupada, quien retrocedió en ese
momento entre la multitud de brahmanes. Pero viendo el peligro de su anfitrión, Arjuna y Bhima
se adelantaron a cubrirlo: Arjuna con el todopoderoso arco, y Bhima, arrancando de raíz un gran
árbol, blandiéndolo listo para el asalto. Incluso Arjuna, acostumbrado como estaba a ver las
grandes hazañas de su hermano, se asombró al verle arrancar el árbol, mientras que los monarcas
retrocedieron absolutamente pasmados.
Los Pandavas son reconocidos
Pero había uno en la tribuna real, de nombre Krishna, un príncipe de los vrishnis y primo por
nacimiento de los príncipes Pandavas, que viendo esa proeza supo rápidamente quiénes eran los
supuestos brahmanes.
«¡Mira, mira!», dijo a su hermano, que estaba a su lado. «Había oído que los Pandavas habían
escapado de la casa de resma, y tan seguro como que me llamo Krishna que allí hay dos de ellos:
Bhima y Arjuna!»
Mientras tanto, los brahmanes, agitando sus vasijas de agua de cocotero y sus pieles de ciervo,
cerraron un círculo en torno a Drupada para protegerlo del ataque de los caballeros, mientras
Arjuna y Bhima se enfrentaron a ellos uno por uno en combate individual.
Y tal fue el disparo de
flechas entre Karna y Arjuna que durante varios minutos, cada uno era invisible al otro; y Karna
se desvaneció por pérdida de sangre, pero se recobró con mayor entusiasmo para la batalla que
antes. Todos admiraban la fuerza y agilidad de Bhima, quien podía coger un héroe y lanzarlo a
distancia y además lo hacía cuidando de no lastimarlo demasiado.
Finalmente, sin embargo, los reyes y los príncipes, con todo su buen humor restituido por la
lucha, se rindieron con alegría a sus oponentes brahmanes. Y llegó el momento en que, Arjuna y
Bhima, dejaron la muchedumbre y seguidos por la princesa se diiigieron a encontrarse con su
madre. Kunti mientras tanto había estado esperando con gran ansiedad el regreso de sus dos hijos.
¡El día había terminando y cuántas desgracias podrían haberles ocunido! Al fin, sin embargo, en
medio de una multitud de brahmanes, vio venir a Arjuna y Bhima. Llegando a la puerta, ellos
dijeron: «¡Ah, madre, observa lo que hemos conseguido como limosna hoy!» Kunti, desde dentro
de la casa, no habiendo visto todavía a la ruborizada princesa que ellos le estaban enseñando,
contestó: «¡Disfrutad todos vosotros de lo que habéis traído!» Entonces vio a Draupadi y,
abrazándola cálidamente, le dio la bienvenida como hija. Así la princesa de los Panchalas se
convirtió en la novia de los Pandavas.
Pero cuando todos estaban sentados juntos y en silencio en la casa del alfarero llegaron dos
visitantes —Krishna, el príncipe de los vrishnis, y Balarama, su hermano—, quienes risueñamente
les saludaron a todos como Pandavas, tocando los pies de Yudhishthira como muestra de su
alegría por ver que habían escapado de la casa de resina. Entonces, para evitar que alguien los
reconociera y el disfraz de los Pandavas fuera de scubierto, rápidamente se marcharon. Y la
princesa Draupadi procedió humilde y amorosamente bajo la dirección de Kunti a preparar la
comida para la cena de toda la familia. Y nadie advirtió que su hermano, el príncipe
Dhrishtadyumna, estaba escondido en una habitación contigua para escuchar la conversación
secreta de los supuestos brahmanes.
Y cuando llegó la noche, los Pandavas, ya despiertos, discutieron entre sí de armas divinas,
carros de batalla, elefantes y temas militares. Y Dhrishtadyumna partió con el amanecer para
regresar con su padre e informarle sobre la naturaleza del héroe que había arqueado el arco. Pero
Drupada se adelantó corriendo y salió a su encuentro, diciendo: «¡Dime! ¡Dime! ¿Era Arjuna el
que acertó el blanco?»
Sin embargo, sólo después de que la boda se hubiese realizado en el palacio de Drupada,
admitiría Yudhishthira que él y sus hermanos eran en realidad los príncipes Pandavas.
Así, hasta
que estuvo debidamente casada, Draupadi los conoció sólo como los disparadores del arco, y
quienesquiera que fueran, reyes o brahmanes, ella los aceptó sobre esa base.
Pero cuando Drupada supo que estaba ahora en alianza con los Pandavas, su alegría era
ilimitada y ya no temía a nadie, ni siquiera a los dioses. Y el rumor de la huida de los Pandavas de
la casa de resína y de su victoria en el swayamvara comenzó a esparcirse en los reinos vecinos, y
todos los hombres comenzaron a mirarlos como a aquellos que han retornado de la muerte. Vidura
mismo llevó la noticia a Dhritarashtra de que los Pandava ahora estaban vivos y bien, y además
dotados de muchos y poderosos amigos.
LA HISTORIA DE SHTSHUPALA
Cuando llegó a Dhritarashtra la noticia de que los Pandavas no habían sido, después de todo,
quemados en la casa de resma, sino que habían escapado y estaban ahora en la corte de Drupada,
aceptados en su familia y provistos de muchos y poderosos amigos, el viejo rey no supo qué decir.
Entonces llamó a su hijo Duryodhana y a todos sus consejeros, y les hizo la pregunta de qué
actitud tomar.
Todos estuvieron de acuerdo con su inmediata llamada a Hastinapura, y alentaron a que se
enviaran felicitaciones por su huida. Pero Duryodhana tenía la opinión de que, luego de eso,
deberían proceder a deshacerse de ellos mediante una serie de fraudes, dividiendo sus intereses y
enfrentándolos unos a otros, y así al fmal privarlos de todo recurso.
Karna, en cambio, mantenía
que ellos debían se enfrentados en batalla. Valor contra valor, nobleza contra nobleza, dijo. Esos
hombres nunca podrían ser divididos. Un intento como ése sólo pondría en ridículo a quien lo
llevara adelante. En cambio, una lucha justa debería ser el método de un soldado. Los Pandavas
eran hombres, no eran dioses, y como hombres pueden ser vencidos en la batalla.
Bhishma, por otra parte, apoyado por Drona y Vidura, señaló que el derecho de los Pandavas
al reino paterno era cuando menos el mismo que el de Duryodhana. Por eso, ellos deberían ser
llamados y establecidos firmemente en la mitad del reino. Tan fuerte era la insistencia de estos
buenos hombres sobre ese punto de vista, que Dhritarashtra no pudo hacer otra cosa que
obedecer, y un embajador fue enviado a la corte de Drupada, con obsequios para los príncipes,
para darles la enhorabuena por estar a salvo e invitarles a volver a la casa de sus ancestros. Para
entonces se habían hecho amigos y consejeros de los Pandavas, no sólo Drupada, sino también los
poderosos Krishna y su hermano Balarama, y hasta que todos ellos no lo aconsejaron no
aceptaron las proposiciones de amistad hechas por su parie nte Dhritarashtra. Al final, sin
embargo, lo hicieron, y llevando a Kunti, su madre, y a Draupadi, su reina, partieron para la ciudad
de Hastinapura..
El regreso de los Pandavas
Una vez llegados allí y habiendo estado el suficiente tiempo como para estar descansados,
fueron convocados ante la presencia de Dhritarashtra, quien les dijo que para evitar todo
inconveniente posterior en la familia deseaba dividir el reino y darles la mitad, asignando a ellos
una cierta zona desierta para residencia. Siempre había sido el hábito de estos príncipes aceptar
con alegría lo que les ofrecía el anciano soberano y con ello hacerlo lo mejor posible. Y en esta
ocasión no rompieron su regla. Sin ver defecto aparente en este regalo de un árido desierto de
monte para hogar, ellos rindieron homenaje a Dhritarashtra y partieron para su nueva capital.
Una vez allí, sin embargo, su energía no tuvo límites. Ofreciendo los sacrificios de propiciación
necesarios, midieron el suelo para la nueva ciudad y procedieron a construirla, a fortificarla y a
adornarla hasta que hubo sobre la llanura la famosa Indraprastha, una residencia adecuada para
los mismos dioses, no digamos para emperadores, tal era su belleza y magnificencia.
No
conformes con construir una ciudad, los hermanos se dedicaron a organizar sus dominios y su
administración, y sus súbditos, dándose cuenta de la sabiduría y de lo beneficioso de estos nuevos
gobernantes, se sintieron realmente felices de haber quedado bajo su dominio. No había en este
reino miseria causada por el cobro de impuestos. El campesino obtenía fácilmente acceso a su
soberano.
Se administraba justicia; se mantenía el orden; la paz y la prosperidad estaban unidas en
todos los lugares. En ese momento se sugirió a Yudhishthira que debía celebrar un sacrificio de
coronación, y la idea le sedujo. Sobre todos los asuntos pidió consejo a sus ministros, pero hasta
que no hubiera obtenido el de Krishna, su nuevo y fiable amigo, no podría estar seguro del rumbo
correcto.
Él estaba alertado de los muchos motivos —amabilidad, halagos, propio interés y
demás— que guiaban a los hombres a dar consejo, y en su mente no había más que una sola alma
que estaba fuera de ese tipo de influencias. El sacrificio de coronación no era un rito para ser
encarado livianamente. Significaba el establecimiento de un rey que actuara como soberano
supremo sobre todos los otros soberanos. Para hacer esto era necesario poner juntos a una
inmensa multitud de soberanos tributarios, y era bien sabido que en esa gran reunión de señores
feudale s se esconden inmensos peligros. Esas reuniones son oportunas para los orígenes de las
revoluciones. Por tanto, era de incumbencia de quien ofrecía el sacrificio pensar bien sobre el
estado de las cosas y considerar claramente lo que estaba abordando. Si tenía éxito, podía esperar
ser considerado como el supremo soberano de todo el imperio para toda la vida. Pero el menor
paso en falso podía resultar en un supremo desastre, arrojándolo del trono e incluso trayendo una
guerra civil.
El consejo de Krishna
Incluso, Yudhishthira había pensado que, mientras otros le habían aconsejado alegremente
llevar adelante el sacrificio, Krishna podía señalarle la línea de pensamiento que debía guiar a un
monarca al enfrentarse cara a cara con tan seria iniciativa. Punto por punto discutió con él el
estado de la política de los reinos rivales y las posibilidades de estabilidad en el país en general.
Así le permitió ver qué guerras debían desarrollarse y cuáles áreas debían primero ser sojuzgadas
antes que el sacrificio imperial pudiera ser ofrecido. Pero Krishna alentó a Yudhishthira, no menos
calurosamente de lo que lo habían hecho sus propios ministros, acerca de su capacidad personal y
la condición apropiada del propio reino y su gobierno para la orgullosa posición que él deseaba
hacer suya. Tampoco sospechó Yudhishthira, o alguno de sus hermanos, que ese festival, además
de establecerlos a ellos en la soberanía suprema, estaba destinado a su vez a revelar ante los ojos
de todos los hombres, y no sólo ante los pocos de confianza que ya lo sabían, la grandeza y poder
del mismo Krishna, quien en realidad no era rey pero sólo porque él estaba muy por encima de
todos los reyes terrenales.
Habiendo tomado consejo de su más poderoso consejero, Yudhishthira procedió a ocuparse de
todos .los detalles, y cuando todas las instrucciones estuvieron dadas anunció su intención de
celebrar la fiesta de coronación. Aun después de esto los preparativos para el sacrificio llevaron
un largo tiempo, pero finalmente todo estuvo listo y se enviaron invitaciones en todas direcciones,
y reyes y héroes comenzaron a llegar. Y allí había uno, llamado Narada, que tenía íntima
percepción y, estando en la reunión y viendo al señor Krishna como su verdadero centro, se llenó
de pavor, y mientras los otros sólo veían brillo y festividad él era todo reverencia y se mantenía
sentado mirando, perdido en la oración.
Ahora cuando el último día del sacrificio había llegado y el agua sagrada estaba por ser
rociada sobre la cabeza de Yudhishthira, Bhishma, como cabeza de ambas casas reales, sugirió
que por una cuestión de cortesía a los invitados debía homenajearse primero a cada uno por turno,
de acuerdo con su rango y precedencia. Y agregó el anciano abuelo, mientras sus ojos miraban
con cariño la cara de Krishna, a él primero que nadie, como la encamación de Dios, dejad que
como jefe le sean dados estos honores reales. Y consintiéndolo Krishna mismo, los honores le
fueron dados.
La disputa por la precedencia.
Pero había alguien en la asamblea de reyes que guardaba rencor por la precedencia dada a
Krishna entre los soberanos, como si él también fuera un monarca gobernante. Y este invitado, de
nombre Shishupala, estalló en amargos reproches contra Bhishma y Yudhishthira por lo que
consideraba como un insulto hecho a los vasallos que tributaban al poner ante ellos uno que no
podía presentar ninguna reivindicación para la precedencia por derecho de independencia, o larga
alianza, o edad, o parentesco. ¿Era Krishna, preguntó, el mayor de los presentes? ¿Cómo podía
impulsarse tal reivindicación cuando Vasudev, su propio padre, tenía mayor derecho? ¿Era él
valorado como maestro y profesor? Aquí estaba Drona el brahmán, que había sido tutor de todos
los príncipes reales. O ¿era que los Pandavas le habían dado precedencia por su valor como aliado
en tiempos de guerra? Si así era, allí estaba Dmpada, que era el que más lo merecía; dado que él
era el padre de Draupadi, su reina, y nadie podía estar más ligado a ellos que él. Pero si eran el
amor y la veneración los que habían guiado la oferta, entonces seguramente el viejo Bhishma, su
pariente, el lazo entre dos linajes, tenía más derecho.
Ante estas palabras de Shishupala, un cierto número de invitados comenzó a manifestar
desacuerdo con el sacrificio y su señor, y se hizo evidente que era Shishupala el líder de la facción
que podía evitar el adecuado cumplimiento de la ceremonia. Si un sacrificio real no se llevaba a un
adecuado término el hecho podía provocar gran desastre al reino y sus súbditos.
Por ello
Yudhishthira mostró gran ansiedad e hizo todo lo que pudo para conciliar al enojado rey. Él, sin
embargo, como un niño consentido, o como un hombre severo y duro, se negó por todos los
medios a ser apaciguado. Viendo esto Yudhishthira miró hacia Bhishma en busca de consejo.
Bhishma, sin embargo, no se esmeró en calmar al enojado rey. Sonrientemente desestimó la
gravedad de Yudhishthira. «¡Espera», dijo, «oh rey, hasta que el señor Krishna se dé cuenta del
asunto! ¿Puede el perro matar al león? Realmente este rey se parece mucho a un león, dado que
el león es estimulado a actuar, y entonces nosotros veremos lo que veremos.»
Pero Shishupala oyó las palabras dichas por Bhishma y, profundamente irritado por la
comparación con un perro, se dirigió al venerable estadista con palabras que eran abiertamente
insultantes y desenfrenadas. Le llamó viejo réprobo, que siempre parloteaba de moralidad y, como
ellos podían oír, incluso llenaba de horror a sus propios amigos y aliados, haciendo caer sobre sus
cabezas alguna sentencia olvidando la dignidad debida a su propio e igual rango. Bhishma, sin
embargo, no mostró excitación. De pie allí tranquilamente, alzó su mano pidiendo silencio y tan
pronto como este se estableció habló al enojado Bhima, hermano de Yudhishthira, cuyos ojos
enrojecidos mostraban que consideraba las palabras dichas a su abuelo como un desafío a él
mismo.
La historia de Bhishma
«Tranquilízate, oh Bhima», dijo Bhishma, «y escucha la historia de este mismo Shishupala. Él
nació de linaje regio, teniendo tres ojos y cuatro brazos, y no bien nació rebuznó como un asno. Y
su padre y madre, estando asustados por estos augurios, se habían decidido a abandonar al niño,
cuando oyeron una voz que les hablaba desde el aire diciendo: “No temáis nada; quered a este
niño. Su momento aún no ha llegado. Ya ha nacido alguien que lo matará con armas cuando llegue
su fm. Antes de esto será tan afortunado como bien considerado.” Entonces la reina, su madre,
reconfortada por estas palabras, tomó coraje y preguntó: “¿Quién es el que matará a mi hijo?”
Y la voz respondió: “Aquel sobre cuyo regazo el niño estará sentado cuando su tercer ojo
desaparezca y sus dos brazos sobrantes se calgan.”
Después de esto, el rey y la reina de Chedi hicieron juntos unas visitas oficiales, y dondequiera
que ellos iban pedían al rey que los hospedaba en ese momento que cogiera al niño en sus brazos.
Pero en ningún sitio perdió los brazos sobrantes ni desapareció su tercer ojo.
Entonces, desconcertados, volvieron a su ciudad y a su palacio. Y cuando habían estado en su
hogar durante un tiempo fue a visitarlos el príncipe Krishna y su hijo mayor.
Y ellos comenzaron a
jugar con el niño. Pero cuando Krishna lo cogió en su regazo, entonces el tercer ojo del niño se
atrofió lentamente y desapareció, y los dos brazos extraños se marchitaron. Entonces la reina de
los chedis supo que éste era el destinado a matar a su hijo, y cayendo sobre sus rodillas, dijo: “¡Oh
señor, concédeme un deseo!”
Y el señor Krishna contestó: “¡Habla!”
Y ella dijo: “Prométeme que cuando mi hijo te ofenda lo perdonarás.”
Y élcontestó: “Sí, aunque me ofenda cien veces, cien veces le perdonaré.”
Ése es Shishupala —continuó Bhishma— quien aún ahora, abusando de la compasión del
señor, os induce a vosotros a la batalla. En realidad él es una porción de energía que el
Todopoderoso podría reabsorber ahora mismo dentro de sí. Por eso es que él provoca su propia
destrucción ocasiona tanto enojo y ruge como un tigre ante nosotros, sin preocuparse por las
consecuencias. »
El enojo de Shishupala había aumentado más y más durante el discurso de Bhishma, y cuando
terminó sacudió su espada amenazadoramente y dijo: «¡No sabes que estás vivo en este momento
sólo por mi amabilidad y la de estos otros reyes?»
«Da igual si esto es así o no», contestó Bhishma con gran altanería y calma. «Sabe que tengo
poca estima a todos los reyes de la Tierra. Tanto si yo soy muerto como una bestia del campo o
quemado hasta la muerte en un incendio en el bosque, cualquiera sea la consecuencia, aquí pongo
mi pie sobre la cabeza de todos vosotros. Aquí ante nosotros se encuentra el Señor.
A él he
orado. ¡Deja que entre en conflicto con él sólo quien desea una muerte rápida.; ese puede incluso
emplazarse en la batalla —el de oscuro color, que es quien maneja el disco y la maza— y,
cayendo, entrará y se confundirá con el cuerpo de su dios!»
La muerte de Shishupala
Al terminar las solemnes palabras de Bhishma todos los presentes involuntariamente volvieron
sus ojos a Krishna. Él se encontraba absorto, mirando tranquilamente hacia el furioso Shishupata,
como uno cuya mente podría estar emplazando las armas celestiales en su ayuda. Y cuando
Shishupala rió en su cara, él simplemente dijo: «¡La copa de las fechorías, oh pecador, ahora está
llena! » Y al hablar el encendido disco se alzó desde atrás de él y, pasando sobre el círculo de
reyes, bajó sobre el casco de Shishupala y lo atravesó clavándose de la cabeza a los pies.
Entonces se adelantó el alma de este malvado, como si hubiese sido una masa de llamas, y,
siguiendo su propio camino, se inclinó y se derritió hasta desaparecer dentro de los pies del mismo
Krishna. Tal como Bhishma había dicho, cayendo, entró y se confundió en el cuerpo de ese dios.
Así terminó Shishupala, que había pecado hasta ciento una veces y había sido perdonado.
Porque incluso los enemigos del Señor se salvan pensando exclusivamente en él.
SISTER NIVEDITA & ANANDA K. COOMARASWAMY
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