El Egipto de los faraones con su mayoría camítica, su
minoría semítica y su núcleo director ario, constituye la espléndida matriz
donde se plasma el espíritu hermético, el más fecundo en consecuencias de toda
la antigüedad, como hemos dicho.
Hermes, el gran iniciado egipcio, era negro
(probablemente de la raza camítica abisinia), y dícese que murió en Hebrón,
donde Sahra, la esposa de Abraham, encontró sobre su cadáver la famosa Tabla
Esmeraldina que sintetiza los misterios de la Creación[1].
Entre sus más
notables obras se cuentan el Kibalión, el Pimander y la Gimnástica, que
compendian las doctrinas científicas, místicas, teológicas y disciplinarias de
la iniciación egipcia.
Esta iniciación basada en los primitivos misterios
solares de Isis y Osiris, fue la más completa y renombrada de los tiempos antiguos,
y en ella se forjaron mentalidades cumbres como las de Orfeo, Pitágoras,
Platón, Herodoto, Moisés, Nicias, etc. Constaba de las pruebas preliminares de
la tierra, del agua, del fuego y del aire que en esta última por cierto fracasó
Orfeo según nos relata Antenor[2],
seguidas de catorce años de estudios y terminada por la prueba de la muerte
consciente que, al igual que las cuatro primeras, tenía efecto en las cámaras
y galerías de la Gran Pirámide de Kheops y otros templos, como al detalle
explicamos en nuestra citada obra[3].
El culto solar de la religión egipcia, personificada en
la divinidad de Ra y en la de Osiris, es el motivo guía que nos va a llevar a
través de todas las religiones del pasado hasta nuestro cristianismo actual[4].
Osiris, el sol poniente, que con Isis, la luna, y Heru (ú
Horus), el sol naciente, constituye la trinidad egipcia, es el dios de Nisa (o
Dio-nisos) nacido en la "feliz Arabia" y vencedor de Set (o Tifón)
que representa las tinieblas. (Osiris e Isis son respectivamente en lengua
egipcia, Asar y Astar).
La luz venciendo a las tinieblas o el espíritu venciendo
a la materia, será el tema eterno de las religiones arias, con la única diferencia
de que la luz del espíritu irá, en los distintos tiempos y países, tomando los
nombres de Brahma, Suria, Ra, Osiris, Dionisos, Bel Marduk, Samas, Ormúz,
Adonis, Apolo, Herakles, etc.; y las tinieblas, representativas de la
naturaleza inferior y egoísta, se irán llamando Shiva, Kali, Set, Tifón,
Tiamat, Pitón, Ariman, Plutón, Mara, Iblis, Satanás, etc.[5].
Y todo esto aderezado con los códigos de moral que fueron ya objetos de estudio
en el capítulo anterior.
Para los egipcios, los dioses eran los espíritus que
regían las grandes fuerzas de la Naturaleza, cuyas principales personificaciones
constituían la enneada, que tenía su origen en el dios Nun, representativo de
las aguas primordiales o el Caos, según la siguiente genealogía.
Nun {el Caos}
Shu (dios del aire) Ra (el fuego solar)
Seb (la Tierra) Mut (el cielo)
Osiris (el sol) Isis (la luna) Set Neftis
Ra es el Alma Universal o Fuerza Creadora Nut o Mut es el
abismo insondable del Espacio, sobre cuyas tinieblas se cierne el aliento a
soplo de Shu o Knef. Ellos constituyen la suprema trinidad creadora de mundos.
Hermes pasó a los altares del pueblo egipcio con el
nombre de Thut, el escriba celestial que actúa en el juicio de Osiris, acompañado
del cinocéfalo representativo de la tercera raza raíz[6].
Los libros de tradición hermética, ascienden, según
Jámblico, hasta 20.000. De entre ellos, el más notable y popular es el
"libro de los Muertos" (o "Libro de las Moradas" si
traducimos literalmente), un ejemplar del cual se colocaba en el interior de
las tumbas, como guía y doctrina del más allá.
El culto de Thuth se pierde en la noche de la prehistoria
egipcia, juntamente con el culto a los dioses Horus, Seth y Anubis, que
constituyen las raíces henoteistas (véase comienzo de este capítulo) de la
mitología del Nilo. Con la civilización faraónica se establece en la Vª
dinastía, el culto al dios Ra, personificación del sol, cuyos símbolos fueron
la Pirámide, el Obelisco y la Barca. Amen-Ra (o sea "Ra el Excelso")
constituye la figura central del panteón egipcio y, en el fondo, la expresión
del monoteísmo de los iniciados.
El culto solar fue objeto de una revolución acaecida
durante la dinastía XVIII, y llevada a cabo por Amenhetep IV o
"Juenaten", en el sentido de sustituir la personificación de Amen
(adulterada y materializada bajo el peso de los siglos) por la de Aten,
renovada personificación de la divinidad solar con un carácter monoteísta y más
filosófico. Juenaten trasladó la corte de Tebas a "Ajet-Aten",
dedicóse a la vida religiosa y fundó, juntamente can el nuevo culto, una
escuela de arte que se apartó de la línea estética tradicional de los egipcios.
Su reforma tuvo fin con su propia vida personal y su hijo Thuthanjamen,
restituyó el culto de Amen y reintegró la capital a Tebas, abandonando el
"antiteatro de Aten" (hoy Tell- el-. Amarna).
El politeísmo popular de la religión egipcia, fue
compatible con el monoteísmo esencial que siempre trató de salir a flote a lo
largo de su historia. Esto es lógico si la religión había de mantenerse fiel a
los conceptos herméticos expresados en el "Asklepios": "Ninguno
de nuestros pensamientos puede concebir a Dios, ni lengua
alguna puede definirle. Lo que es incorpóreo, invisible, sin forma, no puede
ser percibido por nuestros sentidos; lo que es eterno no puede ser medido por
la corta regla del tiempo: Dios es pues inefable. Dios puede, es verdad,
comunicar a algunos elegidos la facultad de elevarse sobre las cosas naturales
para percibir alguna radiación de su perfección suprema; pero esos elegidos no
encuentran palabra para traducir en lenguaje vulgar la visión inmaterial que
les ha hecho estremecer. Ellos pueden comunicar a la Humanidad las causas
secundarias de las creaciones que pasan bajo sus ojos como imágenes de la vida
universal, pero la Causa Primera queda velada y no llegaríamos a comprenderla
más que atravesando la muerte".
Por otra parte, no son raros los himnos en que se declara
la unidad de Dios. En el "Papiro de Bulak"; p. 17, hay un himno al
dios Amen en el que se dice: "Unicamente Tu arte. Tú creador de los seres,
y Tú, único hacedor de todas las criaturas. El es Solo, único, sin igual.
Viviendo en el santuario de los santuarios". En otro himno egipcio se dice
también: "Dios es Uno y Solo, y no existe otro más que Él. Dios es Uno,
el Uno que ha hecho todas las cosas. Dios es Espíritu, un alto Espíritu, el
Espíritu de espíritus, el gran Espíritu de Egipto, el divino Espíritu. Dios
existe desde el principio, y ha existido desde el comienzo. Él es el único
original y existía cuando todavía no existía nada... Todo lo ha hecho él
después de su manifestación ... Él es el padre de los principios. Dios es eterno
y sin fin, perpetuo, infinito. . . Dios es Vida y los hombres viven por su
impulso. El insufla su aliento de Vida dentro de sus narices. ..", etc. ("The book of the Dead",
Charles H. S. Davis).
Todo esto, sin contar los himnos de Amenhetep IV, en los,
cuales campea obligadamente un puro monoteísmo, como el de su famoso
"Himno al sol" que comienza: "Tu aurora es bella en el horizonte
del cielo, ¡oh vivo Aten, origen de la Vida!. . . "
Habiendo, en fin, expuesto extensamente en nuestra obra
repetidamente citada, todos los aspectos, mitos e iniciaciones de la antigua
religión egipcia, quedamos dispensados de insistir en estas líneas.
Dr Eduardo Alfonso
[1] Y consúltese también "El
Egipto Misterioso" de Eduardo Alfonso, escrita a nuestro regreso de
Egipto en 1935.
[2] "Viajes por Grecia y Asia con
nociones sobre Egipto".
[3] Rastros de estas pruebas prevalecieron en la vida profana de algunos
pueblos, entre ellos España, donde durante la época visigótica, se admitían en
los tribunales de justicia las pruebas del agua hirviendo, del hierro candente,
del agua fría, del fuego, del juramento y la del duelo o juicio de Dios; sin
contar aquellas a que se refiere la frase conocida en el siglo XI de
"Quien quisiera reclamar del Monasterio de San Juan de la peña, tierra
viña ú otra heredad, jure primero en su altar y tome luego el hierro
cadente". (Este monasterio es el de la leyenda del Santo Gral).
[4] Ni aún Juenaten o Amenhetep IV, innovador religioso de la dinastía
XVIII, pudo sustraerse de adorar al disco de Aten, con el que trató de
sustituir a Ammen-Ra.
[5] Satán es el "Set" (Tifón) de los egipcios.
[6] La raza negra o lemuriana. El nombre de Thuth deriva del vocablo egipcio "tut" o "tot ", que quiere decir mano.
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