domingo, 26 de mayo de 2019

LA AYUDA ESPIRITUAL EN LOS ASUNTOS MATERIALES



La crítica podrá venir de una persona que haya leído los capítulos anteriores, de que estas ideas son muy bellas y profundas pero nada práctico puede hacerse con ellas. Nada podría ser más falso: ninguna suposición más desprovista de fundamento. La condición de la espiritualidad realizada no es nada nebuloso ni insustancial. La vida espiritual puede ser intensamente práctica en sus aplicaciones, y en verdad, si se la entiende bien, es la mejor base posible para una existencia práctica.

Porque debemos aprender a utilizar apropiadamente nuestros pensamientos, ya que el pensamiento es el guía invisible de nuestras acciones. Estas extrañas investigaciones espirituales tal vez no tengan ningún valor para el hombre de la calle. Así sería si el control de los nervios maltrechos, la paz de la mente y la calma del corazón no tuvieran ningún valor. Así sería si el equilibrio interior y el dominio de las circunstancias externas no tuvieran valor. Así sería si la protección divina y la ayuda de la providencia en toda clase de aprietos, la curación misteriosa de enfermedades y la orientación que recibimos en momentos de perplejidad, no tuvieran valor. Así sería si el hombre fuera inmortal y la muerte no viniera con su guadaña a cortar sus días. Las preocupaciones que trae la vida siempre nos están llamando la atención. Una actividad descabellada se ha apoderado del mundo, y la sabiduría que trae el reposo mental se oscurece y se pierde.

Cuando más nos entregamos a este atolondrado materialismo, más profundamente ocultamos nuestra esencia divina. El propósito de estas páginas será demostrar que el ser humano, aunque viva en las condiciones que ofrece el presente, aunque se vea rodeado por circunstancias aparentemente ineludibles, puede encontrar una justa dirección para su vida material, una guía más alta para resolver los problemas de su vida diaria, una protección divina en tiempos agitados y una terapia espiritual para sus achaques físicos. Podría citar muchos casos para demostrar que la técnica de vida espiritual que se propone en este libro no es una simple abstracción; es un camino por el cual uno puede transitar a fin de obtener, igualmente, ayuda en asuntos materiales; es una forma de actividad protectora que infunde una sensación de total seguridad en lo más hondo del corazón.

El que haya descubierto el camino secreto que lleva a este centro divino siempre podrá demostrar su descubrimiento por la forma en que encara los obstáculos inevitables, las dificultades y las penurias recurrentes que asaltan a la vida humana. Una vida más alta se ha iniciado para él. El hombre ignorante del Yo interior, crea su propia infelicidad. El mundo lo domina, a él, que ha nacido para dominar el mundo. La vida golpea duramente, tarde o temprano, al hombre que conoce muchas o pocas cosas, pero que no se conoce a sí mismo. Hasta los muertos no se escapan porque la muerte es otra forma de vida. Si el ser humano pudiera reconocer sus posibilidades divinas con la misma facilidad que reconoce sus limitaciones animales, el milenio no estará lejos de nosotros.

No recemos, pues para obtener más poder sobre los otros hombres, o para tenor más dinero o una reputación más difundida: recemos para ser librados de esta atroz ignorancia de nuestro ser verdadero. Hay millones de hombres y mujeres que son desdichados porque nunca han aprendido esta verdad, que son las víctimas de su lamentable ignorancia. Bajo la tersa superficie de sus vidas hay mucho descontento, hay profundas discordias y graves tumultos. Existe una puerta abierta a la que pocos seres humanos se atreven acercar, pero por la cual todos los hombres habrán de pasar.
Es la puerta que lleva al verdadero ser del hombre, cuyos portales invisibles deben ser tanteados y buscados dentro de los misteriosos recintos del espíritu humano.

Es en esos sombríos recintos que los pensamientos y lo sentimientos nacen, y por lo tanto podemos acercarnos a la entrada por el camino del pensamiento o el sentimiento deliberadamente orientados. Pero una vez que hayamos atravesado el umbral y llegado al silencio interior, todas las preguntas que nos torturaban serán contestadas, todas las necesidades exteriores serán satisfechas o renunciaremos a ellas de buen grado, todas las tribulaciones amenazadoras suscitarán la fuerza divina que podrá hacerles frente serenamente. Es en esta inefable región interior que el ser humano hace encontrar su beatitud última, su protección más segura.

La base racional de estas cosas puede explicarse fácilmente. El hombre es, considerado en sí mismo, un universo en miniatura. Su Yo Superior es el sol y su yo personal desempeña el papel de una luna. Del mismo modo que la luna toma su luz prestada del sol, del mismo modo su personalidad toma su conciencia de sí misma, y su vitalidad, su poder intelectual y afectivo, de la luminaria central; el Yo Superior. Los hombres que sólo viven de acuerdo con la sabiduría de su propio ser son semejantes a hombres que trabajan de noche, a la luz de la luna, porque no hay sol.

El que no ha visto al sol, dice Calderón, no tiene la culpa si cree que ninguna luz es más fuerte que la de la luna. Los que viven de acuerdo con la sabiduría del Yo Superior pueden apreciar la contribución de la personalidad, pero le atribuyen un valor secundario. Algo distinto ocurre a la persona que adquiere el conocimiento de sí misma, el dominio de sí misma. Su visión del mundo se transforma, y ve la vida desde un mirador aventajado. Contempla el ruidoso panorama de la existencia confusa y agitada, pero mantiene una serena armonía dentro de su alma. Las irritaciones que antes hacían presa de ella, desaparecen. Las pasiones que en un tiempo la apresaban con sus tentáculos implacables, se han dulcificado y ellas mismas son apresadas ahora, por fuerzas más poderosas.

El hombre que ha seguido este camino con éxito se desprenderá poco a poco de deseos agitados, de pensamientos ingobernados y acciones desconsideradas. Y aunque el esfuerzo requerido sea grande, la recompensa espiritual será incalculable, pues la misteriosa percepción espiritual del Yo Superior surgirá un día en el alma del aspirante. En los tranquilos momentos de reposo mental obtenemos sobre nosotros mismos un grado de control que eventualmente se reflejará en nuestra vida diaria y se sentirá en todos nuestros actos. Este resultado es absolutamente seguro. Del mismo modo que unas pocas gotas de tintura roja darán a un recipiente de agua el color rojo más intenso, del mismo modo toda nuestra vida exterior será coloreada por el dominio automático del Yo Superior, si persistimos en nuestra práctica triple.

Arrojemos el pan del tiempo y de esfuerzos a las aguas del reposo mental y nos será devuelto con creces. Una vez que uno ha puesto su existencia en manos del Yo Superior que habita dentro de nosotros, nuestra vida tendrá un ritmo más sereno y más suave. En el interior de nosotros habrá una corriente mansa, aunque las tormentas rujan en el exterior. Es imposible que el buen resultado de nuestros intentos materiales nos preocupe más que nuestro Yo Superior. Pero cuando las riendas están en nuestras manos, nuestra dirección suele ser ignorante e imprudente; si nos dejamos guiar por la divinidad interior llegaremos a buen puerto, pues es más sabia que nosotros. Entreguémonos a ella sin reservas y sin temores. Lo que se descubra en el sendero secreto del reposo mental nos resultará beneficioso en toda clase de situaciones, agradables o dolorosas, psicológicas o físicas.
Acaso fracasemos en la aplicación de este conocimiento, pero el Yo Superior es infinitamente paciente y estará dispuesto a auxiliarnos, a su manera, cuando estemos dispuestos a invocar su presencia.

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Poco a poco, imperceptiblemente, nuestros diarios esfuerzos han abierto un nuevo cauce dentro de las enmarañadas circunvoluciones del cerebro, haciendo cada vez más fácil la aproximación a la esfera de influencia del Yo Superior. Deseo demostrar ahora la forma en que nuestra aplicación en los diarios períodos de reposo mental puede tener un influjo positivo sobre el resto del día, cómo puede poner en nuestras manos un arma eficaz para enfrentar problemas o defendernos de los infortunios, cómo puede ayudarnos en cualquier momento, fortaleciéndonos contra las tentaciones y los embates de la vida. El método es enteramente práctico. Empiécese considerando al Yo Superior una Inteligencia siempre presente con la cual nos podemos comunicar, a la cual podemos llevar nuestro atribulado corazón y encontrar paz en ella, y bajo cuyo amparo estamos bien protegidos. Sea nuestro problema el que sea, no limitemos nuestros esfuerzos a una solución meramente intelectual. Llevemos nuestro problema a la intensa luz que emana del Yo Superior y allí encontraremos la guía justa que finalmente ha de resolver el problema para nosotros.

La regla es: en cuanto nos sintamos apenados, perplejos, agotados o tentados, practiquemos el ejercicio respiratorio durante dos o tres minutos y después formulémonos la pregunta:


¿A quién perturba esto? 

¿A quién apena esto? 
¿A quién sorprende esto? 
¿A quién abruma esto? 
¿A quién tienta esto?

Según sea el caso. Después de formular la pregunta silenciosamente, detenerse, aquietar los pensamientos tanto como se pueda y repetir el procedimiento que consiste en escuchar la voz interior, con la cual estaremos familiarizados por nuestros momentos de meditación. Esta práctica abre la conciencia al contacto con el Yo Superior y nos pone bajo su amparo. Recurrir inmediatamente al ser espiritual cuando nos vemos frente a un acontecimiento negativo, equivale a anular el poder que tiene dicho acontecimiento para perturbarnos. Entonces, lo que decidamos hacer será justo y correcto, pues estará inspirado por el Yo Superior. La discordia no tiene cabida en el Yo Superior. Al volvernos interiormente hacia este Yo nos negamos automáticamente a aceptar las sugestiones de la circunstancia perturbadora.

Cuando una persona se ve en aprietos, debe negarse a aceptar las sugestiones de la desesperación o la duda, que asaltan su espíritu; en vez de ello, debe calmar su respiración, interiorizar su estado de ánimo y preguntarse: ¿A quién le ocurre esto? Si pudiéramos rechazar, y rechazar sistemáticamente, todo pensamiento desagradable, desdichado o espiritualmente falso en el momento en que nace, seríamos en verdad felices. El hecho es perfectamente posible, aunque no pueda lograrlo el dominio habitual de sí mismo; tan sólo un método como el que se describe aquí puede lograr esta tarea asombrosa, ya que entonces la victoria no la ganan finalmente nuestros esfuerzos, sino el poder más alto del Yo Superior, al cual hemos invocado.

 Las personas que no nos gustan, las circunstancias irritantes y los chascos inesperados, el efecto innegable que éstos tienen sobre nosotros, puede quedar anulado si se realiza un esfuerzo para llegar al centro divino de nuestro ser, y esto se hace en seguida. El aspirante debe cultivar la costumbre de recurrir en seguida a su ser interior cuando se vea amenazado por un conflicto con su ambiente. Si esto se hace fielmente, una maravillosa sensación de paz y seguridad se apoderará de él, y su mente pasará intacta por la prueba. Debemos recordar que nuestro ser más íntimo vive en una condición perpetua de intensa paz.

Cuando las tormentas rugen a nuestro alrededor, debemos repudiar inmediatamente las reacciones indeseables e intentar concentrar nuestro pensamiento en la búsqueda del ser espiritual. Pues el descubrimiento de este último equivaldrá a la realización de esta elevada condición. El bien siempre está presente, pero hay que buscarlo, sentirlo y reconocerlo. Ningún momento es más apropiado para emprender esta búsqueda divina que el momento en que penosos acontecimientos y ansiedades torturantes se disponen a descender sobre nuestras cabezas. Al fijar la mente en la búsqueda del ser podemos demostrar, en forma llamativa y luminosa, el misterioso poder de este método. “Levantad la mirada hacia los cielos”, recomendaba el viejo profeta Isaías. Esta interiorización de la facultad de la atención debilita necesariamente la fuerza de las emociones inarmónicas o desagradables que nos atacan. El mismo esfuerzo que realizamos para descubrirnos a nosotros mismos nos aproxima a la condición de felicidad sublime en la cual reside el ser verdadero. Es una liberación.

De este modo aplicamos la verdad que hemos comprendido y la convertimos en un factor activo dentro de nuestras vidas. La práctica de esta técnica extirpará infaliblemente el miedo, la depresión y las preocupaciones materiales que atacan a la mente. Hay que buscar siempre el contacto con el Yo Supremo, hasta que la costumbre se convierta primero en pensamiento y luego en naturaleza, y por último en sexto sentido. El procedimiento puede explicarse de otro modo. El Hombre, en su carácter de Yo Superior, carece de deseos y no está sometido a ninguna influencia externa, no es afectado por ningún poder que no sea el poder de Dios. Por lo tanto, el Yo Superior nunca siente dolor, nunca está enojado y no puede ser tocado por la depresión o el miedo.

El hombre, como ser limitado personal, está lleno de deseos y de aversiones, reacciona continuamente ante las influencias externas y se identifica con ellas. Acepta las reacciones de su cuerpo al ambiente y a las personas que ve con frecuencia y se entrega a sus reacciones como si fueran realmente suyas. Acepta las reacciones corporales del miedo, el deseo, el enojo, la repulsión, el dolor, etc. Está tan alejado de su naturaleza interior que permite que las ideas de su cuerpo lo dominen, e impide así la expresión de la fuerza y los poderes divinos que están latentes en su constitución espiritual. No bien se permito a la mente instalarse en estas condiciones negativas, el hombre se convierte en el esclavo de ellas y tiene que pagar la penosa deuda.

Pero si en el mismo momento en que siente la reacción mezquina de su yo, persiste en no tomarla en cuenta, si deliberadamente la desatiende y vuelve la cara hacia su centro más profundo, entonces las cosas externas empiezan a perder el poder que tenían para efectuarlo. En la medida en que la práctica y el hábito han desarrollado esta facultad de interiorización en él, estará en condiciones de rechazar influencias maléficas, vengan de otras personas o de su ambiente, sea en forma de enfermedades físicas o de circunstancias penosas. Y no es sorprendente que se logren estos resultados si recordamos que el hombre fue hecho a semejanza de Dios. y que estas prácticas permitan que su verdadero rostro emerja gradualmente a la conciencia. Si abrimos la puerta de la sumisión, de la conciencia pasiva y reactiva ante los acontecimientos turbadores, nos convertimos en sus víctimas. Pero si les cerramos la puerta de la mente y adoptamos en cambio una actitud receptiva ante el bien armonioso que reside en el centro espiritual de nuestro ser, entonces no tenemos por qué sufrir. Es el reconocimiento mental de nuestra propia divinidad lo que trae la salvación y lo que libra interiormente del poder maléfico de las circunstancias negativas.

La clase de auxilio que así podemos obtener toma diversas formas. La protección en cases de peligro es una de ellas. Todos los que se entregan realmente al Poder Supremo, reciben su amparo y ayuda. Me agrada la franca declaración del jefe indio americano que quería atacar al pequeño grupo de cuáqueros residentes en la población de Easton, en el Estado de Nueva York, una brillante mañana de verano del año 1775. -Indios venir casa hombre blanco —dijo, señalando con un ampuloso ademán a todo el caserío—. Indio querer matar hombre blanco, uno, dos, tres, seis... ¡todos! —Y agitó su tomahawk con gesto amenazante—. Indio venir, ver hombres blancos sentados tranquilamente.

No rifle, no flecha, no cuchillo; todos quietos, todos inmóviles, adorando al Gran Espíritu... ¡Gran Espíritu dentro de indio también! —y se señaló el pecho—. Y Gran Espíritu decir: ¡Indios, no matar hombres blancos! El curar es otra forma en que puede manifestarse este auxilio. Mi amiga Dorothy Kerin se levantó del lecho de muerta completamente curada de sus muchas enfermedades: tuberculosis avanzada, diabetes y úlceras al estómago. Los médicos que la atendían habían decidido suspender toda clase de tratamiento, porque pensaban que era inútil. Su milagrosa curación por medio del poder espiritual produjo conmoción en los círculos médicos, y muchos hombres de ciencia investigaron el caso, pero tuvieron que admitir que la curación no podía explicarse. —Mi curación es una obra directa de Dios —dijo Miss Kevin—.

El Nuevo Testamento está lleno de promesas de curación y yo confío en que, cuando logremos abrir los ojos del espíritu, habremos de ver que las promesas se cumplen. Otro amigo, W. T. Parish, recibió de sus médicos la información de que su esposa, que sufría de cáncer, no viviría mucho tiempo. La señora Parish tenía un cáncer en el seno derecho; el izquierdo ya le había sido extraído por el mismo motivo. Parish sacó a su mujer del sanatorio y empezó a tratarla él mismo por los métodos y el poder del espíritu. En nueve meses la señora Parish estaba curada. Su caso es un claro ejemplo del poder del espíritu sobre el cuerpo, una indicación que señala la posibilidad de curación para una de las enfermedades modernas más tremendas y que consiste en la aplicación del remedio más noble de la antigüedad: el poder curativo del espíritu. La fuerza vital del Yo Superior fluye continuamente en cada electrón de cada átomo que forma el cuerpo.

En verdad es el Yo Superior quien da vida a nuestros cuerpos y los mantiene vivos. Sin su invisible presencia, nuestros cuerpos caerían muertos al instante, como pedazos de materia inerte. La maquinaria del cuerpo no podría funcionar sin corrientes espirituales invisibles. Y también es el Yo Superior el que puede reponer y curar a nuestros cuerpos. El poder del Yo Superior está con nosotros, aquí y ahora; nada puede separarnos de su influjo, como no sea nuestro descuido voluntario, nuestras dudas arraigadas. Al seguir el sendero secreto, nos apropiamos de lo que es y siempre fue nuestro. No obstante, el hombre no puede dictar a la Inteligencia creativa que gobierna el mundo y da forma a su vida, la forma en que desea recibir auxilio, ni tampoco puede exigir la satisfacción de sus necesidades personales sin tomar en cuenta consideraciones más elevadas.

En último análisis, el es un pensionista del tesoro universal. No siempre puede gobernar el hombre todas las circunstancias, pero sí puede gobernar su propia reacción ante ellas. Si la realización espiritual no siempre puede apartar de su camino las sombras de la pobreza, de la enfermedad o de la desgracia, en cambio le da valor para luchar contra la pobreza, la paciencia para aguantar las enfermedades y la sabiduría espiritual necesaria para enfrentar a las desgracias. El hombre que se introduce incesantemente en la conciencia de su más profundo yo, se sentirá menos inclinado a importunar a los grandes poderes con pedidos de éxito, de cosas materiales y de satisfacciones sociales. En cambio sentirá el amparo de esta realidad espiritual, y cuando pida algo, pedirá más sabiduría, más fuerza, más amor.

Fuerte de estas cosas, sabrá que puede dejar el resto a la divinidad que hay en él, que no dejará de satisfacer sus verdaderas necesidades cuando llegue la hora señalada. Es bueno saber que podemos vivir con más seguridad si mantenemos abierto un acceso al Yo Superior. Entonces podremos caminar por esta vieja tierra con mayor seguridad si de vez en cuando sacamos pasajes para visitar las estrellas. Busquemos al Yo Superior a través de la bruma de indeseables lágrimas, a través del resplandor de los deseos gratificados, y no nos olvidemos de lo que realmente somos. Un hombre es sólo un mediocre hasta que aprende a confiarse a este poder superior, al verdadero ser, hasta que le convierte en un factor vivo de su concepción exterior y busca siempre su generosa guía. De creerse en el ser, que uno conoce, uno se encuentra limitado; pero créase en el ser superior que realmente somos y podremos lograr triunfos cada vez más notorios.

SEAMOS lo que ya somos dentro de nosotros mismos. En nuestros momentos de la más serena exaltación nos daremos cuenta de esta profunda verdad: en realidad nunca hemos estado separados de Dios, ¡por qué Dios está en nosotros!

Paul Brunton

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