El
compañero desconocido
Hay una presencia que recorre contigo el camino de la vida. Jamás te abandona. A solas o acompañado, siempre la tienes contigo. Cuando naciste, salió contigo del útero, pero con la conmoción de tu llegada nadie lo advirtió. Aunque te rodea, tal vez no seas consciente de su compañía. Esta presencia es
Nos equivocamos al creer que la muerte sólo
llega al final de la vida. Tu muerte física no es sino la consumación de un
proceso iniciado por tu acompañante secreto en el momento en que naciste. Tu
vida es la de tu cuerpo y tu alma, pero la muerte rodea a ambos. ¿Cómo se
manifiesta en nuestra experiencia cotidiana? La vemos en distintos disfraces en
las zonas de nuestra vida en que somos vulnerables, débiles, negativos o
estamos heridos. Uno de los rostros de la muerte es la negatividad. En cada uno
hay una herida de negatividad; es como una llaga en tu vida. Puedes ser cruel y
destructivo contigo mismo incluso cuando los tiempos son buenos. Algunas
personas están viviendo momentos maravillosos en este preciso instante, pero
no se dan cuenta de ello. Tal vez, más adelante, en épocas duras o
destructivas, uno recordará esos tiempos y dirá: «Era feliz entonces, pero
lamentablemente no me daba cuenta».
Las caras de la muerte en la vida cotidiana
En nuestro interior hay una fuerza de gravedad
que pesa sobre nosotros y nos aleja de la luz. El negativismo es una adicción a
la sombra tétrica que revolotea alrededor de cada forma humana. En una poética
de desarrollo o de vida espiritual, una de nuestras actividades constantes es
la transfiguración de este negativismo, la fuerza y la cara de tu muerte que
roe tu permanencia en el mundo. Quiere transformarte en un forastero en tu
propia vida. Este negativismo te condena a un exilio frío, lejos de tu propio
amor y calor. Si te ocupas consecuentemente de esta tendencia, puedes
transfigurarla al volverla hacia la luz de tu alma. Esta luz espiritual le
resta gradualmente gravedad, peso y poder destructivo al negativismo. Poco a poco,
lo que llamas tu lado negativo puede convertirse en tu interior en una gran
fuerza de renovación, creatividad y desarrollo. Todos debemos hacerlo. El sabio
es el que sabe dónde reside su negativismo pero no se vuelve adicto a él.
Detrás de tu negativismo hay una presencia mayor y más generosa.
Con su transfiguración, vas hacia la luz que se
oculta en esa presencia mayor. Al transfigurar constantemente los rostros de
tu propia muerte te aseguras de que al final de tu vida la muerte física no
vendrá como un extraño a robarte esa vida que tenías; conocerás perfectamente
su rostro. Por haber superado el miedo, tu muerte será un encuentro con un
amigo de toda la vida proveniente de lo más profundo de tu propia naturaleza.
Otro de los rostros de la muerte, otra de sus
expresiones en la vida cotidiana, es el miedo. Ningún alma está libre de esta
sombra. El valiente es el que puede identificar sus miedos y los aprovecha como
fuerza de creatividad y desarrollo.
Hay distintos niveles de miedo en nuestro
interior. Uno de sus aspectos más poderosos es su increíble habilidad para
falsificar las realidades de tu vida. No conozco otra fuerza capaz de destruir
la felicidad y tranquilidad de tu vida con tanta rapidez. Puede volver tu alma
irreal y destruir tus vínculos de arraigo.
Hay distintos niveles de miedo.
A muchas
personas les aterra la idea de perder el control y lo utilizan como mecanismo
para estructurar su vida. Quieren controlar lo que sucede a su alrededor y a
ellos mismos. Pero el exceso de control es destructivo. Es quedar atrapado en
una trama protectora que uno mismo teje en torno de su vida. Así uno puede
quedar marginado de muchas bendiciones que le están destinadas. El control
siempre debe ser parcial y transitorio. En momentos de dolor, y sobre todo en
el de la muerte, tal vez no puedas conservar este control. La vida mística
siempre ha reconocido que el distanciamiento del yo es necesario para llegar a
la presencia divina en el interior de uno mismo. Cuando dejes de controlar, te
asombrarás al ver hasta qué punto se enriquece tu vida. Las cosas falsas a las
que te habías aferrado se alejan rápidamente. Lo verdadero, lo que amas
profundamente, lo que es verdaderamente tuyo, penetran en tu interior. Ahora
nadie podrá quitártelos.
La muerte como raíz del miedo
La muerte en la tradición celta
El alma que besó el cuerpo
Una muerte bella
Los muertos son nuestros vecinos más próximos
El amor propio y el alma
La muerte como invitación a la libertad
Espera y ausencia
El nacimiento como muerte
Los muertos nos bendicen
Bendición
para la muerte
La muerte como raíz del miedo
Otros temen ser sí mismos. Muchas personas
permiten que ese miedo limite su vida. Fingen constantemente, se forjan
cuidadosamente una personalidad que creen el mundo aceptará o admirará. Incluso
en su propia soledad temen el encuentro consigo mismas. Uno de los deberes más
sagrados del propio destino es el de ser uno mismo. Cuando aprendes a aceptarte
y amarte, dejas de temer a tu propia naturaleza. En ese momento, entras en
consonancia con el ritmo de tu alma y entonces te paras sobre tu propio
terreno. Te sientes seguro y firme. Estás en equilibrio. Agotarás tu vida en
vano si caes en la política de forjarte una máscara acorde con las expectativas
ajenas. La vida es muy breve y un destino especial nos aguarda para desarrollarse.
A veces el miedo a ser nosotros mismos nos aparta de ese destino y terminamos
famélicos y empobrecidos, víctimas de la hambruna que hemos provocado.
La mejor historia que conozco sobre la presencia
del miedo, un cuento de la India ,
trata de un hombre condenado a pasar la noche en una celda con una serpiente
venenosa. Con el menor movimiento, ésta lo mataría. Durante toda la noche el
hombre permaneció de pie, inmóvil en un rincón, temeroso de que su misma
respiración pudiera incitar a la serpiente. A la primera luz del alba vio el
reptil en el rincón opuesto de la celda y sintió un gran alivio porque no la
había despertado. Pero cuando la luz penetró en la celda, advirtió que no era
una serpiente sino una cuerda. La moraleja sugiere que en muchas divisiones de
nuestras mentes hay objetos inofensivos como la cuerda, pero nuestra ansiedad
los convierte en monstruos que nos dominan e inmovilizan en la pequeña celda de
nuestra vida.
Una forma de transfigurar el poder y la
presencia de tu muerte es transfigurar tu miedo. Cuando siento angustia o
miedo, me es útil preguntarme cuál es la razón de mi miedo. Es una pregunta
liberadora. El miedo es como la niebla; se extiende y distorsiona la forma de
todo. Cuando la circunscribes con esa pregunta, se reduce a proporciones
manejables. Cuando descubres qué te asusta, recuperas el poder que le habías
entregado al miedo. Al mismo tiempo apartas a éste de la noche de lo
desconocido, que le da vida. El miedo se multiplica en el anonimato, rehúye los
nombres. Cuando le pones un nombre, el miedo se encoge.
La muerte es la raíz de todos los miedos. En
toda vida hay una época en que uno siente terror de morir. Vivimos en el
tiempo, y éste es fugaz. Nadie puede decir con certeza qué le sucederá esta
noche, mañana o la semana entrante. El tiempo puede llevar cualquier cosa a la
puerta de tu vida. Uno de los aspectos más aterradores de la vida es justamente
su imprevisibilidad. Cualquier cosa puede sucederte. Ahora, mientras lees estas
líneas, hay personas en el mundo que sufren la irrupción brutal de lo inesperado.
Suceden cosas que alterarán su vida para siempre. El nido de su comunión es
destruido, su vida no volverá a ser la misma. Alguien recibe una mala noticia
en el consultorio del médico; alguien sufre un accidente de tránsito y jamás
volverá a caminar; alguien es abandonado por su amante, que jamás volverá.
Cuando contemplamos el futuro de nuestra vida, no podemos prever lo que
sucederá. No podemos tener certezas. Sin embargo, hay una certeza: llegará un
día, por la mañana, la tarde o la noche, en que serás llamado de este mundo, un
momento en que deberás morir. Aunque el hecho es seguro, su naturaleza es
completamente contingente. Dicho de otra manera, no sabes dónde, ni cómo, ni
cuándo morirás, ni quién estará contigo, ni qué sentirás. Estos hechos sobre la
naturaleza de tu muerte, el suceso más decisivo de tu vida, siguen siendo
totalmente oscuros.
Aunque la muerte es la experiencia más poderosa
de la vida, nuestra cultura hace enormes esfuerzos para negar su presencia. En
cierto sentido, los medios de comunicación, la imagen y la publicidad tratan de
crear un culto a la inmortalidad; es raro que se reconozca el ritmo de la
muerte en la vida. Como ha dicho Emmanuel Levinas: «Mi muerte llega en un
momento sobre el que no tengo ningún poder».
La muerte en la tradición celta
La tradición celta entendía de un modo sutil el
milagro de la muerte y creó bellas oraciones para la ocasión. Para los celtas
el mundo eterno estaba tan próximo al mundo natural que la muerte no parecía
un suceso excepcionalmente destructivo o amenazador. Al entrar en el mundo
eterno, llegas a un lugar donde la sombra, el dolor y las tinieblas jamás
volverán a tocarte. Una bella oración dice:
Voy a casa contigo, a tu casa, a tu casa, Voy a
casa contigo, a tu casa de invierno. Voy a casa contigo, a tu casa, a tu casa,
Voy a casa contigo, a tu casa de otoño, de primavera y verano. Voy a casa
contigo, hijo de mi amor, a tu cama eterna, a tu sueño eterno.
En esta oración el mundo natural y las
estaciones están bellamente enlazados con la presencia de la vida eterna.
Jamás comprenderás la muerte ni reconocerás su
soledad hasta que llame a tu puerta. En Connamara la gente dice: Ni thuigfidh
td an bs go dtiocfaidh sf ag do dhors flin, o sea, «jamás comprenderás la
muerte hasta que llame a tu puerta». También dicen que Is fear direach J an bs
ni cui-reann sj scJal ar bith roimhe, «la muerte es un individuo muy directo
que jamás se hace anunciar». Asimismo, Ni fjidir dul i bhfolach ar an mbs, «no
hay lugar donde ocultarse de la muerte». O sea que cuando la muerte te busca,
siempre sabrá dónde encontrarte.
Cuando
la muerte llega...
La muerte es un visitante solitario. Cuando
pasa por tu casa, nada vuelve a ser igual que antes. Hay un lugar vacío en la
mesa, una ausencia en la casa. La muerte de un ser querido es una experiencia
increíblemente extraña y desoladora. Algo se rompe en tu interior y las piezas
jamás volverán a unirse. Se ha ido un ser amado, cuya cara, manos y cuerpo
conocías tan bien. Por primera vez, este cuerpo queda totalmente vacío. Es
aterrador y extraño. Después de la muerte, muchas preguntas acuden a tu mente:
dónde se ha ido, qué ve, qué siente. La muerte de un ser amado trae una amarga
soledad. Cuando amas de verdad a alguien, quisieras morir en su lugar. Pero
cuando llega el momento, nadie puede ocupar el lugar de otro. Cada uno debe
afrontarlo solo. Lo extraño de la muerte es que alguien desaparece. La
experiencia humana comprende toda clase de continuidades y discontinuidades,
acercamientos y distanciamientos. En la muerte se alcanza la última frontera
de las vivencias. El fallecido desaparece del mundo visible de la forma y la
presencia. Al nacer, vienes de ninguna parte; al morir, te vas a ninguna parte.
Si riñes con la persona amada y ella se va, y si estás desesperado por volver
a encontrarla, recorrerás cualquier distancia con tal de hacerlo. El momento
de dolor más terrible es cuando comprendes que jamás volverás a ver al muerto.
La ausencia de su vida, la ausencia de su voz, rostro y presencia se vuelve
algo que, como dice Sylvia Plath, empieza a crecer a tu lado como un árbol.
Caoineadh:
el
duelo en la tradición irlandesa
Una de las bellezas de la tradición irlandesa es
la gran hospitalidad con que recibe la muerte. Cuando muere un aldeano, todos
acuden al funeral. Primero, todos van a la casa a ofrecer sus condolencias. Los
vecinos se reúnen para dar sostén a la familia y ayudarla. Es un don hermoso.
En los momentos de gran desesperación y soledad, necesitas la ayuda de tus
vecinos para superar ese tiempo de fragmentación. En Irlanda existía una
tradición llamada Caoineadh. Eran personas, principalmente mujeres, que
lloraban al muerto con una suerte de lamento agudo, penetrante, increíblemente
desolado. La historia de Caoineadh era la de la vida de la persona tal como la
habían conocido esas mujeres. La triste liturgia tejida con bellas historias
ocupaba el lugar de la persona que acababa de ausentarse del mundo. Se
contaban los sucesos más importantes de su vida. Sin duda era de una desolación
desgarradora, pero creaba un espacio ritual acogedor para el duelo y la
tristeza de la familia que había sufrido la pérdida. El Caoineadh ayudaba a las
personas a permitir que los sentimientos de desolación y dolor los embargaran de
manera natural.
En Irlanda tenemos la tradición del velatorio,
que asegura que el fallecido no estará solo la noche después de su muerte:
Vecinos, familiares y amigos lo acompañan durante las primeras horas de la
transición a la eternidad. Se ofrece bebidas alcohólicas y tabaco. Nuevamente,
la conversación de los amigos teje una trama de recuerdos de los sucesos en la
vida de la persona.
El alma que besó el cuerpo
La consumación de la muerte tarda su tiempo. En
algunos es muy rápida, pero la forma en que el alma abandona el cuerpo es
distinta en cada individuo. En algunos el proceso puede tardar varios días. Una
hermosa historia celta de la región de Munster habla de un hombre que murió. El
alma salió del cuerpo y me a la puerta de la casa para iniciar su regreso al
lugar eterno. Pero se volvió para mirar una vez más el cuerpo exánime. Lo besó
y le habló. El alma dio gracias al cuerpo por la hospitalidad que le había dado
en vida y recordó las muchas atenciones que había tenido con ella.
Según la tradición celta, los muertos no se
alejan. En Irlanda hay lugares, campos y ruinas donde se ha visto fantasmas de
distintas personas. Esta memoria popular reconoce que una persona permanece
apegada al lugar donde vivió aun después de pasar a la forma invisible. Una
leyenda habla del coiste bodhar, el coche indiferente. Mi tía, que en su
juventud vivió en una aldea en la falda de una montaña, oyó una noche el coche
de caballos. La aldea era pequeña y todas las casas estaban apiñadas. Una
noche, estando sola en su casa, oyó un estruendo como de barriles que rodaban.
El coche fantasmal pasó por delante de su casa y siguió por un sendero de la
montaña. Todos los perros de la aldea oyeron el estrépito y lo siguieron. Esta
anécdota sugiere que el mundo invisible tiene caminos secretos por donde van
los cortejos fúnebres.
La
Bean Sí
Otra leyenda interesante de la tradición
irlandesa es la Bean Sí.
Sí significa «genio del bosque» y Bean Sí «genio de sexo femenino», es decir,
hada. Se trata de un espíritu que llora cuando alguien está a punto de morir.
Una noche mi padre oyó su llanto. Dos días después murió un vecino, miembro de
una familia por la que siempre lloraba la Bean Sí. La tradición celta irlandesa reconoce
que el mundo eterno y el temporal están entrelazados. En el momento de la
muerte, los habitantes del mundo eterno suelen pasar al mundo visible. La
agonía de una persona puede prolongarse durante días u horas, pero en el
momento anterior a la muerte suele aparecérsele su madre, su abuela, su abuelo,
algún pariente, el cónyuge o una amistad. Cuando la persona está al borde de la
muerte, el velo entre los dos mundos es muy tenue. A veces incluso se desvanece
y entonces puedes vislumbrar el mundo eterno. Los amigos que ya viven en él
van a tu encuentro para llevarte a casa. Los moribundos suelen recibir gran
fortaleza y aliento al ver a sus amigos. Esta percepción elevada revela la gran
energía que rodea el momento de la muerte. La tradición irlandesa acoge las
potencialidades del momento. Cuando muere una persona, se rocía con agua
bendita y se traza un círculo a su alrededor para mantener alejadas las fuerzas
tenebrosas y asegurar la presencia de la luz en el viaje final del muerto.
A veces las personas se angustian por la idea de
la muerte. No hay nada que temer. Cuando llegue el momento, recibirás todo lo
que necesitas para hacer ese viaje de manera digna, elegante y confiada.
Una muerte bella
Una vez presencié la muerte de una amiga. Era
una joven encantadora, madre de dos niños. El sacerdote que la asistía también
era un amigo. Conocía su alma y su espíritu. Al adquirir conciencia de que
moriría esa noche, la mujer se asustó. Él le cogió la mano y rezó
desesperadamente en su corazón para recibir las palabras que le permitieran
construir un puente para el viaje. Como conocedor profundo de su vida, empezó
a exponer sus recuerdos. Habló de su bondad y belleza. Era una mujer que nunca
había hecho mal a nadie. Ayudaba a todos. El sacerdote recordó los momentos
más importantes de su vida. Le dijo que no debía tener miedo. Se iba a casa,
donde la esperaban para recibirla. Dios, que la había llamado, la abrazaría,
la recibiría con ternura y amor. Podía estar plenamente segura de ello. Poco a
poco la inundó una gran serenidad y placidez. Su pánico se transfiguró en un
sosiego como pocas veces he visto en este mundo. La angustia y el miedo
desaparecieron por completo. Estaba en consonancia con su ritmo, totalmente
serena. Al sacerdote le dijo que debía realizar el acto más difícil de su vida:
despedirse de su familia. Era un momento de gran desolación.
Salió del cuarto y reunió a los familiares. Les
dijo que cada uno podía entrar y quedarse unos cinco o diez minutos. Debían
hablar con ella, decirle cuánto la amaban y valoraban. Nadie debía llorar ni angustiarla.
Ya llegaría el momento de llorar, por ahora debían concentrarse en facilitar
su tránsito. Entraron, le hablaron, la consolaron y la bendijeron. Y todos
salieron del cuarto con el ánimo destrozado, pero después de haberle dado
reconocimiento y amor, los mejores regalos para su viaje. Ella misma se hallaba
maravillosamente bien. El sacerdote la ungió con los óleos sagrados y todos
rezamos. Sonriente, serena, inició con toda felicidad ese viaje que debía hacer
sola. Fue un gran privilegio para mí estar presente. Por primera vez se
transfiguró mi propio miedo a morir. Descubrí que si uno vive en este mundo con
bondad, si no aumenta las cargas ajenas, sino que trata de servir con amor,
cuando llegue el momento del viaje recibirá una paz, una serenidad y una liberación
que le permitirán partir hacia el otro mundo con elegancia, gracia y
resignación.
Es un privilegio increíble acompañar a quien
viaja al mundo eterno. Cuando estás presente en el sacramento de la muerte,
debes ser muy consciente de la situación. Dicho de otra manera, no debes
concentrarte en tu propia pena. Antes bien debes esforzarte por estar presente
con y para la persona que está a punto de partir. Se debe hacer todo lo posible
para facilitarle la transición, a fin de que esté cómoda y serena.
Amo la tradición irlandesa del velatorio. El
ritual le da al alma el tiempo que necesita para despedirse. El alma no
abandona el cuerpo bruscamente; la despedida es lenta. Observarás cómo cambia
el cuerpo en los primeros estadios de la muerte. Durante un tiempo la persona
no abandona realmente la vida. Es importante no dejarla sola. Las casas de
velatorios son lugares fríos y asépticos. Si es posible, conviene que el
muerto quede en un lugar conocido para que realice su transición de manera cómoda,
serena y confiada. Las primeras semanas después de la muerte, hay que atender y
proteger el alma y la memoria de la persona. Hay que rezar mucho para ayudarle
en el viaje a casa. La muerte es un tránsito a lo desconocido para el que hace
falta mucha protección.
La vida moderna margina la muerte. Los funerales
y entierros suelen ser espectaculares, pero eso es externo y superficial. La
sociedad de consumo ha perdido el sentido de la ceremonia y la sabiduría
necesarias para el rito de la transición. Durante el viaje de la muerte, la
persona necesita cuidados profundos.
Los muertos son nuestros vecinos más próximos
Los muertos no están lejos; por el contrario,
están muy, muy cerca. Cada uno de nosotros deberá enfrentar algún día su cita
con la muerte. Me complace pensar en ella como un encuentro con lo más profundo
de la propia naturaleza, lo más oculto del yo. Es un viaje hacia nuevos
horizontes. De niño, cuando miraba una montaña, soñaba con el día en que
tendría edad suficiente para llegar a la cima con mi tío. Pensaba que desde el
horizonte podría ver el mundo entero. Cuando llegó el gran día, yo estaba muy
excitado. Mi tío cruzaría la montaña con su majada y me dijo que podía
acompañarlo. Cuando llegamos a donde yo pensaba que hallaría el horizonte, éste
había desaparecido. No sólo no veía todo, sino que había otro horizonte más
adelante. Aunque estaba decepcionado, sentía una emoción desconocida. Cada
nuevo nivel revelaba un mundo hasta entonces desconocido.
El extraordinario
filósofo alemán Hans Georg Gadamer dice en una bella frase: «Un horizonte es
algo hacia lo cual viajamos, pero también es algo que viaja con nosotros». Esta
metáfora esclarecedora te permite comprender los horizontes de tu propio
desarrollo. Si quieres estar a la altura de tu destino y ser digno de las potencialidades
ocultas en la arcilla de tu corazón, debes buscar constantemente nuevos
horizontes. Más allá te espera el pozo más profundo de tu identidad. En ese
pozo contemplarás la belleza y la luz de tu rostro eterno.
El amor propio y el alma
En la guerra contra ese compañero callado y
secreto, la muerte, la batalla crucial es la que libran el amor propio y el
alma. El amor propio es el cascarón defensivo con que rodeamos nuestra vida.
Es temeroso; es aprensivo y codicioso. Es hiperprotector y competitivo. En
cambio, el alma no conoce barreras. Como dijo el gran filósofo griego
Heráclito, «el alma no tiene límites». Es un peregrino en pos de horizontes
ilimitados. No hay zonas que la excluyan; todo lo impregna. Además el alma está
en contacto con la dimensión eterna del tiempo y jamás teme lo por venir. En
cierto sentido, los encuentros con tu propia muerte bajo las formas cotidianas
de fracaso, patetismo, negativismo, miedo o espíritu destructivo son
oportunidades para transfigurar el amor propio. Te invitan a desechar esa forma
de ser protectora, controladora, para practicar un arte del ser que admite la
franqueza y la generosidad. Cuando practicas este arte entras en armonía con el
ritmo de tu alma. Si esto sucede, el encuentro final con la muerte no tiene
por qué ser amenazador o destructivo. Será un encuentro con tu propia
identidad más profunda, es decir, tu alma.
Por consiguiente, la muerte física no es la
proximidad de un monstruo tenebroso y destructivo que interrumpe tu vida y te
arrastra hacia lo desconocido. Detrás del rostro de tu muerte física se ocultan
la imagen y la presencia de tu yo más profundo, que esperan encontrarte y
abrazarte. En lo más profundo de ti estás ávido de conocer tu alma. Durante
toda nuestra vida bregamos por alcanzarnos a nosotros mismos. Estamos tan
atareados, ocupados y distraídos que no podemos dedicar el tiempo o el
reconocimiento suficientes a lo más profundo de nuestro ser. Tratamos de vernos
y conocernos; pero tal es nuestra complejidad interior y el corazón humano
tiene tantas capas, que rara vez nos encontramos.
El filósofo Husserl ha dicho
cosas muy acertadas al respecto. Habla de la Ur-Prasenz , la
«protopresencia» o presencia prístina de una cosa, objeto o persona. En nuestra
experiencia cotidiana apenas podemos vislumbrar la plenitud de esa presencia en
nosotros; jamás la vemos cara a cara. En el momento de la muerte caen todas las
barreras defensivas que nos separan y excluyen de nuestra presencia; el alma
nos recoge plenamente en su abrazo. Por eso, la muerte no tiene que ser
necesariamente negativa o destructiva. Puede ser un suceso maravillosamente
creativo que te permite abrazar la divinidad que vive secretamente en ti
desde siempre. ... -
La muerte como invitación a la libertad
Si los piensas bien, no debes permitir que te
presione la vida. No debes ceder tu poder a un sistema ni a terceros. Debes
conservar en tu interior la seguridad, el equilibrio y el poder de tu alma.
Puesto que nadie puede apartarte de la muerte, nadie tiene un poder definitivo
sobre ti. El poder es pretensión. Nadie evita la muerte. Por eso, que el mundo
jamás te convenza de que tiene poder sobre ti, ya que no tiene el menor poder
para alejar la muerte. En cambio, tú tienes el poder de transfigurar tu miedo
a la muerte. Si aprendes a no temer la muerte, comprenderás que no debes temer
a nada.
Vislumbrar el rostro de tu muerte puede dar a tu
vida una gran libertad. Puede darte conciencia de que estás apremiado por el
tiempo que tienes aquí. El derroche del tiempo es una de las mayores pérdidas
en la vida. Como dice Patrick Kavanagh, mucha gente «se prepara para la vida en
lugar de vivirla». Tienes una sola oportunidad. Tienes un solo viaje por la
vida; no puedes repetir un instante ni retroceder un paso. Parece que estamos
destinados a habitar y vivir todo lo que viene a nuestro encuentro. En la otra
cara de la vida está la muerte. Si vives plenamente, la muerte jamás tendrá
poder sobre ti. Nunca parecerá un suceso destructivo o negativo. Puede
convertirse en una liberación para que accedas a los tesoros más recónditos de
tu naturaleza, al templo de tu alma. Si eres capaz de desprenderte de las
cosas, aprenderás a morir espiritualmente de distintas maneras a lo largo de
tu vida. Cuando aprendes a desprenderte, tu vida gana en generosidad, amplitud
y aliento. Imagina que eso se multiplique mil veces en el momento de tu muerte.
Esa liberación puede llevarte a una comunión divina completamente nueva.
La
Nada : una cara de la muerte
Todo lo que hacemos en el mundo está rodeado por
la Nada. Esta
Nada es una de las apariencias de la muerte, una de sus caras. La esencia de la
vida del alma es la transfiguración de la Nada. En cierto sentido, nada nuevo puede aparecer
si no hay espacio para ello. Ese espacio vacío es lo que llamamos la Nada. R.D. Laing, el
psiquiatra escocés, solía decir: «No hay Nada que temer». Esto significa que no
es necesario tener miedo pero a la vez que no se debe temer la Nada , es decir, que la Nada nos rodea. Hurtamos el
cuerpo a este terreno y por eso restamos valor al vacío y a la Nada , que desde una
perspectiva espiritual pueden considerarse presencias de lo eterno. Para
decirlo de otra manera, lo eterno viene a nosotros principalmente en términos
de Nada y vacío. Donde no hay espacio, no se puede despertar lo eterno ni el
alma. El poeta escocés Norman MacCaig lo resume en un hermoso poema:
Dones
Te doy un vacío
te doy una plenitud
desenvuélvelos con cuidado
—uno es tan frágil como el otro—
y cuando me des las gracias
fingiré no advertir la duda en tu voz
cuando digas que es lo que deseabas.
Déjalos en la mesa que tienes junto a la cama.
Cuando despiertes por la mañana
habrán penetrado en tu cabeza
por la puerta del sueño. Dondequiera que vayas
irán contigo y
dondequiera que estés te maravillarás
sonriente de la plenitud
a la que nada puedes sumar y el vacío
que puedes colmar.
Este hermoso poema sugiere el ritmo dual del
vacío y la plenitud en el corazón de la vida del alma. La Nada es la hermana de la posibilidad.
Crea un espacio urgente para lo nuevo, sorprendente e inesperado. Cuando
sientas que la Nada
y el vacío roen tu vida, no debes desesperar. Es tu alma la que te llama, te
advierte sobre nuevas posibilidades en tu vida. También es una señal de que tu
alma anhela transfigurar la Nada
de tu muerte en la plenitud de una vida eterna que ninguna muerte puede tocar.
La muerte no es el fin; es un renacer. Nuestra
presencia en el mundo es muy patética. La estrecha franja de claridad que
llamamos «vida» se extiende entre las tinieblas de lo desconocido por ambos
extremos. Está la oscuridad de lo desconocido en nuestro origen. Irrumpimos
bruscamente de lo desconocido y así comenzó la franja de claridad llamada
«vida». Luego está la otra oscuridad cuando volvemos a lo desconocido. Samuel
Beckett es un autor maravilloso que ha meditado profundamente sobre el misterio
de la muerte. Su obra teatral Aliento dura unos minutos. Primero se oye el
llanto al nacer, luego el aliento y por último el suspiro de la muerte. Este
drama resume lo que sucede en nuestra vida. Todas las obras teatrales de
Beckett, en particular Esperando a Godot, tratan sobre la muerte. En otras
palabras, puesto que la muerte existe, el tiempo está drásticamente
relativizado. Lo único que hacemos es inventar juegos para pasar el tiempo.
Espera y ausencia
Un amigo mío me contó la siguiente anécdota
sobre un vecino. Los alumnos de la escuela local iban a la ciudad a ver
Esperando a Godot, y el hombre fue con ellos en el autobús. Su intención era
reunirse con sus compañeros de jarana. Fue a dos o tres bares donde esperaba
encontrar a sus amigos, pero no estaban allí. Como no tenía dinero, finalmente
fue a ver Esperando a Godot. Así la describió a mi amigo: «Nunca había visto
una obra tan extraña; por lo visto, el protagonista no se presentó y los demás
actores tuvieron que improvisar durante toda la función».
Me pareció un buen análisis de Esperando a
Godot. Creo que Samuel Beckett hubiera estado encantado con esa reseña. En
cierto sentido, siempre estamos a la espera del gran momento de la cosecha o el
arraigo, y siempre nos elude. Nos acosa una sensación profunda de ausencia.
Algo falta en nuestra vida. Esperamos que lo llene cierta persona, objeto o
proyecto. Nos afanamos por llenar ese vacío, pero el alma nos dice, si queremos
escucharla, que jamás se puede colmar la ausencia.
La muerte es la gran herida del universo y de
cada vida. Sin embargo, paradójicamente, la misma herida que puede conducir a
un nuevo desarrollo espiritual. Meditar sobre tu muerte puede ayudarte a
modificar drásticamente tu percepción habitual y rutinaria. En lugar de vivir
de acuerdo con lo que se puede ver o poseer en el reino material de la vida,
empiezas a afinar tu sensibilidad y adquieres conciencia de los tesoros
ocultos en el lado invisible de tu vida. Una persona verdaderamente espiritual
desarrolla un sentido de la profundidad de su naturaleza invisible. Ésta posee
cualidades y tesoros que el tiempo jamás puede dañar. Son absolutamente tuyos.
No necesitas aferrarte a ellos, ganarlos ni protegerlos. Estos tesoros son
tuyos; nadie puede quitártelos.
El nacimiento como muerte
Imaginaos si pudiera hablar con un feto en el
útero y explicarle su unidad con la madre. Cómo ese cordón de unión le da
vida. Y decirle a continuación que esa situación estaba a punto de finalizar.
Que iba a ser expulsado del útero para atravesar un pasaje muy estrecho y caer
en un vacío luminoso. El cordón que lo unía al útero materno sería cortado;
desde entonces y para siempre, llevaría una vida
propia. Si el feto pudiera responder, sin duda diría que iba a morir. Para el
feto, nacer parecería una forma de morir. Estos problemas tan importantes son
difíciles de dilucidar porque los vemos desde un solo lado. Nadie ha tenido esa
experiencia. Los muertos permanecen alejados; jamás vuelven. Por eso, no
podemos ver el otro lado del círculo abierto por la muerte. Wittgenstein lo
resumió muy bien cuando dijo que «la muerte no es una experiencia de la propia
vida». No puede serlo porque es el fin de la vida en y a través de la cual uno
tuvo todas sus experiencias.
Me gusta pensar en la muerte como en un renacer.
El alma es libre en un mundo donde no hay más separación, sombra ni lágrimas.
Una amiga mía sufrió la muerte de su hijo de veintiséis años. Yo asistí al
entierro. Sus demás hijos la rodeaban cuando el ataúd bajó a la fosa, y se alzó
un coro desgarrador de lamentos. Ella los abrazó y les dijo: N bigi ag
caoineadh, nil tada dho thios ansin ach amhin an clddach a bhi air. «No lloréis
porque no queda nada de él aquí, solamente la envoltura que lo cubría en esta
vida». Es una hermosa idea, un reconocimiento de que el cuerpo era sólo una
envoltura y el alma ha sido liberada para lo eterno.
La muerte transfigura nuestra separación
En Conamara, las tumbas están cerca del mar,
donde el suelo es arenoso. Al cavar una tumba, se corta una sección de césped y
se la aparta cuidadosamente, sin dañarla. Se coloca el ataúd en la fosa. Se
dicen las oraciones, se bendice la tumba y se la llena de tierra. Finalmente se
coloca sobre ella la sección de césped, que se adapta perfectamente. Un amigo
mío dice que es una «cesárea al revés». Es como si el útero de la Tierra , sin romperse,
recibiera nuevamente al individuo que una vez tomó forma de arcilla para vivir
sobre la superficie. Es una hermosa idea: un regreso a casa, donde a uno lo
reciben íntegramente.
Es un hecho extraño y maravilloso estar aquí,
caminar dentro de un cuerpo, tener un mundo en el interior y un mundo al
alcance de los dedos.
Es un privilegio enorme y es increíble que los humanos
olviden el milagro de estar aquí. Dijo Rilke: «Estar aquí es mucho». Es
desconcertante comprobar cómo la realidad social nos aturde e insensibiliza
hasta el punto de que el portento místico de nuestra vida pasa totalmente
inadvertido. Estamos aquí. Somos salvaje, peligrosamente libres. El aspecto más
desolado de estar aquí es nuestra separación en el mundo. Cuando vives en un
cuerpo, estás separado de todos los demás objetos y personas. Muchas veces,
cuando tratamos de rezar, de amar, de crear, en realidad queremos transfigurar
esa separación, construir puentes para que otros puedan llegar a nosotros y
nosotros a ellos. En el momento de la muerte se rompe esa separación física. El
alma se libera del alojamiento particular y exclusivo en este cuerpo. Entra en
un universo libre y vaporoso de comunión espiritual.
¿Son
distintos el espacio y el tiempo en el mundo eterno?
El espacio y el tiempo son los cimientos de la
identidad y la percepción humanas. Jamás tenemos una percepción que no incluya
esos elementos. El elemento espacio significa que siempre estamos en estado de
separación. Yo estoy aquí.
Tú estás allá. La persona más entrañable para
ti, tu ser amado, es un mundo distinto del tuyo. Es el aspecto patético del
amor. Dos personas muy unidas quieren ser una, pero sus espacios no les
permiten franquear esa distancia que los separa. En el espacio, siempre
estamos separados. El otro componente de la percepción y la identidad es el
tiempo. Éste también nos separa. El tiempo es ante todo lineal, discontinuo,
fragmentado. Tus días pasados han desaparecido; se han desvanecido. El futuro
aún no ha llegado. Sólo te queda el pequeño peldaño del presente, que es un
momento.
Al abandonar el cuerpo, el alma se libera del
peso y el dominio del espacio y el tiempo. Es libre de ir donde quiera. Los
muertos son nuestros vecinos más próximos. El Maestro Eckhart se preguntó:
«¿Adonde va el alma de una persona cuando muere?». Y respondió: «A ninguna
parte». ¿A qué otro lugar podría ir el alma? ¿En qué otro lugar está el mundo
eterno? Sólo puede estar aquí. Lo hemos desfigurado al espacializarlo. Hemos
expulsado lo eterno hacia una suerte de galaxia remota. Sin embargo, el mundo
eterno no parece ser un lugar, sino un estado del ser distinto. El alma de la
persona no va a ningún lugar porque no hay un lugar donde ir. Esto sugiere que
los muertos están con nosotros, en el aire que atravesamos constantemente. La
única diferencia entre nosotros y los muertos es que ellos ocupan una forma
invisible. No puedes verlos con el ojo humano. Pero puedes intuir la presencia
de tus seres amados que han muerto. El sentido sensible de tu alma los percibe.
Sientes su presencia cercana.
Mi padre contaba una historia sobre cierto
vecino, que era muy amigo del sacerdote de la localidad. En Irlanda hay toda
una mitología sobre los poderes especiales de los sacerdotes y los druidas. El
vecino y el sacerdote solían pasear juntos. Un día el vecino le preguntó:
¿Dónde están los muertos? El sacerdote respondió que no debía hacer esa clase
de preguntas. Pero el hombre insistió hasta que el sacerdote dijo: Te lo
mostraré, pero no se lo debes revelar a nadie. De más está decir que el hombre
no cumplió su palabra. El sacerdote alzó su mano derecha; detrás de ella el
hombre vio las almas de los muertos, abundantes como las gotas de rocío sobre
la hierba. Con frecuencia nuestra soledad y aislamiento se deben a una falta
de imaginación espiritual. Olvidamos que no existe el espacio vacío. Todo el
espacio está colmado de presencia, en especial la de aquellos que ocupan una
forma eterna, invisible.
Para los muertos también cambia el mundo del
tiempo. Aquí estamos atrapados en el tiempo lineal. Hemos olvidado el pasado;
se ha perdido. No conocemos el futuro. Para los muertos, el tiempo debe ser
totalmente distinto porque viven en un círculo de eternidad. Al principio de
este libro hablé del paisaje y cómo el de Irlanda resiste la linealidad. Dije
que el intelecto celta siempre rechazaba la línea recta a la vez que amaba la
forma del círculo. En éste, el comienzo y el fin son hermanos que permanecen
guarecidos en la unidad del año y de la Tierra que ofrece lo eterno. Yo imagino que en
el mundo eterno el tiempo se ha convertido en el círculo de la eternidad. Tal
vez cuando una persona entra en ese mundo puede echar una mirada a lo que aquí
llamamos tiempo pasado. Tal vez pueda ver el tiempo futuro. Para los muertos el
tiempo presente es presencia total. Esto sugiere que nuestros amigos muertos
nos conocen mejor de lo que pudieron conocernos en vida. Saben todo sobre
nosotros, incluso cosas que tal vez los decepcionen. Pero en su estado
transfigurado, su comprensión y caridad son proporcionales a todo lo que saben
sobre nosotros.
Los muertos nos bendicen
Yo creo que nuestros amigos entre los muertos se
ocupan de nosotros y nos cuidan. Muchas veces en el camino de la vida podría
haber una gran piedra de desdichas a punto de caer sobre ti, pero tus amigos
entre los muertos la sostienen hasta que pasas. Uno de los procesos
estimulantes de la evolución y la conciencia humana en los próximos siglos
podría ser una nueva relación con el mundo eterno invisible. Podríamos buscar
un vínculo muy creativo con nuestros amigos en ese mundo. La verdad es que no
tenemos por qué llorar a los muertos. ¿Por qué habríamos de hacerlo? Están en
un lugar donde no hay sombras, oscuridad, soledad, aislamiento ni dolor. Están
en casa. Están con Dios, de donde vinieron. Han regresado al nido de su identidad
dentro del gran círculo de Dios. Él es el círculo más grande de todos, el que
abarca el universo entero, que contiene lo visible y lo invisible, lo temporal
y lo eterno, como un todo.
La tradición irlandesa tiene bellas historias
sobre personas que mueren y se encuentran con sus viejos amigos. Mairtin
Cadhain escribió una hermosa novela, Crj na Cille, sobre la vida en un
cementerio y lo que sucede entre las personas enterradas en él. En el mundo
eterno, todo es uno. En el espacio espiritual no hay distancia. En el tiempo
eterno no hay separación entre el hoy, el ayer o el mañana. En el tiempo
eterno, todo es hoy; el tiempo es presencia. Creo que éste es el significado
de la vida eterna: una vida donde todo lo que buscamos: bondad, unidad, belleza,
verdad y amor, no están lejos de nosotros, sino presentes en toda su plenitud.
R.S. Thomas escribió un hermoso poema sobre la concepción de la eternidad. Es
deliberadamente minimalista en su forma, pero muy poderosa:
Creo que tal vez
estaré un poco más seguro
de estar un poco más cerca.
Eso es todo. La eternidad
es comprender
que ese poco es más que suficiente.
Kahlil Gibran explica que la unidad en la
amistad que llamamos anam cara derrota incluso a la muerte:
«Nacisteis juntos y juntos estaréis por siempre.
Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días.
Oh, sí, estaréis juntos incluso en el silencioso recuerdo de Dios».
Me gustaría terminar este capítulo con una bella
plegaria escrita en Persia en el siglo XIII.
Algunas noches quédate despierto
como suele hacer la Luna para el Sol.
Sé un cubo lleno, alzado
del fondo oscuro del pozo.
Algo abre nuestras alas, disipa el dolor.
Llenan la copa que tenemos delante,
sólo probamos lo sagrado.
Bendición
para la muerte
Ruego que tengas la bendición del consuelo y la
seguridad sobre tu propia muerte.
Que conozcas en tu alma que no debes temer.
Cuando llegue tu tiempo, que recibas todas las
bendiciones y protección que necesites.
Que recibas una maravillosa acogida en la casa
adonde vas.
No vas a un lugar extraño. Vuelves a la casa que
nunca abandonaste.
Que sientas un maravilloso apremio de vivir
plenamente tu vida.
Que vivas en comprensión y creatividad y
transfigures todo lo negativo dentro de ti y a tu alrededor.
Cuando mueras, que sea después de una larga
vida.
Que estés en paz y felicidad y en presencia de
quienes verdaderamente te aman.
Que tu partida sea protegida y tu bienvenida
asegurada.
JOHN O´DONOHUE
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