Aunque con ciertas restricciones, ejercen grande
influencia los espíritus de la naturaleza a quienes debemos
considerar como los habitantes autóctonos de la tierra,
expulsados de diversas partes de ella por la invasión del hombre,
análogamente a lo ocurrido con los animales salvajes. De la
propia suerte que estos, los espíritus de la naturaleza, evitan por
completo las ciudades populosas y todo lugar en que se reúnen
muchedumbres humanas, por lo que allí apenas se nota su
influencia.
Pero en los tranquilos parajes rurales, en bosques y
campos, en las montañas y en alta mar, están siempre
presentes los espíritus de la naturaleza, su influencia es poderosa
y omnipenetrante, de la propia manera que el perfume de la
violeta embalsama el ambiente aunque se oculte entre la hierba.
Los espíritus de la naturaleza constituyen una evolución
aparte, completamente distinta hoy por hoy de la evolución
humana. Todos estamos familiarizados con la trayectoria de la
segunda Oleada de Vida a través de los tres reinos elementales
hasta llegar al mineral, del que asciende por el vegetal y el
animal para alcanzar la individualidad en el nivel humano.
También sabemos que una vez lograda esta individualización, el
progreso dela humanidad nos lleva gradualmente a las etapas del
Sendero y después en progresión ascendente al Adepto y a las
gloriosas posibilidades de un mas allá.
Esta es nuestra línea de desenvolvimiento, pero no
hemos de incurrir en el error de creer que es la única. Aun en este nuestro mundo, la vida divina fluye impelentemente por
diversas corrientes, de las cuales la nuestra es tan sólo una, y en
modo alguno la más importante en orden. Comprenderemos esto
mejor, recordando que la humanidad en su manifestación física
ocupa solamente una pequeña parte de la superficie terrestre,
mientras que hay entidades situadas en el correspondiente nivel
de otras líneas de evolución, que no solo pueblan la tierra más
densamente que el hombre, sino que además moran en la
dilatadísima planicie del mar y los campos del aire.
Líneas de evolución. -En la presente etapa vemos que las
diversas corrientes a que hemos aludido fluyen paralelamente,
aunque por de pronto de todo punto distintas. Por ejemplo, los
espíritus de la naturaleza no han sido ni serán nunca individuos
de una humanidad como la nuestra; y sin embargo, la vida que
en ellos mora dimana del mismo Logos solar de que dimana la
nuestra y a Él volverá como la nuestra. Hasta llegar al nivel
mineral, las corrientes pueden considerarse paralelas; pero tan
pronto como al transponer el punto de conversión suben por el
arco ascendente, aparece la divergencia.
La etapa mineral es, por
supuesto, aquella en que la Vida esta más profundamente
sumida en la materia física; pero si bien algunas corrientes
retienen formas físicas en las diversas etapas ulteriores de su
desenvolvimiento, haciéndolas según adelantan, mas a propósito
para la manifestación de su vida interna, hay otras corrientes que
desde luego desechan la materia densa y durante el resto de su
desenvolvimiento en este mundo usan cuerpos constituidos
exclusivamente por materia etérea.
Así una de dichas corrientes o colectividad de entidades,
luego de pasar por la etapa mineral, no se transporta al reino
vegetal, sino que toma vehículos de materia etérea para morar en
el interior de la corteza terrestre y en el seno de las compactas
rocas.
Muchos estudiantes no aciertan a comprender como es
posible que haya seres vivientes que moren en el seno de las
rocas o en el interior de la corteza terrestre. Sin embargo los
seres dotados de vehículos etéreos no tropiezan con la más leve
dificultad para moverse, ver y oír en la masa de la roca, por que
la materia física sólida es su natural ambiente y su peculiar
habitación, la única a que están acostumbrados y en la que se
encuentran como en su propia casa. No es fácil formar exacto
concepto de estos vagos seres inferiores que actúan en amorfos
vehículos etéreos; pero poco a poco van evolucionando hasta
llegar a una etapa en que si bien habitan todavía en el seno de las
rocas compactas, se acercan mas a la superficie de la tierra en
vez de enmadrigarse en lo más hondo de la corteza; y los más
evolucionados de entre ellos son capaces de mostrarse
eventualmente al aire libre durante un corto tiempo.
A estos seres se les ha visto y mas frecuentemente oído
en las cavernas y minas. La literatura medieval les dio el nombre
de gnomos. En las condiciones ordinarias no es visible a los ojos
físicos la etérea materia de sus cuerpos, por lo que cuando se
muestran visiblemente es porque se han revestido de un velo de
materia física, o quien los ve ha excitado su perceptibilidad
sensoria hasta el punto de afectarle las ondas vibratorias de los
éteres superiores y ver así lo que normalmente no percibe.
No es rara ni difícil de lograr la temporánea excitación de
la facultad visual que se necesita para percibir a los espíritus de
la naturaleza y por otra parte, la materialización es cosa fácil
para seres situados muy cerca de los limites de la visibilidad.
Así
es que se les podría ver con mayor frecuencia de la que se ve, a
no ser por su arraigada repugnancia a la vecindad de los
hombres.
En la siguiente etapa de su evolución se convierten en
hadas, que suelen morar como nosotros en la superficie de la
tierra, aunque todavía con cuerpo etéreo. Después de esta etapa
pasan a ser espíritus aéreos en el reino de los Devas o ángeles,
según explicaremos mas adelante.
La oleada de vida en el reino mineral no sólo se
manifiesta por medio de las rocas que constituyen la corteza
terrestre, sino también por medio de las aguas oceánicas, y así
como las rocas dejan pasar a su través las inferiores formas
etéreas, todavía desconocidas para el hombre, que moran en el
interior del globo terráqueo, asimismo las aguas dan paso a otras
inferiores formas etéreas que tienen su morada en las
profundidades del mar. En este caso, también la siguiente etapa
de evolución nos ofrece formas mas definidas, aunque todavía
etéreas que moran entre dos aguas y muy raras veces se
muestran en la superficie.
La tercera etapa (correspondiente a la
de las hadas en los espíritus terrestres) nos da la enorme hueste
de espíritus acuáticos que con su juguetona vida pueblan las
dilatadas llanuras del océano.
Las entidades que siguen estas líneas de evolución,
toman cuerpos de materia exclusivamente etérea y no entran en
los reinos vegetal, animal y humano; pero hay otros espíritus de
la naturaleza que antes de su diversión pasan por los reinos
vegetal y animal. Así en el océano hay una corriente de vida
cuyas mónadas al salir del reino mineral, entran en el vegetal en
forma de algas, y luego pasan por los corales esponjas y los
enormes cefalópodos de entre dos aguas, para después
emparentar con los peces y convertirse mas tarde en espíritus
acuáticos.
Estas entidades conservan el denso vehículo físico hasta
muy alto nivel; y de la propia manera observamos que las hadas terrestres no sólo proceden de las filas de los gnomos, sino
también de las capas inferiores del reino animal, pues hay una
línea de evolución que roza ligeramente el reino vegetal en
forma de hongos, y después pasa por las bacterias y animálculos
de diversas especies a los insectos y reptiles, para ascender al
hermoso orden zoológico de las aves, de donde al cabo de
muchas encarnaciones ornitológicas entra en la todavía más
bella comunidad de las hadas.
Hay otra línea de evolución que proviene del reino
vegetal, donde asume la forma de hierbas y gramíneas, después
toma en el reino animal la de hormigas y abejas, hasta
convertirse por fin en seres etéreos que, análogos a las abejas,
zumban y revolotean en torno de plantas y flores, en la
producción de cuyas numerosas variedades influyen
notablemente hasta el punto de servir de auxilio sus funciones
para la especialización y cultivo de los vegetales.
Sin embargo, conviene distinguirlos cuidadosamente
para evitar confusiones.
Los diminutos seres que cuidan de las
flores, pueden dividirse en dos grandes clases con numerosas
variedades en ambas. La primera clase son los elementos
propiamente dichos, porque no obstante su belleza, son tan solo
formas mentales y en modo alguno seres vivientes. Más bien
cupiera decir que son criaturas de vida temporánea, pues si bien
activísimos y muy atareados durante su corta vida, no
reencarnan ni evolucionan, y una vez terminada su obra se
desintegran y disuelven en la atmósfera circundante, lo mismo
que les sucede a nuestras formas mentales. Son formas mentales
de los ángeles o Devas encargados de la evolución del reino
vegetal.
Cuando a uno de estos Devas se le ocurre una nueva idea
relacionada con alguna de las especies de plantas confiadas a su cuidado, emite una forma mental con el determinado propósito
de realizar dicha idea. Generalmente la forma de su pensamiento
es un modelo etéreo de la planta en cuestión, o bien una
diminuta criatura que ronda por la planta mientras se forman los
capullos y va gradualmente dándoles la configuración y colores
que el Deva ideó para la flor.
Pero tan luego como la planta adquiere su completo
crecimiento o se explaya la flor, termina la tarea del elemental,
quien, según hemos dicho, se desvanece entonces extinguido ya
su poder, porque la única alma que lo animaba era la voluntad
de realizar la tarea terminada.
Sin embargo, se ven en torno de las flores otros
diminutos seres, verdaderos espíritus de la naturaleza, de los que
hay muchas variedades. Una de las más comunes tiene forma
parecida a la de los pájaros-moscas y se les suele ver zumbando
en rededor de las flores a modo de abejas. Estas menudas y
hermosas criaturas no serán nunca humanas porque no siguen
nuestra línea de evolución. La vida que los anima ha pasado por
hierbas y gramíneas tales como la cebada y el trigo en el reino
vegetal y por las hormigas y abejas en el reino animal, hasta
alcalizar la etapa de diminutos espíritus de la naturaleza, que
más tarde se convertirán en las hermosas hadas de cuerpos
etéreos que viven en la superficie de la tierra. Posteriormente
serán salamandras o espíritus del fuego, y luego se convertirán
en sílfides o espíritus del aire, con cuerpos astrales en vez de
etéreos, para pasar por último al reino de los Devas.
Solapaciones. -El trámite de la oleada de vida de uno a
otro reino no se efectúa en rigurosa continuidad, sino que se nota
mucha lentitud en la variedad, y así quedan no pocos huecos o
solapaciones entre los reinos. Esto se ve mas claramente en
nuestra línea de evolución, porque la vida que llega a los niveles superiores del reino vegetal no pasa nunca a los inferiores del
animal, sino que por el contrario, entra en éste por etapas
bastante adelantadas. Así, por ejemplo, la vida que anima un
robusto árbol forestal, no descenderá jamás a animar un
enjambre de mosquitos, ni siquiera una familia de roedores o de
rumiantes. Estas formas animales están animadas por la porción
de oleada de vida que salió del reino vegetal en el nivel de la
dalia o del diente de león.
En todo caso se ha de recorrer la escala evolutiva; pero
parece como si la parte delantera de un reino fuese paralela a la
zaguera del reino inmediatamente superior, de suerte que el
tránsito de uno a otro se puede efectuar por distintos niveles
según los casos. La corriente de vida que entra en el reino
humano esquiva por completo las etapas inferiores del remo
animal; esto es, que la vida que ha de alcanzar el reino humano
nunca se manifiesta en forma de insectos ni reptiles.
Antiguamente entró en el reino animal por el nivel de los
enormes saurios antediluvianos; pero ahora pasa directamente de
las superiores formas vegetales a la de los mamíferos. De la
propia suerte, cuando se individualizan los mas adelantados
animales domésticos, no han de humanizarse necesariamente por
vez primera en la forma de primitivos salvajes.
El siguiente diagrama muestra en ordenación sinóptica
algunas de estas líneas evolutivas, aunque en modo alguno las
contiene todas, pues sin duda hay otras no observadas todavía,
con multitud de maneras de pasar de una a otra por distintos
niveles. Así es que el diagrama se contrae a un amplio bosquejo
del plan.
Según se infiere del diagrama, en la última etapa
convergen todas las líneas de evolución, o por lo menos para
nuestra ensombrecida vista no hay distinción entre la gloria de los altísimos seres, aunque acaso si fuese mayor nuestro
conocimiento podríamos completar el diagrama. De todos
modos, sabemos que así como el reino humano esta por encima
del animal, así mismo sobre el reino humano esta el grandioso
reino de los ángeles o Devas, y que la entrada en este reino es
una de las siete puertas que se abren ante los pasos del Adepto.
Este mismo reino de los Devas es la etapa superior de la
evolución de los espíritus de la naturaleza, aunque en esto
vemos otro ejemplo de los saltos o solapaciones a que antes
aludimos, porque el Adepto entra en el reino dévico por la cuarta
etapa, sin pasar por las tres inferiores, mientras que el espíritu de
la naturaleza entra en el reino dévico por la primera etapa, o sea
la de los Devas inferiores.
Al entrar en el reino dévico recibe el espíritu de la
naturaleza la divina chispa de la tercera oleada de vida y logra
así la individualidad, como la logra el animal cuando entra al
reino humano.
Además, de la propia suerte que el animal sólo
puede individualizarse poniéndose en contacto con el hombre,
análogamente el espíritu de la naturaleza, para lograr la
individualización, ha de ponerse en contacto con el ángel,
servirle de ayudante y trabajar para complacerle, hasta que
aprenda a trabajar como los ángeles.
En rigor, los más adelantados espíritus de la naturaleza
no son seres humanos etéreos o astrales, porque todavía no están
individualizados, pero son algo más que un animal etéreo o
astral, pues su grado de inteligencia es muy superior al de los
animales, y en muchos puntos igual al del común de la
humanidad. Por otra parte, los espíritus de la naturaleza de orden
ínfimo tienen limitadísima inteligencia, por el estilo de la de los
pájaros-moscas, mariposas o abejas a que tanto se parecen.
Según se ve en el diagrama, los espíritus de la naturaleza
abarcan un amplio segmento del arco de evolución, incluyendo
etapas correlativas con todas las de los reinos vegetales, animal
y humano, hasta casi en la que hoy está nuestra raza.
Algunos tipos inferiores de espíritus de la naturaleza no
tienen nada de estéticos; pero también ocurre lo mismo con las
especies inferiores de reptiles e insectos. Hay tribus de espíritus
de la naturaleza, no desarrollados todavía, de gustos groseros, y
por tanto, su aspecto esta en correspondencia con su etapa de
evolución.
Las informes masas con enormes y rojas fauces que
viven en las nauseabundas emanaciones etéreas de la sangre y
del pescado podrido, son tan horribles a la vista como a la
sensación de toda persona de mente pura. Igualmente repulsivas
son las entidades rojinegras, semejantes a crustáceos rapaces,
que planean sobre los lupanares, y los monstruos parecidos al
octopus que apetecen regodearse en los vapores alcohólicos de
las orgías y festines del beodo. Sin embargo, por muy
repugnantes que sean estas arpías, no son dañinas de por sí, ni se
pondrán en contacto con el hombre, a menos que se degrade al
nivel de ellas esclavizándose a sus bajas pasiones.
Tan solo los espíritus de la naturaleza de estas especies
inferiores y repulsivas se acercan voluntariamente al hombre
vulgar. Otras de la misma clase, pero algo menos materiales, se
gozan en bañarse en las groseras vibraciones levantadas por la
cólera, avaricia, crueldad, envidia, celos y odio. Quienes cedan a
estos innobles sentimientos, se exponen a estar constantemente
rodeados por las corroñosas coluvies del mundo astral, que unos
a otros se atropellan con tétricas ansías de antesaborear un
arrebato pasional, y en su ceguera hacen cuanto pueden para
provocarlo o intensificarlo. Apenas cabe creer que tan
horrorosas entidades pertenezcan al mismo reino que los
simpáticos y jubilosos espíritus de la naturaleza que vamos a
describir.
Hadas.-Es el tipo mejor conocido por el hombre. Las
hadas viven normalmente en la superficie de la tierra, aunque
como su cuerpo es etéreo, pueden atravesar a voluntad la corteza
terrestre. Sus formas son muchas y variadas, pero generalmente
tienen forma humana de tamaño diminuto, con alguna grotesca
exageración de tal o cual parte del cuerpo. Como quiera que la
materia etérea es plástica y fácilmente moldeable por el poder
del pensamiento, son capaces de asumir cualquier aspecto que
les plazca, si bien tienen de por sí formas peculiares que llevan
cuando no necesitan tomar otra con determinado propósito y no
ejercen su voluntad para transmutarlas.
También tienen colores
propios que distinguen unas especies de otras, así como se
distinguen las aves por el plumaje.
Hay un inmenso número de razas de hadas cuyos
individuos difieren en inteligencia y aptitudes, lo mismo que
ocurre entra los hombres. Análogamente a los seres humanos,
cada raza mora en distinto país y a veces en diferentes comarcas
de un mismo país, y los individuos de cada raza propenden
generalmente a mantenerse en vecindad como sucede en los
hombres de una nación. Están distribuidas las hadas por la
superficie de la tierra tan diversamente cual los reinos de la
naturaleza. Como las aves, de las que algunas de ellas proceden,
hay variedades exclusivas de un país; otras que son comunes en
un país y raras en otro, al paso que algunas se encuentran en
todas partes.
También como las aves, las hadas de más vivos y brillantes
colores moran en los trópicos.Tipos étnicos.- Los tipos predominantes en las diferentes partes del mundo se distinguen fácilmente y son en cierto modo característicos. Pero ¿no puede provenir esta distinción de la persistente influencia de las hadas, que en transcurso de los siglos han modelado a los hombres, animales y plantas de su vecindad, de suerte que el hada estableció las formas a que inconscientemente se adaptaron los demás reinos? Por ejemplo, no puede darse mas señalado contraste que el que existe entre las vivarachas y juguetonas muñequitas de color anaranjado y púrpura, o escarlata y oro, que bailotean por las viñas de Sicilia y las discretas criaturas verdigrises que se pasean gravemente por los juncales de Bretaña o las bondadosas hadas aurimorenas que frecuentan las montañas de escocia. En Inglaterra es más común la variedad verde-esmeralda, que también he visto en los bosques de Francia y Bélgica, en el Estado norteamericano de Massachussets y en las orillas del Niágara. Las vastas llanuras del país de los dakotas están habitadas por una variedad blanca y negra, que no he visto en ninguna otra parte, y California disfruta de otra variedad muy linda, blanca y oro, que también parece ser única.
La especie más común de Australia es muy característica por su admirable y luminoso color azul celeste; pero hay mucha diferencia entre las hadas de Nueva Gales del Sur y Victoria y las de la tropical Tierra de la Reina. Las de este último país se parecen mucho a las de las Indias holandesas. La isla de Java es muy prolífica en estas graciosas criaturas, de las que hay dos distintas variedades, ambas monocromáticas: un color añil con débiles reflejos metálicos, y otra en que aparece toda la gama del amarillo. Son extrañas, pero simpáticas. Una sorprendente variedad local está fastuosamente exornada con alternas rayas verdes y amarillas como una chaqueta deportiva. Esta variedad listada es tal vez peculiar de aquella parte del rojo v amarillo en la península de Malaca, y verde y blanco al otro lado de los Estrechos, en Sumatra. Esta gran isla también disfruta de la posesión de una variedad de hadas de un lindo color de heliotropo pálido, que anteriormente solo había visto yo en las colinas de Ceilán. La especie habitante en Nueva Zelanda es de azul intenso con motas de plata, mientras que en las islas del mar del Sur se encuentran una variedad de color argentino irisado como una madreperla. En la India hallamos hadas de diversas especies, desde las de color rosado y verde pálido o azul claro y amarillaverdoso de las montañas del país, hasta las entremezcladas de soberbios colores, casi chillones por su intensidad, que moran en las llanuras. En algunas partes de este maravilloso país, he visto la variedad negro y oro, que es más común en los desiertos africanos, y también otra cuyos individuos parecen estatuitas de refulgente metal carmesí, semejante al latón de los atlantes.
Algo parecida a esta ultima es una curiosa variedad que parece como fundida de bronce bruñido. Habita en la vecindad de los volcanes activos, pues los únicos parajes en donde se la ha visto, son las estribaciones del Vesubio y del Etna, en el interior de Java, las islas Sándwich, el Parque Yellowstone del norte de los Estados Unidos, y en cierta comarca septentrional de Nueva Zelanda. Varios indicios dan a entender que esta variedad es una supervivencia de un tipo primitivo, y representa una especie de eslabón de transito entre el Gnomo y el hada. En algunos casos, comarcas contiguas resultan estar habitadas por muy distintas clases de espíritus de la naturaleza. Por ejemplo, según ya dijimos los gnomos de color verde esmeralda son comunes en Bélgica, y sin embargo, a 160 kilómetros de distancia en Holanda, apenas se ve ni uno ellos. En cambio, hay una variedad de soberbio color de púrpura oscuro.
En rigor no cabe decir que absorbe materia etérea
sino mas bien que continuamente se efectúa un intercambio de
partículas, desasimilándose las gastadas por haber consumido su
energía y asimilándose otras plenamente dinamizadas.
Aunque los espíritus de la naturaleza no comen, la
fragancia de las flores los deleita en grado análogo al placer que
los hombres experimentan al saborear los manjares. El aroma es
para ellos algo más que una halago del olfato o del gusto, pues
se bañan en él hasta empapar todo su cuerpo.
Lo que en ellos desempeña funciones de sistema
nervioso es mucho más delicado que el nuestro. Perciben
grandísimo número de vibraciones que escapan a nuestros
groseros sentidos y así notan el olor de no pocas plantas y
minerales que a nosotros nos parecen inodoros.
No tienen estructura interna, pues sus cuerpos son como
neblina, y por lo tanto no es posible desmembrarlos ni herirlos ni
les afecta penosamente el calor ni el frío. Así hay una variedad
de hadas que parecen preferir a toda otra cosa el bañarse en el fuego. Cuando estalla un incendio acuden presurosas de todas
partes y se deslizan con salvaje deleite entre las oscilantes
llamas como los muchachos en el declive de un tobogán. Estas
hadas son los espíritus del fuego o las salamandras de la
literatura medieval. Los espíritus de la naturaleza sólo pueden
sentir dolor corpóreo a consecuencia de una desagradable o
inarmónica emanación o vibración, pero les cabe evitarlos por la
facultad que tienen de trasladarse celérrimamente de un punto a
otro.
Según se infiere de las observaciones hechas hasta ahora,
las hadas están del todo libres de la maldición del miedo, tan
prevaleciente en la vida del reino animal, que en nuestra línea de
evolución es correlativo del reino de las hadas en la evolución
etérea.
Romanticismo de las hadas.
-Tienen las hadas una
imaginación envidiable por lo fértil, y en los ratos de recreo con
sus compañeras se complacen en idear todo linaje de fantásticos
escenarios y románticas situaciones. Puede entonces compararse
el hada a un niño que relata cuentos a sus compañeros, aunque
con la ventaja sobre el niño de que como las demás hadas tienen
visión etérea y astral inferior, todas las ideas y personajes del
cuento toman forma visible para los oyentes en el transcurso de
la relación.
Sin duda que muchos de estos cuentos nos parecerán
pueriles y de muy limitada y extraña finalidad, porque la
inteligencia del hada actúa en dirección distinta de la nuestra;
mas para ellas son vividamente reales y motivo de inagotable
deleite.
El hada que denota extraordinario talento en imaginar
narraciones se conquista el afecto y consideración de sus
compañeras, sin que jamás le falten auditorio y séquito.
Cuando algún ser humano vislumbra un grupo así de
hadas, lo juzga según sus rutinarios prejuicios y toma al hada
principal por un rey o reina según la figura que en aquel
momento asuma el hada. En realidad, el reino de los espíritus de
la naturaleza no necesita régimen alguno de gobierno, excepto la
inspección general que sobre ellos ejercen los devarrajas y sus
subordinados, sin que se den cuenta de esta inspección mas que
los espíritus de la naturaleza muy adelantados.
Su actitud respecto del hombre.
- La mayor parte de los
espíritus de la naturaleza repugnan y evitan la compañía del
hombre, y no es extraño que así sea, pues para ellos el hombre
es un devastador demonio que destruye y despoja por doquiera
que pasa.
A sangre fría y a veces entre horribles tormentos mata el
hombre a las hermosas criaturas de que los espíritus de la
naturaleza gustan cuidar. Abate los árboles, siega las hierbas,
arranca las flores y desidiosamente las echa para que se
marchiten. Suplanta la amable vida en el seno de la naturaleza
con sus horribles ladrillos y cementos, y la fragancia de las
flores con los mefíticos vapores de sus manipulaciones químicas
y el ensuciador humo de sus fábricas. ¿Es extraño que las hadas
nos miren con horror y se aparten de nosotros como nos
apartamos de un reptil ponzoñoso?.
No solo devastamos cuanto más amable es para las
hadas, sino que la mayor parte de nuestros hábitos y
emanaciones les desagradan. Envenenamos el suavísimo aire
con repugnantes vapores de alcohol y humo de tabaco. Nuestras inquietas e indómitas pasiones levantan un continuo flujo de corrientes
astrales que las perturba y enoja con el mismo disgusto
que tendríamos nosotros si nos vaciaran encima un cubo de
agua infecta. Para los espíritus de la naturaleza la cercanía del
hombre ordinario equivale a estar bajo la furia de un huracán
que soplara en una sentina.
No son ángeles con el perfecto
conocimiento a que acompaña la perfecta paciencia, sino que
son como niños inocentes y algunos de ellos cual juguetones
gatitos excepcionalmente inteligentes. Por otra parte ¿es extraño
que nos repugnen, rechacen y eviten si por costumbre ultrajamos
sus mas nobles y elevados sentimientos?
Se conocen dos casos en que a causa de excesiva
intrusión o molestia por parte del hombre, mostraron las hadas
notoria malicia y se desquitaron del daño. Esto denota que por lo
general, no obstante las insoportables provocaciones del
hombre, rara vez se encolerizan las hadas pues su acostumbrado
procedimiento de repeler a un intruso es hacerle victima de
alguna broma a menudo puerilmente pesada, pero nunca
gravemente dañosa. Se gozan en extraviar o engañar al intruso,
haciéndole perder el camino al cruzar un pantano,
manteniéndole dando vueltas de círculo toda la noche mientras
cree que anda en derechura o forjándole la ilusión de que ve
palacios y castillos en donde no hay tales.
Varios cuentos y leyendas sobre esta curiosa
característica de las hadas subsisten tradicionalmente entre los
aldeanos de casi todas las comarcas montesinas.
Hechizo.-
-Las hadas se valen eficazmente en sus tretas y
burlas de la maravillosa facultad que tienen de hechizar a
quienes ceden a su influencia, de modo que mientras están
sujetos al hechizo, solo ven y oyen lo que las hadas les sugieren al igual del hipnotizado que únicamente ve, oye, palpa, gusta y
huele lo que el magnetizador desea.
Sin embargo, los espíritus de la naturaleza no tienen la
hipnótica facultad de dominar la voluntad humana, excepto
cuando se trata de gentes de pobre entendimiento que ceden a un
invencible terror durante el cual queda en suspenso la voluntad.
Las hadas no tienen otro poder que el de alucinar los
sentidos pero en esto son indiscutiblemente maestras y no han
faltado casos en que hechizaron de golpe a gran número de
gentes.
Los juglares de la India efectúan con el impetrado auxilio
de las hadas sus más sorprendentes suertes, entre ellas la del
cesto o aquella otra en que el juglar lanza aire arriba una cuerda
que se coloca y mantiene tirante en el espacio sin apoyo alguno,
hasta que desaparece luego de saltar por ella el prestidigitador.
Los circunstantes están en este caso colectivamente alucinados y
se figuran que presencian una serie de sucesos que no han
ocurrido en realidad,
El poder del hechizo consiste sencillamente en forjar una
vigorosa imagen mental y proyectarla después en la mente del
hechizado.
A la generalidad de los hombres les parecerá eso casi
imposible porque nunca lo intentaron ni tienen idea de como se
realiza. La mente del hada no es tan amplia como la del hombre;
pero está acostumbradísima a forjar imágenes y proyectarlas en
ajenas mentes, porque tal es una de las principales tareas de su
vida cotidiana.
No es extraño que con tan continuada práctica sean las
hadas expertas en esta operación, que resulta mucho mas
sencilla para ellas cuando como en el caso de los juglares índicos, se ha de reproducir centenares de veces la misma
imagen, hasta que cada pormenor se traza sin esfuerzo a
consecuencia del hábito.
Para comprender bien como se hace esto, debemos
recordar que las imágenes mentales tienen realidad, pues son
construcciones de materia mental y que la línea de
comunicación entre la mente y el cerebro físico pasa por las
contrapartes astral y etérica de este mismo cerebro, pudiendo
interceptarse la comunicación por medio de un obstáculo
colocado en cualquier punto intermedio.
Algunos espíritus de la naturaleza suelen concurrir a las
sesiones espiritistas con objeto de remedar engañosamente los
fenómenos físicos.
Quienes hayan frecuentado dichas sesiones
recordarán casos de bromas y burlas sin malicia, que denotan
casi siempre la presencia de un espíritu de la naturaleza, aunque
también cabe atribuirlas a un difunto que en vida fue lo bastante
casquivano para creer que divierten las tonterías y no ha tenido
aún tiempo de adquirir sabiduría.
Ejemplos de amistad.- Por otra parte, hay ejemplos en
que algunos espíritus de la naturaleza han contraído amistad con
seres humanos, ofreciéndoles cuanta ayuda estaba en su poder
prestarles, como en las conocidas narraciones de las sirvientas
escocesas o las hadas que encienden el fuego de las cenicientas.
También hubo casos, aunque rarísimos, en que un hombre
predilecto de las hadas fue invitado a presenciar sus festines y
compartir durante algún tiempo su género de vida.
Dícese que los animales silvestres se acercan confiadamente
a los Yoguis indios porque instantáneamente
conocen que son amigos de todo ser viviente.
De la propia
manera las hadas se agrupan en torno del hombre que entra en el Sendero de Santidad, pues notan que sus emanaciones son
menos tormentosas y más agradables que las de los hombres
cuya mente esta fija en los negocios mundanos.
A veces se ha visto que las hadas se acercan a los niños
pequeñuelos y les muestran mucho afecto, especialmente a los
de viva imaginación y propensos al sueño, pues son capaces las
hadas de ver y complacerse en las formas mentales de que el
niño se rodea.
También hubo casos en que las hadas tornaron vivo
cariño a un pequeñuelo sumamente simpático e intentaron
llevárselo a sus moradas con el sincero propósito de librarlo del
que les parecía horrible destino de crecer y vivir entre el vulgo
de los hombres. En las narraciones demóticas hay algo referente
a suplantaciones de niños, aunque también obedecen a otras
causas de que más adelante hablaremos.
Ha habido épocas, mas a menudo en el pasado que en el
presente, en que algunas variedades de hadas, análogas en forma
y tamaño al hombre, se complacían en materializarse con
cuerpos físicos temporáneos, pero definidos, a fin de ponerse
por este medio en deshonestas relaciones con las mujeres de su
elección. En esto se basan las antiguas leyendas mitológicas de
faunos y sátiros, aunque también se refieren a seres de una
evolución sub-humana, de todo punto distinta de la etérea.
Espíritus del agua-
Por numerosas que sean las hadas de
la superficie de la tierra casi siempre alejadas de la vecindad del
hombre son todavía más numerosos las hadas marinas, nereidas
o espíritus del agua que moran en la superficie del mar. Hay
tantas variedades como en la tierra los espíritus de la naturaleza
del Pacífico difieren de los de Atlántico, y de unos y otros del
Mediterráneo. Las especies que juguetean en el indescriptible azul luminoso de los mares tropicales son muy distintas de las
que saltan por entre la espuma de los grises mares del norte.
Diferentes también son los espíritus de los lagos, ríos, cascadas
y cataratas, pues tienen mas puntos de analogía con las hadas
terrestres que con las nereidas de alta mar.
Sus formas son variadísimas, aunque con mas frecuencia
remedan la humana. En general propenden a tomar formas mas
amplias que las hadas de los bosques y las montañas pues así
como éstas son diminutas, las nereidas asumen la forma y
estatura humanas.
A fin de evitar errores conviene insistir en el proteico
carácter de los espíritus de la naturaleza, que tanto los de la
tierra como los del agua pueden aumentar o disminuir su tamaño
a voluntad y tomar la forma que les plazca.
Teóricamente no hay restricción en esta facultad, pero en
la práctica tiene sus límites, aunque muy amplios. Un hada de
medio metro de estatura puede acrecentarla hasta la de un
hombre de 1,84 m., pero el esfuerzo para ello sería demasiado
violento y solo podría sostenerlo unos cuantos minutos. A fin de
asumir una forma distinta de la propia, el espíritu de la
naturaleza ha de concebirla claramente y solo será capaz de
mantenerla mientras su mente esté fija en ella, pues tan pronto
como distraiga el pensamiento recobrara su natural apariencia.
Aunque la materia etérea pueda moldearse fácilmente
por el poder del pensamiento, no se plasma con tanta rapidez
como la astral. Cabe decir que la materia mental obedece
instantáneamente al pensamiento, y la materia astral le sigue en
orden de rapidez de modo que el observador vulgar no advierte
la diferencia; pero en cuanto a la materia etérea, la visión del
hombre que la posea puede notar sin dificultad el aumento o
disminución de las formas con ella plasmadas.
Una sílfide cuyo
cuerpo es de materia astral, cambia de forma con
relampagueante rapidez. El hada, cuyo cuerpo es etéreo aumenta
o disminuye de tamaño con relativa rapidez, pero no
instantáneamente.
Pocos espíritus terrestres son de estatura gigantesca, y en
cambio ésta es la cultura ordinaria de los del mar. Las hadas de
la tierra suelen entretejerse imaginariamente prendas de
indumentaria humana y se muestran vestidas de extraños
gorros, fajas y chaquetas; pero nunca he visto semejantes
figurines en los habitantes del mar.
Casi todas las nereidas tienen la facultad de alzarse de su
peculiar elemento y flotar o volar en corto trecho por el aire. Se
complacen en juguetear entre la espuma o en cabalgar sobre los
escollos. No sienten tanta repugnancia por el hombre como sus
hermanas terrestres, acaso por las menores ocasiones que se le
deparan al hombre de tratar con ellas. No descienden a mucha
profundidad del agua y nunca se sumergen mas allá del alcance
de la luz, de modo que siempre queda considerable espacio
entre sus dominios y los de las menos evolucionadas criaturas de
entre dos aguas.
Hadas de agua dulce
-Algunas especies muy hermosas
habitan en las aguas interiores, donde el hombre no ha
posibilitado aún su existencia. Desde luego que los residuos
fabriles y fecales que contaminan las aguas próximas a las
ciudades populosas les disgustan; pero no hacen objeción contra
las turbinas y aceñas que funcionan en comarcas tranquilas, pues
a veces se las ha visto solazándose en la corriente de un molino.
Parece que gozan especialmente en las cascadas,
cataratas y saltos de agua, tal como sus hermanas marinas se
recrean en las espumas de las olas. El gusto que las cascadas les
proporcionan es aliciente bastante para que a veces arrostren la
odiada presencia del hombre. Así en el río Niágara se ven algunas
durante el verano, aunque generalmente acostumbran a
mantenerse en el centro de las cataratas y en las corrientes
rápidas del río.
Como las aves de paso, en el Invierno abandonan las
aguas septentrionales que se hielan durante algunos meses, y van
en busca de más templados climas. Si bien no les importan las
heladas y el frío no las afecta, les disgusta ver perturbadas sus
ordinarias condiciones de vida. Las que comúnmente habitan en
los ríos se trasladan al mar cuando se hielan las aguas fluviales,
al paso que a otras les repugna agua salada y prefieren emigrar a
lejanos parajes en vez de refugiarse en el océano.
Una interesante variedad de nereidas son los espíritus de
las nubes, que pasan casi toda su vida en “las aguas que están en
el firmamento”. Deberíamos considerarlos como el eslabón de
tránsito entre los espíritus del agua y los del aire. Sus cuerpos
son de materia etérica como los de las nereidas pero pueden
permanecer muchísimo tiempo fuera del agua. Sus formas
suelen ser de gran tamaño y de estructura de malla. Se parecen
algo a ciertas variedades de nereidas, y cuando el cielo está
despejado gustan de sumergirse en el mar. Su habitual residencia
es el luminoso silencio de las nubes, que por pasatiempo
favorito modelan en fantásticas formas o las disponen en las
seriadas filas a que la llamamos cielo aborregado.
Sílfides-
Vamos a considerar ahora el tipo superior del
reino de los espíritus de la naturaleza, o sea la etapa en que
convergen las líneas de desenvolvimiento de las hadas de tierra
y mar. Son las sílfides o espíritus del aire muy superiores a los
tipos que hemos tratado hasta ahora, pues ya se han desprendido de materia física y su vehículo inferior es el astral. Aventajan
mucho en inteligencia a las clases etéreas e igualan a la
generalidad de los hombres, aunque todavía no están
permanentemente individualizadas.
Por estar tan evolucionados estos seres pueden
comprender acerca de la vida mucho más que los animales al
separarse de su alma grupal, y así ocurre que conocen que les
falta la individualidad y anhelan ardientemente lograrla. Esta es
la verdad subyacente que en las tradiciones populares que
representan a los espíritus de la naturaleza anhelosos de poseer
un alma inmortal.
El procedimiento que ordinariamente siguen para este
logro consiste en relacionarse por el trato y el amor con los
Devas o ángeles astrales que constituyen el grado de evolución
inmediatamente superior.
Un animal domestico, como el perro o el gato, progresa
por el desarrollo de su inteligencia y de sus afectos mediante el
intimo contacto con su dueño.
No sólo le mueve su amor al
dueño a determinados esfuerzos para comprenderle, sino que las
vibraciones del cuerpo mental del dueño influyen de continuo en
su rudimentaria mente, que poco a poco aumenta en actividad,
al propio tiempo que el afecto de su amo despierta en su cuerpo
astral siempre crecientes emociones.
El hombre puede o no amaestrar al animal, pero en todo
caso, aun sin deliberado esfuerzo, la íntima relación entre ambos
favorece el progreso evolutivo del inferior. Con el tiempo, el
desenvolvimiento del animal llega a un nivel en que es capaz de
recibir la tercera Oleada o, mejor dicho, Efusión de Vida, que lo
individualiza separándolo definitivamente de su alma grupal.
Ahora bien, esto es exactamente lo que ocurre entre el
Deva astral y la sílfide, con la sola diferencia de que lo efectúan
de más inteligente y eficaz manera. Ni un hombre entre mil sabe
nada acerca de la verdadera evolución de su perro o de su gato
ni mucho menos comprende el animal las posibilidades que le
aguardan.
Pero el Deva conoce claramente el plan de evolución
y en muchos casos también sabe la sílfide lo que le conviene, y
en consecuencia obra inteligentemente para lograrlo.
As es que cada Deva astral tiene adictas varias sílfides a
quienes enseña y de él aprenden, intercambiándose sus afectos.
Muchos de estos Devas astrales sirven de agentes a los
devarrajas en la distribución del karma, y así ocurre que las
sílfides suelen ser agentes subalternos de esta obra, adquiriendo
sin duda copiosos conocimientos, mientras ejecutan la labor
asignada.
El Adepto sabe cómo utilizar los servicios de los
espíritus de la naturaleza cuando de ellos necesita, y hay no
pocos asuntos que les pueden confiar. En el número de Broad
Views, correspondiente a febrero de 1907, se publicó un
admirable relato de la ingeniosa manera en que un espíritu de la
naturaleza desempeñó una comisión que le había confiado un
Adepto.
Se le encargó que distrajese a un inválido enfermo de
gripe, y durante cinco días el espíritu entretuvo con curiosas e
interesantes visiones cuyo feliz resultado, según confesión del
mismo enfermo, fue “alegrar los días que en ordinarias circunstancias
hubieran sido de insufrible tedio”.
Le mostró el espíritu de la naturaleza una desconcertante
variedad de escenas en que aparecía el interior de semovientes
rocas con diversidad de seres en ellas.
También le mostró
montañas, bosques, senderos y edificios de soberbia
arquitectura, columnas corintias, estatuas, bóvedas y
maravillosas flores entre palmas que ondeaban como mecidas
por la brisa. Con los objetos del aposento componía una escena
de mágica transmutación, y en verdad que de la curiosa índole
del solaz proporcionado podía colegirse la especie de espíritu de
la naturaleza empleado en tan caritativa obra.
Los magos orientales procuran a veces obtener la ayuda
de los superiores espíritus de la naturaleza para sus operaciones;
pero este empeño no está exento de peligros. Al efecto han de
valerse de la invocación o de la evocación. La invocación
consiste en atraer al espíritu con súplicas y concertar el asunto
con él. La evocación estriba en actualizar influencias que
muevan al espíritu a obedecerle. Si fracasa en el intento se
expone a provocar la hostilidad con riesgo de inutilizarlo
prematuramente o por lo menos lo colocará en situación
desairada y ridícula.
Hay muchas variedades de sílfides que difieren en poder,
inteligencia, aspecto y costumbres. Desde luego que no están tan
contraídas a determinada localidad como las clases ya descritas,
aunque también parecen reconocer los límites de diversas zonas
de altitud, pues unas variedades flotan siempre cerca de la
superficie terrestre, mientras que otras veces se acercan a ella.
Por regla general comparten la común repugnancia por la
vecindad del hombro y sus inquietos deseos; pero hay ocasiones
en que soportan esta molestia a cambio de diversión o de
lisonja.
Sus diversiones-
Se solazan animando formas mentales
de varias clases. Por ejemplo, un novelista produce vigorosas
formas mentales de todos sus personajes y los va moviendo,
como si fueran polichinelas, en su diminuto escenario; pero a
veces un tropel de jubilosos espíritus de la naturaleza se apodera
de las formas mentales creadas por el novelista y desarrollan la
acción bajo un plan improvisado por la excitación del momento,
de modo que el desalentado autor nota que sus muñecos se le
han ido de la mano y demuestran voluntad propia.
La afición a las jugarretas, tan características en algunas
halas, persiste en las especies inferiores de sílfides, cuyas
personificaciones no son ya de índole tan inofensiva.
Las gentes cuyo mal karma las colocó bajo el dominio de
la teología calvinista y no tienen todavía inteligencia o fe
bastantes para desechar sus blasfemas doctrinas producen con
sus temerosas emociones horribles formas mentales del
imaginario demonio a quien su superstición concede tan
preeminente papel en el universo.
Siento decir que algunos
traviesos espíritus de la naturaleza son incapaces de resistir a la
tentación de enmascararse con estas terribles formas mentales,
tomando a broma el aparecer con cuernos, arrastrar una cola
ahorquillada y echar llamas por las fauces.
A quien conozca la índole de estos demonios de
pantomima, no le causarán daño alguno; pero los niños bastante
receptivos para tener un vislumbre de tan espantables espectros,
sentirán profundo terror si no se les advirtió de su inanidad.
Como quiera que el espíritu de la naturaleza no conoce el
miedo, no echa de ver las graves consecuencias de su travesura,
y acaso cree que el miedo del niño es fingido y que forma parte
del juego.
Sin embargo, no podemos inculpar al espíritu de la
naturaleza, desde el momento en que consentimos que nuestros
niños estén atados a la cadena de una grosera superstición,
descuidando inculcarles la capital verdad de que Dios es amor y
que el perfecto amor desvanece todo temor.
Si el espíritu del aire aterroriza así de cuando en cuando
a los niños vivientes mal instruidos, debemos poner en su abono
el anhelo con que procura entretener y divertir a millones de
niños de los que llamamos "muertos"; pues jugar con ellos y
solazarlos de cien maneras distintas, es una de sus más dichosas
tareas.
Las sílfides han echado de ver la oportunidad que les
deparan las sesiones espiritistas, y las hay que asisten
frecuentemente a ellas con nombres por el estilo de Dalia o
Girasol. Son capaces de dar sesiones muy interesantes porque
saben mucho acerca de las condiciones e índole de la vida astral.
Responden prontamente a preguntas con tanta veracidad como
sus conocimientos les permiten y con apariencia de
profundidad cuando el asunto está más allá de su alcance.
Producen golpes, movimientos, ruidos y luces sin la menor
dificultad, y están dispuestas a llevar cualquier mensaje que sea
necesario, no para dañar ni engañar, sino por el placer que
experimentan en servir de mensajeras y verse adoradas y
reverenciadas con profunda devoción y afecto como "queridos
espíritus" y "ángeles custodios". Comparten la complacencia de
lo concurrentes a la sesión y les satisface la benéfica obra de
consolar al triste.
Como quiera que viven astralmente, la cuarta dimensión
es un hecho vulgar en su existencia, y esto les facilita muchas
jugarretas que a nosotros nos parecen prodigiosas, tales como
sacar objetos de una caja cerrada o poner flores en un aposento
igualmente cerrado.
Las sílfides o espíritus del aire que asisten a las sesiones
espiritistas, conocen los deseos y sentimientos de los
circunstantes de modo que pueden leer en su mente cuando
piensan, excepto las ideas abstractas, y están a su alcance toda
clase de materializaciones, con tal de disponer del conveniente
material.
Se echa de ver, por lo tanto, que sin necesidad de ajeno
auxilio, son capaces de proporcionar diversas distracciones y
juegos de velada, como sin duda así lo hacen frecuentemente.
No quiero decir en modo alguno que los espíritus de la
naturaleza sean las únicas entidades que actúan en las sesiones
espiritistas.
El manifestado "espíritu" es a menudo el mismo que
dice ser; pero también es verdad que a veces no lo es ni
remotamente, y el vulgar circunstante no tiene medio alguno de
distinguir entre la legitimidad y la impostura.
Desarrollo anormal.-Según ya dijimos, la normal línea
de progreso del espíritu de la naturaleza es lograr la
individualidad por el trato con un Deva; pero hay individuos que
se desviaron de esta norma. El intenso afecto de la sílfide por el
ángel es el capital factor de la individualización, y los casos
anormales son aquellos en que en vez de poner la sílfide su
afecto en un Deva lo pone en un ser humano. Esto implica una
tan completa inversión de la común actitud de dichos seres hacia
la humanidad, que sólo ocurre muy raras veces; pero cuando
ocurre y el amor es lo bastante intenso para conducir a la
individualización, desvía el espíritu de la naturaleza de su
peculiar línea de evolución y lo trae a la humana, de modo que
el ego reencarnará como hombre y no como Deva.
Esto es lo que nos dan a entender las tradiciones y
leyendas en que un espíritu no humano se enamora de un
hombre y anhela ardientemente obtener un alma inmortal para
estar toda la eternidad con el objeto de su amor. Al encarnar un
espíritu así en forma humana, resulta de un extraño carácter,
afectuoso y emocional, pero caprichoso, primitivo en ciertos
aspectos y sin el más leve sentimiento de responsabilidad.
Ha sucedido a veces que una sílfide profundamente
enamorada de un hombre o una mujer, pero no lo bastante para
que su afecto determinara la individualización, hizo un vigoroso
esfuerzo para forzar la entrada en la humanidad, apoderándose
del cuerpo de un niño moribundo, quien pareció recobrar la vida
como si el destino lo arrebatara de las garras de la muerte. Pero a
causa de no estar la sílfide acostumbrada a las restricciones del
cuerpo físico denso en que se infundió, resulta el temperamento
del niño muy cambiado, regañón e irascible.
Si la sílfide fuera capaz de adaptarse al cuerpo físico de
que se apodera, nada le impediría conservarlo toda una vida de
ordinaria duración, y si en su transcurso lograra desarrollar un
afecto lo bastante vivo para desligarse del alma grupal, reencarnaría
normalmente como ser humano. Si durante aquella vida
forzadamente humana no logra intensificar en la necesaria
medida su afecto, volverá después de la muerte a su peculiar
línea de evolución.
Estos hechos corroboran la verdad entrañada en las
leyendas y tradiciones de suplantación de criaturas, que abundan
en todos los países del noroeste de Europa, en China, y también,
según referencias, entre los indígenas de las abras del Pacífico
en la América del Norte.
Ventajas de este estudio.-
El reino de los espíritus de la
naturaleza es un interesantísimo campo de estudio al que se le ha
prestado escasa atención. Aunque se les menciona
frecuentemente en la literatura ocultista, no sé de ningún intento
que se haya hecho para clasificarlos científicamente.
Este vasto reino de la naturaleza necesita un Cuvier o un
Linneo; pero acaso cuando haya abundancia de investigadores,
podremos esperar que uno de ellos tome a su cargo la tarea y nos
proporcione en calidad de obra maestra de su vida una acabada y
completa historia natural de estos deleitosos seres.
No será trabajo perdido ni estudio inútil.
Nos conviene
conocer los espíritus de la naturaleza, no sólo ni aun
principalmente por la influencia que en nosotros ejercen, sino
porque al comprender una línea de evolución tan distinta de la
humana, se explaya nuestra mente y reconocemos que el mundo
no existe para nosotros solos y que nuestro punto de vista no es
el único ni el más importante.
Los viajes por países extranjeros producen el mismo
efecto aunque en menor grado, porque enseñan al hombre libre
de prejuicios que razas en todos los aspectos tan valiosas como
la suya pueden diferir notablemente de ella en multitud de
características.
En el estudio de los espíritus de la naturaleza hallamos la
misma idea mucho más ampliada. Es un reino radicalmente
disimilar, sin sexo, exento de temor, ignorante de la lucha por la
existencia, y sin embargo, la meta final de su evolución es en
todo y por todo análoga a la que se alcanza por la línea de
evolución humana.
Al aprender esto, podremos descubrir algo más de los
múltiples aspectos del Logos, y aprenderemos a tener modestia,
caridad y tolerancia de pensamiento.
C. W. LEADBEATER
C. W. LEADBEATER
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