domingo, 12 de mayo de 2019

HISTORIA DE LAS RELIGIONES - PARTE III - EL EGIPTO HERMÉTICO





El Egipto de los faraones con su mayoría camítica, su mino­ría semítica y su núcleo director ario, constituye la espléndida ma­triz donde se plasma el espíritu hermético, el más fecundo en conse­cuencias de toda la antigüedad, como hemos dicho.

Hermes, el gran iniciado egipcio, era negro (probablemente de la raza camítica abisinia), y dícese que murió en Hebrón, donde Sahra, la esposa de Abraham, encontró sobre su cadáver la famo­sa Tabla Esmeraldina que sintetiza los misterios de la Creación[1].
        
 Entre sus más notables obras se cuentan el Kibalión, el Pimander y la Gimnástica, que compendian las doctri­nas científicas, místicas, teológicas y disciplinarias de la iniciación egipcia.

Esta iniciación basada en los primitivos misterios solares de Isis y Osiris, fue la más completa y renombrada de los tiempos an­tiguos, y en ella se forjaron mentalidades cumbres como las de Or­feo, Pitágoras, Platón, Herodoto, Moisés, Nicias, etc. Constaba de las pruebas preliminares de la tierra, del agua, del fuego y del aire que en esta última por cierto fracasó Orfeo según nos relata An­tenor[2], seguidas de catorce años de estudios y terminada por la prueba de la muerte consciente que, al igual que las cuatro pri­meras, tenía efecto en las cámaras y galerías de la Gran Pirámide de Kheops y otros templos, como al detalle explicamos en nuestra citada obra[3].

El culto solar de la religión egipcia, personificada en la divini­dad de Ra y en la de Osiris, es el motivo guía que nos va a llevar a través de todas las religiones del pasado hasta nuestro cristianismo actual[4].

Osiris, el sol poniente, que con Isis, la luna, y Heru (ú Horus), el sol naciente, constituye la trinidad egipcia, es el dios de Nisa (o Dio-nisos) nacido en la "feliz Arabia" y vencedor de Set (o Tifón) que representa las tinieblas. (Osiris e Isis son respectivamente en lengua egipcia, Asar y Astar).

La luz venciendo a las tinieblas o el espíritu venciendo a la materia, será el tema eterno de las religiones arias, con la única di­ferencia de que la luz del espíritu irá, en los distintos tiempos y países, tomando los nombres de Brahma, Suria, Ra, Osiris, Dionisos, Bel Marduk, Samas, Ormúz, Adonis, Apolo, Herakles, etc.; y las tinieblas, representativas de la naturaleza inferior y egoísta, se irán llamando Shiva, Kali, Set, Tifón, Tiamat, Pitón, Ariman, Plutón, Ma­ra, Iblis, Satanás, etc.[5]. Y todo esto aderezado con los códigos de moral que fueron ya objetos de estudio en el capítulo anterior.

Para los egipcios, los dioses eran los espíritus que regían las grandes fuerzas de la Naturaleza, cuyas principales personificacio­nes constituían la enneada, que tenía su origen en el dios Nun, re­presentativo de las aguas primordiales o el Caos, según la siguien­te genealogía.

                
Nun {el Caos}

Shu (dios del aire)                            Ra (el fuego solar)

Seb (la Tierra)                         Mut (el cielo)
Osiris (el sol) Isis (la luna)  Set Neftis

Ra es el Alma Universal o Fuerza Creadora Nut o Mut es el abismo insondable del Espacio, sobre cuyas tinieblas se cierne el aliento a soplo de Shu o Knef. Ellos constituyen la suprema trini­dad creadora de mundos.

Hermes pasó a los altares del pueblo egipcio con el nombre de Thut, el escriba celestial que actúa en el juicio de Osiris, acompa­ñado del cinocéfalo representativo de la tercera raza raíz[6].

Los libros de tradición hermética, ascienden, según Jámblico, hasta 20.000. De entre ellos, el más notable y popular es el "libro de los Muertos" (o "Libro de las Moradas" si traducimos literal­mente), un ejemplar del cual se colocaba en el interior de las tum­bas, como guía y doctrina del más allá.

El culto de Thuth se pierde en la noche de la prehistoria egip­cia, juntamente con el culto a los dioses Horus, Seth y Anubis, que constituyen las raíces henoteistas (véase comienzo de este capítulo) de la mitología del Nilo. Con la civilización faraónica se establece en la Vª dinastía, el culto al dios Ra, personificación del sol, cuyos símbolos fueron la Pirámide, el Obelisco y la Barca. Amen-Ra (o sea "Ra el Excelso") constituye la figura central del panteón egip­cio y, en el fondo, la expresión del monoteísmo de los iniciados.

El culto solar fue objeto de una revolución acaecida durante la dinastía XVIII, y llevada a cabo por Amenhetep IV o "Juenaten", en el sentido de sustituir la personificación de Amen (adulterada y materializada bajo el peso de los siglos) por la de Aten, renovada personificación de la divinidad solar con un carácter monoteísta y más filosófico. Juenaten trasladó la corte de Tebas a "Ajet-Aten", dedicóse a la vida religiosa y fundó, juntamente can el nuevo cul­to, una escuela de arte que se apartó de la línea estética tradicional de los egipcios. Su reforma tuvo fin con su propia vida personal y su hijo Thuthanjamen, restituyó el culto de Amen y reintegró la ca­pital a Tebas, abandonando el "antiteatro de Aten" (hoy Tell- el-. Amarna).

El politeísmo popular de la religión egipcia, fue compatible con el monoteísmo esencial que siempre trató de salir a flote a lo largo de su historia. Esto es lógico si la religión había de mantener­se fiel a los conceptos herméticos expresados en el "Asklepios": "Ninguno de nuestros pensamientos puede concebir a Dios, ni len­gua alguna puede definirle. Lo que es incorpóreo, invisible, sin for­ma, no puede ser percibido por nuestros sentidos; lo que es eterno no puede ser medido por la corta regla del tiempo: Dios es pues inefable. Dios puede, es verdad, comunicar a algunos elegidos la facultad de elevarse sobre las cosas naturales para percibir alguna radiación de su perfección suprema; pero esos elegidos no encuen­tran palabra para traducir en lenguaje vulgar la visión inmaterial que les ha hecho estremecer. Ellos pueden comunicar a la Humani­dad las causas secundarias de las creaciones que pasan bajo sus ojos como imágenes de la vida universal, pero la Causa Primera que­da velada y no llegaríamos a comprenderla más que atravesando la muerte".

Por otra parte, no son raros los himnos en que se declara la unidad de Dios. En el "Papiro de Bulak"; p. 17, hay un himno al dios Amen en el que se dice: "Unicamente Tu arte. Tú creador de los seres, y Tú, único hacedor de todas las criaturas. El es Solo, único, sin igual. Viviendo en el santuario de los santuarios". En otro himno egipcio se dice también: "Dios es Uno y Solo, y no exis­te otro más que Él. Dios es Uno, el Uno que ha hecho todas las co­sas. Dios es Espíritu, un alto Espíritu, el Espíritu de espíritus, el gran Espíritu de Egipto, el divino Espíritu. Dios existe desde el prin­cipio, y ha existido desde el comienzo. Él es el único original y exis­tía cuando todavía no existía nada... Todo lo ha hecho él después de su manifestación ... Él es el padre de los principios. Dios es eter­no y sin fin, perpetuo, infinito. . . Dios es Vida y los hombres viven por su impulso. El insufla su aliento de Vida dentro de sus nari­ces. ..", etc. ("The book of the Dead", Charles H. S. Davis).

Todo esto, sin contar los himnos de Amenhetep IV, en los, cua­les campea obligadamente un puro monoteísmo, como el de su fa­moso "Himno al sol" que comienza: "Tu aurora es bella en el ho­rizonte del cielo, ¡oh vivo Aten, origen de la Vida!. . . "

Habiendo, en fin, expuesto extensamente en nuestra obra repetidamente citada, todos los aspectos, mitos e iniciaciones de la antigua religión egipcia, quedamos dispensados de insistir en estas líneas.

Dr Eduardo Alfonso







[1] Y consúltese también "El Egipto Misterioso" de Eduardo Alfonso, escri­ta a nuestro regreso de Egipto en 1935.
[2] "Viajes por Grecia y Asia con nociones sobre Egipto".
[3] Rastros de estas pruebas prevalecieron en la vida profana de algunos pueblos, entre ellos España, donde durante la época visigótica, se admitían en los tribunales de justicia las pruebas del agua hirviendo, del hierro can­dente, del agua fría, del fuego, del juramento y la del duelo o juicio de Dios; sin contar aquellas a que se refiere la frase conocida en el siglo XI de "Quien quisiera reclamar del Monasterio de San Juan de la peña, tie­rra viña ú otra heredad, jure primero en su altar y tome luego el hierro cadente". (Este monasterio es el de la leyenda del Santo Gral).
[4] Ni aún Juenaten o Amenhetep IV, innovador religioso de la dinastía XVIII, pudo sustraerse de adorar al disco de Aten, con el que trató de sustituir a Ammen-Ra.
[5] Satán es el "Set" (Tifón) de los egipcios.

[6] La raza negra o lemuriana. El nombre de Thuth deriva del vocablo egip­cio "tut" o "tot ", que quiere decir mano.





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