martes, 21 de mayo de 2019

EL LIBRO DE LA SABIDURÍA CELTA - Extractos.




Cuando te resuelves a ejercer la hospitalidad interior, cesa el tormento. 
Los yos abandonados, descuidados y negati­vos forman una unidad inconsútil. 
El alma es sabia y sutil; reconoce que la unidad fomenta el arraigo. El alma adora la unidad. Lo que tú separas, ella lo une. A medida que tu experiencia se extiende y profundiza, tu memoria se vuelve más rica y compleja. Tu alma es la sacerdotisa de la memo­ria, que escoge, tamiza y en última instancia reúne tus días fugaces hacia la presencia. Esta liturgia de recordar (o acor­dar) nunca cesa. La soledad humana es rica e infinitamente fecunda.

En la soledad de la naturaleza prima el silenció. Esto se expresa en un bello proverbio celta: Castar na daoine ar a chéile ach ni castar na sléibhte ar a chéile. «Las montañas jamás se encuentran, pero las personas siempre pueden ha­cerlo.» Es extraño que dos montañas, vecinas durante mi­llones de años, jamás puedan acercarse. En cambio, dos desconocidos pueden descender de esas montañas, reunir­se en el valle y compartir sus mundos interiores. Esta sepa­ración debe de ser una de las experiencias más solitarias de la naturaleza.

El mar deleita la vista humana. La costa es un teatro de movimiento armonioso. 
Cuando la mente está desconcer­tada, es agradable pasear por la playa y dejarse impregnar por el ritmo del mar. El mar desenreda la mente anudada. Todo se suelta y vuelve a integrarse. Se alivian, liberan y cu­ran las falsas divisiones. Pero el mar no se ve a sí mismo. La misma luz que nos permite ver todo no puede verse a sí mis­ma; la luz es ciega. 
En la Creación de Haydn, «la vocación del hombre y la mujer es celebrar y completar la Creación».

Nuestra soledad es distinta. A diferencia de la natura­leza y el mundo animal, la mente humana contiene un espejo y éste reúne todos los reflejos. La soledad humana es antisoli­taria. La soledad humana profunda es un lugar de gran afi­nidad y tensión. Cuando accedes a ella, te vuelves compañe­ro de todo y de todos. Cuando te extiendes frenéticamente hacia el exterior y buscas refugio en tu imagen externa o tu función, te destierras. Cuando vuelves pacientemente y en silencio a tu yo, entras en la unidad y la comunión.

Nadie sino tú puede intuir la eternidad y la profundi­dad ocultas en tu soledad. 
Éste es uno de los aspectos solitarios de la individualidad. Sólo adquieres conciencia de lo eterno en ti cuando confrontas tus miedos y los obligas a re­troceder. El elemento verdaderamente solitario en la sole­dad es el miedo. Eres el custodio y la puerta al mundo que llevas en tu interior; nadie más tiene acceso. Nadie puede ver al mundo ni sentir tu vida de la misma manera que tú. Cada persona ocupa un terreno tan distinto que las com­paraciones son imposibles. Cuando comparas tu yo con otros, invitas a la envidia a entrar en tu conciencia; puede ser un huésped peligroso y destructivo. Una de las grandes tensiones de la vida espiritual que despierta es hallar el rit­mo de su lenguaje, percepción y comunión singulares. La fidelidad a la propia vida requiere un compromiso y una vi­sión constantemente renovados.

 Si tratas de visualizarte a través de las lentes que te ofrecen otros, sólo verás distorsiones; tu propia luz y belleza aparecerán borrosas, desagradables y feas. Tu sentido de la belleza interior debe ser algo muy íntimo. Lo sagrado es hermano de lo secreto. Nuestros tiempos padecen un alto grado de desacralización precisamente porque se ha desva­necido lo secreto. Nuestra tecnología moderna de la infor­mación es una gran destructora de la intimidad. Debemos proteger lo más profundo y reservado que hay en nosotros. Por eso la vida moderna tiene tanta sed de lenguaje del alma, que es una presencia tímida. La sed de lenguaje del alma de­muestra que ésta se ha visto obligada a refugiarse en lo más recóndito, donde puede seguir su propia textura y ritmo. Al proclamar la doctrina de la autosuficiencia, el mundo moderno ha negado el alma y la ha obligado a llevar una existencia marginal y precaria.

Acaso una manera de conectarte con la vida más pro­funda consista en recuperar la conciencia de la timidez del alma. Si bien puede crear dificultades, la timidez es una cualidad atractiva. En un consejo inesperado, Nietzsche dice que una de las mejores maneras de despertar el interés de otro es sonrojarse. El valor de la timidez, su misterio y su discreción son ajenos a la inmediatez frontal de los en­cuentros modernos. Para conectarnos con nuestra vida interior debemos aprender a no aprehender el alma de ma­nera directa o conflictiva. Dicho de otra manera, la con­ciencia de neón de buena parte de la psicología y espiritua­lidad modernas siempre nos dejarán pobres de alma.

Hacia una espiritualidad de la no interferencia

En una granja uno aprende a respetar la naturaleza y en es­pecial la sabiduría de su tenebroso mundo subterráneo. Al sembrar en la primavera, uno encomienda las plantas a la oscuridad del suelo, que lleva a cabo su obra. Es destructi­vo entrometerse con el ritmo y la sabiduría de su oscuri­dad. El martes siembras varias hileras de patatas y estás en­cantado. 
El miércoles alguien te dice que están demasiado juntas, que así no tendrás cosecha. 
Las desentierras y vuel­ves a plantarlas más separadamente. El lunes siguiente, un técnico agropecuario dice que esa variedad particular de patata requiere que estén muy juntas. Vuelves a desente­rrarlas para plantarlas en estrecha proximidad. Si sigues así, nada podrá crecer en tu huerto. 

En nuestro sediento mun­do moderno, la gente remueve constantemente la tierra de su corazón. Siempre tiene un pensamiento, plan o síndrome nuevos para justificarse. Un viejo recuerdo abre una nueva herida. Así remueven implacablemente, una y otra vez, la tierra de su corazón. En la naturaleza no vemos a los árboles preocupados por el análisis terapéutico de sus raíces ni por el mundo pétreo que debieron evitar en su camino ha­cia la luz. El árbol crece simultáneamente en dos direccio­nes, hacia la oscuridad y hacia la luz, con todas las ramas y raíces que necesita para encarnar sus deseos irrefrenables.

La introspección negativa perjudica al alma. Atrapa a muchas personas durante años y paradójicamente jamás les permite cambiar. Es prudente permitir al alma realizar su obra secreta durante el tiempo nocturno de la vida. Tal vez no veas nada nuevo durante mucho tiempo. Tal vez tengas sólo indicios muy tenues del crecimiento secreto en tu interior, pero son suficientes. Debemos sentirnos reali­zados y satisfechos. No puedes dragar el fondo de tu alma con la luz mezquina del autoanálisis. La revelación del mundo interior no es barata. Tal vez el análisis sea el ca­mino equivocado para asomarse a la oscuridad interior.

Todos tenemos heridas; debemos ocuparnos de ellas y dejar que se curen. Aquí es oportuna la hermosa frase de Hegel: «Las heridas del espíritu se curan sin dejar cicatri­ces.» Cada herida tiene su curación, pero ésta espera en el aspecto indirecto, oblicuo, no analítico de nuestra natura­leza. Debemos tener conciencia de dónde estamos heridos e invitar a nuestra alma profunda en su mundo nocturno a remendar el tejido desgarrado, remozarnos y devolver­nos a la unidad. Si cuidamos de la herida indirecta y benig­namente, se curará. La esperanza creativa cura y renueva.
Si pudieras confiar en tu alma, recibirías todas las bendi­ciones que necesitas. La vida misma es el gran sacramento a través del cual sufrimos heridas y las curamos. Si vivimos todo, la vida nos será fiel.

Uno de los pecados mayores es la vida no vivida

La tradición occidental nos enseñó muchas cosas sobre la naturaleza de la negatividad y el pecado, pero jamás nos dijo que uno de los mayores pecados es la vida no vivida. Se nos envía al mundo a vivir plenamente todo lo que des­pierta en nuestro seno y todo lo que viene hacia nosotros. Es una experiencia desoladora acompañar en su lecho de muerte a alguien que está lleno de remordimientos; oírle decir cuánto desearía tener un año más para cumplir esos sueños íntimos que siempre posponía para después de la jubilación. Había pospuesto el sueño de su corazón. Mu­chas personas no viven la vida que desean. Muchas de las cosas que les impiden cumplir su destino son falsas. No son barreras reales, sino sólo imágenes de su mente. Jamás permitamos que nuestros miedos o las expectativas ajenas determinen las fronteras de nuestro destino.

Tenemos el privilegio de contar aún con tiempo. Te­nemos una sola vida, es una pena permitir que la limiten el miedo y las barreras falsas. Ireneo, un gran filósofo y teólo­go de los primeros siglos, dijo que «la gloria de Dios es la persona humana viviendo en plenitud». Es hermoso ima­ginar que la verdadera divinidad es la presencia en la que se armonizan toda belleza, unidad, creatividad, oscuridad y negatividad. Lo divino desborda de pasión creativa e ins­tinto por la vida vivida plenamente. Si te permites ser la persona que eres, todo entrará en ritmo. Si vives la vida que amas, tendrás refugio y bendiciones. A veces la gran caren­cia de bendiciones en y alrededor de nosotros deriva de que no vivimos la vida que queremos, sino la que se espera de nosotros. Estamos en disonancia con la signatura secre­ta y la luz de nuestra propia naturaleza.

Cada alma tiene su forma. Cada persona tiene un des­tino secreto. Cuando tratas de imitar lo que hicieron otros o adaptarte por la fuerza a un molde prefabricado, traicio­nas tu individualidad. Debemos volver a la soledad interior para recuperar el sueño que hay en el fogón del alma. De­bemos recibir ese sueño, maravillados como un niño en el umbral de un descubrimiento. Al redescubrir nuestra na­turaleza infantil, entramos en un mundo de potencialidad benigna. Así penetraremos con mayor frecuencia en ese lu­gar de distensión, júbilo y celebración. Desechamos los fardos falsos. Entramos en consonancia con nuestro ritmo. Nuestra forma de arcilla aprende gradualmente a caminar con júbilo sobre esta tierra magnífica.

Bendición de la soledad

Que reconozcas en tu vida la presencia, el poder y la luz de tu alma.
Que comprendas que nunca estás solo, que el resplandor y la co­munión de tu alma te conecta íntimamente con el ritmo del universo.
Que aprendas a respetar tu individualidad y tu particularidad.
Que comprendas que la forma de tu alma es única, que te aguarda
un destino especial aquí, que detrás de la fachada de tu vida
sucede algo hermoso, bueno y eterno. Que aprendas a contemplar tu yo con el mismo júbilo, orgullo y felicidad con que Dios te ve en cada momento.

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