sábado, 18 de mayo de 2019

UNA CUNA DE CIVILIZACIÓN ESPIRITUAL (Parte I)




Es imposible concebir un movimiento espiritual aislado en el tiempo y en el espacio. Toda nueva tentativa que emprende el humano para cercar mejor las cuestiones relacionadas con su esencia propia, su origen y su porvenir, no es más que un punto en una serie. Y es, además, un resultado precedido por millones de pensamientos. Es así como Maurice Percheron inicia su obra “El Buda”. En efecto, hablar de una cuna de la espiritualidad es casi una herejía. Desde su origen, el Hombre ensayó casi de inmediato organizar sus pensamientos e intentó calar “su” misterio. No se podrá jamás hablar, ciertamente, con seguridad, de una filosofía originaria y generalmente, una nueva religión no es más que una reacción contra la precedente. Desde la más Alta Antigüedad uno encuentra en Oriente una forma psicológica de administrar las concepciones, pero, sin duda, podría encontrarse también en la Antigua América. Tendríamos que recurrir para ello a la Doctrina Esotérica y valorar la Obra de los Colegios Iniciáticos. 

Sea como sea, es la India la que en el sentido de una “civili-zación espiritual” y desde el siglo VI antes de nuestra Era, presenta, mejor que ninguna, tomar en consideración el Alma. Naturalmente, mucho antes, el hindú tenía ya una especie de religión con la creencia de que la muerte le reservaría, sea una estancia en el reino de los bienaventurados, sea una caída angustiosa en el mundo de las tinieblas (Paraíso o Infierno, según los actos de la vida). Pero la filosofía hindú redactó rápidamente la teoría acerca de la transmigración de las Almas, que, eternas no dejaban un cuerpo sino para reencarnarse en otro, siguiendo la persistencia de un elemento irreductible: el Karma. 

El sentido derivado de “Karma” es “acción” y resultado apropiado al acto; es la ley de causa a efecto, y se opera sobre todos los planos de la existencia. Aparece en la esfera moral como la ley de la ética según la causación, a través de la cual el Hombre fabrica su carácter, hace su destino y trabaja para su salvación. El Karma no está limitado por el tiempo o en el espacio, lo cual lo hace esencialmente paralelo a la doctrina de la reencarnación. Pasar de una existencia a otra según las consecuencias de los actos de una vida precedente, no podría jamás permitir liberarse enteramente, ya que bastaría un pensamiento para que el Karma se aposente de nuevo y de ahí la repetición del ciclo de reencarnaciones terrestres. 

El karma no puede, pues, ser eterno y el hindú piensa entonces en no renacer más y ser liberado en totalidad del fruto de la acción; es entonces cuando interviene la idea del Atman-Brahman. “Quien toma el Atman se convierte en insensible al placer y al dolor, indiferente a todo: él sobrepasa las penas del corazón. Para él, no existe más ni padre ni madre, ni vedas, ni vida, ni muerte. El se encuentra en estado de decir: TAT TVAM ASI (Tú lo eres) . Es decir: “Tú, tu ser verdadero, tu Espíritu, es UNO con la Unidad en el Todo. 

En consecuencia, tú eres ese Todo, tú eres el TODO”. El Atman (“ese yo”: at man) subsiste en la individualidad más allá de toda existencia, él es el principio de vida y aquello que constituye la substancia espiritual. El Brahman es el Principio del Universo, pero él caracteriza todo aquello que es inexplicable (el Mana). Desde entonces se establecía una perpetua correspondencia entre el Sí esencial del Ser y el Universo; en consecuencia, el Atman (Sí-mismo en el Ser y Si-mismo en el Universo) se liga hasta la identificación con el Brahma. Esa fusión tiene por consecuencia hacer comprender al hombre que, no formando más que uno con el infinito, él se liberará de su naturaleza efímera y suprimirá los renacimientos sucesivos. 

El Vedanta describe muy bien esa totalidad universal y esa Ilusión de la diversidad que tiene siempre el Hombre durante todo el tiempo en que no ha alcanzado el Conocimiento. La doctrina “Sankhya” intentaba dar la explicación del mundo; ese punto de vista cosmológico era profesado sobre todo por los ascetas. El Sankhya es el ejercicio de la razón en contemplación; ese sistema (Satkaryavada) sostiene que el efecto (Karya) existe antes de que la causa operatoria que debe provocar el efecto, sea soltada. Esa doctrina dice que una cosa debe forzadamente venir de otra y que es imposible que eso sea el producto de la Nada. El Satkaryavada es el sistema empleado por los Sankhyas que resumen su metafísica a la reducción de la evolución cósmica, según la actividad de Prakriti (la materia) el principio inferior y Purusha el Principio Espiritual. 

Poco a poco, la idea religiosa de la India se reformaba, pero se necesitaba una demostración y, además, los filósofos tropezaban con las creencias populares y las costumbres milenarias. Fue entonces cuando la gran reforma budista hizo su aparición. Sin embargo, fue tan sólo a la muerte de Buda (el Despierto, el Iluminado), que la doctrina fue organizada en un verdadero movimiento que poco a poco ganó las fronteras exteriores de la India. Así como la leyenda cristiana, seis siglos más tarde, hará un milagro del nacimiento de Jesús, los Budistas presentan la venida al mundo de Gautama como un hecho extraordinario. Se ha dicho que la reina Maya se desposó con Suddhodana, soberano de los Sakhyas (cerca de Kapilavastu en la frontera del Nepal) y fue tocada por el Boddhisattva Avalokita-Svara que bajo la forma de un elefantico se presentó a ella en sueños e insertó así su “reflejo terrestre” (el futuro Buda), en el cuerpo de una mujer que practicaba el ascetismo, aún después de tres años de casada. SIDDHARTA (Aquel que realiza) GAUTAMA nació hacia el 563 antes de nuestra era, en el parque de Lumbini (residencia de reposo del Rey Suddhodana). 

La “Lalita Victaria” (biografía de Buda) relata todos los detalles del joven Buda, que llevaba todas las marcas que debían aparecer como signos de una predestinación (32 signos sobre el cuerpo - 84 marcas secundarias). El joven príncipe era un experto en el tiro al arco, en esgrima, equitación, así como en el conocimiento de ciencias y lenguas. Casado con su prima, la bella Gopa Yasodhara (4), Siddharta no pudo soportar, sin embargo, el ocio dorado que le imponía el Rey y abandonó su palacio por el bosque. Tenía entonces 29 años. 

Con ermitaños de la secta Udraka Ramaputra, más tarde con un asceta, Alada Kalaya, después vivió también con los Brahmanes, pero, comprendió que era en si-mismo que él debía encontrar la Verdad y se retiró cerca de Gaya en el distrito de Uruvela. Allí, cerca del río Neranjara, se propuso meditar sin darle más atención a las necesidades del cuerpo. Cinco Yoghis, vecinos de la misma selva, se acercaron a él pero, más tarde, cuando vieron que Gautama abandonaba su ayuno le dejaron y él quedó de nuevo solo hasta el día (o más bien: una noche) en la cual El se convirtió verdaderamente en un “Buda” por la completa Realización. Gautama se había vestido con un sudario recogido sobre una tumba (sudario de cáñamo encontrado sobre el cadáver de un esclavo) y cerca de una higuera, sobre un montón de heno, se sentó en posición de loto y declaró: “Aunque mi piel se deseque, aunque mis manos se ajen, aunque mis huesos se disuelvan, hasta que yo no haya podido penetrar la Ciencia, yo no me moveré de aquí”. 

Mara, el Rey de los Infiernos le envió las tentaciones habituales ofrecidas a los ascetas, pero el Buda permaneció impasible ya que él acababa de encontrar la Verdad. El pensó entonces en los cinco discípulos que lo habían abandonado una vez y fue a ellos a quien El quiso hacer escuchar los primeros, las palabras de la Salvación. El se juntó con esos 5 Yoghis en Benarés, sobre los bordes del Ganges y declaró: “Yo soy el Santo, el Perfecto, el Supremo Buda. Abrid los oídos, oh monjes. 
La Vía ha sido encontrada. Escuchadme”. Fue entonces que él les enseñó la Gran Lección, conocida después como el Sermón de Benarés. ‘Oh monjes, aprended que toda existencia no es más que dolor; nacimiento es dolor, vejez es dolor. Así como la muerte, como la unión con aquel que uno no ama, como la separación con aquel que se ama o la imposibilidad de satisfacer su deseo... . En el origen de ese dolor universal se encuentra la sed de existir, la sed de placer que experimentan los cinco sentidos exteriores y los sentidos interiores y, aún, la sed de morir”. “¿Cuál es, oh monjes, ese camino del Centro que el Tathagata (5) ha descubierto, que abre los ojos del espíritu, que conduce al reposo, a la ciencia, a la Iluminación, al Nirvana?”. 

“Aprended, ante todo, que él se encuentra justamente entre el ascetismo y la vida mundana. Sabed, después, que es un camino con ocho ramas que se llaman: fe pura, resolución pura, lenguaje puro, acciones puras, vida pura, aplicación pura, memoria pura, meditación pura”. “He aquí, oh monjes, la Verdad Santa sobre el dolor. He aquí, oh monjes, la Verdad Santa sobre la supresión del dolor. He aquí, oh monjes, la Verdad Santa sobre el camino que lleva a la supresión del dolor, vía serena y libre. He aquí, oh monjes, la Verdad Santa sobre las ocho actividades puras no afectadas por el deseo de lo deseable ni por el temor de lo temible”. Después, con su bastón, el Buda trazó sobre el suelo el “Dhar-machakrapa-Vastana” (6) y explicó: “La Rueda contiene el cielo de los Dioses, de los hombres, de los animales y de los seres infernales. Y la chispa que anima todos los cuerpos vivientes, antes de fijarse en el centro por la eternidad, va de un circulo al otro, según sus acciones. 

Recordad bien lo siguiente: no os rebeléis contra vuestra condición presente ya que ella es un castigo del Pasado. Sabed también que vuestro destino futuro depende de la pureza de vuestro corazón. Ya que la Ley del Karma, que yo os designo, se encuentra ahí”. Entonces comenzaron los años de evangelización, pero el Buda no viajó sino en el Noreste de la India. Sólo los Brahmanes no simpatizaban con la doctrina, ya que El negaba, en cierto modo, la utilidad de aquellos. 
El Maestro (7) no se impacientó más que una vez, cuando un brahmán pretendiose superior a él en santidad; el Buda pronunció aquello que fue conocido después bajo el nombre de Sermón del Fuego: “El fuego de la vida debe ser extinguido. Todo en el mundo está inflamado por el fuego del deseo, el fuego del odio, el fuego de la ignorancia. 

El nacimiento, la vejez, la muerte, las preocupaciones, las quejas, el dolor, la tristeza, el amor carnal, no son más que llamas... Las cosas visibles a tu ojo, oh brahmán, están en llamas; las cosas audibles para tus oídos están en llamas. Y eso es así para tus cinco sentidos y por tu sentido interior. ¿No estás asqueado, pues, de tus sentidos, de las cosas, de las impresiones y de los sentimientos que ellos provocan? Si tú estás asqueado, aprende entonces que tú estás rescatado, libre de pasiones. Comprende, brahmán, que el nacimiento está terminado para ti y que esa auténtica santidad de la cual tú hablabas va a realizarse. Todo cl resto no es más que una ilusión que te devora como llama”. Muchos brahmanes se convirtieron frente a los milagros del Buda y algunos soberanos le trajeron también su apoyo; de más en más, los discípulos se estrecharon en torno de él y los monjes en túnica amarilla” continuaron su obra. 

Después de 35 años, Gautama Buda volvió a Kapilavastu en donde vio al hijo que no había conocido, a su esposa, al viejo rey Suddhodana y a todos los príncipes, los cuales se arrodillaron delante de él. Antes de dejar para siempre ese lugar, aquel a quien llamaban “Sakhyamuni” (el Sabio de los Sakhyas), condujo a todo el pueblo a Nagaea (en las ruinas de lo que había sido un suntuoso palacio para testimoniar que los más grandes esplendores son también perecederos). Fue allí donde el Buda pronunció los cinco consejos humanos. “He aquí las 5 Reglas de vuestra vida cotidiana: “Sed compasivos y respetad la vida más ínfima”. “Dad y recibid libremente, pero no toméis nada indebida-mente”. “No mintáis jamás, aún en las ocasiones que os aparezcan capaces de absolver la mentira”. “Evitad las drogas y las bebidas”. “Respetad la mujer y no cometáis acto carnal ilegítimo y fuera de la naturaleza”. A la edad de 80 años el Buda dio sus últimas directivas a sus discípulos más próximos. Millares de adeptos vivían ya en comunidades y otros erraban para repartir las enseñanzas del Maestro el cual continuaba también ofreciendo sus Lecciones, hasta el día en que El sintió llegar su último momento terrestre. 

 Mientras que su más intimo discípulo, Ananda, preparaba su lecho, el Maestro sonrió y dijo: “Maitreya, el próximo Buda que vendrá sobre la tierra dentro de millares de años con el fin de terminar mi obra tendrá, él también, su Ananda”. Entonces, una última vez, el Buda habló a una asistencia compuesta de ancianos que después de 20 años lo habían seguido; es ese el resumen de su enseñanza que fue recogida en los Libros Sagrados (“La Triple Canasta”). Pero, cuando él sintió cerca el momento de su fin, no guardó cerca de él sino a aquellos que eran dignos de ser los verdaderos realizadores de su Obra y les recordó los principios del Orden concluyendo: “Serán 500 millones de fieles quienes dentro de poco seguirán la Ley. 

Habiendo tomado refugio en ella, yo puedo de-jaros”. En fin, todavía esas últimas palabras fueron para demostrar la nada de aquello en que nosotros creemos realmente deber existir: “Ved el cuerpo del Tathagata, todo aquello que está compuesto se encuentra destinado a la destrucción. Proseguid vuestro fin en la sobriedad”. Abandonando su posición de loto, se acostó sobre el lado derecho y nadie supo en qué momento terminó su meditación; el Buda pasó del “Samadhi” al “Nirvana”, sin dejar aparecer nada. 

“El Buda no puede más que decir el camino, 
toca a vosotros penar en la tarea”. 
(Dhammapada).

Serge Raynaud de la Ferriere


 (4) Se le da a veces el nombre de Bhaddakacca, pero Yasodhara es como está inscrito en el texto Sutta-Nipata”. Ella tuvo un hijo de Gautama que recibió el nombre de Rahula: él mismo se convirtió más tarde en miembro de la Orden de su Padre.
 (5) Gautama el Buda se calificaba así cuando El hablaba de SI mismo. “Tathagata” es el Auténtico Venido.
(6) Es el Bhava-Chakra o Rueda le la Vida de la cual hemos hablado precedentemente (Fascículo XII).
(7) Los fieles se dirigían a él diciendo ‘Maestro”, pero para designarlo se le decía: el Perfecto, el Digno, el Bendito. el Bienaventurado. Se le calificaba también de “Anoma” (el Insondable). “Saccanama’ (Aquel cuyo nombre es Verdad) y aún, con el titulo de “Arhat”.

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