El tiempo como círculo
Al ojo humano le fascina mirar; disfruta de la
belleza virgen de nuevos paisajes, la dignidad de los árboles, la ternura de
un rostro humano o la esfera blanca de la luna que bendice la tierra con un
círculo de luz. El ojo siempre busca la forma de la cosa. Encuentra consuelo y
una sensación de realización en ciertas formas. En lo más profundo de la mente
humana reside una fascinación con la forma del círculo porque satisface un
anhelo interior. Es una de las formas más antiguas y universales del cosmos.
La
realidad suele expresarse con esta forma. La Tierra es un círculo y el tiempo mismo parece ser
de naturaleza circular. El círculo fascinaba al mundo celta y aparece
constantemente en su arte. Los celtas transfiguraron la Cruz al entrelazarla con un
círculo. La Cruz
celta es un símbolo hermoso. El círculo alrededor de los brazos cura la soledad
de estas dos líneas dolo rosas; parece consolar y serenar su linealidad
melancólica.
Para los celtas, el mundo natural estaba
compuesto de varios reinos. El primero era el mundo natural subterráneo bajo la
superficie del paisaje. Aquí habitaban los Tuatha de Danann o buena gente, las
hadas. El mundo humano era el reino intermedio entre el subterráneo y el
celeste. No existían fronteras impermeables entre ambos. En lo alto estaba el
mundo supersensible o superior de los cielos. Estas tres dimensiones se
interpenetraban, participaban cada una en las demás. No era casual que se
concibiera el tiempo como un círculo que abarcaba todo.
El año es un círculo. La estación del invierno
se vuelve primavera; de ésta nace el verano y finalmente viene el otoño para
completar el año. El círculo del tiempo jamás se interrumpe. Su ritmo se
refleja en el día, que también es circular. Primero es el alba que nace de la
oscuridad, crece hacia el mediodía y decrece hacia el atardecer hasta que
vuelve la noche.
El ser humano vive en el tiempo; por lo tanto, su vida es
circular. Venimos de lo desconocido. Aparecemos sobre la Tierra , vivimos en ella, nos
alimentamos de ella y llegado el momento volvemos a lo desconocido. El mar
sigue este ritmo; la marea fluye y refluye.
Es como el aliento humano que
entra, llena el pecho y vuelve a partir.
El círculo le da una bella perspectiva al
proceso de envejecer. A medida que envejeces, el tiempo afecta a tu cuerpo, a
tus vivencias y sobre todo a tu alma. Hay un gran patetismo en el proceso de
envejecer. A medida que tu cuerpo envejece, empiezas a perder el vigor natural
y espontáneo de la juventud. El tiempo, como una marea lúgubre, carcome la
membrana de tus fuerzas. Lo hará gradualmente hasta vaciar tu vida. Es uno de
los problemas vitales que más afectan a todos. ¿Podemos transfigurar el daño
que nos hace el tiempo?
Para investigarlo, veamos primero nuestra afinidad con
la naturaleza. Puesto que estamos hechos de arcilla, el ritmo exterior de las
estaciones en la naturaleza se reproduce en nuestros corazones. Por eso,
tenemos mucho que aprender del pueblo que elaboró y articuló su espiritualidad
en hermandad con la naturaleza, es decir, los celtas. Ellos vivían el año como
un ciclo de estaciones. Aunque no poseían una psicología explícita, tenían una
gran intuición y sabiduría implícitas sobre los ritmos profundos de la
comunión humana, su vulnerabilidad, crecimiento y disminución.
Las estaciones en el corazón
Las estaciones en el corazón
Hay cuatro estaciones en el corazón de arcilla.
Cuando es invierno en el mundo natural, los colores se desvanecen; todo es
gris, negro o blanco. Los paisajes y los bellos colores empalidecen. La hierba
desaparece y la tierra misma se congela en un estado de desolada retracción. En
el invierno, la naturaleza se retira. El árbol pierde sus hojas y se vuelve
hacia su interior. Cuando es invierno en tu vida, sufres dolor, dificultades o
agitación. Lo más prudente es imitar el instinto de la naturaleza y retirarte
hacia tu interior. Cuando es invierno en tu alma, no conviene iniciar nuevos
emprendimientos. Es mejor ocultarse, refugiarse hasta que pase el tiempo vacío
y desolado. Tal es el remedio de la naturaleza, que se ocupa de sí misma en la
hibernación. Cuando padeces un gran dolor en tu vida, tú también debes buscar
refugio en tu propia alma.
Una de las transiciones más bellas en la
naturaleza es la que media entre el invierno y la primavera. Dijo un antiguo
místico zen: cuando se abre una flor, es primavera en todas partes. Cuando la
primera flor inocente, infantil, se abre sobre la tierra, uno intuye la
agitación de la naturaleza bajo la corteza helada. Una bella frase en gaélico
dice ag borradh, «un temblor de la vida a punto de irrumpir». Los colores
maravillosos y la vida nueva que recibe la Tierra hacen de la primavera un tiempo de gran
exuberancia y esperanza. En cierto sentido, la primavera es la estación joven
y el invierno es la vieja. El invierno estaba aquí desde el comienzo. Reinó
durante millones de años en medio de una naturaleza muda y desolada, hasta que
apareció la vegetación. La primavera es una estación juvenil, que llega en
medio de un torrente de vida y esperanza. En su corazón reina un gran anhelo
interior. Es un tiempo en el cual el deseo y la memoria se agitan y se buscan.
Por consiguiente, la primavera en tu alma es un tiempo maravilloso para emprender
aventuras o proyectos nuevos, o realizar cambios importantes en tu vida. Si lo
haces en ese momento, el ritmo, la energía y la luz oculta de tu propia
arcilla trabajan para ti. Estás en la corriente de tu crecimiento y potencial.
La primavera en el alma puede ser bella, llena de esperanzas, fortificante.
Puedes realizar transiciones difíciles de manera natural, no forzada y
espontánea.
La primavera florece y avanza hacia el verano.
En esta estación la naturaleza se engalana de colores. En todas partes reinan
la exuberancia, la fecundidad, una textura. El verano es tiempo de luz,
crecimiento y llegada. Uno siente que la vida secreta del año se oculta en
invierno, empieza a asomar en primavera y termina de florecer en el verano.
Así, el verano en tu alma es un tiempo de gran
equilibrio. Estás en el flujo de tu propia naturaleza. Puedes correr todos los
riesgos que quieras, que siempre caerás de pie. Hay suficiente abrigo y
profundidad de textura a tu alrededor para sostenerte, equilibrarte y cuidarte.
El verano da paso al otoño. Ésta es una de mis
estaciones preferidas; las semillas sembradas en primavera y nutridas en el
verano dan frutos en el otoño. Es la cosecha, la consumación del trayecto largo
y solitario de las semillas a través de la noche y el silencio bajo la
superficie de la Tie rra.
La cosecha es una de las grandes festividades del año. Era una época muy
importante en la cultura celta, cuando la fertilidad de la tierra rendía sus
frutos. Asimismo en el otoño de tu vida, los sucesos del pasado, las vivencias
sembradas en la arcilla de tu corazón casi sin que lo supieras, rinden sus
frutos. El otoño de la vida de la persona es tiempo de recoger, de cosechar
los frutos de la experiencia.
El otoño y la cosecha interior
Éstas son las cuatro estaciones del corazón.
Pueden estar presentes más de una, aunque generalmente, en un momento dado,
una sola predomina en tu vida. La tradición acostumbra identificar el otoño
como sincrónico con la vejez. En el otoño de tu vida cosechas tu experiencia.
Es un bello trasfondo para comprender el envejecimiento. No es simplemente un
proceso en el cual tu cuerpo pierde su apostura, fuerza y confianza en sí
mismo. También te invita a adquirir conciencia del círculo sagrado que
envuelve tu vida. Dentro del círculo de la cosecha puedes recoger momentos y
vivencias olvidados, reunirlos en tu seno. En realidad, si aprendes a concebir
el envejecimiento, no como la muerte del cuerpo, sino como la cosecha de tu
alma, verás que puede ser un tiempo de gran fuerza, seguridad y confianza. Al
comprender la cosecha de tu alma en el marco del ciclo estacional deberías
tener una sensación de serena alegría por la llegada de esta época de tu vida.
Debería darte fuerzas y permitir que adviertas cómo se te revelará la
comunión profunda del mundo de tu alma.
El cuerpo envejece, se debilita y enferma, pero
el alma que lo rodea siempre lo protege con gran ternura. Es un gran consuelo
saber que el cuerpo se encuentra dentro del alma. A medida que tu cuerpo va
envejeciendo, puedes ver cómo tu alma lo sostiene y protege; entonces se
desvanece el pánico, el miedo que se suele asociar con el envejecimiento. Así
adquieres una mayor sensación de fuerza, comunión y seguridad. Envejecer te
asusta porque parece que tu autonomía e independencia te abandonan contra tu
voluntad. Para los jóvenes, los viejos parecen ancianos. Cuando empiezas a
envejecer, adquieres conciencia de la marcha veloz del tiempo. En verdad, la
única diferencia entre una persona joven en la plenitud de su exuberancia y
una persona muy vieja en un nivel físico débil y vacuo es el tiempo.
El tiempo es uno de los mayores misterios de la
vida. Todo lo que nos sucede, ocurre en y a través del tiempo. Es la fuerza que
lleva cada vivencia a la puerta de tu corazón. Todo cuanto te sucede lo
controla y determina el tiempo. El poeta Paul Murray dice que el momento es «el
lugar de peregrinaje al que peregrino».
El tiempo abre y expone el misterio del alma.
Siempre me he maravillado ante la fugacidad y los misterios desplegados por el
tiempo. Lo expresé en mi poema Cabaña:
Estoy atento
detrás de la pequeña ventana
de mi mente y contemplo
el paso de los días, forasteros
que no tienen motivo para mirar dentro.
Visto así, el tiempo puede ser aterrador. El
cuerpo humano está rodeado de la
Nada , que es el elemento aire. No hay una protección física
visible en torno de tu cuerpo; cualquier cosa puede acercarse a tí en cualquier
momento y desde cualquier dirección. El aire no detendrá los dardos del destino
que vienen a clavarse en tu vida. La vida es increíblemente contingente e
imprevisible.
La fugacidad hace de toda vivencia un fantasma
Uno de los aspectos más desoladores del tiempo
es la fugacidad. El tiempo pasa y se lo lleva todo. Esto puede ser un consuelo
cuando sufres. Te consuela pensar que ya pasará. Lo contrario es igualmente
cierto: cuando lo estás pasando muy bien y te sientes feliz, estás con la
persona amada y la vida no podría ser mejor. Esa tarde o día perfecto le dices
en secreto a tu corazón: Dios mío, cuánto me gustaría que esto fuera así para
siempre. Pero es imposible; todo tiene su fin. Fausto imploraba al momento que
pasa: Verweile doch, du bist so schön. «Deténte un poco, eres tan bello...»
La fugacidad es la fuerza del tiempo que
convierte toda vivencia en un fantasma. Jamás hubo un alba, por bella que
fuese, que no diera lugar al mediodía. Jamás un mediodía dejó de correr hacia
la tarde y ésta hacia la noche. Nunca hubo un día que no fuera a parar al
cementerio de la noche. Así, todo lo que nos sucede se vuelve fantasma por obra
de la fugacidad.
Nuestro tiempo se desvanece mientras lo vivimos.
Es un hecho increíble. Formas parte de la trama del día, estás dentro de él, te
rodea como una piel. Está alrededor de tus ojos y dentro de tu cerebro. El día
te mueve; con frecuencia te agobia, o bien te eleva. Pero el hecho asombroso es
que el día se va. Cuando miras detrás de ti, no ves tu pasado parado allí en
una serie de formas diurnas. No puedes pasearte por la galería de tu pasado.
Tus días se desvanecen, en silencio, para siempre. Tu futuro aún no ha
llegado. El único terreno del tiempo es el presente.
Nuestra cultura pone un acento fuerte y digno
sobre la importancia y la sacralidad de la experiencia. En otras palabras, lo
que piensas, crees o sientes seguirá siendo una fantasía si no lo incorporas a
la trama de la experiencia. Ésta es la piedra de toque de la verificación, la
credibilidad y la intimidad profunda. Sin embargo, toda experiencia está
condenada a desaparecer. Esto plantea una pregunta fascinante: ¿existe un lugar
secreto donde se reúnen nuestros días pasados? Como preguntó el místico
medieval: ¿Adonde va la luz cuando se apaga la vela? Creo que sí existe un
lugar secreto de reunión de los días desvanecidos.
El nombre de ese lugar es
memoria.
Memoria:
donde se congregan en secreto nuestros días desvanecidos
La memoria es una de las realidades más bellas
del alma. El cuerpo, tan atado a los sentidos visuales, con frecuencia no
reconoce a la memoria como el lugar de reunión del pasado.
La imagen más
potente de la memoria es el árbol. Recuerdo haber visto en el Museo de Ciencias
Naturales de Londres un corte transversal de un secoya gigante de California.
La memoria del árbol se remontaba al siglo v Los anillos de recuerdos estaban
señalados por banderitas blancas que indicaban un suceso de la época. El
primero era el viaje de san Columbano a lona, en el siglo VI; después venían el
Renacimiento, los siglos XVII, XVIII y así hasta el momento actual.
Nuestra cultura moderna de la velocidad, el
estrés y la superficialidad es tan pobre, entre otras razones, porque desdeña
la memoria. La industria del ordenador se ha apropiado del concepto. Es falso
que el ordenador posea memoria: tiene dispositivos de almacenamiento y
recuperación. La memoria humana, en cambio, es sutil, sagrada y personal.
Posee su propia selectividad y profundidad. Es un templo interior de
sentimientos y sensibilidad. Dentro de ese templo se agrupan diversas vivencias
de acuerdo con sus sensaciones y forma particulares. Nuestro tiempo padece una
amnesia profunda. Dijo el filósofo norteamericano Jorge Santayana: los que
olvidan el pasado están condenados a repetirlo.
La belleza y oportunidad de la vejez te ofrecen
un tiempo de silencio y soledad para que visites la casa de tu memoria
interior. Puedes revisitar todo tu pasado. La memoria es el lugar donde reside
tu alma. Puesto que el tiempo lineal se desvanece, la memoria es poderosa. En
otras palabras, nuestro tiempo se presenta en días de ayer, hoy y mañana. Sin
embargo, hay otro lugar en nuestro interior que vive en un tiempo eterno: el
alma. Ésta, pues, vive en la eternidad. Por lo tanto, a medida que las cosas
suceden en tus días de ayer, hoy y mañana y desaparecen con la fugacidad, caen
en la red de lo eterno de tu alma que las conserva. Ésta las reúne, conserva y
cuida. A medida que tu cuerpo envejece y se debilita, tu alma se enriquece,
profundiza y fortalece. Con el tiempo, tu alma se vuelve más segura de sí; se
intensifica la luz natural de su interior. El maravilloso Czeslaw Milosz
escribió un bello poema sobre la vejez titulado Una provincia nueva. Ésta es
la última estrofa:
Hubiese querido decir: «Estoy saciado,
lo que nos es dado probar, lo he probado».
Pero soy como quien va a la ventana, corre la
cortina
y ve una celebración que no comprende.
Tír na n-óg. la tierra de la juventud
La tradición celta poseía una maravillosa
intuición sobre la forma en que el tiempo eterno está incluido en la trama del
tiempo humano. Está expresada en la historia de Oisín (Ossián), miembro de los
Fianna, la organización de soldados celtas. Cayó en la tentación de visitar la
tierra de Tír na n-Óg, la tierra de la juventud eterna, donde vivía la buena
gente, es decir, las hadas. Oisín se fue con ellos y durante muchísimo tiempo
vivió feliz con su mujer Niamh Cinn Oir, conocida como Niamh la del cabello
dorado. El tiempo, por ser jubiloso, transcurría con gran rapidez. La calidad
de una vivencia es lo que determina el ritmo del tiempo. Cuando se sufre, cada
segundo se alarga hasta parecer una semana. Cuando se está contento y se
disfruta de la vida, el tiempo vuela.
El tiempo de Oisín pasaba rápidamente en
la tierra de Tír na n-Óg. Entonces empezó a echar de menos su antigua vida. Se
preguntó cómo estarían los Fianna y que sucedería en Irlanda. Anhelaba volver a
su patria, la tierra de Eire. Las hadas lo disuadían porque sabían que, como
antiguo habitante del tiempo mortal y lineal, corría el peligro de perderse.
No obstante, decidió regresar. Le dieron un hermoso caballo blanco y le
dijeron que no desmontara, porque se perdería. Montado en el gran caballo
blanco, volvió a Irlanda. Allí lo aguardaba una gran soledad, porque su
ausencia había durado cientos de años. Los Fianna habían desaparecido. Para
consolarse, visitó los antiguos terrenos de caza y los lugares donde habían
banqueteado, cantado, contado viejas historias y realizado grandes hazañas. En
el ínterin, el cristianismo había llegado a Irlanda.
Cuando cabalgaba en su
caballo blanco, Oisín vio a unos hombres que trataban vanamente de alzar una
gran piedra para el muro de una iglesia. Él, que era soldado, poseía una
fuerza descomunal y quería ayudarles, pero sabía que si desmontaba sería su
perdición. Los miró de lejos y luego se acercó. No pudo contenerse. Quitó un
pie del estribo y lo puso bajo la piedra para alzarla, pero en ese momento la
cincha se rompió y Oisín cayó al suelo. En el momento de tocar la tierra de
Irlanda se volvió un anciano débil y cubierto de arrugas.
Esta hermosa
historia muestra la coexistencia de dos niveles de tiempo. Quien cruzaba el
umbral observado por las hadas, terminaba atrapado en el tiempo mortal y
lineal. El punto de destino del tiempo humano es la muerte. El tiempo eterno es
presencia ininterrumpida.
Tiempo eterno
Esta historia también revela que el ritmo de
vida es distinto en el tiempo eterno. Una noche, un hombre de nuestra aldea
volvía a su casa por un camino donde no había casas. Mientras pedaleaba en la
bicicleta, oyó una hermosa música que venía del interior de un muro próximo al
mar. Saltó el muro y descubrió que en ese lugar desolado había una aldea. La
gente parecía esperarlo y conocerlo; lo recibieron con júbilo. Le ofrecieron
deliciosas bebidas y comidas. Su música era la más bella que había oído jamás.
Pasó unas horas de gran felicidad. Entonces recordó que si no volvía a su
casa, saldrían a buscarlo. Se despidió de los aldeanos.
Cuando llegó a su casa le dijeron que había
estado ausente durante una quincena, aunque en el eterno mundo de las hadas le
había parecido sólo media hora.
Diversos autores medievales cuentan una historia
muy parecida sobre un monje al que podríamos llamar Fénix. Un día, mientras
leía su libro de oraciones en el monasterio, un pájaro empezó a cantar. El
monje se concentró en el canto hasta el punto de perder la conciencia de todo
lo demás. Finalmente cesó el canto, el monje volvió al monasterio, pero
descubrió que no reconocía a nadie. Ni sus compañeros a él. Recordaba a los
monjes con los que había convivido hasta media hora antes: pero todos habían
desaparecido. Los monjes consultaron sus anales, que, efectivamente,
registraban la misteriosa desaparición de Fénix muchos años antes. En el nivel
metafórico, la historia sostiene que el monje Fénix, por medio de su presencia
real, había penetrado en el tiempo eterno, cuyo ritmo es distinto del tiempo
humano normal y fragmentario.
Los cuentos de hadas celtas muestran una región
del alma que habita el tiempo eterno.
Hay en nuestro interior una región
eterna, invulnerable a los estragos del tiempo normal. Shakespeare habla de los
estragos del tiempo eterno en su soneto 60:
Como en la playa al pedregal las olas, nuestros
minutos a su fin se apuran, cada uno desplaza al que ha pasado y avanzan todos
en labor seguida.
• (Trad. de Manuel Mújica Laínez)
El alma como templo de Ia memoria
Las historias celtas sugieren que el tiempo como
ritmo del alma tiene una dimensión eterna que reúne y vela por todo. Aquí, nada
se pierde. Es un consuelo hermoso: los sucesos de tu vida no desaparecen. Nada
se pierde ni se olvida. Todo está conservado dentro de tu alma en el templo de
la memoria. Por eso, en la vejez puedes regresar feliz y asistir a los tiempos
pasados; recorrer las salas de ese templo, visitar los días que disfrutaste,
así como los tiempos difíciles en los que creaste y formaste tu yo. La verdad
es que la vejez, la cosecha de la vida, es un tiempo para reunir tus tiempos y
los fragmentos de éstos. Así accedes a la unidad de ti mismo, ganas unas
fuerzas, seguridad y comunión que nunca tuviste cuando vivías distraído en la
precipitación de tus días. La vejez es tiempo de regreso a tu naturaleza
profunda, de entrada en el templo de la memoria donde tus días desvanecidos
están reunidos en secreto y te aguardan jubilosos.
La idea de la memoria era muy importante en la
espiritualidad celta. Hay bellas oraciones para distintos momentos: para el
fogón, para encender el fuego y para mantenerlo encendido. De noche se cubrían
las brasas con cenizas para protegerlas del aire. A la mañana siguiente,
seguían encendidas. Hay una oración para los que encienden el fuego de la
chimenea que evoca a santa Brígida, diosa pagana celta y a la vez santa
cristiana. Brígida reúne los dos mundos fácil y naturalmente. En la psique
irlandesa, el mundo pagano y el cristiano no tienen conflictos, sino que se
reúnen en amistad. Esta bella oración de los fogones también reconoce la
memoria.
Brígida de las chimeneas, abrázanos,
señora de los candiles, protégenos,
guardiana del fogón, manten viva nuestra llama,
reúnenos bajo tu manto y
devuélvenos a la memoria
Madres de nuestra madre,
archimadres fuertes,
llevadnos de la mano,
recordadnos cómo
se enciende el fogón,
para que nos dé luz,
para conservar la llama,
vuestras manos alrededor de las nuestras,
nuestras manos dentro de las vuestras,
para encender la luz,
día y noche
El manto de Brígida a nuestro alrededor,
el recuerdo de Brígida en nuestro interior,
la protección de Brígida nos libra
del daño, la ignorancia, la impiedad,
de día y de noche,
del alba al ocaso,
del ocaso al amanecer.
He aquí un bello reconocimiento del círculo de
la memoria que reúne todo en bella unidad.
En un sentido positivo, cuando envejeces llega
el tiempo de visitar el templo de tu memoria para integrar tu vida.
La integración es un paso vital en el regreso al
yo. Lo que no se integra permanece fragmentado; a veces puede provocar un gran
conflicto interior. Hay mucho para integrar dentro de cada persona. Camus dijo
que después de un día en el mundo uno podría pasar el resto de su vida
incomunicado en una celda y aun así le quedarían para descifrar las dimensiones
de ese día. No somos conscientes de todo lo que nos sucede en el círculo de un
solo día. Visitar el templo de la memoria no es un mero regreso al pasado; es
despertar e integrar todo lo que nos sucede. Es parte del proceso de reflexión
que da profundidad a la experiencia. Todos tenemos experiencias, pero como
dijo T.S. Eliot, las vivimos sin comprender su significado. Cada corazón humano
busca el significado de sus vivencias, porque en él está el refugio más seguro.
La significación es la hermana de la experiencia. Descubrir el significado de
algo que te ha sucedido es una de las formas esenciales de llegar a tu comunión
interior y descubrir la presencia protectora de tu alma. La Biblia pone esta frase
asombrosa en boca del profeta Hageo:
«Sembráis mucho y recogéis poco». En todo lo que
te sucede se planta una semilla de experiencia. Es igualmente importante que
coseches esa experiencia.
Autocomprensión y el arte de la cosecha interior
La vejez puede ser un tiempo maravilloso para
desarrollar el arte de la cosecha interior. ¿Qué significa cosecha interior?
Que empiezas a recoger los frutos de tu experiencia.
Los clasificas, seleccionas e integras. La
cosecha interior es esencial en las áreas abandonadas de tu vida. Las zonas de
abandono interior claman por tu atención. Exigen que coseches. Así podrán
volver del exilio falso a las que las condenó la negligencia y entrar en el
templo del arraigo, el alma. Esto es necesario principalmente en relación con
las cosas que te han resultado difíciles en la vida, cosas a las que opusiste
una gran resistencia.
Tus heridas interiores claman por la curación. Puedes
hacerlo de dos maneras.
Una es la del análisis, que consiste en volver sobre la
herida para reabrirla. Le quitas la piel protectora que la cubre. Haces que
vuelva a doler y sangrar. La terapia en buena medida contrarresta el proceso
de curación. Tal vez existe un medio menos perturbador para atender tus
heridas. Porque el alma tiene sus propios tiempos naturales de curación. Por
consiguiente, muchas de tus heridas han curado bien y no debes volver a
abrirlas. Si quieres, puedes hacer una lista de tus heridas y pasar los
próximos treinta años reabriéndolas hasta convertirte en un Job, con el cuerpo
cubierto de llagas. Si te afanas en este ejercicio de la herido-logia,
transformarás tu alma en una masa de llagas purulentas. Cada uno posee una
libertad maravillosa pero precaria en relación con su vida interior. Por eso
debemos tratarnos con una gran ternura.
La sabiduría de la presencia espiritual, del
alma, indica que dejemos en paz ciertos aspectos de nuestra vida. Es el arte de
no intromisión espiritual. Ahora bien, otros aspectos de tu vida claman por tu
atención; requieren que tú, su protector, vayas a cosecharlos. Puedes descubrir
cuáles son en el templo de la memoria y visitarlos con ternura y espíritu
protector. Tu presencia creativa en estas, áreas puede adoptar, entre otras
formas, la de la comprensión. Algunas personas son comprensivas con los demás
pero excesivamente severas consigo mismas.
Una de las cualidades que puedes
desarrollar, especialmente a medida que envejeces, es la comprensión de ti
mismo. Cuando visites las heridas en el templo de la memoria, los lugares donde
cometiste errores graves y sientas fuertes remordimientos, no seas implacable
contigo. Acaso algunos de esos errores te ayudarán a madurar. En ese viaje
espiritual, los errores suelen contarse entre los mejores momentos. Te llevaron
a un lugar que de otro modo hubieras evitado. Debes volver a tus errores y
heridas con comprensión y ternura. Trata de recuperar el ritmo en que vivías
en ese momento. Si visitas esta configuración de tu alma con perdón en el
corazón, ella ocupará tu lugar. Cuando perdonas a tu yo, las heridas interiores
empiezan a curarse. Vuelves del exilio de la herida al júbilo de la comunión
interior. Este arte de la integración es de gran valor. Tu voz interior más
profunda te indicará qué lugares debes visitar; confía en ella. Esto no se ha
de enfocar de manera cuantitativa, sino espiritual, con ternura. Si llevas
esta luz benigna a tu alma y sus heridas, obtendrás una curación interior
insospechada. Las heridas se curarán si las cuidas con espíritu comprensivo.
Para conservar algo bello en tu corazón
El alma es el refugio natural en tomo de tu
vida. Si no lo has deteriorado a lo largo de tu vida, tu alma te envolverá y
protegerá. Aplicar la luz de neón del análisis a tu alma y tu memoria puede ser
muy dañino, sobre todo en la vulnerabilidad de tu vejez. Deja que tu alma sea
natural. Desde esta perspectiva, la vejez puede ser un tiempo vulnerable. Muchas
personas se angustian y asustan al envejecer. Es en esos tiempos difíciles y
vulnerables cuando más debes ocuparte de tu yo. Me encanta la frase de Blas
Pascal: «En tiempos difíciles siempre debes conservar algo bello en tu
corazón». Acaso tuvo razón el poeta al afirmar que, en definitiva, nuestra
salvación será la belleza.
Es tu visión del futuro lo que da forma a éste. Dicho de otra manera, las expectativas ayudan a crear el futuro. Muchos de nuestros problemas no son propiamente nuestros. Los atraemos con nuestra actitud pesimista. Una amiga mía de Cork tenía una anciana vecina llamada Mary. Ésta era conocida por su actitud pesimista y negativa. Siempre estaba despotricando. Un vecino se cruzó con ella una hermosa mañana de mayo. Brillaba el sol, las plantas estaban en flor y la naturaleza misma parecía bailar. El vecino dijo:
«Hermoso día, ¿verdad, Mary?». Ella respondió:
«Sí, sí, pero ¿y mañana?». No podía disfrutar de la belleza que la rodeaba
porque temía que el día siguiente fuera malo. Los problemas no son meras
constelaciones del alma y la conciencia; con frecuencia adquieren forma
espiritual. Digamos que pequeños enjambres de desdichas andan revoloteando por
el aire. Te ven pesimista y melancólico, y calculan que podrán alojarse en ti
durante una semana, unos meses, acaso un año. Si bajas tus defensas naturales,
las desdichas pueden entrar y ocupar diversos lugares en tu mente. Cuanto más
tiempo dejas que permanezcan ahí, más difícil será expulsarlas. La sabiduría
natural parece indicar que tu vida se portará contigo tal como tú te portas con
ella. La comprensión y la esperanza te redituarán lo que realmente necesitas.
La vez es tiempo de la segunda inocencia. La primera inocencia, la del niño, se basa en la confianza ingenua y la ignorancia. La segunda llega después de haber vivido profundamente, cuando conoces la desolación de la vida, su increíble poder de desilusionar y a veces destruir. Sin embargo, aunque tu realismo reconoce la potencialidad negativa de la vida, tu perspectiva sigue siendo sana, esperanzada y luminosa. Ésta es una clase de segunda inocencia. Es hermoso contemplar el rostro surcado de arrugas de una persona anciana, un rostro que ha vivido, y ver en sus ojos una bella luz. Es la luz de la inocencia, no como falta de experiencia, sino como confianza en lo bueno, lo verdadero, lo hermoso. Esa mirada de un rostro anciano es como una bendición; en su presencia te sientes bien y en plenitud.
El campo luminoso
Una de las actitudes negativas más dañinas para
con el propio pasado o la memoria es la de arrepentirse. Con frecuencia
imagina un pasado muy distinto de lo que realmente fue. La canción de Edith
Piaf, Je ne regrette ríen, es hermosa por su aceptación libre y total del pasado.
Conozco una mujer solitaria que ha llevado una
vida muy desprotegida. Ha sufrido mucho y con frecuencia tiene problemas
graves, pero una vez me dijo: «No lamento nada. Es mi vida y en cada cosa
negativa que me sucedió siempre había una luz oculta». Esa visión integradora
le permitía recuperar tesoros ocultos en las dificultades del pasado. A veces
las dificultades son las mejores amigas del alma. Un hermoso poema del galés
R.S. Thomas se refiere a la mirada retrospectiva, la sensación de haber pasado
por alto algo importante o lamentar algo que uno no hizo. Se titula El campo
luminoso:
He visto la luz abrirse paso
para iluminar un campo pequeño
unos minutos y he seguido mi camino
y lo he olvidado. Pero era la perla
de gran valor, el campo que guardaba
el tesoro. Ahora comprendo
que debo entregar todo lo que tengo
para poseerlo. La vida no consiste
en correr hacia un futuro que se aleja o desear
un pasado imaginario. Es desviarse
como Moisés hacia el milagro
de la zarza ardiente. Hacia una luminosidad
que parece efímera como tu juventud,
pero es la eternidad que te aguarda.
En este hermoso poema campea la concepción celta
del tiempo. Tu tiempo no es sólo pasado o futuro, sino que siempre habita el
círculo de tu alma. Todo tu tiempo está reunido, y tu futuro te aguarda. En
cierto sentido, tu pasado no se ha ido: está oculto en tu memoria. Es la semilla
profunda de la eternidad que te espera para recibirte. Es una forma sana de
contemplar el futuro que viene hacia ti.
El corazón apasionado jamás envejece
Las personas ancianas suelen irradiar una
ternura conmovedora. La edad no depende exclusivamente del tiempo cronológico,
sino que está relacionada con el temperamento. Conozco jóvenes de dieciocho,
veinte años, tan serios, adustos y melancólicos que hablan como personas de
noventa. Por el contrario, conozco algunos ancianos pícaros, traviesos,
divertidos; su presencia está llena de vivacidad. Trasuntan una sensación de
luminosidad, de alegría. A veces desde un cuerpo muy anciano te contempla un
alma increíblemente joven y vital. Es muy estimulante conocer a una persona
anciana que sigue fiel a su fuerza vital joven y salvaje. El Maestro Eckhart lo
dijo de manera mucho más formal: hay un lugar en el alma que es eterno. El
tiempo envejece, pero hay un lugar en el alma que el tiempo no puede tocar. Es
hermoso conocer esta verdad sobre uno mismo. Aunque el tiempo surcará tu
rostro, debilitará tus miembros, te volverá más lento y finalmente agotará tu
vida, hay un lugar en tu espíritu al cual no puede acercarse. Eres tan joven
como te sientes. Si empiezas a sentir el calor de tu alma, habrá siempre un
espíritu juvenil en tí que nadie podría quitarte. Dicho de manera más formal,
es una forma de habitar la parte eterna de tu vida. Sería muy lamentable que
en tu único viaje a través de la vida pasaras por alto esta presencia eterna a
tu alrededor y en tu interior.
En el joven hay una gran intensidad y deseo de aventura. Quiere hacerlo todo. Quiere todo, ahora mismo. La juventud generalmente no es tiempo de reflexión. Por eso Goethe dijo que en general es un derroche dar la juventud a los jóvenes. Uno va en todas las direcciones sin estar seguro de su camino. Un vecino mío tiene problemas de alcoholismo. La taberna más próxima está en otro pueblo. Si quisiera ir en auto, tendría que llegar hasta la aldea vecina. Una noche, mi hermano vio a este hombre en el camino y detuvo su auto para llevarlo. Pero el hombre no quiso: «Aunque camino hacia allá, voy en la otra dirección». En el mundo moderno, muchas personas caminan en una dirección, pero su vida va en dirección contraria. La vejez ofrece la oportunidad de integrar y reunir las múltiples direcciones en que uno ha viajado. Es tiempo de reunir el círculo de la vida, de despertar el anhelo y vivificar nuevas posibilidades.
El fuego del anhelo
La sociedad moderna se basa en una ideología de
la fuerza y la imagen. Por consiguiente, los viejos suelen quedar marginados.
La cultura moderna está obsesionada por lo superficial, la imagen, la velocidad
y el cambio; está impulsada por ellas. En tiempos antiguos se consideraba a
los ancianos personas de gran sabiduría. Se trataba a los mayores con
veneración y respeto. El fuego del anhelo arde vigoroso en el corazón del
anciano. Nuestra concepción de la belleza se ha empobrecido porque la hemos
reducido a una cara bonita. Hay un culto a la juventud en el que todos tratan
de conservar el aspecto juvenil. Hay cirugías plásticas e infinitos métodos
para conservar la imagen de la juventud. En realidad, esto no es belleza. La
verdadera belleza es una luz que viene del alma. A veces, en el rostro de un
anciano ves esa luz detrás de las arrugas; es una visión de exquisita belleza.
Yeats expresa esta pasión y anhelo en su hermosa Canción del errante Aengus:
Me fui a la avellaneda
por culpa del fuego que tenía en la cabeza,
corté y pelé una rama fina
y até una baya a un cordel.
Y cuando las polillas blancas echaron a volar
y las estrellas comenzaron a titilar,
tiré la baya a un arroyo
y pesqué una trucha de plata.
Cuando la tuve en el suelo,
me puse a encender una hoguera,
pero algo se agitó en el suelo
y alguien me llamó por mi nombre.
Se había convertido en mujer de humo,
tenía flores de manzano en el pelo,
pronunció mí nombre, echó a correr
y desapareció en el aire tornasolado.
Aunque soy viejo y vagando voy por tierras bajas
y tierras montañosas, averiguaré dónde ha ido, besaré sus labios, le cogeré la
mano;
pasearé entre las matas altas y manchadas y
arrancaré, hasta que el tiempo se consuma, las manzanas plateadas de la luna,
las manzanas doradas del sol.
Envejecer: invitación a una nueva soledad
La perspectiva de envejecer puede ser aterradora
debido a la nueva soledad en tu vida. Una nueva serenidad se asienta sobre el
marco exterior de tu vida activa, el trabajo realizado, la familia que has
formado y la función que has cumplido. La quietud y la soledad se apoderan de
tu vida. Esto no tiene nada de aterrador. Tu nueva serenidad y soledad,
empleadas de manera creativa, pueden ser dones maravillosos, recursos muy
fecundos para ti. Una y otra vez nuestro desasosiego nos lleva a pasar por alto
los grandes tesoros de nuestra vida. En nuestra mente siempre estamos en otra
parte. Rara vez nos encontramos en el lugar donde estamos y en el tiempo de
ahora. Muchas personas son acosadas por el pasado, por las cosas que no
hicieron, que debieron haber hecho y por ello están arrepentidas. Son
prisioneras del pasado. Otras se ven acosadas por el futuro; viven angustiadas
y preocupadas por el porvenir.
Entre tanto estrés y prisa, pocos pueden habitar
el presente. Una de las alegrías de la vejez es que tienes más tiempo para
estar inmóvil. Pascal dijo que muchos de nuestros problemas más graves se deben
a nuestra incapacidad para estar quietos en una habitación. La quietud es vital
para el mundo del alma. Si la adquieres a medida que envejeces, descubrirás que
puede ser una gran compañera. Los fragmentos de tu vida tendrán tiempo para
unirse, los lugares donde tu alma protectora está herida o rota podrán curarse
o juntarse. Podrás volver a tu yo. En esta quietud podrás conversar con tu
alma. Muchas personas se pasan por alto a sí mismas durante el trayecto de su
vida. Conocen a otras personas, lugares, destrezas, trabajos, pero lo trágico
es que jamás se conocen a sí mismas. La vejez puede ser un hermoso momento
para conocerte, acaso por primera vez. T.S. Eliot dijo que el fin de toda
nuestra exploración será llegar al lugar de donde partimos y conocerlo por
primera vez.
Desolación: la clave del valor
Cuando te conoces demasiado bien, en realidad
eres un extraño para ti mismo. A medida que envejeces, tienes más tiempo para
conocerte. Esta soledad puede volverse desolación conforme envejeces. La
desolación es muy penosa. Un amigo mío que vivía en Alemania me habló de su guerra
contra la nostalgia. El temperamento, el orden, las estructuras y la
superficialidad de los alemanes le resultaban muy penosos. Durante el invierno
tuvo gripe y la soledad que había reprimido vino a acosarlo. En su desesperada
desolación, decidió dar rienda suelta a esos sentimientos en lugar de
evitarlos. Se sentó en un sillón y se concedió libertad para sentirse solo. En
cuanto tomó esta decisión, se sintió como el huérfano más abandonado del
cosmos. Lloró sin poder contenerse. De alguna manera, lloraba por toda la
soledad que había ocultado en su vida. La experiencia, aunque dolorosa, fue
extraordinaria. Al romper los diques interiores, modificó su relación con la
soledad. Jamás volvió a sentirse solo en Alemania. Una vez liberado, abrazó su
soledad, hizo las paces con ella, la convirtió en parte natural de su vida.
Una noche, estando en Connemara, conversaba sobre la soledad con un amigo. Me
dijo: Is pol dibh doite Jan t-uaigness ach ma dhdnann td sdas J, ddnfaidh td
amach go leor eile at go h-lainn chomh maith, es decir: «La soledad es un
agujero, pero si lo cierras, también cierras muchas cosas que pueden ser
hermosas para ti». No debemos temer esa soledad. Si hacemos las paces con ella,
puede darnos una libertad desconocida.
La sabiduría como apostura y gracia
La sabiduría es otra cualidad de la vejez. En
sociedades antiguas a los ancianos se les llamaba mayores en virtud de la
sabiduría que habían cosechado por haber vivido tanto tiempo. Nuestra cultura
está obsesionada por la información. Hay más información disponible en el
mundo que nunca antes. Tenemos muchos conocimientos sobre todas las cosas
imaginables. Pero hay una gran diferencia entre la sabiduría y el conocimiento.
Puedes saber muchas cosas, poseer muchos datos sobre distintas cosas e incluso
sobre ti mismo, pero lo que te conmueve es aquello que comprendes
profundamente. La sabiduría es una forma profunda de conocer. Es el arte de
vivir en consonancia con el ritmo de tu alma, tu vida y lo divino. Es la forma
como aprendes a descifrar lo desconocido; y éste es nuestro compañero más
íntimo. La cultura celta y el antiguo mundo irlandés profesaban un gran
respeto por la sabiduría. En esa sociedad predominantemente matriarcal muchas
de estas personas sabias eran mujeres. La maravillosa tradición de la sabiduría
celta se prolongó en el monacato irlandés. Mientras Europa vivía años de
oscurantismo, los monjes irlandeses conservaban la memoria de la cultura.
Crearon centros de enseñanza en toda Europa. Los monjes irlandeses recivilizaron
el continente, y sus enseñanzas sirvieron de base para el maravilloso
escolasticismo medieval con su fecunda cultura.
Era tradicional que cada región de Irlanda tuviera su propio sabio. En el condado de Clare había una mujer sabia llamada Biddy Early (Biddy significa «criticona»). En Galway había otra mujer llamada Cailleach an Clochain, o anciana de Clifden, que poseía también esta sabiduría. Cuando una persona estaba desconcertada o preocupada por el futuro, visitaba a un sabio. Con sus consejos, aprendía a encararse con su destino, a vivir más profundamente y a sentirse protegida del peligro y la destrucción inminentes. Se suele asociar la sabiduría con el tiempo de la cosecha en la vida. Lo que está desparramado carece de unidad; lo cosechado alcanza la unidad y la comunión. Pues bien, la sabiduría es el arte de equilibrar lo conocido con lo desconocido, el sufrimiento con la alegría; es una manera de integrar la vida en una unidad nueva y más profunda. Nuestra sociedad haría bien en prestar atención a la sabiduría de los ancianos, integrarlos en el proceso de toma de decisiones. La sabiduría de los mayores nos permitiría elaborar una visión coherente del futuro. En definitiva, la sabiduría y la visión son hermanas; la creatividad, crítica y clarividencia de la visión emanan de la mente de la sabiduría. Los mayores son grandes tesoros de sabiduría.
La vejez y los tesoros del crepúsculo
La vejez es también el crepúsculo de la vida. En
la costa occidental de Irlanda los crepúsculos son hermosos, con una luz
mágica. Muchos artistas vienen a trabajar en esta luz. El crepúsculo en el
oeste de Irlanda es una hora de colores hermosos, que parecen aflorar después
de haber estado ocultos bajo la luz blanca del día; cada color tiene una gran
profundidad. El día se despide con gran decoro y belleza. Esa despedida se
expresa en la magia de los colores hermosos. El ocaso da la bienvenida a la
noche. Sus colores parecen penetrar en ella para volverla habitable y
llevadera, un lugar de luz oculta. Asimismo en la vejez, el crepúsculo de la
vida, muchos tesoros que pasaron inadvertidos en tu vida se vuelven visibles y
están a tu disposición. Suele suceder que sólo la percepción crepuscular te
permite contemplar los misterios de tu alma. Ésta corre a ocultarse de la luz
de neón del análisis. La percepción crepuscular puede ser un umbral que invita
al alma a desechar su timidez para que puedas contemplar sus bellos
lineamientos de anhelo y potencialidad.
Vejez y libertad
La vejez también puede ser el tiempo de poner
distancias. Tu percepción lo requiere. Las cosas demasiado próximas no se ven.
Por eso no solemos valorar a las personas más cercanas a nosotros. No podemos
dar un paso atrás para contemplarlas con la veneración y el reconocimiento que
merecen. Tampoco nos miramos a nosotros mismos porque nos arrastra el
torbellino de la vida. En la vejez, cuando tu vida se serena, podrás tomar
distancia para ver quién eres, qué te ha hecho la vida y qué hiciste tú de
ella. La vejez es tiempo de despojarse de muchas cargas falsas que uno ha
arrastrado a través de los años de duras pruebas. Algunas de las cargas más
pesadas son las que uno mismo elige llevar. Personas que dedican años a
fabricarse una carga pesada suelen decir: «Yo llevo mi cruz a cuestas, Dios me
ayude, espero que Dios me recompense por llevarla». Tonterías. Al ver a esas
personas que llevan cargas inventadas por ellas mismas, Dios seguramente
piensa: «Necios, cómo pueden creer que ése es el destino que yo les reservé. Es
el fruto del uso negativo de la libertad y las posibilidades que yo les di».
Las cargas falsas pueden caer en la vejez. Una manera de empezar es
preguntarse: ¿qué cargas he sobrellevado yo solo? Algunas seguramente son
reales, pero otras es probable que las hayas fabricado y recogido tú. Al
despojarte de ellas, te quitas una gran presión y peso de encima.
Experimentarás una agilidad y una gran libertad interior. La libertad puede
ser uno de los frutos maravillosos de la vejez. Puedes reparar los daños que te
infligiste anteriormente en la vida. Este conjunto de posibilidades está
resumido en este magnífico pasaje del gran poeta mexicano Octavio Paz:
Con gran dificultad y avanzando a razón de un milímetro por año, tallo un camino en la piedra. Durante milenios he gastado mis dientes y roto mis uñas para llegar allí, al otro lado, a la luz y el aire libre. Y ahora que mis manos sangran y mis dientes tiemblan, inseguro en una cueva, doblegado por la sed y el polvo, me detengo a contemplar mí obra. He pasado la segunda parte de mi vida quebrando las piedras, taladrando los muros, derribando las puertas, quitando los obstáculos que coloqué entre la luz y yo en la primera parte de mi vida.
Bendición
para la vejez
Que la luz de tu alma te cuide,
Que tus preocupaciones y angustias sobre la
vejez se transfiguren.
Que junto con el ojo de tu alma se te conceda
sabiduría para ver este bello tiempo de cosecha.
Que tengas paciencia para cosechar tu vida, para
curar las heridas, para permitir que se aproxime y se vuelva parte de ti.
Que tengas una gran dignidad y sentido de tu
libertad, y sobre todo se te conceda el maravilloso don de conocerla luz eterna
y la belleza que hay en ti.
Bendito seas y ojalá encuentres en ti mismo un
gran amor por ti mismo.
JOHN O´DONOHUE
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